Trucha

Esta historia no es de mi autoría.

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La casa en la esquina del bloque, que era la pulpería de doña Olga, estaba maldita. Una noche se oyeron disparos en la colonia 28 de Diciembre, y con la muerte de dos hombres empezó el declive de su negocio.

Doña Olga había vivido ahí la mayoría de su vida; empezó humildemente vendiendo útiles escolares y objetos de uso casero como fósforos, pero luego se dio cuenta de que podía capitalizar vivir al frente de un edificio de apartamentos. Comenzó a vender churros, dulces, jugos, y bolsas de sal también porque en la casa abandonada de al lado asustaban.

Cuando mataron a los dos vecinos el ambiente en la colonia se puso tenso, pero doña Olga no le dio importancia, principalmente porque murieron dos cuadras abajo y metidos en un camino de monte; ella no se imaginó que desde esa ocurrencia empezarían a ocurrir eventos extraños frente a su tienda.

Una noche se fue la luz en la colonia. Doña Olga no cerraba todavía y se iluminaba únicamente con una vela. De entre la oscuridad apareció cubierto por la luz de la luna uno de los hombres que habían asesinado, el hijo de una abogada. Caminó colgando los brazos y arrastrando los mismos zapatos que usó cuando le dispararon.

El hijo de la abogada se acercó a la ventanilla preguntando si doña Olga sabía dónde estaba su amigo, con el que murió, pero ella sólo le pudo negar con la cabeza porque su garganta se había congelado al verle. La aparición se fue tristona luego de eso y de que doña Olga no le vendiera una caja de cigarros por morir antes de cumplir 21.

Desde entonces algunas personas que salían a comprar o a caminar contaban que tenían la desdicha de ver su figura de reojo o, en uno que otro caso, pidiendo limosna. Nadie se apiadó del pobre muchacho y sus apariciones nunca terminaron.

En cierta ocasión el esposo de doña Olga estaba encargado de atender a tardes horas de la noche y, viendo al hijo de la abogada recostado en la calle, le preguntó por qué no se iba a habitar la casa abandonada de al lado. El hijo de la abogada le respondió que no lo hacía porque ahí asustaban.

Un suceso extraño que le siguió fue el tan conocido incidente del perro. Toda la calle sería atormentada el resto de sus vidas en la colonia 28 de Diciembre. Lo que aconteció se marcó por los lamentables aullidos de dolor de un perro a las tempranas horas de la madrugada. Todos se despertaron la mañana de ese jueves y se encontraron con una falsa sensación de paz, porque en realidad algo muy terrible había sucedido.

Más tarde, uno de los inquilinos de los apartamentos de enfrente esperaba a que doña Olga le atendiera y se dio cuenta de que algo en su entorno no tenía sentido. Entre la calle de tierra, había una pila de excremento de perro que a cada vistazo se hacía más y más grande. El caso causó intriga fuera del círculo de vecinos y la pulpería de doña Olga pasaría a ser conocida como la pulpería de tufo a mierda. Doña Olga organizó a su familia para que constantemente limpiaran la calle con una manguera, pero sin importar qué tan limpio dejaran, cada tanto tiempo volvía a aparecer pedazo a pedazo el bulto; para inconveniencia común, a veces lo hacía unos pocos metros sobre el suelo.

Esto afectó bastante la imagen del negocio y sería cuando doña Olga empezaría a tener problemas en mantener su clientela. La frustración sólo aumentaría el día en que una niña desapareció frente la pulpería.

Jennifer Ramos tenía tan sólo tenía 6 años ese día. La última vez que la vieron estaba corriendo frenéticamente, como si escapara de algo. Al doblar por la esquina, pasando frente a la pulpería, de pronto se desvaneció.

Por todo un día los vecinos se reunieron para buscar a la niña, pero sus esfuerzos no tuvieron resultados, principalmente porque fueron interrumpidos por una balacera. La búsqueda continuaría de manera menos activa, y muchos teorizarían que fue secuestrada por agentes del gobierno pagados por Gerardo Calderón Calix, miembro del gabinete presidencial y exesposo de la madre de Jennifer.

Otra teoría era la posibilidad de que Jennifer hubiera sido raptada por hombres que se escondían en las alcantarillas y realizaban tratas de blancas en un mundo oculto bajo la sociedad de arriba. Incluso se llegó a decir que Jennifer se encontró con un duende y éste la llevó al río.

El único que sabía la verdad era el hijo de la abogada que estuvo presente en ese momento porque estaba a cargo de limpiar la mierda de la calle a cambio de cigarrillos, pero decidió no contar lo que vio porque la verdad era más siniestra que cualquiera de las teorías que se corrían.

Con el pasar de los años, la clientela de doña Olga se redujo considerablemente a los vecinos más cercanos. Un incidente en el que un joven de una familia que se acababa de mudar fue recibido por una doña Olga con los ojos ensangrentados, justo en una tarde en la que doña Olga y su familia estaban fuera, les causó especial inquietud.

Doña Olga se acercaría más a la religión desde entonces e intentaría organizar reuniones invitando al Padre Rubio, pero en la primera ocasión fueron interrumpidos por una balacera y decidieron no continuar.

Muchas otras eventualidades que evitaban la próspera venta en la pulpería convencieron a doña Olga de dejar la colonia 28 de Diciembre. La mañana de un sábado de noviembre en la que luego de una noche despejada se amaneció con la sala inundada decidió que había sido más de lo que ella podía soportar. Esa misma noche le dijo a su marido que debían irse.

El hombre, ya a sus setenta y cinco años de edad, se encontraba muy a gusto la casa en la que había vivido por más de 40 años. En su cansancio prefirió negarse y continuar viendo la televisión. Enojada, doña Olga le alzaba su voz y le seguía dando razones para mudarse, pero el hombre sólo le subía el volumen a su programa y le ignoraba. Sin que ninguno lo escuchara, otro hombre había entrado en su casa.

El hombre caminó despacio por la entrada, sigiloso como una serpiente. Al llegar a la puerta de la sala, la abrió de un golpe y señaló a la familia con un arma en su mano. Doña Olga le tomó despavorida y casi cae desmayada, pero su esposo fue lento en darse cuenta que detrás suyo le apuntaban. El intruso, sintiéndose ignorado, tomó a la empleada del hogar, Norita, del cuello y les dijo a todos que no se movieran.

Norita le llevó al cuarto de la pulpería y le sacó la caja. El hombre vio que la caja estaba casi vacía y amenazó a Norita con dispararle a ella en ese lugar si le ocultaba dinero, pero Norita cayó en llanto y empezó a sollozar en náhuatl. El hombre perdió la paciencia y decidió meter mercancía en sus bolsillos, todo desde churros, dulces y jugos, excepto bolsas de sal.

El hombre soltó a Norita y salió corriendo de la casa, chapoteando por sobre los charcos de la inundación de la noche anterior y abrazándose de la oscuridad nocturna. Sin embargo, al doblar por la esquina, todos los vellos de su cuerpo se erizaron y sus rodillas se petrificaron. En su reojo podía ver, en el segundo piso de la casa de al lado a la pulpería, a través de una ventana, el cuerpo de una persona.

El hombre sintió su cabello encresparse y sus manos titubear sin parar. Con un desesperado intento de coraje, tomó su pistola y disparó al aire para reactivar los latidos de su corazón, y por suerte funcionó. El hombre pudo moverse de nuevo, pero en un estúpido momento de curiosidad, volteó a la ventana y vio al hijo de la abogada mirarlo desde arriba con sus ojos de hombre muerto. La respiración del ladrón se detuvo y tuvo un infarto, además le encontró una balacera y recibió varios disparos.

El hijo de la abogada había empezado a usar la casa abandonada como hogar. El rumor de que asustaban en ella tan sólo creció, pero la historia previa de haber sido el lugar de un suicidio había sido completamente fabricada según su nuevo inquilino.

Luego de esa ocasión, la familia de doña Olga finalmente se mudó, dejando atrás una casa en la que nunca nadie más querría habitar y varias historias que perdurarían en la colonia 28 de Diciembre por varias generaciones por venir.

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