Ismasarazarael (Sara) – Parte II

Miguel abrió los ojos lentamente tras dar un largo suspiro en sueños, siendo lo primero que vio un firmamento negro repleto de estrellas, el cual adquiría lentamente el tono azulado de la inminente llegada del amanecer. Ningún árbol estorbaba su observación del firmamento inacabable, pero podía escuchar el balanceo caótico de los pinos al sacudirse con el mecer de los últimos vientos de la madrugada. Fueron las aves llamando a los suyos, la humedad que se sentía flotar por todas partes y las brisas que golpeaban su cara con suavidad las cosas que despertaron su consciencia y le hicieron recordar quién era, dónde estaba y el hecho de que había dormido en la intemperie.

Esto último le llenó la cabeza de espanto y le recobró el sentido del cuerpo, el cual sentía acalambrado y helado, la garganta estaba irritada justo como cuando se está a punto de caer enfermo y sus piernas titiritaban por ser la parte más desprotegida ante la intemperie. Suspiró de nuevo y se talló sus casi cristalizados ojos, volteando a ver a su tienda de campaña a unos cuantos metros de distancia con la decepción de quien pudo haber pasado una buena noche a salvo del clima. Su primera racionalización fue agradecerse por no haber sido tan estúpido como para haber dormido lejos del fuego y con la suficiente protección de su grueso abrigo, ahora una tenue pero aún presente llamarada que iluminaba algunos pasos alrededor; preguntó para sí qué hacía ahí.

Solo tuvo que girar la cabeza hacia su derecha, movimiento que le resultó un poco doloroso, para recordar súbitamente por qué había dormido sobre un lecho de tierra mojada. Ella estaba sentada al su lado, en la misma posición con la que lo había despedido hacia los sueños unas cuantas horas atrás y todavía más próxima a la hoguera. De haber estado todavía más cerca de ella, Miguel habría conseguido escuchar la tenue y rítmica respiración de Sara; así como también los discretos movimientos de sus dedos, los cuales parecían mover las cuentas de un rosario imaginario a la par que ella recitaba algo en voz baja, cosa que Miguel sí logró percibir.

Opatéras más pou eínai eston ouranó… agiastíto to ónomá sou… afíste to basíleió sas na értei… Ta gínei esti gi ópnos eston parádeiso… Dóste más símera to catimerinó más somó sincoréste ta adicímatá más… Óps sincoroúme epísis… Se eceínous pou más probáloun… Min adísete na pésoume eston peirasmó, cai elefteróste más apó to canó… Amím, Opáteras mou. — era lo que decía lentamente, llenado de significado cada una de las palabras con su voz de ruiseñor.

Lo primero que regresó al verla durante unos cuantos instantes fue el conjunto de recuerdos de la noche anterior, pero apenas tuvo tiempo de procesarlos y recapitular cada uno de ellos con detenimiento, pues el último le golpeó la consciencia con una fuerza brutal; lo último que le dijo antes de dormir, ahora pareciéndole demasiado atrevido e intentando guardarlo después de sacudir la memoria con desesperación, y poco éxito, soportando la tenue vergüenza infantil con decisión, aunque cada vez cediendo pasos ante el placer extraño que era revivir esas palabras.

Continuó mirándola unos pocos minutos más en la espera de que algo sucediese, quizás que ella notase su presencia; Sara prosiguió hablando en voz baja y moviendo los dedos con el mismo ritmo, pero Miguel notó cómo el sol emergente, que comenzaba a salir en dirección al rostro de ella, le hacía notar detalles que antes habían estado ocultos por la noche anterior. Su rostro, especialmente las mejillas y pómulos, todavía tenían minúsculas costras de sangre brillante como la plata y multitud de rasguños, tan delgados y pequeños que parecían más los trazos de un pincel; cosas que no estropeaban el tono suave de su piel y sus rasgos firmes, los cuales comenzaban a brillar por su cuenta en sintonía con el sol.

Decidió llamar su atención, ignorando si era lo correcto pensar que la despertaría, y tocó su hombro para moverlo con suavidad. Sara reaccionó al instante, deteniendo sus palabras y manos en el aire, y giró la cabeza hacia Miguel. Permanecieron unos instantes en silencio, especialmente porque ella parecía haber sido retirada de un profundísimo trance, el cual había empezado hacía las horas más altas de la madrugada.

— ¿Cómo te sientes? — preguntó Miguel observando tanto el antifaz de como los tobillos vendados de Sara.

— Me siento mejor comparado con el día de ayer: mi rostro ha cesado la inflamación, mis tobillos solo se sienten tan cansados como adoloridos, y mi espalda dejó de doler y palpitar excesivamente. Tus atenciones han servido a su propósito, Miguel, y te agradezco por ello.

— Es bueno saberlo. — contestó mientras estiraba los brazos y el abdomen, sintiéndose ahora con la seguridad para hacerlo.

— Parece que acabas de despertar. La manera en que estiras los brazos me recuerda a la forma en que a veces tuve que sacudir mis alas tras un combate para evitar calambres.

Ante la sorpresa de haber sido observado por ella, permaneció unos segundos con los brazos al aire y los bajó lentamente mientras veía el rostro de Sara, tratando de mirar si ella movía la cabeza para seguir sus movimientos. No lo hizo, pero Miguel atribuyó esto a que ella solo necesitaría los ojos, cuales fueran los que estaba usando, para mirarle de alguna forma a través del antifaz. Para terminar todavía más confundido, desplazó de izquierda a derecha su mano frente al rostro de ella, de forma que ella tendría que girar la cabeza para seguir el movimiento, pero Sara no la movió en lo más mínimo y se limitó en añadir un comentario a su observación anterior.

— Sin embargo, ahora no estoy segura de qué es lo que haces con tu brazo; tan solo sé que lo estás moviendo, pero no puedo precisar la idea de cómo o para qué.

— ¡¿Recuperaste la vista?! — preguntó Miguel, en quien la sorpresa le hizo retirar de inmediato el brazo y el asombro del aparente milagro le causó una alegría incipiente.

— No, para nada. — contestó Sara sin ocultar la decepción que tanto ella como él sintieron con estas palabras. — La creación sigue rodeada de tinieblas blancas, pero creo saber qué sucede a mi alrededor; es extraño… — hizo una pausa para intentar hallar las palabras, prosiguiendo con una emoción nerviosa. — Miguel, es como si apareciesen ideas sobre lo que está a mi alrededor, como si me susurrasen lo que debería estar viendo. ¡Pero no es todo lo que sucede a mi alrededor! Tan solo algunas cosas.

— Si no me equivoco, eso le sucede a la gente que pierde la vista. — contestó Miguel en un intento de hallar sentido a lo que describía el serafín. — Los otros sentidos se agudizan porque los utilizan más. Tal vez lograste escucharme… Estirándome y moviendo la mano, tal vez. — concluyó sin mucha fe en sus deducciones, convencido de que lo más seguro es que habría una explicación más divina.

¡No escuché nada, solamente percibí tu voz y los sonidos del viento! — refutó Sara regresando a un tono emocionado y algo perturbado, aquel de quien deseaba hablar sobre una cosa concreta desde hacía tiempo. — ¡La idea apareció y simplemente supe cómo te movías; eso solamente, ni tus ropas ni tu rostro creado…! — volvió a hacer una pausa por unos segundos, indicando que pensaba en algo nuevo, y acto seguido se giró hacia atrás con una sonrisa perlada y señaló un árbol cercano. — ¡Justo como ahora sé que detrás mío hay un ave alimentando a sus crías!

Miguel no consiguió ver nada concreto por la distancia, pero Sara no se había equivocado. Con precisión infinita había señalado un pequeño nido de ramas y plantas secas que se sostenía en las tres ramas más altas y tiernas del árbol, en el cual tres polluelos comenzaban a llorar de hambre ante los suaves picoteos de su madre. Estos inocentes lamentos no tardaron en escucharse suavemente, cosa que le dio certeza a él de que Sara estaba en lo cierto.

— Es impresionante. ¿Desde hace cuando te sucede esto? — fue lo que pudo preguntar, intentando recordar si antes Sara había dado indicios de tan extrañas visiones.

— Creo que unas horas después de que comenzases a dormir profundamente. Antes me preguntaste si los ángeles duermen, y no lo hacemos, pero podemos meditar sobre nuestros pensamientos y acciones de forma tan profunda que parecería que hemos caído víctimas del placer creado del sueño. — explicó Sara con la intención de hacer recordar a Miguel su pregunta. — Me hallaba en contemplación, tratando de razonar cuál era la misión que nuestro padre me había encomendado… ¡Cuando me interrumpió el saber de la marcha de algunos insectos, los espasmos de las llamas y tu apaciguo sueño! ¡Es una señal de nuestro padre, todavía me guía para ayudarme a completar su misión; qué irrespetuosa que fui al pensar que me abandonaría a mi destino, cuán poca fe tuve en su inacabable misericordia… Miguel, estos saberes son extraños, pero bendito sea nuestro padre por ellos! — concluyó con energética esperanza.

— Vaya, sí, supongo que al final no te abandonó Dios. — contestó Miguel, volteando hacia arriba por un instante, un poco contagiado con la alegría se Sara y recapacitando una vez más en las palabras de anoche. — Eso quiere decir que podríamos comenzar a buscar por pistas, o señales de lo que podría ser lo que te encargaron.

Miguel hizo una pequeña pausa para levantarse y retomó sus ideas al caminar en dirección a la tienda, volteando a ver en dos ocasiones a Sara para asegurarse de que ella no le estuviese siguiendo con su inexistente mirada; ella no movió la cabeza, pareciendo interesada en la hoguera. Había ignorado su hambre la noche anterior, mucho mejor que los calambres y espasmos en sus piernas y hombros, y aunque aún no regresaba con toda su fuerza, era cuestión de minutos para hacerse insoportable; sensación que él no estaba dispuesto a tolerar habiendo comida en la hielera.

— Te ayudaré a buscar, tenemos todo el día. — comentó sonriendo, sacando a uno de los conejos de su tumba plástica. — Solo necesito algo de tiempo para comer.

— Gracias, Miguel. Ahora estoy absolutamente convencida de que en mí descansa la habilidad de entender y hallar el misterio que me impide regresar a mi hogar.

— Lo encontraremos. — aseguró Miguel mientras se sentaba en un pequeño banco junto a su tienda, comenzando a tantear juguetonamente con su cuchillo y la piel del animal para después añadir con cierta sorna. — Te diría que no te preocupes o que tengas fe, pero parece que eso no será necesario.

— Lo que sobra en mi alma es fe; en nuestro padre y en su eterna inteligencia para con todos los designios del destino. — contestó ella habiendo tomado cierta ofensa, a pesar de haber entendido la intención de Miguel, simplemente queriendo reforzar a Miguel su posición. — El respeto hacia él, de mi parte, es absoluto porque en él no cabe la duda o la imperfección; su misión será, entonces, un misterio, pero ya conozco que en él hay sabiduría y estrategia, porque… ¿Qué estás haciendo?

Sara cortó de tajo su inspirado monólogo y se volteó con rapidez en dirección a Miguel, clavándole lo que debería ser su mirada de la misma forma en que él imagino que lo haría al ir de la fogata a la tienda. Incluso teniendo el antifaz, y ella no viendo sino una turbulencia blanca, Sara supo con increíble precisión que él se hallaba sentado y rebanando algo, pero el qué le apareció como una incógnita, una información que no se le había dado. Ante una segunda sorpresa, Miguel respondió brevemente.

— Despellejando este conejo, prometo no tardarme mucho.

— ¿Esa será tu comida? — respondió con tanta curiosidad como con intenciones, a su parecer ligeramente egocéntrico, estratégicas. — Aguarda en tu tarea, permíteme ayudarte.

Al principio se balanceó por levantarse con rapidez, batallando por tenerse de pie y perdiendo la compostura al sentir alrededor de su espalda y piernas multitud de recuerdos pequeños y efímeros de su confrontación pasada, pero halló el equilibrio rápidamente y con la misma facilidad con la que avanzó hasta donde tenía el conocimiento, y había escuchado con un oído cada vez más agudo, de que se hallaba sentado Miguel. Una vez se colocó frente a él, le solicitó con un gesto, extendiendo con gracia el brazo, el animal mientras acercaba su otra mano con peligrosidad a su espada, deseosa de agradecerle con algo más que palabras.

Miguel tuvo sus dudas al instante, especialmente porque fue sencillo notar las evidentes intenciones de Sara de usar su espada para destazar su desayuno. Sin embargo, al tenerla de frente no pudo sino sentir una confianza en sus acciones, cimentada en el asombro y curiosidad que ella le provocaba. Había hablado con ella de forma informal, parecía que a Sara no le molestaba la informalidad en tanto no se desprestigiase su posición como ser divino; más eso mismo era lo que Miguel solo podía ignorar en apariencia, estando muy consciente de que estaba frente a un ser que pocas horas antes le había demostrado la existencia de Dios. Sabiendo de que sus nuevos temores eran infundados, le puso al animal en la mano.

— Esta espada recibe uno de los nombres más santos de entre todos los dados por nuestro padre a las armas utilizadas durante la insurrección, y pronunciarlo frente de ti sería tan letal como hacerte tocar su metal divino. — dijo Sara al desenvainar y presentar la espada con un tono que indicaba genuina e inocente felicidad por hacerle saber a Miguel acerca del arma, pero al mismo tiempo una actitud presumida que buscaba impresionarlo y remedar la amargura de casi haber perdido contra un demonio con una demostración de superioridad. — Pero su nombre se puede traducir en tu lengua como Quien la espalda-por el acero del Señor es partido-sus cenizas jamás se levantarán.

— Interesante… Y planeas despellejar a mi conejo con ella. — contestó Miguel, quien había empezado a recapacitar acerca de sus reflexiones anteriores, estando muy consciente del poder del arma.

— No temas Miguel; ten fe en que nuestro padre jamás permitiría que lastimase a alguien inocente… en su mayoría inocente. — contestó todavía más emocionada, en parte por probarse a sí misma que podía hacerlo incluso con su ceguera.

Miguel no podía mentirse y negar que dentro de él no se hallaba ni una pizca de fe, pero cuando se dispuso a buscarla en el momento en que Sara terminó de hablar y desenvainó la espada con un solo movimiento lleno de peligrosa gracia, también encontró una buena y mayor proporción de cautela y sentido de supervivencia. Por supuesto que confiaba en ella, y esperaba genuinamente que su ayuda le resolviese el eterno problema de mancharse las manos de sangre coagulada y tendones petrificados, pero solo por la incertidumbre de quien no conoce el futuro, tomó su banco y se deslizó hacia atrás junto con él unos cuantos pasos, esperando que ella no percibiese esto.

Sin haberlo percibido, lo primero que hizo Sara fue tomar al conejo y estirar con teatralidad el brazo para sostenerlo de las patas frente a ella. Lo mantuvo así unos segundos, los cuales utilizó tanto para hacer sutil gala de su decoro y para aguardar a un conocimiento que apareciese espontáneamente en su cabeza para indicarle cómo proceder; cosa que no llegó, pero no le impidió seguir adelante. Con un movimiento tan simple en ejecución y complejo en mecánica, lanzó por los aires al conejo; alzándolo en perfecta línea vertical muchísimos metros arriba, Miguel observó anonadado la multitud de giros y piruetas que su desayuno describió en el aire antes de comenzar a caer. Ella supo la posición del conejo en el momento que se halló a la altura de su cara, y justo en ese instante le asestó con ambas manos un espadazo que estuvo a muy poco de contener una ira divina.

La espada rebanó al conejo de tal forma que toda la piel desde el cuello hasta el trasero habría sido retirada con absoluta precisión y sin haber perdido un solo pedazo de carne. Sin embargo, esta atravesó al animal con una fuerza y gracia tan divina para semejante cosa tarea, que el animal no fue partido fácilmente como si fuese la cosa más blanda y frágil en todo el mundo, sino que fue atravesado de manera que habría dado igual si el golpe lo hubiese dado contra el aire.

Sucedió en el momento más corto que Miguel experimentó en toda su vida, y de alguna forma consiguió observarlo todo sin perder muchos detalles. Toda la carne, piel y huesos que no fueron consumidos en un instante por una impresionante pero minúscula lluvia de apocalípticas llamas, se evaporaron y despidieron densas humaredas que parecían tener más sustancia y masa de la que había en el conejo; dejando tras de sí el inconfundible aroma de la carne chamuscada. Pero los pocos trozos de carne que no fueron erradicados de la existencia al instante, aquellos que recibieron el golpe directo del metal celestial, para el horror de Miguel y la avergonzada sorpresa de Sara, transmutaron en flamas blancas con la distante apariencia de un conejo, las cuales trataron de escapar hacia el bosque entre saltos y chillidos, pero terminaron por encerrarse al plegarse sobre sí en una pequeña vasija hecha con las misma flamas.

Ninguno hizo nada durante algunos minutos, permaneciendo completamente inmóviles en la misma posición en la que fueron sorprendidos por aquella suerte de truco milagroso y siendo apenas distraídos por los sonidos del bosque, porque ambos estaban concentrados en algo. Él no podía despegar la mirada de las llamas con forma de vasija que yacían frente a sus pies, y ella luchaba intensamente por no morir ahí mismo de la vergüenza que le paralizaba el cuerpo; el conocimiento de lo que había pasado no hacía sino causarle temblores en las piernas cada que lo recordaba, y el crepitar tenue de las llamas solo ayudaba a hacerle entender mejor la realidad de lo que había hecho, y de no ser por la concentración casi inocente de Miguel, este habría notado que el rostro de Sara estaba completamente ruborizado. Finalmente, ella consiguió tomar la iniciativa y comenzó a guardar lentamente su espada en la vaina mientras se acercaba a la vasija.

— Debo admitir que olvidé mencionar que esta espada no me pertenece completamente, solamente se me fue encomendada por nuestro padre siglos atrás con la condición de que la salvaguardará con mi destreza hasta el día en que Miguel… — dijo esto para iniciar una conversación a como diese lugar y demostrando severo nerviosismo en sus palabras y en el tanteo de sus manos para sujetar a la vasija. — Nuestro capitán, quiero decir… Él la utilizará para darle el golpe definitivo al líder de la insurrección y expulsarlo por siempre a las tinieblas.

Sara hizo una pausa sin esperar que Miguel le respondiese, porque ella estaba concentrada en sus palabras y deseaba usarlas para no caer presa del nerviosismo que sus manos reflejaban al tratar de ubicar torpemente la forma de la vasija y la vergüenza que la carcomía y que por milagro se reducía a ella imaginando el rostro y pensamientos de él ante tal demostración de imprudencia. Cuando halló la tapa de la vasija, la desprendió sin dificultad y supo cómo esta transmutó de vuelta a un conejo de flamas blancas que de inmediato saltó con espanto de la mano del serafín y corrió lejos, sin que Miguel le quitase la mirada de encima hasta desvanecerse como un gas.

— Notarás que si no se usa con responsabilidad, el alma inmortal de su víctima queda encerrada en un recipiente… — continuó con la brazos a los costados, apenas soportando el rubor en sus mejillas. — El alma se pliega sobre sí, incluso si esta es inocente y no merece condena así; ese destino se le reserva a rebeldes y abominaciones, justo por eso se me encargó junto con la custodia de los vencidos. — sonrió con un remanente de orgullo. — ¡Qué vergüenza, lo siento tanto Miguel!

Este tuvo que pensar un poco su respuesta, porque estaba genuinamente encantado en igual grado que asustado por el destino extraordinario que había sido deparado a su desayuno, una suerte de fascinación infantil que surgía en parte como respuesta natural de la mente humana al presenciar un acto enteramente divino. Sin embargo, no le costó entender lo que Sara experimentaba, en parte maravillado de nuevo ante tal elevación de los sentimientos humanos, y sintió que le apremiaba la necesidad de decirlo algo, por respondió con su primer instinto, siendo parcialmente honesto.

— No te preocupes por eso, todavía queda otro conejo. — dijo con la intención de levantar su ánimo pero sin poder escoger las palabras más convincentes. — Quizás exageraste un poco al usar la espada para despellejarlo, pero no lo hiciste con una mala intención, ¿no es así?

— Pero esto no se trató de una simple e inocente equivocación, Miguel. — refutó tratando de convencerse de que era merecedora de una reprimenda.— ¿Cómo pude ser así de despreciable con un instrumento y herramienta divina, con algo que se me fue dado con confianza y seguridad de que no la usaría para cosas así; en qué estaba pensando, Miguel?… Sí, ¿en qué pensaba, que podía agradecerte tus atenciones y al mismo tiempo probarme como más que suficientemente merecedora de ellas…?— hizo una pausa para hacer una última observación y haciéndose consciente de que perdía la serenidad.— ¿Como un ser que supervisa este plano antes que estar sujeto con cadenas a él?

— ¿Temes que Dios te castigue? — dijo este después de tener que pensar bien qué decir, debiendo hacer a un lado por el momento el cumplido indirecto de Sara. — Bueno, tal vez sí cometiste una equivocación, pero si fuese tan grave ya te lo habrían dicho… Él te lo habría dicho. — añadió volviendo a mirar hacia arriba por unos instantes. — ¿Acaso no te habrían dicho algo ya si lo que hiciste fue tan grave?

Sara entendió la lógica de Miguel, y queriendo creer en sus palabras sintió un alivio relajante ante la posibilidad que le fue planteada, haciéndola concentrarse en sus interiores sin siquiera decirle nada de vuelta a él; enfocándose con fuerza, la misma con que usaría para apretar los párpados de sus ojos si estos funcionasen, buscando entre las distintas matas de blancura dentro de su consciencia cualquier tipo de mensaje, recado o indicación de que su padre estaba al tanto de su actuar, el tipo de búsquedas que uno hace con la intención de no encontrar nada. Para su consuelo, aunque también su incertidumbre, no halló cosa alguna; Miguel tenía razón.

— Es posible que tengas razón. — dijo ella mientras hacía el intento de regresar su voz al tono serio y confiado que la caracterizaba.— Nuestro padre ha tenido clemencia suficiente para juzgar mi error como un simple traspié; ofensa que no merece más castigo que el que mi consciencia me inflija durante un tiempo. De haber cometido un verdadero crimen contra su figura e instrucciones, antes me corto las manos, me habría tragado ya la verdadera oscuridad en el instante de arremeter contra su voluntad. — declaró mientras imaginaba con amargura esa situación, sintiendo aún más ácida la culpa. — Miguel, cómo lamento haber actuado de una forma tan inconsciente, juro que mis intenciones no estaban nubladas del todo con prepotencia.

— Insisto en que no debes preocuparte por ello si no hiciste nada grave. Yo imagino que la opinión de Dios al respecto de esto es más importante que la mía, pero por mí no debes disculparte. — respondió mientras sentía más y más gracia por la rareza de la situación, pero sin atreverse a sonreír, limitándose acercarse un poco a ella. — Habría sido malo si el conejo fuese el único que conseguí, ¡pero por suerte para los dos soy tremendo cazándolos! — afirmó haciendo una pausa, contemplando que eso sonó mejor en su cabeza.— Cosa de experiencia, sí.

Sara no consiguió reprimir su deseo de sonreír un poco, una vez más sintiéndose agradecida con el creado que sabía tenía de frente por su asistencia en las dificultades que suponía su presencia en el mundo terrenal; incapaz de controlar una minúscula vena de narcisismo y orgullo que le hacía sentir curiosidad y extraña alegría por la soltura con la cual él hablaba de su creador

— El juicio de nuestro padre merece más respeto, no te equivocas en esto. — contestó con increíble alivio, volviendo a sonreír como respuesta a decir algo que ella consideraba una axioma conocido de forma universal.— Merece más respeto que el de cualquier creado o hijo suyo; inexorablemente más valioso que el mío, pero saber que me excusas de mis acciones también calma mi consciencia.  

— Sí, no hay problema. — se repitió Miguel comenzando a mover los pies hacia la tienda como respuesta su hambre y el nervio que empezaba a causarle la disculpa de Sara. — Déjame ir por el otro conejo, lo preparo y podemos comenzar a buscar. — indicó dirigiéndose a la hielera y señalándola con el pulgar como si ella pudiese verlo, haciendo una pausa para después añadir con otro tono.— Todavía queda bastante tiempo, ya verás cómo hallaremos la respuesta y te podrás regresar al cielo… más pronto de lo que crees.

Miguel no tardó mucho en preparar al animal para ser consumido, especialmente porque el hambre ya le había conferido cierta destreza con el cuchillo, y simples pero mordaces movimientos desprendían poco a poco los pedazos de piel rugosa, cartílagos endurecidos y coágulos secos, siendo tal su precisión que dejó poca de estas suciedades en la carne del conejo; la mayoría parando a un agujero al lado del banco donde llevaba a cabo su labor, el cual cavó de forma improvisada con una piedra cerca de otros agujeros de propósito parecido.

Ella supo lo que estaba haciendo, consiguiendo obtener el conocimiento de cómo hundía el filo de su arma en la piel del animal para separarla de la carne con simples giros de muñeca y jaloneos del brazo, una operación violenta pero con cierta sofisticación en su proceder. Sara tuvo la tentación de ofrecerle ayuda para deshacerse de aquellos tejidos difíciles de desprender y consejo para no perder ni un trozo de carne, después de todo no era del todo ajena a los trabajos que un creado debía hacer para reponer fuerzas, pero decidió no hacerlo por lo que ella consideró simple decencia. Se limitó a esperar sentada junto a la hoguera con paciencia, y simplemente le hizo algunas preguntas al respecto para tener una idea de qué hacía Miguel más allá de lo que el saber en su cabeza le hizo entender.

He experimentado un poco, y creo que la mejor forma de cocinarlo es dejar un lado sobre las llamas durante un rato, y luego voltearlo cuando ya esté listo. — respondió Miguel a una de estas preguntas mientras terminaba de empalar la carne con una vara que parecía haber sido usado para esto multitud de veces. — Si le das vueltas tarda mucho más en cocerse… Sacrificas una cocción igual en toda la carne por tenerla lista más pronto, creo que lo vale.

Hizo esto durante veinte minutos, en los cuales sostuvo la carne por encima de las llamas de la hoguera con una paciencia militar y una fortaleza que le permitió apenas quemar algunos puntos de la carne, la cual observaba en espera del momento en que tornase su coloración pálida y rosada a un saludable y apetecible marrón tenue; girando el animal para que recibiese tratamiento el otro polo, aprovechó la presencia del serafín para pedirle de favor que sostuviese el animal para avivar las llamas con algo de paja y ramas. Sara sostuvo con divina precisión la vara sobre la altura que él le indicó al sostener, para sorpresa de ella, sus manos y moverlas hasta la posición que él pensaba como la mejor para cocinar al animal; especialmente enfocándose en esto al sentir una puñalada en el orgullo cuando oyó a Miguel comentarle una pulla mientras medía con los puños la cantidad de pasto seco a traer.

— Solo necesito un poco de maleza para no tardar más de media hora cocinando al conejo. — afirmó mientras regresaba hacia la hoguera con dos puños de ramas y trozos pequeños de pasto amarillo, añadiendo algo que sintió de inmediato como un movimiento poco inteligente. — Así que dudo que sea suficiente para que vuelvas a evaporar al conejo.

— Ten seguridad en que eso no sucederá; no puedes ni debes ser tan inquisitivo al respecto, — contestó con serenidad y sin desviar la concentración de su labor.— ¿Por qué el reproche, acaso no afirmaste que mi error ya lo habías perdonado?

— Sí, lo hice. — corrigió él con rapidez a la vez que lanzaba el combustible a las llamas y observaba con atención cómo estas resurgían y hacían relucir aún más el rostro medianamente preocupado de Sara. — Es una broma, no estaba hablando en serio… — pausó al pensar que quizás ese era un concepto extraño para ella.— Ya sabes, cuando dices algo exagerado o que no es cierto para hacer reír a los demás, más o menos eso es bromear.

— Miguel, estoy consciente de lo que es una broma. — comenzó a explicar con un cierto tono de reproche.— Los ángeles no carecemos de humor, por más que me encantase que así fuese, algunos incluso son bastante propensos a gastarse los días entre gracias y relajadas risas, especialmente los más… insolentes. — concluyó haciendo una breve pausa antes de decir la última palabra, sintiendo una profunda y resignada exasperación al pronunciarla.

— ¿En serio? Supuse que todos allá arriba tienen la misma actitud profesional y seria que tú tienes, ¿qué clase de bromas se gastan entre ustedes? — preguntó con genuina curiosidad, pero sin evitar soltar una risa ante la idea de que hubiese seres como Sara conspirando e ideando juegos de palabras para hacer reír a otros.

— Especialmente insolentes, siempre haciéndolas cuando es a expensas de otro o en una situación que no lo amerita. — respondió evocando la misma exasperación — No pienses que carezco del tacto para apreciar una que otra licencia en la conducta, pero me cuesta hacerlo cuando todas provienen de mis hermanos de mayor actitud juvenil y… ¡tan juvenil e insolente!

— Bueno, supongo que algunas deben ser graciosas, ¿no?

— Miguel, es menester que recuerdes y tengas en consideración que tu alma se encuentra pendiente en el abismo entre la salvación eterna y condenación absoluta, y el destino que te sea impuesto cuando departas de este mundo está unido a las apelaciones que haga en favor de ti. — contestó Sara tras permanecer unos segundos callada, volteando a ver a Miguel con seriedad.— Tus palabras y el tono de descuidada insolencia me hacen dudar de la importancia de rescatarte de las fauces de la infinita penumbra.

Por toda contestación, Miguel solamente se quedó callado tras intentar pronunciar una respuesta a la aparente amenaza de su compañera y solo obtener un bufido que comunicaba tanto miedo como curiosidad respecto a las palabras de ella. El contenido de estas no era definitivo ni demostraban una voluntad que renunciaba a su promesa, pero la seriedad de su rostro y tono le hacían dudar de que esto fuese tan solo una queja intimidante. Ambos permanecieron en silencio, él con una preocupación que a cada segundo le era más difícil ignorar; ella con una firmeza en la expresión que no dejaba dudas a que hablase en serio.

Rompió la apariencia con una sonrisa tan espontánea como hermosa, radiante y llena de tanta energía que sus mejillas y pómulos adquirieron hermosas arrugas al mismo tiempo que sus labios se curvaban en honesta alegría e inocente malicia, una a la cual no parecía desacostumbrada pero tampoco solo demostrar con frecuencia; complementada perfectamente por una tímida risa que imitaba a la perfección los sonidos melodiosos de las aves, y que marcó el final de esta visión. Continuó teniendo una mueca alegre mientras le devolvía su conejo empalada y le hacía un último comentario.

— ¡Se trata solo de una broma! — afirmó con otra risa para volver a la serenidad habitual de su voz. — Espero puedas comprender por qué a veces desearía que mis hermanos no tuviesen sentido del humor.

Al mismo tiempo que Miguel devoraba con apetito la carne del conejo a punta de mordiscos y pellizcos, también hablaba con Sara respecto a qué era lo que debían buscar para encontrar respuestas acerca de la misión de ella y dónde podían hallarlo. El primer instinto de Sara le dijo que tenía que ver con Soneilón, y Miguel estuvo de acuerdo por no tener muchas más ideas al respecto, aunque sí añadió una cosa.

— Ayer revisamos su cuerpo, pero no creo que hayamos olvidado algo. Lo que creo es que tiene que ver con la vasija en la que estaba encerrado. — dijo e hizo una pausa para darle un mordisco al conejo. — Explotó en cuanto la abrí, pero puede que aún queden pedazos por ahí… Tal vez haya algo que antes no estaba, o que simplemente no vi porque estaba ocupado gritando, puede ser.

— El insurrecto tuvo que esperar demasiado para acumular la fuerza suficiente y romper los pedazos de su alma que le atrapaban en su custodia. Todo lo que quede de esa vasija son las costras despreciables de sus pecados. — contestó Sara con incredulidad ante la idea de Miguel, pero lentamente cediendo a la duda y la tentadora esperanza que presentaba la posibilidad de encontrar un indicio que ella ignorase y fuese la clave para su salvación. — Pero tienes razón, debería comenzar a buscar ahí.

— Sí, es nuestra mejor apuesta. — dijo Miguel tras darle un último mordisco al conejo, muy a pesar de que su estómago ya se había contentado; contemplando si el resto serviría mejor como cenar o desayuno, pero antes de guardarlo se le ocurrió algo. — ¿No quieres un poco?… Me refiero al conejo.

— Te agradezco, pero no. — contestó el serafín sabiendo que Miguel le apuntaba con el animal empalado, haciéndola inclinar la cabeza hacia atrás. — La comida hace caer en la tentación con facilidad, y una vez se entra en la espiral descendiente de la tentación es solo cuestión de tiempo para llegar a actos que no pueden absolverse.

— Supongo que quieres decir que nunca has comido nada.

— Estás en lo cierto, aunque hace algunos siglos bebí un poco de agua.

— Hace unos siglos. — repitió él encantado con la idea, comenzando a entender a profundidad las diferencias abismales que lo separaban de un ser como ella; fascinándolo e incitándolo a tratar de acercarse lo más posible. — Bueno, ¿no quieres probar aunque sea un pedazo? No está sazonado, pero para no tener nada de sal no sabe nada mal.

— Tengo que insistir y rechazar tu oferta una vez más, pero agradezco tus intenciones de compartir. — respondió con firmeza con esa voz que impedía discernir dónde empezaba la cordialidad inocente y empezaba la seriedad inquisitiva, recordando algunas ofertas parecidas que le hicieron en el pasado.

— ¡Vamos, es solo un pedazo! — insistió Miguel en búsqueda de argumentos convincentes.— Si puedes beber agua, lo más seguro es que también puedas comer. Además, no creo que se manche tu historial por tan poco, por lo que he visto eres lo suficientemente fuerte para resistir toda la tentación que pueda ocasionar este conejo… A menos que tengas miedo de que de alguna forma vuelvas a hacer explotar lo que queda de la carne.

Miguel se tomó unos segundos para idear otro chiste, y estaba a punto de decírselo a Sara con una sonrisa, pero no pudo hacerlo porque esta se abalanzó contra él y le arrebató de las manos la carne con una velocidad irreal; no la de un relámpago, pues su cuerpo seguía sanando, pero si lo suficientemente rápido para ser inhumana y hacer que él solo supiese lo que pasó hasta después de reflexionarlo unos momentos después de observarla aparecer frente a él en un instante.

— ¿Acaso intentas tentarme? Si lo que pretendes es manipular mi orgullo con tus palabras, entonces necesitas entender que definitivamente no tienes la habilidad y no eres en absoluto diestro en ella. — dijo con resolución, pensando que la única manera de impedir que él tuviese más excusas para burlarse era demostrar que él no dictaba qué debía hacer, aunque eso implicase hacer lo que él dictaba. — Sin embargo, tienes razón en una cosa, y esa es que mi resolución es suficiente para soportar todo el hedor a gula que tiene esta cosa…— finalizó haciendo gala de superioridad con sus palabras, solo para terminar mirando al conejo con perplejidad por unos segundos. —  ¿Cómo?

— ¿Cómo? — fue lo que la sorpresa le permitió decir a Miguel.

— Estoy segura de que comer y beber son dos procesos completamente distintos, así que te pregunto la manera de hacerlo: ¿Cómo se come, cuál es la mecánica para hacerlo?

— Bueno, es un proceso distinto; pero a la vez, no es tan diferente. — dijo Miguel en búsqueda de las palabras para explicar algo tan esencial para él.— Tienes que masticar la carne, hasta que se vuelva tan suave que puedas pasarla; si no, te puedes asfixiar, y masticar… Es como triturarla con los dientes unos pocos segundos y con fuerza, pero lo suficiente para disfrutar el sabor… sí, algo así.

—  No parece ser demasiado complicado. — dijo mientras acercaba a tientas la carne a la boca en búsqueda del mejor ángulo de ataque, tanto preocupada por hacerlo bien como entretenida por la idea.— Definitivamente no puede ser demasiado complicado si esto es común y natural para los creados; especialmente para alguien como tú, tan malvado que intenta usar trucos para hacerme acceder.

— Bueno, lamento si esto agregar otro crimen a mi expediente allá arriba. — respondió Miguel sin la seguridad de que ese no fuese el caso. — Pero como dije, creo que deberías intentarlo. Me gustaría que conocieses la experiencia, después de todo por lo que has pasado.  

Sara hubiese contestado con un agradecimiento que dejaría en evidencia una vergüenza por la amabilidad y sinceridad de parte de él, habiendo comprendido la motivación detrás de su insistencia. Pero no lo hizo porque se dirigió contra la carne con una abominable mueca similar a un lobo hundiendo las fauces en su presa, un intento pobre del serafín de replicar el acto de dar un mordisco que tan solo había visto unas cuantas veces en toda su existencia. No funcionó al primer intento, porque terminó golpeándose fuertemente la mejilla contra la comida, pero al hacerlo de nuevo consiguió arrancar un pedazo. Superando los escalofríos que le causó el hacerlo, comenzó a masticar con movimientos torpes; comenzó a agarrar el ritmo, como mencionó Miguel que sucedía, gracias a un instinto desconocido y no tan diferente a las conocimientos que le llegaban de súbito.

Era una sensación espectacularmente extraña y maravillosamente nueva, que constantemente la hacía debatirse entre prometerse nunca más hacerlo y hacerlo una vez más en cuanto hubiese descifrado cuándo era el momento adecuado para tragar, esperando que también supiese esta información de pronto, porque de lo contrario continuaría hasta que la carne tuviese la misma textura que el agua. Meditando al respecto, consiguió desprender unas insignificantes gotas del jugo de la carne, pero bastaron para que de pronto su lengua, y pronto todo su ser, se viese invadido por una algarabía hipnotizante que jamás conseguiría describir con palabras, algo no tan distante al perpetuo estado de energía e intensidad que sentía arriba en los cielos pero incontables veces más terrenal, que se asemejaba a un carnaval de colores y matices bailando y cargando aromas incomprensibles que le hicieron sonrojar y dar un paso hacia atrás, inclusive causándole una sonrisa que no hizo sino aumentar la extrañeza y felicidad de Miguel ante el espectáculo.

Sara supo que era el momento de pasar la comida cuando las sensaciones desaparecieron por completo, e incluso después pudo sentir cómo estas permanecieron en latencia por unos segundos más tanto en su lengua como en su memoria, haciéndole comenzar a maravillarse con curiosidad de todos los secretos del mundo terrenal que podrían estar escondidos a su experiencia. Pronto regresó de su encanto, y tuvo que luchar brevemente contra sí misma para no dar otro mordisco, pero terminó regresándole el palo a Miguel.

— Fue hermoso, muchas gracias. — dijo sin poder borrar la sonrisa del rostro sino hasta unos minutos después.

— No hay de qué. — respondió con un amigable calor en el pecho que inspiraba haber visto a un ser como ella enfrentarse y disfrutar con sincera alegría algo tan mundano, volviendo a pensar en aquella distancia entre ambos como seres de la creación.

Al mismo tiempo que Miguel guardaba las sobras de su desayuno en la nevera y estiraba con pereza brazos y piernas, también hablaba con Sara al respecto de qué era lo que debían buscar para encontrar respuestas sobre la misión de ella y dónde podrían hallarlo. El primer instinto de Sara le indicó que tenía que ver con Soneilón, él estuvo de acuerdo por no tener muchas ideas al respecto, solo añadiendo una cosa.

— Ayer revisamos su cuerpo, pero no creo que hayamos olvidado algo. Lo que creo es que tiene que ver con la vasija en la que estaba encerrado. — dijo intentando sonar útil a la conversación — Explotó cuando la abrí, pero puede que algo le haya pasado… Puede que sus pedazos nos digan algo.

— El insurrecto tuvo que esperar un tiempo extenso para acumular la fuerza necesaria para romper su lastimar su alma y liberarse de su custodia. Todo lo que quede de esa vasija son solo costras de un ser despreciable. — contestó Sara mostrando una gigantesca esperanza que presentaba, incluso si ella no estaba segura de que hubiese algo en el cadáver del demonio que no hubiese revisado — Pero tienes razón, debería buscar indicios ahí.

— Sí, es nuestra mejor apuesta. — contestó mientras verificaba que la hielera estuviese firmemente cerrada y que su ropa le bastaría ante cualquier inclemencia del clima — Ya podemos ir.

— Maravilloso. — contestó Sara con un creciente nerviosismo en su interior, el cual no pudo racionalizar sino como el miedo a lo que podría o no hallar una vez estuviesen ahí, pero que su orgullo, y extrañamente el recuerdo del sabor de la carne,  le impidió reconocer como una parcial vergüenza de sentirse aliviada y agradecida de tener a Miguel como acompañante en un mundo de tinieblas blancas.

Al momento de ponerse en marcha, el cielo ya había dejado atrás su tímida apariencia de tonos morados y negros para comenzar a enseñar con jovialidad sus colores característicos y llenos de vida; el azul imponiéndose y cobrando cada vez más fuerza en un manto carente de nubes, y los amarillos y naranjas retirándose como acostumbran, cediéndole al sol su lugar como único contraste al azul absoluto. Así mismo, el viento continuaba soplando con cierta inclemencia, pero había dejado de ser cortantes ráfagas heladas para transformarse en brisas refrescantes que calaban aún en las prendas más cálidas.

Caminaron con lentitud hacia el lugar donde hacía unas pocas horas atrás había sido rebanado un demonio, en menor medida porque él tenía la intención de disfrutar aquella suerte de paseo y contentarse con ver la hermosa escena que se formaba al sumar un páramo solitario aún sumido en la melancolía del sueño, porque en unas pocas horas todo el bosque reventaría con multitud de coros animalescos, y la presencia radiante y casi siempre templada de Sara. Era un sentimiento con el cual tenía conflicto, sintiéndose demasiado entrometido, pero del cual no podía negar un disfrute similar al artístico. Sin embargo, se tomaron su tiempo en el trayecto sobre todo porque Sara se sujetaba firmemente del brazo de Miguel y cada cierto número de pasos comenzaba a dudar acerca de dónde dar el siguiente hasta que de pronto volvía a tener confianza en el suelo debajo suyo y reanudaba un paso más seguro, reflejo de los problemas de ceguera y tener que confiar en que le viniese a la mente el conocimiento del camino que recorría.

— Es verdaderamente una pena que las cenizas nauseabundas del insurrecto terminen desperdigadas por este campo, porque envenenarán por muchos siglos toda vida que intente crecer donde se aposenten. — comentó Sara al saber que los últimos vestigios de Soneilón eran montones de arenas negras que el viento hacía un esfuerzo gigantesco en levantar y mover.— Pero tengo confianza en que el odio que alimentó su negrísimo corazón se desvanecerá de la creación con el tiempo.

— Claro, espero que así sea. — respondió Miguel, quien todavía no se hallaba cerca del lugar donde aquellas cenizas yacían, pero que podía ver a la distancia junto con el resto del camino de destrucción, y le hacían suponer que ella había dado una descripción acertada y de cerca de estas.

Esquivando multitud de árboles y piedras llenas de arañazos, junto con restos de madera y montículos de tierra completamente magullados e irreconocibles por las llamaradas y golpes, arribaron a la entrada de la cueva. Fue entonces que Miguel contempló con temor la boca de esta prisión, la cual todavía permanecía siendo una neblina que consumía toda luz que entraba en ella y recordó vívidamente la sensación de recibir una explosión llena de astillas en las manos y la caro, cuyas heridas apenas recordó en ese instante y las percibió como casi sanadas del todo por acción, según se le ocurrió, de la sangre de Sara. Ante la luz del sol, las inscripciones enigmáticas brillaban con un tenue pero observable brillo cobrizo, tan obvio que él se preguntó cómo era posible que en tanto tiempo haciendo el mismo trayecto no hubiese notado aquella estructura; añadiendo esto a su miedo justificado, no pudo evitar la voz que le pedía dar la media vuelta, pero fue socavada en un instante por el aura y tacto de Sara, los cuales le removieron de dudas y motivaron a dar pasos hacia dentro tras mirar de reojo las grecas extrañas en las paredes de piedra.

La cámara estaba sumida en la oscuridad no importase que fuese de día, pero la única razón por la que Miguel no se propinó un golpe con la mano y se llamó estúpido por haber olvidado traer la linterna y ni siquiera recordar si la había botado en los matorrales donde se escondió fue porque Sara conseguía iluminar bien el lugar con el disminuido pero imponente brillo de su ser. Una vez más sintió dispararse en sus entrañas la necesidad de salir corriendo ante la simple visión de una geometría imposiblemente perfecta en las esquinas y paredes de la cámara, pero logró deshacerse de estos dolores con rapidez e incluso retornó a su original curiosidad, soltando por un instante a Sara para acercarse e inspeccionar el perfecto tallado de cada minúscula parte del lugar; ella, por su parte, se sintió desorientada en ese lugar, alterada por naturaleza ante un lugar cuya esencia se oponía diametralmente a la suya, pero en el cual tenía cierta experiencia y habría podido permanecer inalterada, de no ser porque el súbito abandono de Miguel de su lado la hizo tambalear un instante y tantear con las manos por otro, nunca diciendo nada por orgullo pero sabiendo con certeza que él ignoraba sus esfuerzos por no perderse.

Ella no pudo ignorar, pero sí esconder en la esquina más recóndita de su consciencia para no tener que aceptarlo en su renovado sentido del pudor, el cuidado con la que había sido guiada y auxiliada desde que fue atacada vorazmente por aquella abominación; notando esta atención mucho más grande y detallado, y sobre todo desinteresado, de lo que le había parecido desde el comienzo; la comparación de un mundo sumido en tinieblas blanquecinas en donde aquella persona no existía y el real no se hizo esperar, y Sara comenzó a meditar al respecto, suprimiendo con confusión y sorpresa, la helada sensación de agradecimiento disuelta en nada menos que un hirviente cariño recién nacido.

Haciendo contraste con la pulcritud geométrica de todos los rincones de aquella cámara se podían distinguir en el suelo multitud de pequeñas lagunas de polvo y trozos de la vasija donde el demonio halló su encierro durante muchísimo tiempo. A pesar de la intensa luz que proporcionaba, Miguel pidió a Sara en repetidas ocasiones que diese algunos pasos en distintas direcciones para saber exactamente qué era lo que iba a recoger del suelo; a veces dejándola caminar con mediano nerviosismo y otras, cuando su impaciencia le hacían ver algo importante, la tomaba con cuidado del antebrazo y la jalaba unos cuantos centímetros en su dirección tras indicarle lo que podría hallarse en la oscuridad.

Incluso sin ser un espacio demasiado amplio, le tomó alrededor de cuarenta minutos revisar con la mayor minuciosidad posible todos los rincones del lugar y los incontables trozos de vasija que yacían desperdigados por doquier. Ante la posibilidad de solo servir como una lámpara, Sara se decidió ayudar y en cada ocasión en la que él no necesitaba que se acercase, palpaba la superficie del piso con delicadeza y concentrándose en detectar cualquier cosa que rozase la piel de sus dedos, recogiendo multitud de pedazos que varias veces intentó leer con sus yemas, solo consiguiendo una vaga imagen por ya haber visto esa vasija con anterioridad.

Solamente tras darse cuenta de que comenzaba a recoger fragmentos con los que ya se había topado consiguió la seguridad para admitirse que no hallaría nada importante en aquel lugar; más confesar su preocupación a ella requería todavía más valor, por lo que los últimos minutos de su búsqueda los pasó observando los pedazos más grandes de la vasija, inclusive considerando por pequeños instantes la posibilidad de quedarse con uno como recuerdo, quizás para intercambiar por algo de dinero, pero al final las últimas experiencias le callaron esas voces.

Realizando esa suerte de arqueología no solo notó que todos los pedazos variaban poco en tamaño, algunos siendo tan enormes que era extraño que no se hubiesen quebrado al golpearse contra la pared con tanta violencia, y absolutamente todos eran remanentes del decorado de la vasija, aquellas figuras borrosas que describían una escena de destierro; unos cayendo a profundidades sin fondo mientras que otros contemplaban desde colinas, lo que ahora era evidente para él que era un grabado de aquella raza divina a la que pertenecía su compañera expulsando a los semejantes de Soneilón.

Miguel consiguió observar que todas las figuras tenían una apariencia más o menos humana, siempre habiendo algo que las diferenciaba de esta condición, detalles que por sí mismos apenas podían entenderse por la sencillez de los grabados y la naturaleza de lo que pretendían describir. Sin embargo, gracias a la retrospectiva diferenció a dos figuras con lo que seguramente eran tres pares de alas en los mismos lugares donde Sara había tenido las suyas, y aquella formas humanas con un par de alas, razonó que debían ser lo que él asociaba al pensar en un ángel a secas; otras cosas permanecían un misterio para él, sin embargo, como formas envueltas en llamas, con más de un par de brazos y formas circulares donde debía haber cabezas o piernas.

Nuevamente intrigado, esta vez mucho más de lo que estuvo la primera vez que observó las figuras, volteó hacia Sara y la contempló durante unos instantes; ella seguía buscando trozos, y algo que no fuesen trozos sino una pista o indicio para su encargo. Incluso ahora que su presencia cubría la cámara con una luz blanca, y que la primera vez que la miró fue mientras realizaba proezas y portaba una apariencia completamente inhumana, realmente no difería mucho de una persona. La vasija podría haber tenido una figura bastante similar a ella antes de ser herida, más Miguel no podía imaginar cómo habría sido encontrarse con los otros seres descritos, y eso que lo intentaba con fuerza mientras seguía mirando vagamente en dirección a Sara.

— Las formas con las que se representan a mis hermanos son resultado del enorme prejuicio que tuvo Soneilón acerca de quienes antiguamente fueron su familia. Si aparentan ser demasiado extrañas y difíciles de comprender para ti, parte de la causa es que el alma del insurrecto solo siente odio hacia nosotros; al moldearse su alma para encerrarse a sí misma, es natural que ese desprecio se haya proyectado en el exterior de la vasija de esa manera. — explicó Sara de súbito al mismo tiempo que dejaba en el suelo un pedazo similar al que sostenía Miguel. — Lamento haber perturbado tus meditaciones, pero súbitamente supe acerca de tus interrogantes.

— Ahora que lo mencionas, creo que los demonios son los únicos que no tienen detalles extraños; incluso creo que son los que están mejor hechos, algunos ángeles… realmente solo son figuras de palitos. — contestó al mismo tiempo que se daba cuenta de ese detalle. — Creo que sí era muy parcial al respecto, ¿no?

— ¿Te parecen detalles extraños? — preguntó con curiosidad.— No son sino calumnias y horribles exageraciones del hermoso diseño con el que nuestro padre dotó a sus sirvientes. Aparentan la deformidad y simpleza porque un corazón como el suyo, que solo conoce el odio, nos observa de esa manera; despreciándonos y contemplándonos de una manera ajena a la realidad, simplemente por acción del rencor.

— Lo suyo era el odio, ¿no es así? — dijo Miguel haciendo una pausa al pensar en las posibles repercusiones de haber liberado a un demonio. — Hablo de si esa es su especialidad o algo así; leí alguna vez que hay demonios para cada pecado, ¿él los odia más o eso es común entre todos los demonios?

Percibiendo una curiosidad sincera en estas preguntas, el serafín descartó otro fragmento que había comenzado a palpar en búsqueda de información y se levantó con entusiasmo para dirigirse hacia él y compartir todo lo que supiese al respecto. Sara tan solo dio unos cuantos pasos antes de que su ceguera le causase demasiada incertidumbre como para proseguir, incluso habiéndose orientado gracias a la voz de Miguel, quedándose a pocos metros de él y por muy poco recargada contra la continua pared curva de la cámara. No le tomó mucho tiempo intuir la razón por la que su compañera se había detenido, y también se paró para acercarse a Sara, quien ya había comenzado a hablar, y acortar la distancia entre ambos a unos escasos centímetros.

— La presencia de Soneilón en la creación la ha marchitado desde el momento en que los creados abandonaron el Edén; orillándolos a la irracionalidad y violencia, siempre susurrándoles veneno para que se despedazasen entre sí e hiciese de cada uno de los rincones de este mundo poco más que una mácula oscurecida por sus abominables acciones. — afirmó en un tono parecido a la advertencia, entremezclando su emoción con la seriedad que demandaba hablar al respecto. — Tienes que creerme cuando afirmo que su mera existencia en la creación ha sido responsable de demasiado sufrimiento, y su odio ha sido tan amargo y corrosivo que ningún otro insurrecto se le puede equiparar, ni siquiera su líder; aún flota en el aire, incluso tras haber permanecido encerrado tanto tiempo.

— Es una cosa que no se va a ir tan fácilmente, por decirlo así, ¿no te parece? — contestó Miguel mientras daba un breve vistazo a la cámara y recordaba qué tanto se le acercó ese ser tras ser liberado. — Me refiero a que una cosa como el odio no se puede ir así como así, incluso si eliminas la fuente, que supongo él era la fuente del odio en general; es una cosa normal, siempre hay algo o alguien que termina por fastidiarte tanto que terminas detestándolo.

— Te equivocas al pensar que el insurrecto se limitó a inspirar antipatía y rechazo en los corazones de los creados.— replicó con firmeza y sorpresa ante estas palabras. — Quizás sea normal para la naturaleza imperfecta del creado albergar tales sentimientos; yo misma he pecado, recientemente y me arrepiento por ello, de sentir rabia y desprecio por él y sus aliados, — añadió posando su mano sobre el pecho.— pero lo que Soneilón susurró tantas veces fue la corrupción misma del alma inmortal conferida a la creación por nuestro padre; un canto de violencia bestial y profano, que iba más allá de sencillas y admisibles faltas de carácter, encaminándolos a la hecatombe y aniquilación.

— Estás hablando de cosas demasiado horribles, ¿no es así? — intuyó tratando de pensar en qué podría calificar como tal. — Cosas que simplemente ya no pueden perdonarse, como el genocidio o arrasar con ciudades, supongo yo.

— Ciertamente. — respondió Sara para después permanecer unos segundos en silencio, en los cuales Miguel pudo observar cómo su rostro reflejaba el dolor y coraje de múltiples recuerdos. — La extensión en cantidad y calidad de todos los pecados que inspiró durante su libertad en la creación es difícil de determinar con pocas palabras. Debo insistir que incluso ahora que carece de poder, su influencia perdurará durante muchos milenios hasta que se desvanezca finalmente, más su liberación precederá definitivamente eventos que no puedo predecir, y que definitivamente no deberían suceder en primer lugar, pero que lo harán gracias a mi incapacidad para cumplir mi deber — concluyó apretando sutilmente los puños en señal de frustración y tristeza.

— Bueno, pero no creo que deberías cargar con toda la responsabilidad, al menos los dos sabemos que al final quien lo liberó fui yo, así que el problemas probablemente se más para mí que para ti. — contestó para librar a Sara de su pesadumbre, pero también para minimizar en su cabeza la realización de que eventualmente sí tendría que hacerse responsable de su equivocación.— Claro que siempre se puede negociar, ¿no? Podrías tú recibir una por el equipo… — dijo soltando una risa extraña.— Te lo pagaría después, claro ¿qué te parece?

Después de decir esto giró rápidamente la cabeza hacia la izquierda y ser acercó un poco a la salida de la cámara, observando con detenimiento la oscura neblina que le impedía ver el exterior y las inscripciones talladas en la pared del marco, un sencillo acto reflejo que sintió necesario ante las inevitables consecuencias que él imaginaba tendría su broma, aunque también aprovechando el breve silencio entre ambos para meditar acerca de la funesta posibilidad de que se irían de ahí habiendo revisado todo y sin nada más que las manos vacías. Fue por concentrarse en estas cosas y en evitar de manera infantil la respuesta de su compañera que ignoró cómo en el rostro de Sara se dibujó una pequeña sonrisa; reflejo tanto de la auténtica gracia que la causó semejante propuesta, así como también del agradecimiento por su intento de hacerla sentir mejor, aunque principalmente sonrió por la resignación de saber que las bromas no terminarían pronto.

— Por supuesto que estoy hablando con suprema ignorancia al afirmar que mis acciones tendrán consecuencias impredecibles en el futuro. — dijo Sara cortando el silencio.— Me refiero tanto a la liberación del insurrecto como a mi incapacidad para evitar que eso sucediese; mi misión bien puede tratarse de enmendar ambos errores, el segundo particularmente más imperdonable que el primero, pero no deseo hacer otra asunción así respecto a la perfecta estrategia de nuestro padre.

— ¿Imperdonable? —inquirió Miguel con preocupación por lo que ella decía. — Sara, la verdad es que toda esta situación me superó desde hace mucho tiempo. Quiero decir, estoy frente a un ángel… un serafín, lo siento. —se corrigió con un gesto de las manos.— Yo solo soy un hombre, pero al parecer Dios existe y en el futuro a los dos nos van a juzgar por esto. — dijo extendiendo los brazos para señalar los pedazos de la vasija en el piso, ignorando en su emoción que Sara no vería el gesto y que ella lo interrumpió cuestionando qué quiso decir al incluir “al parecer” antes de “Dios existe”.— Es obvio que no estoy para nada calificado para opinar sobre nada de esto, pero esto debe suceder a menudo, ¿de verdad mereces un castigo severo? Es un demonio… Yo supongo que deben engañar, tentar y escapar a menudo, ¿no?

Sara no respondió de inmediato, tomándose en cambio unos instantes para meditar lo que acababa de escuchar y qué debía responder, siendo su turno de explicar algo que para ella era tan esencial que resultaba difícil hacerlo con las palabras adecuadas. Miguel no se equivocó al decir que él solo era un creado y que no era la persona adecuada para resolver el problema en el que estaban metidos, la condición superior de ella como senescal del trono divino habían hecho brotar estas conclusiones de inmediato, pero se negó a abandonar sus meditaciones en ese punto. Ella no podía menospreciarlo con tanta facilidad, puesto que aunque podía permanecer el resto de la existencia evaluando de forma lógica y cruel a su compañero, quien determinaría su valor y destino dentro del plan divino no podía ser otro más que su creador y arquitecto de sus designios; era inútil menospreciarle por no aparentar ser de utilidad para resolver el misterio en el que ella estaba envuelta o tener la convicción y fe suficiente para enmendar las consecuencias de sus actos, pero sobre todo era innecesario porque ella era incapaz de verle de esta manera.

Independientemente de lo que su raciocinio orgulloso intentaba demostrar, ella consideraba malvado y traidor limitar de esa manera sus consideraciones respecto a Miguel. Podría él afirmar que su utilidad era cuestionable, pero para ella esto se demostraba falso al recordar toda la atención y ayuda que había prestado tanto a su integridad como a la búsqueda del significado de su encomienda desde el primer momento de conocerse; Sara asumía, nunca dejando atrás la alegría de ser un serafín, que esta generosidad de carácter era producto combinado de un corazón bondadoso y la natural distancia en divinidad entre ambos, que no hacía sino causar admiración y un noble sentimiento de responsabilidad para con quienes eran superiores en condición a él como creado, muy a pesar de que desde el inicio le había parecido extraña la manera tan informal, tal vez irrespetuosa a primera instancia pero entrañable y honesta según ella, con la que él se le dirigía.

Reconoció con prontitud, aunque sabiendo de pronto que él estaba a punto de decir algo ante la ausencia de una respuesta suya, que era esa honestidad lo que más le agradecía a él después de todo el auxilio que le había prestado. Por más que le incomodase a esa vena de presunción suya, Miguel le había transmitido una muy necesaria seguridad y confianza; no sin omitir correspondientes confusiones y asombros sobre él y la creación misma, cuyas diferencias con aquella que había conocido se hacían más y más aparentes con el pasar del tiempo. Siendo la honestidad una virtud preciada para él, deseó retribuirle a él sin importar que esto pudiese cerrar distancia entre un ser como ella y un creado.

— Todavía existen rebeldes que gozan de libertad para existir en la creación. — contestó ella con suficiente vergüenza como para desviar por instinto su inexistente mirada del rostro de Miguel. — En ocasiones, solamente puedes percibirlos como meros espectros y sombras tristes de lo que alguna vez fueron; los escuchas en el aire de la madrugada, los observas como formas negras en las esquinas o simplemente son visiones irreales en el horizonte, son apenas remanentes, a veces es difícil saber dónde están porque apenas nos muestran señales de su existencia, y solo nos encargamos de ellos cuando provocan algún daño. — indicó haciendo una pausa. — Insurrectos como Soneilón… o Gresil, malditos sean mil veces y por siempre sus nombres, se hallan todos encerrados o fueron destruidos tiempo atrás por la justicia de nuestro padre. — añadió haciendo el esfuerzo de colocar su inexistente mirada en la cara de él. — Esta es la primera ocasión que acontece siendo yo custodia de los vencidos.

— No debes sentirte así, estoy seguro de que es la primera vez porque eres buena en tu trabajo. — contestó él buscando las palabras para hacerlo sin incluir un chiste sobre una racha perfecta y accidentes laborales, levantándose del suelo. — Creo que me estoy repitiendo, y entiendo que no todos los demonios hayan sido capturados aún o que todos sean igualmente peligrosos, pero no deberían castigarte por algo como esto si es literalmente la primera vez que te pasa, y es literalmente la primera vez que sucede en mucho tiempo. Es tu primer error en… siempre, ¿no?

— Mi primer error en seiscientos años. — respondió con incluso más vergüenza al mismo tiempo que volteaba de nuevo la cara hacia la dirección del suelo. — Que es precisamente la misma cantidad de tiempo que he portado el cargo como custodia de los vencidos; un tiempo excesivamente corto al compararse con el resto de los milenios en los cuales serví dentro de distintos cargos en el ejército de nuestro padre. — realizó una pausa breve para volver a organizar sus pensamientos. — Te debo honestidad, así que confieso que intercederé por ti porque eres solamente un creado, y aunque tus palabras son más reconfortantes e inspiran confianza en tiempos tan turbios como estos, quien decidirá mi suerte no eres tú, sino nuestro padre; mi suerte está subyugada a si estoy preparada para este puesto, y ahora no puedo sino dudar de que lo esté.

— Sí, en cuanto mencionaste seiscientos años pensé que no era mucho tiempo para un ángel. — respondió Miguel con mucha curiosidad mientras pensaba en qué decir sin sonar repetitivo al mismo tiempo que consideraba cómo sentirse al respecto de las palabras de Sara. — Puede sonar raro, pero me sorprende que lleves poco tiempo como custodia, al menos relativamente. Yo pensé que fuiste… — hizo una pausa para decidir qué palabra utilizar. — creada para serlo, o sea que desde siempre tuviste el puesto, no sé por qué.

— Es halagador que pienses así. — contestó el serafín sintiéndose genuinamente halagada. — Pero cometes un error al pensar que en la mayoría de las ocasiones a través de toda la historia de la creación, e incluso detrás de esta, los designios y providencias de nuestro son de una naturaleza sencilla de comprender.

Antes de que existiese la creación y la necesidad de medir el paso del tiempo, en los inacabables eones en los que todo lo que podía entenderse había sido verdadero desde hacía épocas infinitamente largas, tan solo existían dos grandes divisiones en la Legión Santa del Reino Celestial. Dos capitanes estaban al mando de éstas, y obedecían a un comandante supremo, el cual al mismo tiempo derivaba su autoridad de la voluntad del creador de todo, la cual estipulaba con sencillez que el deber de sus hijos era defender con a toda costa el reino y montar guardia en la frontera con el cosmos inmaterial que yacía en los límites de la existencia, no importando cuanta sangre debiese derramarse y plata quebrarse para lograrlo.

— Antes de la rebelión, nuestro padre había confiado el mandato de la Legión Santa y las custodias Celestial y Exterior a sus hijos más amados. — dijo Sara con notable amargura mientras se preparaba para explicar con tanto detalle como le fuese posible.

— Durante una eternidad le fueron fieles a nuestro padre, pero cuando se nos fue develado su voluntad de hacer existir a la creación y nuestro papel como los servidores de sus habitantes, sus corazones se llenaron de una envidia corrosiva y un abrasivo deseo por el poder, malditos sean por siempre sus nombres.

Solamente unos cuantos ángeles se han tomado el tiempo para meditar si quizás fue un acto de inacabable misericordia y paternal esperanza que el creador no decidiese ordenar la aniquilación absoluta de todos los rebeldes que sobrevivieron los millones de años de conflicto en el momento en que estos fueron expulsados del Reino Celestial y terminasen varados en la creación, o si por otra parte, tan solo fue un movimiento más de eternamente complejo y ambiciosamente perfeccionado plan último que el arquitecto máximo tiene preparado para el todo; tal vez, pensarían inclusive menos ángeles, el que fuese la tercera parte del tercio que se levantó en armas contra su padre, y que tan solo uno de los caciques de esta insurgencia pereciese ante la ira de sus hermanos mientras que el resto de los supervivientes fuesen perdonados, pertenecía a una red de hechos y concesiones más allá de su entendimiento, cuyo estudio era inútil por cuanto se pudiese deducir jamás correspondería a las altas conclusiones del intelecto último de Dios.

Independientemente de la razón para que esto sucediese, en una noche que tan solo se recuerda por ser aquella en la que aconteció al mismo tiempo la tormenta eléctrica más monstruosa en toda la historia de la creación y la expulsión definitiva del reducido, pero todavía gigantesco, enjambre de lo que alguna vez fueron hijos de Dios; ahora tan solo reductos espirituales, corrompidos por sensaciones recalcitrantes y una ambición de tanto poder como venganza que no hizo sino magnificarse en lo que quedaba de sus almas al contemplarse varados en el plano que por tantos eones habían luchado por reinar y sobre el que vivirían los seres, cuya simple visión les causaba desde asco hasta lujuria, a los que con tanto anhelo deseaban esclavizar, dominar, consumir y destruir.

— No se debería juzgar como ignorante a quien en ese momento de la historia asumiese que los rebeldes no seguirían otro curso más que el de su propia destrucción en un acto final de canibalismo por el poder; tal vez incluso, que sencillamente se desvanecerían y retirarían a los agujeros más profundos de la creación para por siempre yacer sofocados en vergüenza e impotencia. — continuó Sara, viéndose interrumpida no por la intervención de Miguel, sino por saber espontáneamente que este sentía curiosidad por la jerarquía de los derrotados; juzgando entonces, que era mejor que alguien como él, apenas enterado de la gloria de su padre, supiese de los peligros de perseguir ese conocimiento por las razones incorrectas. — Su nombre solo puede ser pronunciado por los labios apropiados y con el objetivo de maldecirlo mil veces; los míos apenas y pueden con el descaro de hacerlo, así que jamás quiero escucharte decirlo. — dijo con bastante seriedad y una preocupación alarmante. — ni mucho menos buscarle, ¿lo entiendes Miguel?

— Lo entiendo. — contestó él con una emergente preocupación similar, especialmente porque se hacía una idea de quién se estaba refiriendo ella. — Te prometo que no invocaré nada, ya sé de antemano que no es buena idea.

— Mis hermanos colocaron sus esperanzas en que los insurgentes se destruirían entre sí tras la destrucción de Lucifer, maldito sea mil veces, — afirmó ella no del todo convencida por Miguel, y pronunciando aquel nombre con un tono mustio. — Pensaron que incluso si Belcebú, maldita sea mil veces, unificaba a los insurgentes restantes bajo su mandato sin terminar guerreando con Astarot, maldito sea mil veces, por el derecho a ser el cacique único de la rebelión, sería una fuerza tan patética que no se necesitaría más que un último golpe de gracia para destruirlos. Resulta la más grande de las tragedias que se hayan equivocado tan gravemente.

Con el lento pasar de los milenios se multiplicaron en absoluto secreto y siempre huyendo de la mirada inquisidora de la luz de su padre y quienes antaño fueron sus hermanos, fermentándose en un caldo de pecados dentro de las profundidades más oscuras y estrechas que pudieron hallar en la creación, convirtiéndose poco a poco con el paso de los años en un cáncer negro y ruin que apenas y aparentaba, necesitándose de mucha imaginación e ingenuidad, las criaturas divinas que alguna vez habitaron el reino celestial; los más sencillos guerreros y servidores eran apenas manchas deformes que cargaban en su ácido interior tanto huesos como músculos rotos, mientras que los insurgentes de más alto rango conservaban una forma semejante, para los ojos poco entrenados y llenos de esperanza, a la que alguna vez se les fue concebida por mero descaro y despecho orgulloso contra su padre.

Los hermanos de Sara se habían equivocado al suponer que una guerra civil se libraría entre Belcebú y Astarot por la posición como comandante supremo de toda la insurgencia, y que de esta solo habría un regicidio y una fuerza mucho más sencilla de derrotar si fuese necesario hacerlo; realmente sucedió algo que su condescendencia y aberración por sus antiguos familiares les impidió ver, pues ambos capitanes decidieron no comenzar pelea alguna y trabajar de manera similar a como lo habían hecho siendo líderes de las custodia del reino de su padre.

Es probable que ambos acordasen esto con la secreta intención de inevitablemente subyugar al otro, quizás incluso al mismo tiempo que mantener orden y cohesión entre las huestes con la esperanza de que su hermano regresaría algún día de entre las cenizas para retomar su lugar como capitán supremo de todos los ángeles expulsados, pero sin importar cuál fuese el caso, la diarquía les permitió concentrarse en esconderse sin ser hallados por luz alguna y recuperar poco a poco las fuerzas entre el sudor de su malicia para cumplir con un objetivo único.

Fue mediante una impresionante demostración de retórica y voluntad de sus nuevos caudillos, casi siempre contrarias a la violencia sin sentido que sus hermanos esperaban que utilizasen como único método de control, que esta nueva sociedad de rebeldes obtuvo un propósito común. Ya no se contentarían con desobedecer las órdenes de su tiránico padre y rebajarse a ser tan solo simples intermediarios entre él y seres tan inferiores en naturaleza que su mera existencia era una indicación de insanidad burlona del arquitecto del todo. Belcebú, antigua capitana de la Custodia del Reino Celestial y ahora primer cónsul de los demonios, tenía como objetivo definitivo la corrupción del plano material en el que se hallaba atrapada; Astarot, antiguo capitán de la Custodia de la Frontera y segundo cónsul, se encaminaría a la destrucción del ánima de los creados.

— Todos los rebeldes tienen una manera particular de corromper a la creación y los creados, es una diversidad tan grande y horrible que en ocasiones parece que cada uno pretender un objetivo distinto e incluso en conflicto con otros; algunos, por un lado, recurrirán a la masacre animalística y esporádica para acabar con los tuyos, mientras que otros prefieren emanar vapores corrosivos o desatar plagas cada cierto tiempo. — señaló ella cruzando los brazos e inspirando cierta grandeza en su seriedad. — Pero el propósito de todos es el mismo: corromper y dominar cada vez más, hasta que la creación sea un espejo de sus corazones negros y estériles, y los creados sean reducidos a meros esclavos, subyugados a las voluntades de sus nuevos amos con una mezcla profana de torturas, placeres e ilusiones de grandezas materiales. — finalizó con preocupación, pero después añadiendo una nota por creerla necesaria. — Un esfuerzo inútil que jamás habrá de cumplirse, debo añadir con certeza y felicidad, pero que todavía intentan con cierto progreso. Es por ello por lo que es menester que tú… que los creados, jamás pretendan entrometerse con fuerzas que no harán sino cegarlos y conducirlos por una ruta que los desprenderá de toda visión de la luz de nuestro padre; entiéndelo muy bien, necesito que lo hagas.

— Está bien, lo entiendo. — contestó él sintiendo correr por su cuerpo algo de la preocupación que demostraba el serafín, pudiendo incluso observar un dolor en extremo profundo y antiguo en la expresión de su rostro, lo cual Miguel interpretó como una respuesta natural ante la idea de que algo destruyese lo que ella representaba y valoraba más; una expresión que agudizó la idea de que ella realmente era mucho más distinta de él en esencia de lo que la apariencia mostraba, cosa que le hizo preguntar una cosa. — ¿Qué pasó después? Estoy suponiendo por cómo lo dices que fue algo horrendo cuando dejaron de esconderse.

La humanidad nació al abrir los ojos por primera vez durante el mediodía más hermoso que hubo en toda la historia de la creación, y lo primero que hizo fue observar durante muchas horas un cielo prístino e interminable, de azul celeste que invitaba al amor y la maravilla, coronado con apacibles y lentas nubes que hacían eternos viajes por este páramo; lo segundo, tras averiguar que podían moverse y razonar, fue contemplar un oasis repleto de vida y algarabía, donde cada cosa, desde los árboles que mecían sus hojas con juventud hasta los animales que rondaban en armonía por las colinas y ríos, fomentaba su recién descubierta imaginación e inspiraba nobleza en sus almas inmortales, y fue justamente esta inocencia de carácter y el regalo de una voluntad sobre la cual su creador e hijos solo podían aconsejar y guiar, mas no controlar, las cosas que los desterrados utilizaron para hacerlos caer en desgracia y ser expulsados del Paraíso.

Por supuesto que los hijos del creador no tardaron mucho en conocer las razones por las que la humanidad desobedeció con tanto ímpetu las órdenes de este, comprendiendo que ellos fueron llevados por a esto mediante una estratagema de engaños y tentaciones llevadas a cabo por los hermanos quienes daban por olvidados y ya ni siquiera reconocían como tal. Escabulléndose y burlándoles al adquirir la forma de vapores y criaturas ponzoñas consiguieron presentarse a los creados como heraldos de la verdad y libertad, y con el pasar de las eras convencer a algunos de someterse a sus órdenes, disfrazándolas de tal manera que estos creyeron que se eran deseos y anhelos suyos.

Al principio tuvieron que ser sutiles para no ser descubiertos de inmediato por la luz de su padre y la espada de sus hermanos, escabulléndose en las noches con diversidad de formas e incitando una vez más a la humanidad a conocer los pecados, en ocasiones susurrándolos al oído como dulcísimas palabras pero también inyectadas con violencia en las entrañas. Muchos fueron descubiertos y aniquilados con facilidad, alertando cada vez más a la Legión Santa de este problema, pero aquellos que se mantenían en las sombras hacían crecer cada vez más un miasma, uno que cada vez tardaba menos en aumentar su masa, y que terminó por reventar una noche trágica y lastimera, una que determinaría el propósito completo de los hijos del creador.

— Comencé a existir al abrir mis ojos durante la medianoche más horrible que he presenciado, y me atrevo a decir que también la más espantosa que ha habido en toda la historia de la creación. — dijo Sara con el mismo tono, pero esta vez agregando un forma de pronunciar estas palabras que denotaba una indeseada nostalgia, pero también cierta emoción al finalmente haber llegado al punto de toda su explicación.

— Lo primero que hice fue observar la destrucción de Sodoma y Gomorra desde la distancia mientras yacía en el aire, yo era un arcángel y no fue sino hasta que logré apartar mi mirada de aquel horror que pude entender y obedecer las instrucciones que se me dieron en el momento de obtener consciencia. — continuó girando por un segundo la cabeza para no mirarlo de nuevo. — Ese fue mi primer recuerdo: llamas y cenizas devorando las ciudades mientras gritos se podían oír incluso desde donde estaba, y las…

— ¡Debió ser horrible!, quiero decir, he escuchado de eso pero supongo que nada le puede hacer justicia por la manera en que hablas de ello. — interrumpió Miguel, quien para ese punto no se tomó la molestia de preguntar por y confirmar la existencia de las ciudades.

—  Quizás necesite aclarar que solamente lo recuerdo como una visión de interminable atrocidad porque me causó una impresión enorme al tratarse de lo primero que contemplé y recuerdo. — continuó sin preocuparse de la interrupción al estar sumergida en los detalles de su memoria. —  Muchos de mis hermanos comenzaron a existir al mismo tiempo que yo para servir bajo órdenes de Sariel en la recién instaurada Defensa de los Inocentes, una armada que nació junto conmigo al ser comprendido que los rebeldes no pararían sino hasta sumergir a toda la creación en las mismas tormentas de muerte y sufrimiento que ahogaban a las ciudades, jamás se ha vuelto a repetir un holocausto de tal magnitud, y espero que jamás vuelva a suceder en el resto de la historia pendiente para la creación. — finalizó ella por un instante.

— Pude haber hecho una mejor síntesis de estas palabras, pero espero hayas entendido que soy joven a comparación de la mayoría de mis hermanos, no he existido durante una parte importante y trascendente del infinito tiempo del Reino Celestial, y aun así se me otorgaron responsabilidades de gran importancia gracias a mis méritos, incluso si ayer se demostró que todavía pueden estar por encima de mis capacidades.

— Sé que ya no quieres escuchar esto de mi parte, pero creo que no debes rendirte tan fácilmente, o por lo menos no dar por hechas cosas que todavía no suceden. — contestó Miguel una vez más con ánimos en sus labios. — Tú misma lo dijiste, creo que dijiste que ni tú ni yo podemos decir qué nos depara el futuro; solamente Dios, entonces tampoco debes de asumir que va a suceder algo terrible… Sí, de la misma forma en que no sabes si nos van a perdonar o te van a perdonar, tampoco sabes si van a castigarte o quitarte el puesto, ya sabes qué te quiero decir, no te rindas tan rápido.

— Una vez más, agradezco tus palabras. — respondió Sara impresionada por él, no habiendo pensado antes en su dilema con esa lógica debido a un pesimismo alimentado en la vergüenza de su condición herida; la esperanza que sus visiones le habían conferido renació una vez más en ella, incluso sin haber hallado nada en la cámara. — Ninguno de los dos encontramos algo de utilidad en esta cámara, así que es necesario…

— Me gustaría que continuaras tu historia. — interrumpió Miguel de nuevo con algo de nerviosismo ante su repentina asertividad.

— ¿Mi historia?

— Sí, tengo curiosidad de saber qué pasó durante eso de Sodoma y Gomorra. — contestó reflejando este sentimiento en el tono de su voz, sintiendo además la necesidad de saber sobre la vida temprana de su compañera. — Mencionaste que eras un arcángel al principio, ¿no?

— Me halagas al interesarte por mis recuerdos. — contestó tras soltar una risa corta pero llena de honestidad y alegría, algo fuera de lugar para él. — Fui creada como un arcángel al servicio de las fuerzas de nuestro padre, efectivamente.

Fue cuando llegó la medianoche que la luna y estrellas desaparecieron del firmamento al ser ahogadas con los lamentos lastimeros que asfixiaban el aire de las ciudades y por los tornados de fuego que consumían todo cuanto se interponía en su trayecto de desolación. En ese instante las calles yacían inundadas con océanos de sangre maculada con azufre, pus, cabello y vísceras de todo tipo; los cadáveres, fuesen de pecadores o inocentes, se apilaban por todas partes y amenazaban con convertirse en pirámides y altares tan altos como las murallas que alguna vez protegieron a la ciudad. La devastación de Sodoma y Gomorra fueron las únicas luces que se podían percibir en el mundo durante incontables minutos, y fue gracias a esta amarga vela que la Legión Santa supo que dentro moraban ya contingentes enormes y apocalípticos de insurrectos, a quienes jamás habían vuelto a ver en tal magnitud desde su expulsión, actuando como monarcas de la muerte y heraldos de la corrupción.

Ismasarazarael obtuvo una consciencia al mismo tiempo que los instintos y conocimientos necesarios para servir como un arcángel, comenzando a existir junto con esta nueva categoría de ángeles y una armada compuesta por millares de efectivos con las instrucciones de terminar definitivamente con la amenaza que los insurrectos demostraron ser para la creación. El primer momento de su ser lo dedicó a la contemplación impactada de la escena que yacía frente a ella, más en el segundo comenzó a sentir una luz en el corazón que la llamaba de manera irresistible a la lealtad y abnegación, al mismo tiempo que hacia la orgullosa necesidad de siempre tener el objetivo único de ser soldado y guardián definitivo de la creación.

Todos los saberes de una realidad que le precedía por una cantidad interminable de tiempo, en la mayoría de los casos siendo tan enorme la distancia que la separaba de estos que le tomaría años comprenderla plenamente, comenzaron a llegarle como una cascada indómita y turbulenta. Uno tras otro se le presentaban los eones en la memoria con absoluta fidelidad, como si ella hubiese estado ahí para presenciar cada uno de ellos, y a una velocidad tal que Ismasarazarael decidió ignorarlos y concentrarse solamente con la fuerza de su corazón en completar su misión, inclusive obviado a todos los hermanos que ahora volaban a velocidades estridentes con espada, lanza y escudo en mano en dirección a Sodoma y Gomorra.

— Escuchamos una simple instrucción de nuestro capitán, pero esta no consistía solamente en arribar a las ciudades y comenzar a derribar cualquier insurrecto que nos encontrásemos. — afirmó Sara haciendo una pausa y comenzando a hacer señas con las manos como si estuviese dando instrucciones frente a un pelotón al mismo tiempo que de ella salía una voz potente y masculina que no le pertenecía, la cual alteró a Miguel al punto de hacerlo dar pasos hacia atrás meramente por la sorpresa, notando rápidamente que esta voz inspiraba valor y algo de obstinación incluso sin saber qué decía. — ¡Adelfoí, écte dimiourgiteí gia na cisimésete os i protoporía pou bríscetai anámesa esto anótato érgo tou patéra más cai estis dinámeis tou apólitou cacoú cai tis ágnoias pou den epidiócoun típota álo apó tin plíri diaftorá estin omorfiá cai tin catastrofí esto ieró! — dijo ella con la intención de continuar, la cual solo se vio frustrada por recordar que él no entendía nada, por lo que decidió resumir un discurso con su propia voz. — ¡Lo siento! Esas fueron las palabras que el capitán Sariel pronunció en el momento de descender sobre la ciudad; la parte más importante de nuestra misión no era el combate, sino proteger y escoltar a los supervivientes, los que mereciesen ser salvados, — añadió rápidamente. —hacia la ciudad de Zoar para montar una defensa ahí.

— Seguro, creo que me suena de algo. — respondió Miguel todavía sin haberse recuperado del todo de aquel hecho sobrenatural.  

No era sencillo distinguir dónde terminaba la devastación y comenzaban los cuerpos abominables de los demonios, quienes se camuflaron entre los edificios destrozados y charcos de sangre calcinada para emboscar mediante ilusiones a muchos de los hermanos de Ismasarazarael, quienes terminaron su breve existencia divina confundidos y mutilados de formas indescriptiblemente horribles. En varias ocasiones a lo largo de la eterna noche, la joven arcángel fue asaltada desde esquinas ensombrecidas o tejados a consumidos por las llamas, golpeada traicioneramente y punzada por todas partes incluso por un todavía desconocido Soneilón, a quien ella hizo retirarse a su escondite tras conseguir asestarle un corte en dos ojos; sus fuerzas disminuidas hacia el final, pero todavía suficientes para volar y llevar entre brazos familias enteras hacia la seguridad, así como también su voluntad indómita para cumplir con su misión y actuar junto con sus hermanos como una sola unidad, les permitieron avanzar poco a poco hacia el centro de la ciudad.

— Quizás estoy siendo indiscreta y presuntuosa al hablar de esta manera de mis méritos, — añadió en medio de su relato. — pero estos me permitieron avanzar con sencillez entre las filas de la Legión Santa. Muchos ángeles son creados para servir un único propósito durante toda su existencia, unos siempre han sido serafines, — comentó bajando un poco el volumen para recuperarlo en la siguiente frase. — pero otros pueden convertirse en seres de categoría cada vez mayor si así lo desea el perfecto juicio de nuestro padre, y para aquellos a quienes se destina esto, solamente la lealtad y mérito de más alta categoría te conceden una naturaleza superior, ¡como en mi caso! — anunció con orgullo sosteniendo la mano en el pecho. — En tan solo unos milenios se me concedieron los ropajes y responsabilidades de ser potestad en recompensa por mis méritos en batalla y al rendir respeto a nuestro padre… Pero me desvío.  

Terminó siendo imposible que la vanguardia de arcángeles se movilizase a través de las inexorables callejuelas de Sodoma sin tener que hacer un sacrificio con cada paso que daban, muchas veces de tan solo algunas gotas de sangre plateada pero también en múltiples ocasiones de las vidas de docenas de sus hermanos. Eran golpeados por todas direcciones, y ni siquiera el cielo era una ruta segura para movilizarse por la cantidad de flechas y piedras que les caían encima, separándose de la destrucción solamente gracias a sus escudos y la fiereza visceral que caracterizó desde ese día a todos los arcángeles, y en parte también por la mera presencia divina de Sariel, cuyo rango como serafín podía observarse en el brillo de su ser y sin siquiera percatarse en las alas de su rostro.

Poco a poco, sin embargo, se abrieron paso entre cuerpos de demonios que se deshacían en espumarajos de azufre con punzadas de lanza en sus intestinos y creados seducidos a pelear por los insurrectos que para lástima de todos, muchos no pudiendo contener las lágrimas que les causaba tener que acabar con quienes habían fallado en proteger, debían ser detenidos de inmediato, como a un animal enfermo con la rabia, la mayoría ni siquiera entendiendo bien qué era lo que les había partido el corazón antes de perecer y sucumbir en las tinieblas eternas. Entonces ya era evidente que la decadencia del lugar no se debía solamente a la recién devastación, sino también a una bien plantada perversión del alma que los insurrectos habían sembrado en los habitantes de la ciudad, y muchos de esos hombres habían perecido en vida frente a las mentiras de los insurrectos mucho antes de ese día.

Mientras más se acercaban al centro de la ciudad resistían contra menos oposición, por más extraño que esto pareciese y aparentase ser un embuste más de las fuerzas rebeldes, más toda la confusión y múltiples expediciones hechas con prontitud en territorio hostil para encontrar y rescatar a los creados que todavía yacían en esa zona, les obligó a aceptarlo como una providencia de su creador. Solamente cuando llegaron a lo que alguna vez fue una plaza tan grande como para hospedar mercados y parques, supieron que toda la fuerza contra la que chocaron durante horas no les estaba impidiendo avanzar cual soldados apostados en un bastión, sino que simplemente les golpeaban como una estampida despavorida que huía de aquel lugar, y los arcángeles no tardaron en saber de qué huían. Ismasarazarael observó desde la segunda fila, y con una sorpresa compartida por el resto de los arcángeles, que su hermana Keshandra yacía encima del destronado Astarot y le propinaba espadazos mientras gritaba con manía y espanto desde hacía tanto tiempo que comenzaba a hundirse entre la pulpa carcinógena de músculo y hueso negro que ahora era el pecho del demonio que había propiciado la caída de las ciudades.

— Mi hermana se hallaba sumida en un trance de violencia desde hacía bastante horas, dado que había arribado a Sodoma mucho tiempo antes de que comenzasen los primero disturbios en ella y los incendios de Gomorra ardiesen con tanta intensidad que terminasen por propagarse a ambas ciudades; ella no estaba con nosotros, y habíamos ignorado su presencia en favor de estar alerta durante el combate. — aclaró Sara con una voz de tristeza y pesadumbre nostálgica. — En ese entonces solamente era un ángel que cumplía una misión como mensajera entre nuestro padre y algunos creados de la ciudad… Sus prendas blancas ya habían sido completamente maculadas con la inmundicia sangrienta de Astarot, stícoi pou… simaínei cárica forés, así como también multitud de insurrectos y no pocos creados corrompidos por las enseñanzas oscuras de estos.

Las manos del ángel estaban llenas de quemaduras por fricción y sus brazos tambaleaban cada vez más con cada uno de los golpes que asestaba sobre la carne molida de su enemigo, pero ni estos dolores ni la presencia de sus hermanos acercándose a ella con escudos y espadas al frente mientras le pedían recuperar la compostura le hicieron detenerse. Simplemente continuó hasta que pudiese asegurarse que el insurrecto no volvería a levantarse y ninguno de sus acólitos, especialmente aquellos que eran creados, se le acercaría en lo más mínimo. Tampoco había notado que estos habían escapado desde hacía tiempo, y solamente quedaban ella, sus hermanos y una familia que llevaba bastantes horas escondidas en un callejón mientras observaban con horror el trabajo de la mensajera de Dios, por tanto, solo debía seguir concentrada en lo primero hasta que todas sus fuerzas se extinguiesen.

Sariel fue el único que al comienzo se acercó a su hermana, pero tan solo unos cuantos metros y para que imperase su voz en un intento de hacerla entrar en razón y acatase sus órdenes de detenerse. Le siguieron otros arcángeles, la mayoría no acercándose tanto como lo hizo su capitán y repitiendo las mismas palabras que Keshandra era incapaz de escuchar; reaccionó, dando un último grito y soltando su espada para proceder a dar manotazos aterrorizados en la dirección de la que se sentía aprehendida, cuando Ismasarazarael le sostuvo el brazo con la que sostenía su arma y la acercó hacia ella para contenerla en un gesto similar a un abrazo. Cuando se tranquilizó, después de varios minutos de enérgica resistencia, su hermana la volteó y le pidió con tanta desesperación como afecto que se tranquilizase. La única respuesta del ángel ante la súplica de Ismasarazarael fue echarse a llorar con amargura sobre su pecho tras contemplar un instante los ojos de su superior, uno azul y el otro verde, mientras le pedía entre sollozos que escoltase fuera de la ciudad a la familia que la había intentado proteger al principio de la masacre.

— Desafortunadamente cometí un error al ser tan inocente, porque no procedí como era debido en esa situación. — comentó Sara con un cambio abrupto en la energía de su voz. — Mi hermana necesitaba responder ante el llamado de sus superiores y detenerse ante el riesgo de que la violencia echase raíces definitivamente en su corazón, y no simplemente porque la aprisioné… Es algo usual en ella no comprender del todo los valores que nuestro padre busca en nuestro comportamiento, pero por suerte no sufrió amonestaciones por su comportamiento.

— ¿Por qué hizo algo malo si acabó con quien inició todo? ¿Por qué estaba llorando? — preguntó Miguel casi al mismo tiempo, sin entender bien por qué el cambio en la narrativa y la lección que ella quería sacar con ella. — No pensé que los ángeles pudiesen llorar, me parece extraño sabiendo que ni siquiera saben beber… Supongo que fue por algo serio.

Sara pensó durante unos momentos cómo responder a las preguntas, siendo que la verdad era tan cruda y amarga que no soportaba que esta yaciese en su consciencia más que unos cuantos instantes. Consideró seriamente desviar el tema e intentar responder con alguna invención cómo un ángel podía llorar sin haber bebido ningún líquido en toda su existencia, pero terminó concluyendo pronto que la conversación que había iniciado para explicarle a Miguel el porqué de su inseguridad se había convertido además en una parábola sobre los riesgos de involucrarse en cualquier grado con los insurrectos. Parecía necesario que él escuchase sus palabras, debido a su enigmática ignorancia parcial al respecto de todos los conocimientos que los creados solían tener sobre su creador y las lecciones que este había impuesto como leyes a seguir tanto tiempo atrás, especialmente considerando lo cerca que había estado de un demonio y toda la curiosidad que había demostrado por ello; su imposición personal a ser honesta con él, no obstante, fue lo que la orilló finalmente a contarle las razones del llanto de su hermana a pesar de qué tan horrible le pareciese.

— Mi hermana fue atacada durante el cumplimiento de su misión. — dijo Sara sin ocultar el destrozo que le causaba decirlo. — Consumidos por una abrasadora ponzoña de lujuria, muchos creados intentaron tomarla y yacer con ella… Se libró de ellos sin dificultad, pero el pánico que le causó sentir sus ropas ser destrozadas por los tirones y la vergüenza del contacto con la piel la hicieron atacar a cualquiera que intentase acercarse a ella. — comentó todavía más dolida. — Es un milagro que no haya terminado con la vida de ningún inocente, y en cambio solo enviase a la perdición a rebeldes y su líder, siendo ella tan solo un ángel.

— Eso es terrible, Sara. — dijo Miguel cruzando los brazos e intentado sentir empatía por la víctima. — Debió ser todo un trauma para ella… Creo que recuerdo algo así en la historia de Sodoma y Gomorra, pero jamás pensé escucharlo de esa manera, tan personal, por decirlo así, todavía no entiendo por qué esa no fue la reacción correcta.

— Ciertamente fue víctima de una situación desagradable hasta el límite de lo soportable, y hasta cierto punto es entendible que su consciencia se haya nublado durante algunos instantes debido al ataque, pero sigue siendo un comportamiento que colocó en riesgo la seguridad de su alma inmortal, y la existencia de todos alrededor. — indicó Sara con el objetivo de enseñarle una lección más a Miguel. — Su respuesta ante la solicitud de nuestro capitán fue cesar de inmediato, y ciertamente cometí un error al evitar que esta se tranquilizase por su cuenta.

— Sí, creo que puedo entenderlo. — contestó Miguel sin poder entenderlo y tratando sin éxito de entender el razonamiento que manejaba el serafín. — Es cosa de autocontrol, ¿no?

— Es cosa de actuar con absoluta obediencia y respeto hacia las instrucciones máximas de nuestro padre. — afirmó ella con la severidad de quien da un golpe final a un argumento. — Nuestros corazones son insuflados por las llamas de la lealtad hacia el servicio y el cumplimiento abnegado y virtuoso de nuestro propósito en la creación; cualquier otra cosa, incluso las que los creados consideran bondadosas, están de más y en muchas ocasiones han causado el nacimiento de… han causado la caída de muchos hermanos míos. Sin embargo. — añadió tras una breve pausa. — la gracia de nuestro padre permitió a Keshandra continuar sirviéndole durante el resto de nuestra campaña contra los corruptores.

Incluso si las ciudades perversas terminaron descendiendo hechas ruinas a las profundidades inexorables del mundo, y con ellas una tercera parte del ya minúsculo remanente de la antigua rebelión, este hito solamente marcaba el inicio de una cruenta guerra, ya no de simple defensa y respuesta contra las pequeñas andanzas de los insurrectos sino una de ofensa y exterminio contra ellos, un conflicto que se alargaría durante milenios, y cuyo objetivo no era otro sino el alma inmortal de la creación. Casi todos los rincones conocidos del mundo fueron campos de enormes batallas en algún momento, e incluso muchas ciudades a través de la historia terminaron por convertirse en sitios donde se dieron devastadoras y secretas guerras de lento hastío durante siglos completos, ambos bandos perdiendo tantos números que es imposible cuantificar siquiera un aproximado.

Ángeles de todos los rangos uniéndose al bando enemigo tras caer en sus mentiras, diminutas pero potentes guerras civiles entre la última cacique de los demonios y aspirantes al trono e incluso los rumores de insurrectos que por arrepentimiento y con una particular devoción oscura al martirio parecían pelear una secreta guerra en contra de sus antiguos compinches para obtener el perdón de su padre, todas esas cosas hacían complicada la labor de realizar una historiografía de una guerra que parecía eterna. Sin embargo podían precisarse tanto su inicio como el final de las hostilidades, al menos aquellas capaces de devastar ciudades y quedar grabadas en las mitologías paganas de los creados.

— No es correcto hablar de una última batalla, puesto que este es un conflicto que será perpetuo y solo verá su final durante los últimos de la creación. La guerra continúa, y se enfoca en detener contundentemente a cualquier rebelde que pretenda adquirir poder para solventar su estado patético y alzarse como una amenaza seria. — dijo ella con cierta alegría para luego agregar con vergüenza. — Así mismo en evitar que los vencidos rompan su encierro; Soneilón fue vencido hace seiscientos años junto con la cacique de la insurrección, la primera yace bajo las ruinas de una ciudad y al segundo lo derroté y escondí aquí, considerándola tierras lejanas e inhabitadas.

— Bueno, es un alivio saber que solo debo preocuparme de demonios pequeños. — respondió él resistiendo la tentación de preguntar dónde estaba encerrada Belcebú y anticipándose a la respuesta de Sara con un añadido. — Más bien, debo preocuparme más por ellos que por los de mayor rango; por eso, supongo que debo agradecer tu servicio, seguramente fue una batalla destructiva.

— ¡Gracias! — fue lo que pudo responder ella ante la sorpresa que le causó la idea de recibir un agradecimiento en una forma que no llevase una connotación religiosa, teniendo que responder eso y sin poder debatir si ello consistía una suerte de idolatría. — Pero te equivocas si supones que solamente yo merezco alabanzas por haber mermado fatalmente al contingente rebelde y encerrar a su cacique durante esta batalla, ese triunfo le corresponde de hecho al capitán Gabriel, — dijo sintiendo gusto al pronunciar ese nombre. — Mi hermana Keshandra… la totalidad de la Legión Santa hizo un trabajo idéntico o superior en mérito, yo simplemente actué conforme a mi título de principado y mariscal guardián del pueblo de Roma. — afirmó sin disfrazar el orgullo pese a que intentaba comunicar lo opuesto. — Fue un triunfo de la Legión Santa… ¿Quizás ese fue mi error? ¡Y pensar que haber capturado a Soneilón antes de que escapase, y mis méritos en la batalla me hicieron merecedora del cargo como serafín ese día, vaya imprudencia que fue la mía!  Es probable que haya cometido una falta al actuar sola y no convocar a todo el ejército de mi custodia… ¡¿Opáteras, étsi?! — gritó súbitamente al techo de la cámara al tener esta revelación y sin recibir respuesta alguna.

— No lo creo. — dijo Miguel tras un momento de silencio y tras haber comprendido la idea que ella había dicho en otra lengua.

— Tampoco pienso que se trate de ese error. — confirmó ella para después añadir con una determinación a seguir buscando que al principio se confundía con resignación. — Mencioné anteriormente que ninguno de los dos hemos encontrado nada de utilidad dentro de esta cámara, y no pienso que siquiera haya algo para ayudarme a entender cuál es mi encomienda. Siendo ese el caso, es mejor retirarnos… e intentar meditar en otra solución.

— ¿Estás segura? — preguntó Miguel preocupado ante la idea de que su única propuesta no hubiese sido de utilidad, recurriendo en ese momento a decir lo primero que se le ocurriese a su imaginación. — ¿Qué tal si hay… una pared falsa, o quizás una compuerta que nos lleve a un sótano; quizás incluso, a un ático por llamarlo así? Ahí podría haber algo, quizás esa pista que buscamos… ¿Qué hay de la vasija?… ¡Ya sé, qué tal si debemos unirla! Quiero decir, yo la rompí y no se ha deshecho como la del conejo, podría ser que eso significa que hay que unirla.

— Me temo que es inútil, todo cuanto puedes observar es lo que depara esta cámara; yo misma, en compañía de algunos de mis hermanos, estuve presente cuando fue ahuecada y condicionada para salvaguardar al rebelde. — contestó Sara negando con la cabeza. — En cuanto a la vasija, tampoco es posible reensamblarla. Solamente quedan los pedazos más grandes, el resto se transformó en un humo minúsculo y no hay esencia que pueda mantener unida además del alma del rebelde. Lo intenté hace un rato. — dijo ella haciendo el ademán de sacudirse el polvo de las manos y hombros.

Sara planeaba irse del lugar lo más pronto posible, y razonó que la distancia que la separaba de la salida era suficientemente corta como para valerse de sí misma y avanzar sin mayor dificultad hacia esta, más su intelecto se vio traicionado con crueldad por su primer instinto en una forma tan atroz para ella y su orgullo que no pudo sino percibir con horror cada instante que duraron sus movimientos sin poder anularlos, terminando por sentir el rostro en llamas al ofrecer su brazo a Miguel en señal de que necesitaba escolta. Fue sencillo para él notar la confusión y vergüenza del serafín, pero esto no le impidió sujetar su brazo y llevarla hacia la salida, aceptando que efectivamente no había nada para ellos ahí y era mejor irse cuanto antes, tampoco evitándose felicidad al hacerlo.

Caminaron hacia la tienda con un desanimo notable, pero todavía con la voluntad suficiente para intentar cuantas veces fuesen necesarias y con todas las ideas que se les pudiesen ocurrir hasta dar con aquella que resolviese el misterio. Sara, quien era la que hablaba con más decaimiento pero a la vez mayor resolución a encontrar el camino a su hogar, insistía en que debía haber otra opción; Miguel, apoyándola con ideas sueltas y comentarios poco inspirados, trataba de hallar alguna solución al conflicto pese a su ahora poco inspirada creatividad, realmente intentaba ser de ayuda, pero secretamente solamente deseaba disfrutar de que asumía se trataba solamente un permanente asombro por su presencia, intriga por su naturaleza y el extraño deseo de permanecer cerca de ella.

Permanecieron callados durante buena parte del camino y solamente interrumpían los sonidos de sus pasos cada que uno proponía una nueva idea respecto a qué era lo que debían buscar, pero ninguna sobrevivía mucho tiempo en el aire y era de inmediato refutada de una y otra forma por el otro, especialmente en el caso de las propuestas de Miguel pero también habiendo casos donde su compañera ingeniaba una supuesta respuesta para ser de inmediato cancelada por ella con ademanes de quien disipa un humo, como si realmente pudiese ver sus palabras frente a ella y moverlas con un simple movimiento de las manos.

Después de pasar cerca de los matorrales en los que se había escondido Miguel, este tuvo una última idea que mantuvo en la cabeza durante unos segundos tanto en búsqueda de cualquier fallo que Sara pudiese hallarle como en la contemplación del cómo no se le había ocurrido. No le pareció que estaba a la altura de una revelación divina, pero solamente pudo imaginar que ella tendría alguna razón desconocida para desechar su idea, por lo que la comentó sin poder contener cierta emoción, inclusive halando suavemente el brazo de Sara para detenerla.

— Se me ocurre que esto tiene que ver con tu trabajo como custodia, pero no por lo que dijiste hace rato, sino porque tu misión todavía no ha terminado. — comenzó a explicar haciendo gestos para sí. — Quizás no te están castigando por haber fallado o algo así, sino que todavía tienes razones para estar aquí, y supongo que tiene que ver con un demonio encerrado… ¡Quizás uno está a punto de ser liberado, o quizás descubierto, supongo!

— Tu propuesta me convence bastante, Miguel. — respondió ella con enérgica preocupación y preocupación tras llevarse la mano a la barbilla, fruncir el ceño y hacer una pequeña pausa. — ¡Debes tener razón, es cierto, la liberación de otro rebelde es inminente y se me ha encomendado evitarla para así demostrar mi valía y fortaleza como custodia de los caídos!

— ¿Sí, entonces estás convencida de que alguien más va a ser liberado pronto?

— En mi condición actual no tengo manera de saber dónde y cuándo sucederá, pero si estás en lo correcto tiene que ser en la custodia más cercana a este punto de la creación… ¡Tiene que ser eso: impedir que sea liberado, o quizás enfrentarme a él incluso con mis heridas y sin más armamento que mi espada y mi voluntad! — indicó con todavía más entusiasmo y nerviosismo, siendo esta la primer idea que le parecía dentro de su alcance.

— Espera, ¿qué quieres decir que incluso con tus heridas, de qué estás hablando? — preguntó él con casi los mismos gestos de intriga y con mucho desconcierto. — No puedes pelear ahora mismo; sé que tienes la fuerza y resistencia de mil hombres, o algo así, pero no vas a sobrevivir si se repite lo mismo que pasaste con Soneilón.

— ¡Malvado! ¿Acaso me predispones al fracaso y juzgas mi condición como insuficiente para sostener un combate en servicio de mi título? Incluso si ese fuese el caso, me es imposible no actuar en caso de que sea liberado un insurrecto; sin ejército, incluso sin el mío, si llega a suceder… ¡Debo actuar con prontitud! — afirmó con determinación y orgullo, sin hacer detenerse en ninguna palabra y comenzando a hablar solo consigo.

— Solamente digo que no deberías irte en este momento a donde sea que pueda suceder, solo porque te convenció la idea, porque siento que estás a punto de salir corriendo. — contestó Miguel, queriendo añadir algo más pero siendo interrumpido por el serafín.

— Me convence tu idea porque es más coherente que he escuchado hasta ahora. — dijo ella mientras le daba vueltas a la posibilidad una y otra vez dentro de su cabeza. — Realmente dudo que no sea la correcta, pero por supuesto no descarto que la encomienda de nuestro padre sea de otra naturaleza, mi juicio me impide visualizar una alternativa, así que creo que debería hacer preparaciones para esto… ¿Acaso nuestro padre realmente desea posicionar esta tarea sobre mi espalda?

— Realmente creo que es lo más lógico. — dijo Miguel con la intención de defender su idea. — Al menos eso creo, ciertamente no es una cosa al azar o que no tenga nada que ver contigo, supongo. Podría ser algo más pero que también esté relacionado con tu trabajo, pero no sabría qué, solamente me viene a la cabeza evitar que esto — hizo un círculo con las manos para señalar todo su alrededor, y por ende, el día anterior. — se repita.

— Pero si estás en lo correcto, necesito poder estar ahí a tiempo… A menos que esa sea parte de la encomienda de nuestro padre. — respondió mientras regresaba a hablar más consigo que con Miguel. — Aquel cuya custodia está más cerca de mí… Es Belial, maldito sea mil veces, y está demasiado lejos como para alcanzarlo a tiempo; incluso si faltase una semana para su liberación, no conseguiría arribar.

— ¿Qué tan lejos está?

— ¡Cuatro mil kilómetros! — respondió sorprendida y sin reconocer que la pregunta se la hizo él y no su apresurada consciencia. — ¡Es imposible llegar con mis alas mutiladas! ¡¿No es así Miguel?! — preguntó retóricamente. — ¡Si es así, definitivamente es una prueba, y superarla incluso en esta lastimera condición determinará si soy merecedora de mi título! ¡¿Pero cómo puedo llegar si es imposible?! — se preguntó llevándose la mano a la cabeza y pensando en que debía hacer afirmaciones así con mayor prudencia, tomando por los hombros a un desprevenido Miguel y comenzando a sacudir con ligereza. — ¡Miguel, creiásomai ti voíteiá sas gia áli mia forá! ¡Sas sitó na me sinodéfsete eceí pou eínai cleidoméno to Belial, sígoura sérete énan trópo na tasidépsete grígora! ¡Aftoí pou dimiourgítican eínai efieís estin cainotomía ton méson metaforás tous! ¡¿étsi den eínai?! ¡Se paracaló, se ceiásomai gia na me moitíseis timí gia tin opoía écho doulépsei edó kai polí cairó tha mou liósei gia pánta, niótho trómo se aftí ti dinatótita, se paracaló…! — le dijo en su lengua con una voz de frustración y súplica.

Era una verdadera lástima que los antiguos ojos azules de Sara se hallasen cubiertos por una luz divina, puesto que de no haber sido así, Miguel habría contemplado en ellos una expresión de preocupación e incendiaria determinación, tan humana en su orgullosa fiereza, que habría terminado por despertar todos los sentimientos hacia ella que germinaban en su corazón. No obstante, el rostro del serafín era tan expresivo que comunicaba esto casi con la misma fuerza; ella, repitiendo sus palabras al no recibir respuesta y no entender que él no las comprendía, continuó hablando con el mismo tono a la vez que le sacudía con angustia durante un minuto entero, hasta que se detuvo al sentir como las manos del creado se colocaban, justo como Sara le sujetaba, en sus hombros con firmeza y con la intención de detenerla.

— ¡Sara!

— Lo siento mucho. — fue lo único que musitó al tranquilizarse con la misma rapidez con la que se había exaltado, sorprendida tanto por su actitud como por sentir de pronto la fuerza en las manos de su compañero a la par que la cálida temperatura de la ropa que cubría sus hombros, siendo incapaz de despegarlos.

— Supongamos que consigues llegar a tiempo a donde sea que esté encerrado ese demonio antes de que algo o alguien lo libere, — le contestó él con la intención de ser puntual en su argumentación pero batallando a la vez con un sentimiento parecido al de ella. — Van a matarte, o lo que sea que pase cuando no ganes; todavía no sanas tus heridas del todo, no tienes alas y más importante aún, estás ciega. No vas a ganar.

— Desconoces eso. — respondió sin muchas intenciones de rebatir, pero cruzando los brazos de todos modos.

— Sí, quizás desconozco todo lo que va a pasar en el futuro, al igual que no sé si lo que dije es cierto y realmente algo malo va a pasar con un demonio, pero no hace falta ser un genio para saber que van a lastimarte si lo intentas, van a lastimarte mortalmente. Incluso el viaje es demasiado para ti, apenas ayer te estabas cayendo y hoy… Me necesitas para caminar, no hay manera en que siquiera lleguemos.

— Es lo que intentaba decirte: los creados son particularmente buenos en la innovación de medios para transportarse, lo he visto, así que podríamos conseguir algún transporte que nos permita llegar ahí con gravedad.

— Ya, pero no voy a llevarte incluso si consiguiese que me prestaran un auto. — reafirmó él sin evitar sentir el escalofrío correspondiente a hablarle de esa manera a un ser divino, aunque esto no le impidió sostener con mayor firmeza más los hombros de Sara para hacerle entender su postura. — Quizás sí es una prueba de Dios, y tal me gané un lugar en el infierno por impedirte realizarla, o algo así, pero no puedo llevarte en auto… Supongamos que tengo razón y ese tal demonio está a nada de escaparte… No puedo llevarte o dejarte ir así como así; sigues herida, y no podría perdonarme si te lastiman, o incluso peor, por mi culpa… ¿Me entiendes? — finalizó sintiendo otro escalofrío, aunque no por las mismas razones.

— Ciertamente tienes razón al decir que solamente estás haciendo una suposición. —  contestó ella con más calma, pero todavía notándose el nerviosismo en su voz. — No tienes manera de saber si estás en lo correcto, y yo tampoco. Pero aun así es menester intentarlo, ¿acaso existe una posibilidad adicional?

— Bueno, no se me ocurre nada más. — respondió alzando los hombros — Aun así, no importa lo que sea que estemos buscando o la misión que te haya dado Dios, si es tan peligroso como salir y hacerte pelear, no puedo dejarte.

— ¿No puedes permitírmelo, pero con qué autoridad me estás negando hacer algo? — contestó más confundida que molesta ante lo que ella interpretó una orden.

— No estoy tratando de hacer eso… — contestó después de una pausa que Miguel sintió tan pesada como el mundo mismo. — Fuiste honesta conmigo, ¿no? Yo haré lo mismo, quiero que permanezcas a mi lado… Más tiempo, necesitas recuperarte para intentar hacer algo como luchar o viajar kilómetros y kilómetros, si no es así no creo que sobrevivas. Quiero… Quiero que sanes antes de que intentes algo así.

— Sería necio e ignorante de mi parte no hacer caso a tu consejo como sanador, ¿acaso me equivoco? — respondió Sara después de meditar con dificultad las palabras de Miguel, no queriendo entender el significado emocional de estas e interpretándolas con dificultad como una suerte de advertencia hecha por veneración y respeto, como si él pensase que ella era tan divina que no podría soportar verla lastimada por mero pudor instintivo. — Quizás tengas razón en tus aseveraciones… Quizás, y me atrevo con humildad a intentar precisar los planes de nuestro padre, tu preocupación insistente por mi bienestar aparentar ser un elemento de este… No deseo intuir siquiera si estoy en lo correcto, pero debo concederte que es mejor razonar mis acciones un poco más; lo siento, una vez más, por haberte sujetado así. — dijo al darse cuenta de que seguía con las manos encima de él, quitándolas de inmediato y haciendo que Miguel hiciese lo mismo.

— Es lo mejor, supongo. — dijo él sintiéndose extrañamente aliviado. — Además, recuerdo que tienes un ejército, ¿no? Si es así, si algo malo pasa con un demonio, estoy seguro de que ellos van a llegar a resolver el problema, ¿no?

— Acudirán incluso en mi ausencia. — respondió con la firmeza necesaria para que no se notase ni una partícula de la vergüenza que le causaba haber pensado que su responsabilidad era individual y no la de todos los ángeles a cargo de ella. — Un ejército del que necesito demostrar que soy merecedora… Y para ello necesito prepararme y sanar…. ¡Está decidido! — anunció con determinación y cierta alegría. — Esperaremos unos días hasta que mi condición baste para enfrentarme a cuáles sean los exámenes que nuestro padre me imponga.

— No hay de qué, aunque no creo que solo sean unos días… — respondió él sujetando el brazo de su compañera y escoltándola de vuelta a la tienda de campaña, ignorando por completo que ella supo de la dulzura que marcó sus ojos y la sonrisa de fantasía que dibujó su rostro, creyendo que solo él sabría del disfrute que significaba el tenerla a su lado. — Pero para este punto, yo ya no sé mucho, supongo.

Fue una sorpresa enorme cuando Miguel se percató que había logrado convencer al serafín de permanecer en tranquilo reposo mediante convincentes y reiterativas palabras, no solo en ese momento, sino también al asomarse el tercer amanecer de la estadía de Sara en el mundo. Volviendo a sentir la calidez emergente del sol en su radiante piel, ella pareció olvidar por un momento de sus meditaciones y acuerdos; en cambio, buscando excusas e ideas para ponerse en marcha junto con el creado en dirección a donde fuese que algo sucedería según sus esperanzas le dictaban. Pero por fortuna solo necesitó de un recordatorio tan conciso y lleno de los mismos sentimientos como el del día anterior para hacerla recapacitar su temporal obstinación, yendo entonces a dedicar gran parte de ese día a meditar sobre lo recientemente acontecido y procurar sanar con el descanso cada una de sus heridas, especialmente aquella cavidades donde antes habían estado sus alas; el resto de la tarde, sin embargo, lo ocupó para hablar con Miguel de diversidad de temas, todos más o menos desconocidos, especialmente siendo misteriosos aquellos que no solo no entendía sino que tampoco podía reconocer por puro instinto como triviales.

Pero con la llegada del cuarto día también arribó la necesidad urgente de reabastecerse de comida y material para mantener la hoguera encendida, siendo que el concepto de que Miguel podía vivir durante suficiente tiempo a base de las moras y champiñones que en ocasiones recogía durante sus viajes alrededor del bosque era en extremo ridículo para él. Había adquirido cierto gusto por la carne de conejo, siendo esencialmente el único alimento real que había comido durante bastantes semanas; haciendo entonces la necesidad de conseguir más una cosa tan importante como extrañamente emocionante para él, siendo esta ocasión especial de cierto modo por suceder unos días antes de lo estimado, resultado de haber perdido uno de sus trofeos al ser este vaporizado a la par que resucitado por su compañera.

No le sorprendió que el serafín le pidiese acompañarlo en su búsqueda de suministros, ya que su instinto le decía que incluso sin poder entender del todo los misterios de Sara, definitivamente era un ser que disfrutaba de la nobleza técnica en la habilidad necesaria para ser un buen cazador, pensando que seguramente también destacaría en esa labor de alguna forma u otra. Siendo que existía la posibilidad de regresar con un botín de alimento y sin poder rechazar la oportunidad de pasar todavía más tiempo con ella, aceptó casi de inmediato; única preocupación siendo que uno, o bastantes, conejos terminasen como espectros del bosque.

Caminaron sin mucha prisa desde las primeras horas de la mañana hasta llegar a una minúscula ladera al norte de la tienda de acampar, él sosteniéndola del brazo con la misma delicadeza que firmeza para guiarla paso a paso en una suerte de comunión con la que ya estaban comenzando a sentirse acostumbrados, y que definitivamente tanto Sara como Miguel hallaban fascinante por multitud de razones. El cielo estaba pintado de multitud de grises, desplazándose como acuarelas por las pesadisimas nubes por acción de los vientos que soplaban por todas partes en una carrera sin inicio ni final; a ninguno le parecía algo muy interesante, aunque en una ocasión, Miguel pudo sentir por una pequeñísima fracción de tiempo cómo Sara apretaba su brazo como reacción ante el tronar lejano de las nubes, sin que ninguno de los dos dijera nada al respecto.

Tras acercarse a una enorme piedra de guijarros blancos y grises, sobre la cual reposaba el podrido tronco de lo que una vez fue un antiquísimo árbol y que le terminaba por conferir de manera conveniente a esta mole la cualidad de ser un puesto de observación perfectamente escondido, Sara se recargó contra la irregular superficie de piedras fundidas a la par que Miguel se asomó por encima de esta para observar las varias madrigueras que habían sido excavadas por multitud de familias de conejos; algunos viéndose descansar cerca de la entrada, muy pocos fuera de esta y merodeando la pequeña colina sobre la que hicieron sus hogares, y la mayoría escondida bajo tierra. No parecían estar alterados por nada, ni siquiera por el frío y próximamente tempestuoso clima, cosa que a Miguel le pareció más que perfecto y la señal de que debía actuar ahora mismo.

— Hace tiempo compré en el pueblo una jaula para atraparlos. — dijo solo por comentar algo. — Está un poco oxidada, pero supongo que todavía funciona bien. Cuando se me termina el cebo puedo vender un conejo por más, así que parece que he hallado el modelo de negocios perfecto.

— Ciertamente hallaste una manera ingeniosa de asegurar tu subsistencia. — comentó Sara para después recibir un saber. — Tu trampa está cerca de los arbustos al lado de la piedra a nuestra izquierda, y le colocaste vegetación por encima para esconder su verdadera naturaleza. — explicó con cierta sorpresa a Miguel como si este no supiese esto. — Es definitivamente ingenioso.

— Lo es. — afirmó con orgullo y una sonrisa a la vez que se asomaba de nuevo para vigilar su comida. — Espera aquí un momento, necesito cambiar el cebo. Resulta que a los conejos realmente no les importa comer croquetas para perro en tanto no lleven mucho tiempo afuera, aunque no sé qué tan saludables sean para ellos. — dijo palpándose uno de los bolsillos del pantalón para asegurarse de que sí llevaba consigo los dos puños de alimento para perros.  

Tras escuchar los pasos discretos de su compañero en dirección a la trampa, que ella asumió debían ser bastante cautelosos para él a pesar de no serlo en absoluto para su tísico oído, Sara tuvo algunos minutos para reflexionar en soledad. Primeramente sintió curiosidad por saber qué era una croqueta, más supuso se trataban de los minúsculos panecillos de extrañas formas dentro de la jaula del creado; segunda cosa que comenzó a pensar, radicalmente más complejo que su pregunta acerca del cebo, fue acerca de sus los eventos más recientes y sus sentimientos respecto a estos; de un predominante agradecimiento hacia los nobles actos de Miguel y una ignorancia casi absoluta de la nueva creación en la que estaba varada, había pasado a sentir una agridulce mezcla de seguridad en sus determinación y voluntad, junto con la ayuda de su compañero,  y una incertidumbre respecto a su destino, la naturaleza de la misión que se le había encomendado, y más resonante en su consciencia a pesar de lo que su orgullo para con su innata superioridad le dictaba, respecto a sus impresiones de Miguel.

Había vivido tantas cosas novedosas en un tiempo tan pequeño que en su alma ya había renacido las llamas del asombro inocente por la creación, similar al que sintió durante sus primeros siglos de existencia y en las contadas instancias en las que su presencia fue necesaria en este mundo; junto con cada cosa que había cambiado de esencia y forma también aparecían invenciones y ficciones desconocidas hasta ahora por ella, y la manera de hablar de Miguel no hacían sino exaltarlas como verdaderas maravillas que ella solo podía imaginar, pero que inevitablemente le hacían palpitar el corazón con las extrañas sensaciones de alegría por lo nuevo y amor por cada una de estas nuevos milagros.

Justamente sentir este renovado amor por los componentes de la creación, sintiéndose este cual sustancia viscosa e hirviente que reposaba en su corazón hasta comenzar al disolverlo en una felicidad sin motivos, era lo que más le hacía meditar en silencio durante las largas horas de madrugada. Sara no pensaba que el amor fuese algo malo o que inherentemente condujese a la tentación, ella sabía que su alma no era sino producto y materia de un amor tan carente de limitaciones que era imposible tratar de entenderlo, por lo que intentar ahondar en él y hacerle caso a su cálida invitación no era sino obedecer solo al instinto primario de su ser, ignorando en el proceso la existencia de dictámenes más importantes y valiosos: lealtad y respeto, de acuerdo para Sara; muchos de sus hermanos insistiendo en ser guiados por el amor solo una demostración de su notable poca importancia en la escala de la naturaleza divina, esto según las conclusiones y meditaciones milenarias del serafín.

Pero en ese instante dudaba acerca de la nula importancia y reservado desprecio que había destinado hacia un sentimiento que consideraba básico e indigno de su posición como senescal del creador, y la razón no era más complicada que el mero hecho de que ahora mismo, vergonzosamente dependiendo casi siempre de un creado para que la ceguera no le abrumase con cada paso que daba y tan lastimada que la posibilidad de que jamás podría regresar a su hogar acechaba tras de ella, era este nuevo amor radiante que jugueteaba sin su permiso por su alma lo que comenzaba, también sin su autorización, a hacerla mantener la cabeza arriba, no rendirse e incluso poder alegrarse cada una de las cosas de las que estaba consciente; reemplazando poco a poco su potente determinación, esto le causaba inseguridad acerca de si era realmente correcto para ella dejarse cargar y sanar por una cosa tan mundana, quizás convirtiéndose este en un combustible barato pero adictivo para el resto de sus días, despojándola poco a poco de las virtudes que ella creía la hacían merecedora del título que portaba.

No importaba cuántas veces intentase ordenar sus pensamientos para llegar a una respuesta, siempre terminaba fracasando y sumiéndose en una confusión aún mayor; carente de todo sentido y yendo en contra de sus principios, al menos así lo entendía Sara, pero de todas formas no sentía esa corrosión metálica que por instinto sabía que causaban los gustos de la tentación, más bien sentía la antítesis de esto, y aquello no hacía más que contribuir a su estupefacción.

Solamente había arribado a una cosa remotamente parecida a una conclusión tras multitud de intentos, y esa era que se negaba a catalogar ese amor por la creación como algo malo, meramente en señal de respeto por la obra de su padre, a pesar de no sentirse tan cómoda con este; caso distinto, por otra parte, era el amor que sentía por el creado, que sin acercarse en lo absoluto a lo carnal sí presentaba la posibilidad de hacer caer por un precipicio funesto en ruta hacia la condenación, siendo que para ella la relación entre los hijos y los creados no debía ser otra más que la de respeto, veneración y camaradería en excepcionales circunstancias, jamás algo más íntimo, y el problema era que cada vez le costaba más suprimir un sencillo, y para ella tormentoso, deseo: ser su amiga.

— ¡Ya se acercó uno…! — anunció él con entusiasmo mientras observaba con discreción a un conejo olisqueando las croquetas; al mismo tiempo, destrozando por completo la concentración de ella. — Ya se acercó, perdón, no hay que asustarlos. — repitió en voz baja. — Ahora solo hay que esperar a que entren por el cebo, y pronto tendremos la cena.

— No debes asumir que volveré a probar alimento alguno. — dijo ella intentando sin éxito recuperar el tren de pensamiento, solo consiguiendo rescatar una idea central. — Una vez se entra en la espiral descendiente de la tentación es solo cuestión de tiempo para llegar a actos que no pueden absolverse, y mi ser ya ha sido puesto a prueba en una ocasión; deseo nunca volver a manipular así mi fortuna.

— Está bien, así durarán más, supongo. — contestó Miguel con un desencanto que se vio interrumpido por el sonido de la jaula cerrarse, haciéndole voltear para presenciar que el animal había caído en esta. — ¿Tan pronto? Deja voy por él, con suerte puedo hacer que después caigan más de uno.

— Miguel, detente y escucha, pues necesito hacerte una solicitud. — dijo ella intentando controlar su voz ante la emoción que le confería un nuevo saber, causando que este parase antes de siquiera dar un paso. — Antes de que sacrifiques a tu animal, deseo utilizar tu cuchillo para darle caza a otro. — anunció con una voz que no estaba acostumbrada a hacer peticiones, cosa que le hacía volver a pensar en todo lo anterior meditado.

— ¿Quieres cazar a un conejo? — preguntó él con incredulidad y como si no hubiese escuchado las palabras de Sara. — Supongo que no tengo problema con prestártelo, el conejo no se va a ir a ningún lado. ¿Pero piensas acercarte a él con mucho sigilo o…?

— Al contrario, deseo asestarle un golpe desde mi posición a uno de los tantos animales que se asoman fuera de sus madrigueras. — dijo con emoción y orgullosa expectativa, llevándose la mano al pecho para reafirmar su habilidad. — Nuestro padre me ha conferido la agraciada destreza con la lanza para ser una excelente soldado… Por desgracia mi lanza yace hecha añicos. — añadió con tristeza mientras se acercaba a su compañero.— Más en mis manos, tu cuchillo servirá el mismo propósito.

— Si es así, no tengo problema con que lo intentes. — dijo este acercándole el mango para retirárselo de inmediato al pensar en un detalle. — ¿No van a explotar, verdad?

— No lo harán. — respondió ella sin ocultar algo de ofensa y la sonrisa que se dibujó en su rostro al escuchar esto, acercándose más a él con lentitud y tomando el mango del cuchillo. — Te aseguro que eso no sucederá, así que te pido que confíes en mí.

— Lo haré. — fue lo único que contestó él.

Sara no contestó, pero su silencio se interpretaba como un agradecimiento sincero que ambos comprendieron e interpretaron tan distintamente que prefirieron no hablar al respecto de este, alejándose del escondite que ofrecía la piedra para colocarse sin mucha dificultad frente a las madrigueras, a cientos de metros de estas y con cierta ventaja de altura, en la parte donde sabía que los animales se asomaban con curiosidad incluso escuchando los presagios retumbantes de la tormenta en el cielo y observando las contorsiones violentas del cielo gris. Ella no podía ver más que una neblina blanca, pero sabía hacia dónde y con qué movimiento debía lanzar su arma para acertar a su objetivo; faltaba solamente conocer el momento de hacerlo, aquella milésima de segundo irrepetible y a la que debía responder solamente con las flamas innatas de su corazón guerrero.

Lentamente y con mucha prudencia manipuló el cuchillo hasta sostenerlo solo con los dedos de la afilada punta, como si cada uno de sus movimientos tuviese una importancia significativa para el éxito de su cometido. Tras levantar el brazo izquierdo con la misma velocidad para después flexionarlo e inclinar su muñeca hacia atrás, colocándose en la posición adecuada para disparar, esperó una vez más a que llegase el momento en que debía actuar; arribando al mismo tiempo que un lejano relámpago se estrelló contra la tierra, obligando cada fibra de cuerpo a lanzar el arma con la misma velocidad que aquel rayo, sintiendo el recorrer de la divina energía de la estaba hecha mientras se canalizaba en un solo punto de su cuerpo y liberándola con milagrosa gracia, al punto que Miguel solo pudo ver cómo en un instante ella tenía el cuchillo en la mano, y al siguiente no.

Ella no podía ver lo que consiguió con ese lanzamiento, más su consciencia tranquila y satisfecha le bastaba para saber que había dado en el blanco con tanta proeza que incluso había superado su objetivo de dar caza a un solo conejo. Simplemente con saber eso, había asegurado su confianza como ser superior en categoría a su compañero y se podía permitir racionalizar la extraña sensación que comenzaba a sentir por él como el impulso educador y presumido de un adulto ante un niño; fortaleciendo todavía más su orgullo, siendo esto lo que ella quería pensar, cuando escuchó la emoción y alegría de Miguel al tratar de describir la danza y el ruido orquestal que el cuchillo habían provocado hasta dar con su presa, la cual aparentaba ser un conejo blanco que ahora yacía inmóvil sobre el pasto sin signo alguno de resistencia o dolor.

Le ofreció el brazo en señal de que requería de una guía para dirigirse hacia donde se encontraba su trofeo cuando escuchó su voz lo suficientemente cerca, esta vez interpretando su gesto como una señal que demandaba respeto y cordialidad hacia quien es superior a uno; pensando a medio camino que quizás exageraba al racionalizar de esta forma, pero decidiendo que era la mejor manera para no reducirse a un alma que solo conoce el amor. Por supuesto que esto no impidió que sus sentidos comenzasen a fundirle el alma con dulces escalofríos al sentir cómo su compañero, emocionado como ella por ver más de cerca al conejo, ignoró el procedimiento usual y la sujetó la mano con firmeza y la llevó rápidamente, casi corriendo, hacia la entrada de la madriguera. Una vez más, la fortuna le concedió el favor de que el creado estuviese tan concentrado en otra cosa que ignoró cómo su cara adquiría el mismo color que su cabello.

— ¡No puede ser! — gritó él con macabra alegría, ya no importándole que el resto de los animales huyesen despavoridos con su presencia, pues frente a Miguel no se encontraba uno, sino dos conejos inertes; unidos de una manera algo grotesca por una hoja que les había perforado el corazón al mismo tiempo, llegando a sumergir parte del mango pero aun así dotándolos de una muerte inmediata y sin dolor. — ¡Eres increible, Sara!

— Agradezco tus palabras. — contestó el serafín sin poder contener su gusto tras haber satisfecho su deseo, siendo además reconocida como algo de valía superior para el creado y por ende, para ella,  generando una distancia natural entre ambos.

Saboreando con una ávida imaginación tanto el sabor como la textura de lo que sería su cena durante los siguientes días, así como también la cantidad de carne que tendría a su disposición próximamente, Miguel decidió hacer caso a la voz apagada que le suplicaba misericordia hacia el conejo enjaulado. Procediendo a liberarlo debido a que su hielera no era suficiente para conservar en buen estado a más de dos conejos, y más importante, porque la emoción ante el logro de Sara lo hizo sentirse suficientemente compasivo como para permitir vivir otro día al asustado animal, el cual salió disparado en búsqueda de la seguridad y terminó encontrándola al pegar un salto hacia los brazos del serafín; por poco dejándolo caer ante la el  impacto y su pelaje, ella lo sostuvo y alzó de la cadera para instintivamente, porque jamás había hecho algo así, acurrucarlo entre sus brazos durante unos minutos hasta que el animal se reconfortó, a la vez que Sara hervía de amor por la criatura, saltando una vez más en dirección a su madriguera, esta vez temiendo una tormenta que escuchaba avecinarse.

Miguel ató los conejos a su pantalón tras cerciorarse de que ya no manaban sangre de las impresionantes incisiones que Sara les había causado, recogiendo al mismo su cuchillo y llevándoselo a la desgastada vaina donde lo guardaba, y sin poder esconder la alegría que sentía en ese momento le comentó a ella que lo único que necesitaban ahora era un poco de hierba seca y ramas pequeñas de madera para mantener y reencender la hoguera durante algunos días más, especialmente percibiéndose en el cielo que las lluvias se acercaban rápidamente. Sin inconvenientes, volviendo sobre sus pasos hacia la tienda de campaña, arrancaron todo el pasto seco y recogieron ramas caídas hasta que la mediana bolsa de plástico que Miguel había traído consigo se llenó hasta casi reventar, perforándose incluso gracias el poco decoro a la hora de acomodar la madera; entreteniéndose, especialmente él por su búsqueda de no hacer de todas sus pláticas algo trascendental.

— Pero en el final de temporada se confirma que fue William quien falsificó la firma de Robertson para que le asignaran a él la cirugía del paciente con la cardiopatía que le causaba una psicosis, porque él era el único que sabía la conexión entre estas dos cosas, y sobre todo porque quería vengarse de Elizabeth por haberse robado su puesto en el departamento de cardiología y haber terminado con él. — relataba Miguel en un esfuerzo por no olvidar ni uno solo de los detalles de su serie favorita, la cual no había visto en casi una década. — No solo le quitaron la licencia, sino que lo metieron a prisión por seis meses, y la siguiente temporada es justamente él ajustándose a la vida como prisionero.

— Sus acciones me hacen considerarle como una persona que no tolera la idea de no ser quien encabece la jerarquía de su oficio, pero no por arrogancia meramente, sino además por el hecho de no estar preparado, me atrevo a decir que es un alma dolida por las tribulaciones de su pasado, para lidiar con relaciones que vayan más allá de la sencilla imposición y supremacía ante el resto de su compañeros. — comentó ella al respecto, todavía no sabiendo muy bien si Miguel hablaba acerca de una ficción propuesta para reflejar lo más fidedignamente posible la naturaleza de los creados o de un hecho histórico exageradamente teatralizado.

— Eso es lo más interesante. — respondió él con todavía más entusiasmo. — se supone que para este punto en la historia, ya pasó por la rehabilitación, ya anduvo con Pamela y Elizabeth, y se supone que iba a una terapia para resolver todos sus conflictos personales, pero el que haga esto, supongo que quiere decir que no solo no está funcionando, sino para él ya le parece más importante su prestigio como cardiólogo que sus amistades. Aunque bueno, supongo que también aprovechó para desquitarse con Elizabeth por haberlo dejado; no está haciendo lo correcto, pero puede entender por qué lo hace.

— Sus motivaciones son esperables dentro de la naturaleza de los creados, es menester concederte la razón sobre ello, pero no es posible empatizar con él o comprender por qué el sanador se ha procurado un descenso consciente a las profundidades del pecado y la tentación; ha mentido incontables veces, robado demasiadas ocasiones, violentado a sus congéneres en muchas oportunidades y yacido con mujeres solteras en varias instancias, temo con gravedad por el destino de su alma.

— ¿Su alma? Estoy seguro de que estará bien. — contestó él sin estar consciente de la ambigüedad con la que ella interpretaba su relato. — Además, creo que a lo largo del programa se entiende que sus intenciones son curar y ayudar a sus pacientes, aunque no siempre lo hace de la manera más amable u honesta, pero supongo que eso debe compensar un poco cómo es fuera del hospital, ¿no crees?

— ¿Verdaderamente consideras sus buenas obras como sanador suficientes para siquiera pretender hacer caso omiso a la miríada de transgresiones contra las leyes de nuestro padre? Ciertamente no está condenado a que se le niegue eternamente la absolución de sus pecados, pero se acerca demasiado a cruzar ese límite; si es que se me permite hacer ese juicio sin antes conocer el de nuestro padre, claro está. — dijo ella con la intención de convencer a Miguel de su postura, más antes de que pudiese proseguir fue interrumpida por una desperdigada columna de agua torrencial que le empapó de pies a cabeza.

Los relámpagos se observaban saltar entre las nubes cenicientas desde hacía bastante tiempo, pero los dos habían ignorado tanto esta señal como los múltiples azotes marciales que replicaban por todo el firmamento cada que estos impactaban contra distantes colinas, esto debido a que se habían concentrado en recoger material para la hoguera y debatir acerca de la moralidad de un personaje ficticio. Cayó la tormenta con singular fortaleza, provocando en ambos un quejido de sorpresa y movimientos erráticos en búsqueda de cobertura; hallándola Miguel, dejando que su instinto tomase control por un momento y olvidando que Sara no podía verlo para seguirle hasta debajo de un frondoso y robusto árbol, el cual le permitía solo ser golpeado con una que otra gota que lograba colarse entre las hojas, y justamente fue por no tener esta distracción que Miguel logró contemplar durante minutos eternos al serafín casi danzar debajo de la lluvia.

Inicialmente se puso en cuclillas al mismo tiempo que se cubría la nuca con los brazos, un acto reflejo de aquellos tiempos en que podía protegerse de las inclemencias de la creación con el par de alas en su espalda, y por ende su segundo movimiento tras darse cuenta de la inutilidad de este gesto fue levantarse y avanzar hacia el frente en búsqueda de refugio. No sabía hacia dónde se dirigía y solo la estresante sensación de las aguas heladas congelándole los labios le evitaron quedarse paralizada ante la idea de chocar con algo y caer de bruces. Para su desgracia, terminó golpeándose con el tronco de un árbol que no le proporcionaba protección alguna, y habría permanecido enfriándose ahí de no ser porque al escuchar el llamado de su compañero, quien le pedía se acercase, decidió no poner en riesgo su recién conquistado orgullo y puesto superior respecto a él, por lo que decidió ir con él antes que este fuese a salvarla una vez más, sobándose la frente y el hombro que se había estrellado y avanzando sin la ayuda de Miguel hasta donde percibía su voz.

Sara no tenía intenciones de moverse con una gracia propia de su condición divina, más eso no le impidió desplazarse hacia donde se hallaba el creado con lo que aparentaban ser ademanes elegantes y delicados pasos de ballet, viéndose más preciosa que nunca ante los ojos de Miguel debido a que sus actor estaban imbuidos en su poética naturaleza, esto incluso si la belleza técnica de cada uno de sus pasos no eran sino demostraciones del conflicto entre la desconfianza ante el prospecto de estar ciega y la determinación por hacerse entender como un ser divino que estaba increíblemente lejos de ser indefenso y necesitar ayuda para moverse a través de los páramos de la creación, comenzando a bailar sin que ella lo percibiese como tal en su intento de llegar hacia el refugio de Miguel lo más pronto que pudiese sin chocar contra nada que se hallase en el suelo, sus piernas incluidas como un riesgo del cual debía cuidarse; colocando, solamente por acción del instinto, desplantes para evitar astillarse con las trampas del suelo y realizando tanto movimientos llenos de energía con los brazos como pequeños giros e inclinaciones para recuperar el equilibrio en las tantas veces que estuvo a nada de perderlo en el corto trayecto que realizó.

La distancia que tenía que recorrer para finalmente ponerse a salvo de la lluvia no era muy larga y terminó por llegar a la seguridad del árbol en muy poco tiempo, incluso habiéndose detenido algunas veces y cambiando ligeramente de dirección otras más. Sin embargo, poco importaba cuánto se hubiese tardado en llegar hasta él, porque aquella visión había durado tanto como la eternidad misma ante los ojos de Miguel, haciendo que en la superficie de su corazón floreciese definitivamente un sentimiento que había sido colocado desde el primer día en que conoció a Sara; negándose a reconocerlo como cierto al principio por la simple imposibilidad peligrosa de sus consecuencias en combinación con una sincera admiración por la naturaleza de su ser, tan solo necesito ver cómo ella danzó en un esfuerzo supremo por reclamar su independencia para aceptar que se había enamorado de ella.

Habría necesitado mentirse de la manera más cínica para afirmar que ella no era la mujer más hermosa que había conocido, poseyendo una belleza que trascendía del plano material para ser un reflejo perfecto de una divinidad luminosa e inmanente y que era por supuesto bastante más gloriosa que cualquiera de sus características, más esto no negaba que las facciones perfectas de su rostro y la forma escultórica de su cuerpo, así como también el dinamismo símil de la propia luz del sol con el cual ella se movía, le cautivaban de una manera tan abrasadora que solamente podía fingir que su corazón la entendía con la palabra del amor. Comenzó con la sorpresa y admiración de quien presencia un milagro suceder frente a sus ojos, por supuesto que incluyendo un agradecimiento y responsabilidad hacia quien le salvó la vida; transmutó, con la velocidad que proporciona la cercanía, en curiosidad y respeto de aquellas nuevas amistades, y ahora mismo estaba transformándose de nuevo en aquel mortífero y dulce mareo del alma característico de quien ama en secreto, solo que esta vez estaba acompañado del punzante dolor con el que la inteligencia de Miguel apuñalaba a su corazón al no poder omitir el hecho de que su amor no estaba destinado a ser correspondido o a trazar un camino que él pudiese transitar.

Siendo que el dolor que sentía ante el entendimiento de un destino imposible solamente era rivalizado por una obstinada esperanza que le inundaban las consciencia con secretos deseos y vergonzosas visiones con cada palpitar de su corazón, su resolución al respecto fue tomada en una singularmente amarga pero racional decisión, realizada justo en el momento en que Sara realizó un salto para esquivar un trozo enterrado de tronco y aterrizó a su lado con una suerte de plié y una sonrisa de satisfacción iluminando aún más su ser. Incluso sabiendo que era incorrecto perseguir el amor hacia ella en dirección a algo desconocido, jamás dejaría de arropar sentimiento tan placentero, nutrido con cada segundo que pasase a su lado, aunque fuese su más grande secreto; le ayudaría no solo por el aura divina que se lo pedía como un sencillo favor, sino por la obligación que el amor le imponía como compromiso supremo.   

— ¡¿Conseguiste observarlo?! — preguntó Sara con alegría tras recargarse en el árbol y sentarse a la altura de Miguel, despertándolo sin saberlo de sus meditaciones a la vez que causó que su corazón se acelerase todavía más durante unos breves instantes al percatarse de que el rostro de ella estaba a pocos centímetros del de él. — ¡Bendito sea nuestro padre por toda la eternidad por haberme regalado esta prueba de valía! — afirmó con una sonrisa de alivio y realización, pareciendo incluso disfrutar de las gotas que a veces le caían en la cara.

— Lo pude ver, me alegra ver que pudiste valerte por tu cuenta. — respondió él con sinceridad, pero sin saber muy bien qué agregar.

— ¡Por supuesto que pude hacerlo, y estoy eternamente agradecida con nuestro padre por hacerme entender la necesidad de rescatar mi independencia como su servidora en la creación! ¡Qué manera más hermosa de hacerlo y qué recurso de su maestría como arquitecto del todo empleó para ello! — insistió Sara con orgullo y todavía más alegría. — Miguel, ¿Crees que la lluvia es hermosa?

— Bueno, pienso que es bella a su manera, aunque supongo que prefiero verla dentro de mi casa… De mi tienda de campaña en este caso, pero de esta forma solo me quejo del frío que hace cuando llueve. — respondió mirando hacia el cielo y el empapado follaje de los árboles a su alrededor.

— He presenciado pocas tormentas en todas las instancias en las que cumplí responsabilidades en la creación, pero jamás he dejado de maravillarme por la preciosura de estas. — afirmó ella contemplando con su imaginación los sonidos de las gotas a su alrededor. — Se tratará tan solo de un fenómeno inferior en mecánica de la creación, y en su mayoría solo transmiten una violenta helada, pero fallo en comprender cómo podría alguien no fascinarse por ellas, aunque no sea capaz de precisar qué hay en ellas que me hace… Amarlas; siento amor por ellas.

— No es que quiera ponerme filosófico, — respondió él verdaderamente pensando cómo decir lo que sentía sin sonar pomposo. — Pero supongo que es normal que las cosas hermosas causen en uno sentimientos de amor… Especialmente aquellas que están fuera de nuestro alcance y a las que solo podemos mirar durante un tiempo. ¡En serio! De verdad no quiero sonar como si esto fuese profundo, pero supongo que si algo como la lluvia nos hace… Si algo como la lluvia te hace sentir algo tan intenso como el amor, el amor debe ser la fuerza más poderosa del mundo, eso es lo único que sé de Dios.

Sara no contestó al escuchar las últimas palabras del creado, por lo que permaneció callada durante unos instantes y permitió que el armónico ruido de la lluvia fuese lo único que se pudiese escuchar. Intentó evitarlo, pero al mismo tiempo que un relámpago se estrelló con un estruendo bastante cerca de ellos,  respondió con una carcajada dulzona que transportaba con sus notas una indescriptible alegría y nostalgia, repleta de honestidad que ella complementó volteando hacia su compañero y contestando al mismo tiempo que algunas gotas le calaban la espalda.

— Acabas de demostrar una enorme inocencia ante la importancia de las virtudes demandadas por nuestro padre, pero no es un error que solamente cometan los creados; esas mismas palabras, sin errar ninguna, me fueron dichas en una ocasión por mi hermana Keshandra cuando la acompañé en el cumplimiento de una encomienda de nuestro padre. — dijo ella sintiendo curiosidad ante la precisión de Miguel.

— ¿Podrías contarme sobre ello, sobre tu hermana? — respondió él después de que otro relámpago cercano le hiciese pausar por unos segundos, tomando poca importancia a la observación de ella. — No creo que esta lluvia pase pronto, así que podríamos pasar el tiempo con una historia, supongo que para este punto mi serie ya se está volviendo predecible.

— Se está volviendo preocupante el comportamiento del creado. — dijo ella preocupada por la salvación de un personaje. — Más si lo deseas, puedo hacer recuento de aquella instancia en la que habló como tú, una de tantas en las que mi hermana consiguió desafiar abiertamente los designios de nuestro padre y no ser exiliada por razones que superan mi entendimiento, podrás comprender por qué la naturaleza de sus palabras es por completo errada:

Durante la helada noche que precedería a uno de los eventos más importantes en la historia del mundo, el general se terminaba por escribir la última de muchas cartas que dedicaba tanto a sus familiares como a todos los amigos que llevaba demasiados meses sin poder ver; ahora mismo, ante el advenimiento de la madrugada y teniendo una cita con el destino el día de mañana, más bien meditaba sobre el escritorio en un intento de postergar sus horas de sueño. Seguro de que podría dormir con la seguridad que pocos en su posición habían podido disfrutar, su único desafío era la posibilidad de perderse en sus íntimas preocupaciones militares y no dormir en absoluto.

La propia indecisión terminó por hartarle, y se decidió por abandonarse a la improvisada cama que sus soldados habían preparado para él horas atrás; la seguridad en su fortaleza le aseguraba una victoria, pero no podía permitir que el maltrato a su cuerpo por madrugar en exceso le jugase como adversario más durante el día siguiente. Sin embargo, antes siquiera de sentarse en las múltiples mantas a su lado, miró con sorpresa cómo dos figuras se hallaban en la entrada de su tienda. Su primer movimiento fue llevarse la mano a su cinturón y desenvainar su gladio, pero solamente fue suficiente veloz como para sacar la mitad de su arma antes de que una de las apariciones, aparentemente una mujer, le hablase con una voz que de alguna forma le convenció de bajar la guardia y no gritar por refuerzos.

— Te suplico que no temas nuestra presencia y escuches nuestras palabras con atención, pues tu destino ha sido marcado como portador del mensaje de nuestro padre y sus benditos designios. — repitió Sara con exactitud las palabras con las que se dirigió al general al mismo tiempo que extendía los brazos hacia delante como lo hizo en aquella ocasión.

Ambas presencias se acercaron al hombre hasta tenerlo de frente, permitiéndole observar con detalle la apariencia de ambas e intentar describir, con resultados muy lastimeros, a los seres que tenía frente. Lo más importante era que ambas cargaban en la espalda un par de retraídas alas grisáceas, aunque la pobre iluminación nocturna le hacía dudar de esta observación. Solo tras aceptar con dificultad esta visión, contempló cómo aunque radicalmente distintas en apariencia, ambas mujeres era de una belleza difícil de describir, y que el general fue incapaz de plasmar fielmente a pesar de la proeza de su lengua, mirando en la mujer que le había hablado una hermosa bárbara cuya cabellera pelirroja, sobre la cual dos esferas de luz blanca formaban un halo al moverse en círculos cual carrera de cuadrigas en un circo, le  llegaba hasta su cintura y sus ojos azules brillaban con un resplandor inhumano; su compañera, en cambio, poseía un pelo corto y de un intenso marrón que de alguna forma contrastaban enormemente con el castaño de sus ojos, igualmente teniendo como corona una suerte de diadema enorme e increíblemente dorada sobre la cual levitaba un minúsculo pero notorio corazón en llamas.

— Como ella mencionó. — dijo ésta última al mismo tiempo que la señalaba con el pulgar, sus palabras siendo replicadas junto con su voz por los labios de Sara; confiriéndole un tono más agudo, veloz y despreocupado en pronunciación que la de ella, cosa que de nuevo fue inesperado para Miguel. — ¡Enhorabuena! De entre todos los hombres, tú fuiste seleccionado para que tus acciones el día de mañana sean una de tantas semillas que germinen en la Iglesia Universal.

— Ten prudencia a la hora de hablar respecto a su futuro. — le indicó Sara en un tono que la posicionaba como su superior. — Debemos convencerle con la palabra de que cada uno de sus ídolos y filosofías no son sino refracción de la verdadera doctrina de nuestro padre, no simplemente alimentar sus deseos de poder y gloria con promesas, y hacerle actuar no por convicción sino por posteridad.

— ¿Es necesario hablar con él durante horas, como tú piensas hacerlo, para hacerle entender qué debe hacer? — respondió Keshandra alargando las sílabas de la palabra “larga” para demostración su negativa. — No es que vaya a tentarla con promesas vanidosas Ismasarazarael, simplemente voy a decirle cómo debe hacer las cosas y por qué… ¡De una forma más resumida, estoy seguro de que es suficientemente inteligente y astuto como para entenderlo sin tanta palabrería! Tampoco podemos mantenerlo despierto toda la noche.

— Keshandra, te imploro que te apegues a las órdenes de nuestro padre y no pretendas una inteligencia mayor. — respondió Sara con frustración, tanto al momento de vivirlo como de revivirlo. — Nuestra misión es inalterable y pretender desobedecerla representa insultar a nuestra naturaleza y a nuestro padre que nos la proporcionó al hacernos; si nos encomendó hacerlo con la palabra es por una razón que no nos corresponde cuestionar ni alterar, si a ti te confirió el título de virtud, es porque espera que actúes como tal.

— Acabas de desperdiciar demasiado tiempo hablando así, espero estés consciente de eso. — respondió ella sin evitar sonreír. — Pero debo concederte la razón, es mejor que lo convenza con las palabras de la razón y no las de las promesas de grandeza, solamente que me considero capaz de hacerlo sin derrochar tanto tiempo.

Sara hizo una pausa en su historia para resoplar de frustración ante lo que su memoria le recordaba que sucedía a continuación, aprovechándola para indicarle a Miguel cómo demostraciones de cinismo e irrespetuosa deslealtad a las indicaciones de su padres siempre han sido comunes en ella, pero incluso si parecía estar llena de coraje e intriga hacia su hermana, la serenidad de los relámpagos y la lluvia la obligaron a sentir una feliz nostalgia que el serafín intentó enmascarar sin mucho éxito.

— Me temo que el creado no tuvo la paciencia suficiente para soportar mi prolongada reprimenda a las intenciones de mi hermana, por lo que antes de que ella consiguiese llevar a cabo lo que sea que hubiese planeado, este se acercó con rapidez a ella y la sujeto del brazo con fuerza y mientras que con la otra mano desenvainaba de nuevo su arma comenzó a demandarle que… — Sara procedió a hablar con la gruesa e imponente voz de un hombre conferido de una enorme experiencia, más un temperamento corto para situaciones así, haciéndolo en una lengua muerta que Miguel no entendía sin que ella se diese cuenta de esto.

Keshandra fue sorprendida por esto, paralizándose durante un breve instante sin poder hacer nada más que asustarse genuinamente por la firmeza con la que el creado le sujetaba el brazo a la vez que demandaba respuestas a preguntas que ella no escuchaba por estar concentrada en el desagrado que la audacia de este movimiento le causaba. No le tomó más de un segundo desprenderse del agarre del general e invertir la situación, sujetando de las muñecas los brazos del creado para alzarlos e inutilizarlos, reposando su otro brazo sobre el hombro del general y empujarlo contra una pared de la tienda al mismo tiempo que le tomó y acarició el pelo con cierto burla, todo para la máxima vergüenza de Ismasarazarael, quien intentó actuar y enmendar tal acto con las palabras, esto sin mucho éxito debido a la velocidad con la que su hermana procedió.

— Te demando completa atención, porque esa es mi retribución por no poder arrebatarte la vida en este momento, ¿acaso lo entiendes o será necesario que te lo repita? — dijo Keshandra apretando sus muñecas al pronunciar estas palabras llenas de ira, pero terminó soltándolo un poco tras entender que el general no representaba ningún peligro y solamente le había hecho recordar experiencias horribles del pasado, sintiendo vergüenza y nervios de la posición en la que estaba ahora, pero sin dar un paso atrás. — Permíteme comenzar de nuevo, y te suplico que excuses la teatralidad de mi empresa como custodia de milagros y señales; tampoco me interesa mucho, pero se me demanda: — dijo sin esperar la respuesta del hombre, quien igual no le iba a responder. — ¡Constantino, tu futuro augura que seas emperador máxima de estas tierras, y para cumplir con ese destino se te marcó como arquitecto de la Iglesia Universal de mi papá…! ¿Sabes quién es mi papá, no? ¡¿No?! ¡Constantino, también se te ha marcado con el destino de hallar la verdadera fe e imbuirla a tu pueblo, y para este propósito debes contemplar esta señal!

— ¡Absolutamente horrible de presenciar! — comentó Sara al respecto tras cortar momentáneamente su narración. — Tuve que acercarme e intervenir para que mi hermana no continuase insultando el mandato de nuestro padre con su falta de compostura, resolución que fallé de manera que todavía lamento y que me hizo entender la importancia de una firmeza en la lealtad y cumplimiento del deber; sorprende a mi persona que nuestro padre haya sido de misericordia tal que ni mi hermana ni yo hayamos sido destruidas en ese mismo instante a causa de nuestras faltas… Keshandra siempre ha tenido una destacable capacidad de hacerme sufrir de maneras exponencialmente más peculiares. — añadió al final con la voz y expresión que indicaba discretamente que a pesar de que no lo admitiese, no solamente había vivido sufrimiento al lado de su hermana.

Quien pronto sería emperador del mundo intentó librarse incluso después de comprender que sus fuerzas no eran suficientes para librarse del control de aquella mujer, pero sus esfuerzos hicieron suficiente ruido para hacer que algunos de sus soldados entrasen corriendo en auxilio de su líder con armas en mano y dispuestos a abalanzarse sobre cualquier atacante. Solamente no lo hicieron porque les confundió la escena y debido a que Sara se interpuso entre ellos y su hermana a velocidad de infarto, tratando de reparar el caos con nerviosas pero bien compuestas palabras de alivio y promesas de que la seguridad del general estaba asegurada, por más difícil que fuese probar ante la evidencia que los soldados tenían en frente e incluso siendo la aurora en la voz de quien en ese entonces era una potestad, naturalmente convincente y divinamente calmante.

— ¡Comprenderás con el tiempo la extensión completa de esta señal, pero ahora mismo solamente debes entender estas palabras, Constantino! — dijo Keshandra soltando al hombre para intentar contribuir a los intentos de Ismasarazarael de aminorar la tensión en el ambiente y para hacer una demostración, pero especialmente porque comenzaba a darle pena la posición en la que había sometido al general. — ¡Toma el nombre del mesías y haz de las letras más santas de su nombre tu símbolo en el combate que acontecerá mañana! ¡Constantino, se te comanda una cosa: por este signo, vence!

Extendió sus enormes alas tras estar segura de que tanto el general como la multitud que ya se habían hacinado en la tienda de campaña pudiesen contemplarlas, siendo tan grandes que apenas cabían en el reducido espacio donde se encontraba. Cada una de las plumas comenzó a brillar con la intensidad y calidez del sol de mediodía, llenando todo el campamento de una luz que a pesar de ser abrasadora solamente insuflaba confianza y grandeza en los corazones de cada uno de los soldados que la presenciaron, siendo esta primer visión suficiente para destinar inmediatamente a algunos como futuros conversos y a quienes escondían su religión como los más grandes practicantes del futuro; la segunda visión, sin embargo, hizo a todo mundo relajar por unos instantes, sabiendo de inmediato que triunfarían el día de mañana y obligándolos a arrodillarse, muchos lagrimeando por no poder contener la felicidad, al aparecer en este resplandor blanco los caracteres en griego, forjados en un fuego y acero inextinguibles, que tanto el general como sus hombres debían usar, por mandato de una fuerza suprema, mañana y en cada una de sus campañas.

La luz se disolvió en el aire nocturno hasta desvanecerse por completo con la misma velocidad que tomó para hacerse presente, tan solo perdurando junto con la señal revelada al futuro emperador y sus legiones como un recuerdo perpetuo en sus corazones. Ambas hermanas se hallaron rodeadas de legiones enteras de soldados arrodillados y conmovidos, incluso hasta las lágrimas en algunos casos, la mayoría completamente estupefactos aunque siempre con un porte de seriedad marcial que en algunos casos era traicionada por un repentina sonrisa de algarabía y confianza por la victoria que les deparaba en el futuro. Ismasarazarael, quien se hallaba al borde del colapso nervioso y solo había conservado su cordura debido a la indescriptible vergüenza y estupefacción ante las acciones de Keshandra, observó este espectáculo durante unos instantes de angustia en los que, al igual que los hombres que le rendían pleitesía, carecía de idea respecto a cómo proceder; decidiendo, por ende, intentar seguir lo mejor posible el plan original por su cuenta en búsqueda de enmendar los errores de su hermana.

Dirigiéndose en actitud reconciliatoria y calmada hacia el general, quien había sido el único hombre con la suficiente fortaleza en el alma como para permanecer del pie ante la presencia de un milagro, sostuvo con mucha delicadeza y tranquilidad su hombro, y le comunicó a través de su tacto aquella información que su hermana había decidido ignorar, llevándose al hombre a una suerte de trance en la cual horas de debate y explicaciones se le fueron conferidos en una simple visión que duró apenas unos segundos; coincidiendo este por completo con la manera marcial que Ismasarazarael entendía la relación entre la divinidad y lo mundano, siendo este aspecto lo que más le interesaba a ella que el creado entendiese.

— No me es posible describir la pena que me recorría el cuerpo al verme en la necesidad de invadir su psique y forzarle con tanta tempestad todo aquello que debimos de enseñarle con tiempo y paciencia. — comentó Sara al respecto con una antigua frustración en la voz y hablando rápido, sintiendo que había colocado su mano en el hombro de Miguel al salir de su narración por el instante que le tomó hacer un juicio de sus recuerdos, retirándolo de inmediato. — Lo siento… ¡Todavía no comprendo cómo es que mi hermana no fue reprendida más que por mí, ni siquiera pude hacerle saber que el caos en su reino era consecuencia de la intervención de una pequeña legión de insurgentes comandada por Verrier, maldito sea su nombre mil veces! Ciertamente es una pregunta que me hará reflexionar sin propósito durante el resto de la historia, y parece que ella tampoco conoce la respuesta: 

El emperador agradeció esta sabiduría, ordenando a todos sus hombres conseguir pintura y disponer de todos los escudos disponibles tan pronto como este y los ángeles consiguiesen convencer a estos de levantarse y no rendir culto alguno a simples emisarios del verdadero dios, e incluso llegó a reírse nerviosamente de las acciones de Keshandra. Despidieron a las hermanas de una manera excesivamente ceremoniosa para el gusto de ambas, logrando escuchar los aplausos y sentir las miradas en sus espaldas durante todo el trayecto que realizaron hasta perderse en el horizonte para no atormentar aún más los sensibles corazones de los creados con tener que presenciar cómo ellas trascendían de la creación a su reino en una estela de luz todavía mayor en belleza.

— Es importante reconocer que incluso con todo lo acontecido, el hombre no solo acató nuestras instrucciones sino que también agradeció nuestra intervención como mensajeros de papá. No está mal para ser mi primer encomienda como virtud, ¿acaso no piensas igual que yo, Ismasarazarael? — dijo Keshandra una vez en su hogar con una voz que no indicaba nerviosismo, sino genuina convicción en sus palabras. — Reconozco que cometí un error imposible de justificar en mi proceder con el hombre, pero lo más importante debe siempre destacado, y eso es que nuestras acciones fueron recompensadas con éxito.

— ¡Primeramente, en caso de que la misericordia de nuestro padre sea tan grande que no me haga seguirte en tu exilio y aniquilación a causa de tus acciones, verdaderamente espero que mis palabras tengan peso suficiente ante nuestro padre para lograr interceder por tu alma cuando inevitablemente se te condene por insolencia absoluta! — dijo Ismasarazarael con mucha angustia, por Keshandra, tras unos segundos de silencios en los que azotó a su hermana con una mirada mortífera. — ¡¿Acaso crees que como tu superior, tu proceder será solo tu responsabilidad?! ¡Segundamente, el creado nos agradeció como señal de respeto ante las bellas y recientemente reveladas intenciones de nuestro padre, y su inteligencia le hizo comprender la importancia del conocimiento que le revelé, no porque haya sentido la necesidad de agradecernos a nosotras!

— Ismasarazarael, estás preocupándote por algo que no va a suceder jamás. — respondió Keshandra algo sorprendida por la actitud de su hermana. — Papá entenderá por qué no seguimos al pie de la letra sus instrucciones, así que no debes preocuparte por nuestras almas. Independientemente de los métodos utilizados, particularmente los míos, arribamos al mismo resultado aún si utilizamos un proceso distinto. Hermana, si realmente estuviésemos en problemas, ya estaríamos rindiendo cuentas a papá… Para ser mi superior actúas como si no le conocieses, y no es la primera vez que te lo menciono, comenzando por cómo te refieres a él; más importante para él que hacer las cosas exactamente como lo pide con lealtad ciega y respeto absoluto, y la razón por la que el hombre aceptó su mensaje, es el amor hacia él, pues el amor es la fuerza más poderosa del mundo. — concluyó Keshandra sonriendo y abalanzándose a su hermana para abrazarla e intentar calmarla todavía más.

Sara se llevó las manos a la cara para cubrirlas y no dejar al descubierto la humeante vergüenza que sus recuerdos le provocaban, pues aunque estos eran tan antiguos como para simplemente hacerle sentir una pequeña astilla en su consciencia también eran demasiado recientes como para no obligarla a sentirse humillada y nerviosa al repasarlos. Permaneció así unos segundos, dejando a la lluvia y la helada brisa que venía como acompañante de esta ser protagonista de todos los alrededores, hasta que finalmente dio un resoplido ahogado y levantó el rostro para quejarse con un dulzor de gracia en las palabras.

— Sencillamente es imposible para mí comprender por qué nunca ha recibido ninguna amonestación importante de nuestro padre por su comportamiento; ella siempre ha sido de personalidad cínica y provocadora. — dijo ella reflexionando. — Sé que parece que la detesto por cómo la describo, y no niego que su entusiasmo es un dolor de cabeza en muchas ocasiones, pero genuinamente la… respeto como servidora de nuestro padre tanto por su inquebrantable lealtad como sus proezas en la batalla, y eso es lo que más me extraña: a pesar de ser un ángel ejemplar, actualmente sirve como trono a nuestro padre, tiene esas ideas extrañas respecto a cómo el amor, tan sencillo en naturaleza, tiene supremacía por encima del respeto y otras virtudes superiores de nuestro padre. Ustedes son similares en ese aspecto, realmente tienen en alta estima valores que no son más que la base de virtudes superiores.

— Bueno, si te soy sincero, creo entender por qué ella hizo lo que hizo. — respondió él igual de pensativo que el serafín, fascinado ante la presencia del emperador en la historia. — Claro que hacerle eso a un emperador romano no fue la mejor idea, pero el cómo se saltó todos los pasos y aun así cumplió con lo que les pidieron, me recuerda a un amigo del bachillerato, se llamaba José. Le encargaron hacer, imprimir y pegar volantes de un evento por toda la escuela, pero como ese mismo día le negaron el permiso de cursar dos materias que reprobó, decidió simplemente hacer una manta enorme anunciando el evento, creo que era una recaudación de fondos, y colgarla en la pared de las oficinas de la dirección, ¡Tapando todas las ventanas de los pisos superiores, el director tuvo que llamar a los bomberos! — dijo Miguel riéndose. — No lo que le pidieron, pero todo el mundo se enteró.

— ¿Fue amonestado? — preguntó ella confundida ante la risa.

— Por supuesto, y por poco lo expulsan, pero como al final sus padres movieron algunas influencias y donaron bastante al evento, solamente lo suspendieron una semana. Gran castigo para José, me lo encontré toda la semana que faltó patinando en el parque. — respondió el sonriendo y no pudiendo volver a reír. — Más sencillo, y cumplió con le encargaron, aunque terminaron por castigarlo… Imagino que no estarás de acuerdo con que hizo lo correcto.

— ¿Tú consideras que hizo lo correcto Miguel?

— Bueno, la asistencia a la recaudación terminó siendo mayor ese año a comparación de los otros dos que estuve, aunque quizás el siguiente fue mayor… Tuve que irme antes de verlo, pero igual creo que esto solo demuestra que el fin a veces puede justificar los medios. — dijo él con cierto cinismo, ocultando que sus ideas acerca de sus imposibles sentimientos parecían confirmarse. — Sobre el amor, quizás tengas razón; a lo mejor pienso así porque solo soy un hombre, pero prefiero creer que incluso si es más importante el honor, el respeto, la lealtad y esas cosas, todavía hay un espacio para el amor, incluso entre los ángeles, ¿acaso no es tu hermana prueba de eso? Por algo debe pensar así.

— Indudablemente existe amor en la infinidad que es nuestro padre, Miguel. — respondió Sara confundida. — Simplemente no es la virtud más importante de este, y como sus servidores se nos obliga a ir más allá de sentimientos tan básicos… Pero soy capaz de comprender por qué gustas de percibir la creación a través de este sentimiento, después de todo acabo de confesar mi amor por esta lluvia; comparto este amor con cada una de las cosas de la creación, por ser esta obra de nuestro padre, pero guiarme solamente por este es un lujo que solamente los creados deben gozar. — argumentó ella mientras pensaba que, al final, terminó enterándose de que el emperador que había visitado terminó siendo uno de los más grandes en la historia de la creación, muy a pesar de todo lo ocurrido.

— Supongo que sí, es un lujo. — dijo Miguel sin más ideas sobre cómo intentar refutarle, enfocándose más bien en reflexionar sobre la mentalidad de su compañera, no sabiendo si ella se equivocaba o era él y su hermana quienes estaban equivocados; pensó, que ella simplemente era incapaz de amar, y que nunca había amado en un sentido distinto de apreciar con gusto la lluvia, asumiendo con pesadumbre que ambas cosas eran bastante posibles tratándose de ella; aun así, y a pesar de que una secreta esperanza se desvanecía rápidamente, su resolución de amarla aún si no fuese posible ser correspondido, no cambió en absoluto a pesar de que ahora le quedaba claro que su tiempo con ella no era infinito, resolviéndose entonces a disfrutar del tiempo que vivía ahora. — ¿Por qué no nos quedamos un rato más aquí? La lluvia no parece que vaya a relajarse pronto, y por mientras podemos disfrutar del espectáculo durante unas horas antes de que anochezca.

La tormenta se desvaneció con la misma sutileza y prontitud que utilizó para aparecer en los cielos, no sin antes hacerse mucho más intensa por unos cuantos minutos que sirvieron como final del espectáculo, dejando a su paso un bosque helado y empapado; todo lo que se percibía era humedad y olor a tierra mojada, dominando todo cuanto hubiesen abarcado las aguas incluso dos días después de que esta se hubiese retirado. Las hojas de los árboles todavía estaban coronadas con el rocío, y las noches se sentían invernales, por lo que el calor era un lujo del cual era necesario disponer para evitar pasar noches temblando y sintiendo variedad de líquidos colarse en todo tipo de telas.

No pudiendo decidir si debía estar más agradecido con la naturaleza por la tranquilidad casi acuática que con el que la lluvia había decorado al bosque o por el hecho de que no había vuelto a llover, Miguel se hallaba sentado en su banco disfrutando los últimos pedazos del primero de los conejos cazados por su compañera, quien se hallaba sentada al lado de la hoguera sin que pareciese interesarle todos los charcos de agua que podían estar debajo. En realidad, Sara se encontraba concentrada en resistir el impulso de aceptar la oferta de Miguel; intentando pensar en cualquier otra cosa, llegando a entender las sutiles diferencias entre los olores que distintos pedazos de tierra aledaños emanaban con tal de expulsar de sí la tentación y palabras del creado, cosa que al final no pudo resistir por más que batalló arduamente durante casi una hora.

— ¿Estás segura de que no quieres? — dijo él ofreciéndole una pata de conejo. — Hasta mañana que prepare al otro, o quizás pasado mañana, esta es tu última oportunidad…

Miguel solo percibió que la pieza de carne desapareció de su mano y la apretó con fuerza como reflejo ante el súbito vacío al ver aparecer frente a él a Sara, quien sujetaba la pata con ambas manos y la miraba con unos ojos de arrepentimiento conformista, pero sobre todo de apetito y curiosidad. No habiendo practicado desde hacía algunos días, tuvo algunos problemas para resolver de nuevo la mecánica del comer, pero apenas consiguió tragar el primer bocado, su boca se rellenó con algarabía eléctrica una vez más; tanta era la intensidad de aquella sensación novedosa que no pudo evitar sonreírle, incluso sin verlos, a la carne y a Miguel pero al reflexionar sobre sus acciones y sufriendo esa consciencia de aquellos que han cometido un crimen y apenas se percatan de ello, rápidamente disfrazó su gusto.

— Todavía me cuesta considerar con seriedad que se haya dedicado más que algunas notas para una cosa tan sencilla como es la alimentación, verdaderamente es increíble que de todas las artes que los creados pudieron inventar, hicieron de quemar carne una de ellas. — dijo ella tratando de menospreciar la maravilla que todavía sentía bailar en su boca.

— No es que sea un experto, pero la cocina va mucho más allá de ello. — respondió él comprendiendo el porqué de la afirmación de Sara e intentando no reír ante la obviedad de que la comida era su punto débil. — Por desgracia, incluso si tuviese los ingredientes, dudo poder hacer algo mejor que esto. — dijo señalando para sí los restos del conejo.

Había llegado la noche desde hacía algunas horas, aunque todavía era suficientemente temprano como para percibir en el horizonte los últimos tonos de azul deslizarse debajo de las distantes montañas hacia lo desconocido, y con ella también se había instaurado una tranquilidad que todos los habitantes del bosque habían pactado. Salvo por algunos insectos y aves que se oponían a callarse, terminando por aportar de cierta forma a la atmósfera, el silencio reinaba supremo junto con la luna y algunas estrellas, quizás solo compitiendo contra la hoguera en cuanto a importancia para el serafín y el creado, los cuales tenían distintos agrados hacia la noche.

Hablaron durante un rato sobre este tema, sin que ninguno tuviese un punto concreto en la discusión y resolviendo simplemente mencionar distintos puntos de vista que difícilmente conectaban entre sí o con un argumento mayor. Los dos estaban de acuerdo que comer era un placer, más el serafín dudaba por principio moral que fuese correcto explorar los límites que esta sensación podía alcanzar y el hombre, quien verdaderamente no sabía de cocina más allá de lo esencial, se contentaba con hacerle entender que no todas las comidas eran carne de conejo. Incluso tratándose de cosas tan absurdas, tener esas pláticas con Sara contentaba singularmente el corazón de Miguel al punto de no necesitar más que escuchar su voz para darse por satisfecho con su vida; se sentía ridículo, y sabía que esa manera de pensar era propia de un niño, más esa bruma en las entrañas que le hacía flotar por las nubes al estar junto a ella era excusa suficiente para perseguir la sensación, desde hace mucho negándose la racionalidad y dedicándose completamente solamente contemplarla e intentar no ahogarse en su enamoramiento.

— Se me ocurre una cosa, ¿y si mañana además de lo básico para el viaje, veo si la tienda quiere intercambiar este conejo por una o dos latas de duraznos? — dijo Miguel tras virar un poco el tema hacia el plan del que llevaban hablando desde ayer, suministrarse para pronto realizar un viaje hacia el lugar donde se hallaba el otro insurrecto encerrado, todavía siendo esta la única opción que se les ocurría para descifrar el por qué Sara seguía en este mundo. — Tengo la sensación de que lo tuyo son los dulces.

— Dudo que ese sea el caso. — respondió ella sin conocer qué era un dulce. — Tampoco creo adecuado sacrificar todo lo que puedas recibir mediante la carne del animal por un capricho… Aunque si consideras que es un alimento esencial, confiaré en tu juicio en ese aspecto. — añadió dejando relucir su curiosidad. — Solamente ten en consideración que será un viaje largo, te imploro que no intentes racionar tus alimentos conmigo.

— Cinco mil kilómetros sí es bastante, supongo. — dijo él sin prestar mucha atención de la corrección del serafín. — Pero no te preocupes, sé cómo hacer que la comida y el agua rindan. Si te soy sincero, además del combustible para las fogatas, lo que más me preocupa es qué nos depara. Supongo que hay una razón por la que quien sea que esté ahí haya sido encerrado.

— Se trata de Belial, maldito sea su nombre mil veces, y fue encerrado después de azotar por milenios a la creación con el susurro que llama a la arrogancia y avaricia. — aclaró ella. — De más está decir que si todavía no desaparece su influencia en los corazones de los creados, incluso estando él incapacitado para hacer el mal, tiene importancia suprema impedir que escape… Tan solo espero que si nuestro padre así lo dispone, sea lo que encuentre en ese lugar, igualmente consiga una respuesta.

— Incluso si no es así, creo que mencioné que podemos continuar buscando en otros lugares, no todos tienen que ser cárceles para demonios. — dijo él en una voz que demostraba algo de cansancio ante la idea de potencialmente recorrer el mundo, cosa abrumadora a la que no renunciaba por implicar renunciar a estar al lado de Sara. — Igual supongo que con el tiempo se haría más fácil, tus heridas ya han sanado bastante en esta semana. — añadió al mismo tiempo que Sara le agradecía, de nuevo, su ofrecimiento ante esta potencial aventura… Tan solo me preocupa… Más bien, me parece extraño que haya tantos lugares como el de ese demonio, quiero decir, ¿acaso son tantos como dices?

— ¿Tantos como digo? Ciertamente. — contestó ella interesada en esa pregunta. — La cantidad de insurrectos que alguna vez rondaron la creación es igual a todos los errores que han cometido los creados en toda su historia. Cada pecado que alguna vez se ha cometido, desde los sencillos pensamientos que no abandonan la consciencia hasta las devastadores atrocidades que terminan registradas en la historia, está inspirado por los susurros y enseñanzas de los insurrectos. Muchos fueron aniquilados antes de que pudiesen ser contenidos, más aquellos a los que sí se les privó de la libertad para pudrir la tierra que pisan e intoxicar el aire que inhalan, y yacen en la creación, se cuentan por los millones… La insurrección arrebató a nuestro padre un tercio de sus hijos, y una parte aún considerable de ellos está aquí. — concluyó con dolor.

— Ya veo, realmente espero que no tengamos que encontrárnoslo o algo así. — contestó él mientras comenzaba a esbozar una secreta historia cuya extensión era de incontables años y cuyos restos aparentemente se hallaban por doquier, como si de cicatrices del propio mundo se tratasen. — Creo haber escuchado algo acerca de ese tercio, pero fue en un programa de medianoche en un canal que nadie ve, — comentó tratando de hacer de esa observación un chiste. — Lo que me hace preguntar… Me hace preguntarte, ¿por qué habría una rebelión en primer lugar?

— No es una historia que me complace relatar, es importante que sea honesta al respecto contigo. — dijo ella mientras su voz adquiría seriedad y su postura se erguía para acercarse un poco a Miguel. — Considero tu curiosidad por mis historias especialmente preocupante, al mismo tiempo que particularmente interesante, — dijo con un énfasis en la última palabra que parecía decir que más que un comentario se trataba de un cumplido, demostrando con su voz que en realidad no se hallaba mortificada al relatarle eso a su compañero. — más conociendo de antemano el peligro que representa la curiosidad cuando no se dispone de la guía correcta para saciarla, quizás sea necesario que haga un pequeño sacrificio para evitar que condenes tu alma inmortal todavía más:

Del corazón más hermoso de cuantos hubo en la historia de la existencia también nacieron al mismo tiempo la más grande de las amarguras y el odio más venenoso de todos, la primera tan corrosiva que fue capaz de extinguir en un instante la luz suprema que alguna vez emanó de este y la ocultó para siempre con un manto de rencor, y el segundo tan recalcitrante que todo en cuanto se posó terminó por degenerar al instante en negras y pútridas cenizas; este mismo corazón siendo lo primero que murió hasta terminar siendo un cadáver minúsculo y frágil que seguía bombeando una sangre ponzoñosa gracias a la decepción titánica que jamás le abandonó desde el instante en que se le negaron lo que este consideraba como su derecho natural.

La aspiración de quien desde el comienzo de los tiempos fue la mano derecha de su padre como comandante supremo de sus ejércitos, siempre considerándose públicamente como el más grande y amado de entre todos sus hermanos, nunca fue otra además de servir a su creador con absoluta excelencia. Pero la noticia del advenimiento de la creación, que se le confió a él primero, encendió en este corazón las llamaradas del deseo que Lucifer consideraba tan sencillo como necesario de cumplir, pues para él era natural que se le otorgase el cargo de gobernador de la creación, el monarca al que todos los habitantes rindiesen pleitesía y culto por ser la estrella más ardiente de todas cuantas hubiese en el firmamento, por supuesto que tan solo después de su padre mismo; sus intenciones, que por su naturaleza se fueron haciendo cada vez más secretas y profanas, fueron descubiertas rápidamente y fueron corregidas con un amor que quebraría por siempre el orgullo de Lucifer, pues él no sería un magnánimo regente, sino un humilde servidor y protector de sus habitantes.

Demostrando con su mera presencia cada una de las victorias que había conseguido a través de los interminables eones como evidencia de su condición de superior nobleza dentro de la jerarquía divina, se negó con palabras de confusión y terror a denigrarse para ser un simple sirviente de criaturas tan mundanas que él ni siquiera consideraba como algo más complejo en condición que los ornamentos con los que su padre deseaba embellecer la creación. Su lengua, que era la más letal de todas las armas que portaba, fue la primera y última en desatarse ferozmente en contra de su padre con un vicio de palabras tan tempestuoso y negro que el contenido de cada uno de los insultos que Lucifer se atrevió a recitar al rostro de su padre se ha perdido para siempre en los vientos de la historia; expulsando un torrente de bilis  compuesta por los restos pútridos de su decepcionado y lastimado corazón, notándose por encima de todo esto cómo su rostro erosionaba y decoraba su porte de nobleza incomparable con las amargas lágrimas de una rabia imposible de extinguir.

Mientras su alma era consumida rápidamente por un incendio voraz y sin misericordia desde el instante en que le dio la espalda a su padre y se largó de su reciento tras prometerle que jamás volvería a pisar ese lugar sino hasta el día en que regresase triunfante para ser coronado como emperador del universo y rey de la creación, convirtiéndose tanto en el señor de todos los ángeles como el dictador por el cual todas las alimañas se arrodillasen sin poder ofrecer algo más que absoluta obediencia ante su presencia, el dolor que las heridas que él solo había causado en su corazón tan solo pudo ignorarlo al buscar consuelo en los brazos de sus hermanos más amados; su don para la retórica, que ahora solo podía usar para expulsar coágulos de mentiras e ilusiones siniestras y cargadas en ambiciones orgullosas, lo usó para atraer a su causa tanto a su hermana Belcebú, en ese entonces la Señora de las Mariposas, como a su hermano Astarot, anteriormente el Maestro de los Artes, hermanos a quienes más amaba en el mundo.

Tardaron poco en ser convencidos de las viles ideas de su hermano, quizás porque por primera vez alguien se atrevió a elaborar la naturaleza completa de aquellos deseos oscuros de dominación que todos los ángeles poseen hasta cierto punto o tal vez por ser engañados mediante la excesiva mentira de que era necesario hacer justicia por los crímenes que su padre jamás había cometido en contra de nadie, y poco después comenzaron a repetir en infames asambleas toda la pestilencia rebelde de Lucifer, terminando por reclutar en poco tiempo a un tercio de todos los hijos del creador, dándose presuntuosos títulos y repartiéndose riquezas que aún no poseían, y comenzando en el momento en que los hermanos se unieron y convencieron de que lo justo y necesario era un fratricidio una guerra casi eterna que culminó al ser Lucifer destruido y los otros dos hermanos, junto con el poco contingente de rebeldes que quedaba tras millones de años de guerra después, expulsados para siempre del reino celestial.

— Suplico que mi atrevimiento sea perdonado por nuestro padre. — dijo Sara en el mismo tono mustio, ahora al borde de las lágrimas, con el que contó la historia. — Pero me parece comprensible entender de esta tragedia la importancia de que la lealtad y el respeto sean los preceptos que guíen nuestro comportamiento. Tan solo es necesario destacar cómo fue el amor por el poder lo que orientó a él, maldito sea su nombre mil veces, a declararle la guerra a nuestro padre… ¿Miguel, comprendes la importancia de no permitir que este sea el motor de nuestras intenciones y acciones?

— Bueno, si lo pones así, creo que entiendo perfectamente. Es decir, puedo entender por qué lo hizo, pero obviamente está mal, simple y sencillamente. — contestó Miguel un poco distraído por la consternación que le provocaba la reacción de Sara al contar esa historia, mirando hacia abajo unos instantes como acto de reflejo. — Supongo que te sentó mal, ¿no? Lo siento, creo que fue mi culpa. — se disculpó, y terminó mudo, al mismo tiempo que parpadeaba y volteaba de vuelta hacia donde se encontraba Sara, topándose en cambio con su rostro tan cerca del suyo que le era posible percibir sin problemas tanto el calor de su cuerpo como su agitada respiración, colocándole sus suaves manos en la cara de Miguel para conectar mejor lo que quería decirle y saber que prestaría atención.

— Miguel, necesitas prometerme una vez más que de tus labios jamás escucharé el nombre del insurrecto. — dijo ella con una voz tan seriedad que transmitía fatalidad, más antes que demostrar molestia ante la impertinencia, indicaba una terrible preocupación casi inocente por la seguridad de él, sustituyendo la mirada grave que le hubiese dado con el firme agarre de su rostro que por unos segundos en los que ninguno entendió bien el por qué, ella acarició su piel con una extraña y angustiada ternura, diciéndole a él aquello que ella era incapaz de mostrarle con los ojos. — Tampoco por tu curiosidad pretendas buscarle para conocerle o intentes saber de él a través de aquellos que le siguieron en la rebelión… Necesitas prometérmelo una vez más.

— Está bien, te lo prometo otra vez. — contestó él tratando de no mostrarse alterado por el nerviosismo de la voz de su compañera y la emoción perturbadora que la súbita cercanía le causaba en el corazón, observando cómo encima de sus mejillas se había formado ese rojo de aquellos rostros que comienzan a llorar. — No tienes por qué preocuparte, ya te lo había después de lo que pasó,  no pienso relacionarme con demonios; no tienes porqué preocuparte, y lo siento si te alteré con mis preguntas.

— Gracias, más no es necesario que te disculpes. — contestó ella apartándose rápidamente de él mientras una sonrisa se dibujaba en su rostro y quitando las manos de su rostro para llevarlas a sus pómulos en búsqueda de alguna lágrima fugitiva, aliviándose de no encontrar nada que la delatase todavía más. — Verdaderamente lamento mi actuar tan carente de cualquier atisbo de decencia, pero esto es una demostración de que no mentía al afirmar que esa no es una historia que me complace relatar. Incluso conociendo con antelación cada una de las espantosas tragedias que sucederán, como narradora me siento repleta de un horrible dolor triste y rabioso en el corazón que me atormenta cada que recuerdo lo sucedido durante la insurgencia. Es una experiencia muy intensa, reconozco que todavía me cuesta soportar los sentimientos que me provoca pensar en lo acontecido hace tanto tiempo; sería imposible hablar al respecto de la rebelión de haber existido cuando aconteció. Lo siento, confieso que pensar que tú… que todavía hay creados que son tentados hacia la aniquilación de sus almas mediante las mentiras pérfidas del rebelde me llena de una rabia y angustia difíciles de soportar.

— No tienes porqué preocuparte. — contestó él tratando de averiguar qué más podía decir, notando el cambio en las palabras de Sara y aliviándose un poco al percibir que su actitud regresaba a la normalidad con rapidez; tomando valentía, inspirada por la neblina mental que venía sufriendo desde hacía días, se acercó a ella y le sostuvo por los brazos tratando de imitar el gesto de ella. — En serio, suficientes problemas tengo ya según tú con lo que hice en esa cueva, no soy tan tonto como para buscarme más gratuitamente… Bueno, quizás sí lo haga si cierta persona decide asumir la responsabilidad, ¡mi oferta sigue de pie!

— Insultas mi inteligencia asumiendo que aceptaría un trato como ese, — respondió ella tras una pequeña pausa de siniestra confusión en la que trató de comprender qué había querido decir Miguel, y al hacerlo le pareció tan absurdo que reaccionó con una amplia sonrisa que le marcó  con divina felicidad todo el rostro y una risa idéntica al eco dentro de una catedral, tan intensa y alegre que intentó cubrirla con las manos sin mucho éxito. — Lo siento. — dijo riendo una vez más con la misma intensidad al recordar las palabras de Miguel solo consiguiendo detenerse tras obligarse al ya no poder soportar la vergüenza que le causaba sentir sus mejillas arder en llamas.  — y es la segunda vez que declino tan absurda oferta; recae como mi responsabilidad asegurarme de que tu error sea absuelto, en cualquier caso, pero agradezco saber que no harás nada peligroso para tu alma inmortal a menos de que sea conmigo como cómplice. — dijo tratando de no reírse otra vez al repetir en voz alta sus ideas. — Es más que evidente que ese no será el caso, Miguel.

— Se vale soñar, ¿no te parece? — dijo él sin saber cómo extender más la broma, retirando sus manos de los brazos de Sara al darse por satisfecho.

— ¡Más no es prudente soñar con ilusiones de esa naturaleza! Aquellas son las que hacen a uno caer presa de las más abominables de las tentaciones. — respondió ella sin poder borrar la pequeña sonrisa que decoraba su rostro y que era incapaz de borrar a pesar de que aparentase hablar con total seriedad.

Después de que él se viese en la penosa necesidad de concederla a su compañera la victoria en tan serio argumento, las palabras que ambos pronunciaron quedaron flotando durante algunos minutos que para ambos se hicieron tan eternos que les dio tiempo suficiente para resguardarse en la seguridad de sus consciencias, incluso si en realidad no fue una pausa que durase más de tres minutos y que devolvió a los alrededores los tranquilos sonidos de la naturaleza nocturna.

Miguel aprovechó el tiempo para sumirse en un estado de consciente estupefacción ante tan bella visión que había tenido delante, estando todavía lo suficientemente consciencia como para saber que su prioridad era repasar con todo el amor que cabía en él aquellas imágenes y sonidos de ella para guardarlas como un tesoro hasta el último de sus días, siendo todavía suficientemente racional como para sentirse algo mal por la manera en que había llegado a tener un su memoria una sonrisa tan genuina y hermosa, más decidiéndose por ignorar esto a cambio de permanecer callado ante tanto cariño que le borboteaba del corazón.

Sara, al mismo tiempo que él miraba hacia las estrellas para intentar contener su enamoradiza consciencia, meditaba escuchando con detenimiento el fuego para intentar armonizar y tranquilizar cada uno de los sentimientos que había salido a flote en tan poco tiempo, ya que no mentía al decir que se había sumido de tristeza al recordar algo por lo que su mismo padre sentía un profundo pesar, pero al mismo tiempo también buscaba controlar la alegría que se manifestaba al recordar tanto el absurdo de su compañero como su misma presencia, más secretamente también se convencía con toda la fuerza que le quedaba de que aquello que llamaba alegría no era sino un reluciente y dorado amor por él.

Ambos decidieron no hablar más del tema, cada uno haciendo la elección de manera independiente y por razones completamente distintas, por lo que después de reanudar la conversación con algunas frases tímidas no tardaron en discutir acerca del destino que le deparó la última temporada al doctor de la televisión, con quien ambos ya estaban bastante  familiarizados. Mientras que él trataba de relatar cada uno de los episodios sin perderse ni un solo detalle, el serafín demostraba con sus comentaron la preocupación por el bienestar espiritual de todos los miembros del programa, demostrando que por algún motivo jamás se percató de que todo cuanto oyó a lo largo de varios días se había tratado solamente de una ficción, haciendo pensar con ternura a Miguel que incluso de saberlo aún seguiría angustiada por la inmensidad de pecados que acontecieron dentro del programa. Terminaron de hablar acerca del último episodio justo cuando la madrugada se hacía presente e indicaba con sutiliza a los dos, usando señales distintas pero igual de evidentes, que había llegado el momento de descansar. Tan solo se despidieron intentando esquivar la fricción que surge entre aquellos que comienzan a entenderse mejor, y mientras que Miguel fue a su tienda, Sara permaneció junto a la hoguera concentrada en sus nebulosos pensamientos.

Sara estuvo concentrada durante algunas horas en ordenar una vez más las turbulentas emociones que le eran ya imposible negarlas, y su ser batallaba con la misma gracia empleada para luchar en batalla para mantenerlas a raya e impedir que se apoderasen de su consciencia. Convenciéndose de no dejarse llevar por sentimientos tan poco virtuosos e increíblemente debajo de su condición como senescal del creador, repetía los mismos argumentos una y otra vez hasta darse la razón en un debate que parecía haber ganado y perdido de nuevo, todo fijándose solamente en el rítmico sonido de las llamas que tenía al lado; haciéndose cada vez más tenues pero siempre reventando de forma agradable con los mismos pasos, cosa que le hacía sentir segura de que permanecía en el mismo lugar donde había cerrado los ojos.

Escuchó un ruido después de haber debatido consigo durante un tiempo que ella percibía como próximo a la infinidad, y le obligó a salir de ese interminable mundo en el que había permanecido tantas horas y donde la armonía del todo era guiada por el compás del fuego en el instante en que se dio cuenta que ese sonido no había sido creado por este. Tal ruido, un crujir de ramas y hojas que pretendía ser discreto pero tan solo hacía más obvia su condición extranjera dentro del silencio de la noche, se escuchaba cerca de la tienda donde dormía el creado y se repitió algunas veces más hasta que el último se percibió un poco más lejano para no volver a presentarse. Sin poder intuir que hubiese un peligro, más sí un misterio que su ceguera le impedía comprender a pesar de su agudeza en los sentidos, decidió hacer caso de la curiosidad que le imploraba saber más tan pronto como fuese posible.

Tras levantarse con impresionante cautela y sin hacer ningún ruido, similar a cómo las nubes se alzan de pronto en el firmamento sin que nadie se percate, caminó con pasos confiados pero aún desconcertados en dirección de aquellos ruidos. Tanteaba con las manos en búsqueda de algún indicio que hiciese su búsqueda más sencilla, y al mismo tiempo le impidiese chocar o tropezar súbitamente por culpa de algún objeto perdido en un mundo de tinieblas blancas. No tardó en saber qué habían sido aquellos sonidos, pues antes de que lograse acercarse lo suficiente a un Miguel acostado junto a un árbol cercano y con una maquinaria extraña en sus manos, el saber completo de esta imagen se le fue conferida; supo entonces que este había salido de su tienda para yacer en el pasto, y quizás la maquinaria conectada a sus oídos y de la cual podía escuchar una melodía desconocida, le terminaría por hacer entender la escena.

— ¿Qué es aquello que descansa sobre tu pecho? — preguntó a la vez que tocaba el hombro con suavidad para que abriese sus ojos.

Miguel reaccionó con un sobresalto que le hizo terminar sentado de forma incómoda, presionando una rodilla contra el pie con todo el peso de su cuerpo en un intento de equilibrarse que terminó con él de nuevo en el suelo, cosa que sucedió al mismo tiempo que su corazón se desaceleraba por el espanto y se quitaba los audífonos en búsqueda de aquellas palabras tenues de su compañera que se le escaparon. Terminó concentrándose en el rostro curioso de su compañera, finalmente ubicándose en la realidad tras algunos segundos y preguntándole a Sara qué era lo que había dicho. Sara, quien se sentó a su lado, obedeciendo parcialmente y sin darse cuenta aquel instinto con el que había luchado durante horas respondió su pregunta con la misma voz de curiosidad y extrañeza.

— ¡Ah! Es una bocina. — dijo él con un tono más relajado, tomando el aparato del suelo con bastante cuidado y mostrándoselo a Sara tras quitarle algunas gotas de rocío y hierba. — Tiene entrada para audífonos por si quieres usarla para escuchar la radio, pero como también le puedes meter una tarjeta de memoria, la uso para escuchar lo mío, ¿quieres escuchar? — dijo tomando uno de los audífonos con cuidado y acercándolo al rostro del serafín.

— ¿Qué es lo que puede escucharse con esa máquina, acaso es una melodía? — preguntó Sara complemente perdida ante las palabras dichas por Miguel y el gesto que este le estaba haciendo, tan solo alcanzando a escuchar con su buen oído un leve sonido rítmico que le recordaba a las antiguas melodías que alguna vez había escuchado durante varias estancias en la creación.

— Sí, es una canción. — respondió él acercándose un poco más a ella y colocándole con delicadeza el audífono en su oído, haciendo todo esto muy consciente de que era una operación en la que no podía fallar y que por motivos un tanto poco infantiles del corazón debía de hacer correctamente en un simple movimiento. — Supongo que te va a gustar, pero solo hay una manera de averiguarlo.

Tener de pronto un plástico en las entrañas de su cabeza le pareció una sensación tan incómoda que estuvo a punto de tomar el cable y lanzarlo fuera de su vista, impidiéndoselo los escalofríos intensos y evidentes, así como el disgusto que le complicó en un principio mantener la compostura ante el pulsar de asco que aquella intromisión en su cuerpo le causó. Sin embargo, todos los disgustos murieron de pronto al percibir las notas de la música; surgiendo como un amanecer hermoso del que apenas se daba cuenta a pesar de estar alumbrada por su luz desde hacía tiempo, y ante el cual solo podía contemplar en silenciosa maravilla, la melodía envolvía su cabeza en un susurro armonioso que le hacía entender cosas bellas y secretas preciosuras, las cuales no tardaron en asombrarla por completo, y al llegar al punto más alto del Vals de las flores fue tanto su encanto que en los últimos minutos se encogió y apretó el audífono contra su oreja por miedo a que la música se escapase.

Sara permaneció en aquella posición durante unos segundos tras finalizar la pieza, esperando con entusiasmo que al silencio le continuase alguna melodía incluso más hermosa que la anterior y que necesitaba proteger con mucho más recelo para que no se escapase y desvaneciese en el aire de la misma forma que los rayos del sol suelen huir de aquellos que intentan preservarlos para sí. No obstante, al percatarse que el silencio del bosque volvía a reinar supremo en su oído, levantó la cabeza rápidamente con una mirada en la que entendía una auténtica preocupación y extrañeza ante el horrible silencio; razonó, pues era lo único que podía hacer en tan poco tiempo, que ninguna obra de los creados podía ser eterna, y aquel encanto que escuchó había concluido como era natural para casi todas las melodías. Aquella conclusión no le gustó y deseó haber permanecido toda la eternidad escuchando la pieza y maravillarse siempre con sus sonidos metálicos y tensados, pero la aceptó pronto decidida a saber todo cuanto pudiese de ella y preguntó por ella a Miguel.

— Creo que olvidé quién la compuso, pero estoy seguro de que la canción se llama Vals de las flores. — respondió él con cierta inseguridad ante su evidente ignorancia, pero al mismo tiempo con emoción por hablar sobre aquello con Sara, sintiendo que era necesario explicarle qué hacía ahí. — Es una costumbre mía escuchar las canciones de esta cosa, pero solamente lo hago una o dos veces al mes; tengo que cuidar la batería, e incluso así, ya está al treinta por ciento en menos de tres meses. Suelen verme extraño en el pueblo cuando les pido un cargador y un enchufe, pero al menos todavía recarga la batería bastante rápido. — añadió mientras se reía, para después bostezar, al recordar una vez que se quedó parado sin hacer media hora junto a la puerta de una tienda a la espera de que su aparato terminase de cargar, notando rápidamente que en el rostro del serafín había mucha confusión. — Digamos que si lo usas mucho deja de funcionar, y necesitas otro aparato que vuelva a hacerlo, y no quiero que un día se quede sin batería mientras la escuchó; esta canción en específico es la favorita de mi mamá, y no quiero… Me gusta mucho, quiero decir, no quiero que se corte a la mitad. — dijo en un intento de arreglar sus palabras, lamentándose haber dicho eso y sospechando que había orientado la conversación hacia un destino que no deseaba.

— Comprendo por qué esta es la melodía predilecta de tu madre. — respondió ella aún fascinándose con los recuerdos de lo que había escuchado. — ¿También es tu melodía preferida?

— Bueno, realmente no es música que escuche a menudo. — respondió buscando ser más consciente de sus palabras. — Pero supongo que soy capaz de apreciar este tipo, y me gusta bastante esta canción en particular, aunque no es que la escuche tan seguido, ¿sabes? Es solo una vez al mes después de todo, supongo que es como un pequeño lujo que me doy… Sí, también hay canciones mías aquí. — dijo señalando la bocina.

— Deberás perdonar mi atrevimiento, — dijo Sara tras una pequeña pausa en la que pareció meditar las palabras y tono de su compañero. — más presumo que aquella melodía tan hermosa es además un puente que compartes con tu madre; siendo una pieza que ella y tú disfrutan, pero que tú solo escuchas a solas cada mes, parece ser algo íntimo propio de los creados, pero no estoy seguro de haberlo visto antes.

— Supongo que tienes razón. — contestó Miguel bastante impactado y ligeramente asustado ante la intuición tan aguda de Sara, de antemano sabiendo que no podría desviar la conversación sin que fuese incómodo e increíblemente sospechoso de su parte. — Es la canción favorita de mi madre, así que cuando la escucho me recuerda a ella; como si estuviese junto con ella, más bien, como si estuviese en casa… Me conecta con mi familia de cierta manera, no sé si me doy a entender. — añadió sin él mismo entenderse del todo, concluyendo con otro bostezo.

— Comprendo tus palabras. — respondió ella con una voz de sinceridad y empatía, sabiendo que una vez más era momento de hablar con sinceridad como correspondencia ante la honestidad demostrada en el nerviosismo de Miguel. — Estos últimos días he ansiado comunicarme con nuestro padre y mis hermanos, más solamente me ha sido dispensado el mensaje donde se me encarga que debo cumplir su misión; le ha seguido silencio absoluto, y presumo que esto es porque mis hermanos acatan instrucciones que les impide revelarme información alguna… — dijo con resignación. — No es que extrañe su compañía como tú anhelas la cercanía a tu familia, sino que estar aislada de mi hogar me hace sentir extraña, vacía… Como si estuviese cometiendo desacato, una falta de respeto y lealtad hacia nuestro padre.

— Es normal que te sientas así, porque después de todo estás alejada de tu familia. — respondió Miguel despabilándose ante las palabras de Sara. — Pero no te preocupes tanto por eso, estoy seguro de que pronto volverás con ellos. Además, si la dichosa misión implica que estés aquí, no van a castigarte por no estar ahí, no tiene sentido.

— Comparto esas mismas esperanzas, a pesar de que sea una tarea complicada mantenerlas ante un silencio tan abrumador que sospecho nunca va a callarse sino hasta que ascienda de nuevo al reino de nuestro padre. — dijo ella sin perder la compostura, pero reflejando qué tanto le afectaba esto en su manera de hablar. — ¿Acaso es igual en tu caso Miguel, es un silencio que constantemente te persigue, aquel que genera la distancia hacia tu madre y hogar?

Tras escuchar la pregunta tan solo contestó con un silencio que rápidamente se extendió hasta durar casi un minuto completo, habiendo Miguel abandonado las palabras de Sara durante aquel tiempo para que estas permaneciesen colgando en el helado aire del bosque en lo que él se decidía qué responder. Aún sin estar seguro de qué responder, tanto la creciente presión nacida con aquella pausa que le hacía trizas los nervios, así como también el entender que ella habló con absoluta honestidad acerca de lo que sentía muy a pesar de que su orgullo se lo hizo casi imposible y terminó lastimándola en una sección muy íntima de su ser, cosa que se notaba con solo escuchar su voz, supo que lo correcto era hablar con sinceridad; levantándose para volver a sentarse de manera que estuviese al mismo nivel que ella, y despabilando todas las quejas que su consciencia recelosa le imponía, habló tras un pequeño soplido.

— Bueno, realmente nunca se me ocurrió pensar en la distancia que me separa de mi familia como un silencio que siempre está ahí. — admitió él con cierta dificultad para encontrar las palabras y hablar sin censurarse. — Pero sí la he notado, y a veces es  tan grande que me hace extrañar bastante mi casa; nunca preguntaste qué hago en este bosque, y tiene que ver con mi familia por más estúpido que suene ahora que lo digo en voz alta, así que jamás se me ocurrió decírtelo. — añadió rápidamente sintiéndose algo avergonzado pero sin intención alguna de detenerse. — ¿Cómo decirlo? Llevo más o menos seis meses viviendo aquí desde que emancipé de mis padres… — dijo con lentitud y un tono que parecía decir que se preparaba mentalmente para estrellarse contra algo. — ¡Ya sé que suena estúpido, apenas pasó un mes y me di cuenta rápidamente de que cometí un error! En mi defensa, en realidad la distancia que nos separa no es mucha, apenas es una hora u hora y media de viaje en autobús; la línea de autobuses del pueblo llega hasta los suburbios, así es como llegué en primer lugar. — dijo sintiéndose bastante atroz al hacerlo, y deteniéndose solo porque consiguió ver que estaba hablando demasiado para su gusto.

— ¿Estás diciendo que tomaste la decisión de separarte de tu familia para vivir en este bosque, pero ahora te arrepientes de tu elección? — preguntó Sara sin comprender del todo las palabras de Miguel, más haciendo su mejor esfuerzo para hacerlo. — ¿Acaso es un ritual de los creados que no deseas llevar a cabo? Recuerdo escuchar historias similares hace muchos siglos.

— No realmente, más bien me quedé aquí porque viviendo por mi cuenta no tengo que hacer muchos gastos; lo más costoso que he comprado últimamente fue la tienda y un paquete de carbón para la hoguera, que al final solo sirvió para el primer mes. — contestó Miguel en un intento de explicarse lo mejor que pudiese. — Al principio mi plan era quedarme en un hotel, una posada por decirlo así, — aclaró rápidamente a Sara. — y pagaría la habitación consiguiéndome algún trabajo en el pueblo, pero pronto me di cuenta que además de no ser rentable a largo plazo, también resultó siendo muchísimo más costoso de lo que pensaba, y pensé que era mejor arreglármelas en el bosque… Tampoco es que me queje mucho, porque todo lo que sé sobre conseguir comida y encender hogueras lo aprendí cuando era niño, mi papá me llevaba justo aquí de campamento los fines de semana, y supongo que eso me acostumbró a la experiencia… — comentó para hacer otra pausa tras decir esto, sabiendo que una vez más había hablado de más y ya no había marcha atrás. — Con el tiempo se puede volver solitario, supongo.

— Todo cuanto me estás relatando se relaciona con el hecho de que tu padre ya no se encuentra en la creación, ¿acaso me equivoco al afirmarlo? — Sara preguntó de tal forma que sus palabras más que como un golpe seco, las percibió él como un escalofrío igual de intenso que el le siguió al sentir cómo ella le tomaba las manos con suavidad. — Lamento hablar con atrevimiento sobre esto, pero noto que su ausencia en la creación te impone un profundo dolor… — dijo pausando un momento para determinar si era correcto decirlo lo que averiguó tras sostener su mano, siendo que jamás lo había hecho; decidió hacerlo al poco tiempo, justificándolo pésimamente con que no lo hacía por tratarse de él y sentir un deseo de aliviar su pesar en particular, sino porque su instinto y responsabilidad como ser divino se lo imponía. — Eulogiménos Opáteras sou, giatí eínai ídise diarci coinonía cai aiónia eirínisto basíleio tou páteras mas… — comenzó a decir, pero rápidamente cambió sus palabras. — Su alma inmortal ya está descansando en perpetua paz y comunión dentro del reino de nuestro padre. — afirmó ella con una voz reconfortante al mismo tiempo que apretaba las manos de él para reafirmar sus palabras. — Miguel, tu padre fue un hombre leal y respetuoso al gobierno de su creador; su corazón, asumo que esto te interesa más como creado, era uno repleto con bondad y amor. Si acaso su destino último tras su partida de la creación te torturaba, ya no es necesario que te martirices la consciencia con esta incertidumbre.

— Gracias por decírmelo, es bastante reconfortante saberlo. — contestó el creado sin poder añadir algo más por estar concentrado en batallar contra su orgullo para no llorar, no consiguiéndolo y resignándose a solamente soltar dos lágrimas discretas que rápidamente se limpió con un brazo. — Él murió hace unos ocho años, serán nueve en unos tres meses si no mal recuerdo, un accidente de tráfico en la carretera. Lo recuerdo bien porque, además de lo obvio, se suponía que al día siguiente me llevaría de campamento a este bosque; bastante trágico, supongo que lo digo de forma muy dramática, ¿no? — añadió para aminorar la carga de su relato por un momento, reflexionando de tal forma que poco después afirmó como si hubiese tenido una revelación. — Definitivamente lastimé a mi mamá cuando le dije que me emancipaba y me iba de la casa, supongo que la abandoné.

— ¿Puedo entonces preguntar qué es lo que te hizo tomar aquella decisión? — contestó Sara tomando de nuevo la mano utilizada por Miguel para deshacerse de su pequeño llanto, sin darse cuenta de que al intentar transmitirle seguridad y alivio para que su alma no se nublase ante tan tristes recuerdos, había terminado entrelazando sus dedos con los de él en un reflejo para comunicarle esto con mayor profundidad.

— Te dije que era algo estúpido. — contestó él con una vergüenza nueva que apenas había surgido tras volver a pensar en su situación con detenimiento, dándose un breve momento para entender la sensación de tener sus dedos pegados a los de ella. — ¿Cómo decirlo? Mi mamá no es mala, todo lo contrario, ella que ha trabajado por nosotros mucho más de lo que yo sería capaz de soportar. Pero a veces puede ser algo entrometida y persistente cuando se trata de que las cosas se hagan a su modo; probablemente tenga razón la mayoría de las veces, pero casi nunca toma en cuenta lo que otros opinan… — mencionó dejando en el aire esas palabras al mismo tiempo que recordaba sin rencor alguno variedad de historias de la infancia. — Antes de emanciparme, tenía pensado entrar a la escuela de medicina; seguir los pasos de mi padre, supongo. Pero ella me lo prohibió, según ella porque la universidad que daba la carrera estaba a casi tres horas de nuestro suburbio y eso implicaba conseguirme un lugar que ninguno de los dos podía costear, y también separarme de ella por casi todo un año; en cambio quería que estudiase derecho en otra universidad, más pequeña y a media hora de la casa… ¿Puedes ver a dónde voy?

— Comprendo que te separaste de tu madre para no obedecer sus instrucciones. — respondió ella sin poder entender del todo las motivaciones de Miguel, puesto que a pesar de saber que sus acciones no podían ser malvadas, en el peor de los casos serían tan solo resultado de su naturaleza mal aconsejada como creado, le costaba entender la desobediencia y la separación de la familia como algo que no fuese la marca terrible del insurgente opuesto al mandato divino de su padre. — ¿Acaso es una separación permanente y de la cual no es posible revertir sus efectos?

— Bueno, el punto de emanciparte no es separarte de tus padre; no del todo, aunque por lo general es lo que termina pasando. — contestó sintiéndose extraño por dejar salir tantas emociones de su boca, especialmente aquellos de los cuales jamás había reflexionado por alguna razón y que sospechaba habían surgido influenciados por el aura que emitía Sara. — Técnicamente es una forma legal que solamente les quita a los padres la responsabilidad sobre sus hijos, así que uno ya es un adulto independiente aunque ni siquiera seas mayor de edad. Al principio ella estaba muy lastimada, realmente no puedo culparla, y no quiso escuchar de mí en lo absoluto. Pero al final terminamos hablando un rato por teléfono alrededor de la tercer semana o algo así; nos comunicamos a distancia con un aparato como este. — aclaró él rápidamente volviendo a enseñar su bocina. — Voy a regresar a casa para navidad, quizás un poco antes si me lo permite la universidad; las inscripciones para medicina comienzan en unos tres meses, también hablamos de eso, así que quién sabe. — añadió dándose cuenta de que la presencia de Sara, y la promesa que le había hecho, podría hacer casi imposible cumplirlo. — Es más, creo que el guardabosques se puso en contacto con mi madre, supongo se conocían de antes, y le comenta si estoy vivo después de hacer sus inspecciones… Imagino que aún a pesar de todo, sigue bastante lastimada por lo que le hice, supongo.

Sara no pronunció una sola palabra para responder a todo lo que había escuchado, permitiendo durante algunos segundos que el silencio de la noche volviese a ocupar su legítima posición como gobernante del bosque, pues se encontraba meditando lo que había escuchado para intentar comprenderlo. Tenía dificultades para aceptar que una persona fuese capaz de abandonar a su familia por lo que ella juzgó como un capricho personal, e incluso fue incapaz de separar completamente aquel deseo por independencia que claramente había escuchado en las palabras de Miguel y el que trajo consigo la devastación de su hogar eras atrás, pero justamente por tratarse de él hizo un esfuerzo por comprender las razones que llevaron al creado bajo el resguardo del bosque; sintiendo bastante más empatía por la tristeza y agobio de su madre, pero también por la soledad y arrepentimiento del hijo. Por ello respondió separando una mano de la de él para rápidamente colocarla sobre la que seguía entrelazando a la suya con los dedos, envolviéndola y llevándola a su pecho como indicación de tal empatía, e igualmente de aquel amor que se negaba a reconocer más sentía avivarse con cada instante que pasaba, ambas cosas tan complicadas de entender que prefirió usar los gestos para hacerlas entender.

— Lamento tanto que tu alma esté oprimida de manera tan horrible y atroz por el pesar que representa estar separado del hogar al que perteneces, y siento mucho que la ignorancia de tus sentimientos me haya impedido percibir que el arrepentimiento hiere tu consciencia; si acaso te sirve de algo, confieso mi arrepentimiento por esto y espero puedas perdonarme por ello. — dijo Sara tras articular sus pensamientos lo mejor posible. — Pero tus cicatrices solo sanarán cuando regreses a tu hogar y con   tus acciones sean restaurados el orden y virtudes por lo que deben regirse una familia. — dijo mientras apretaba todavía más sus manos contra la de él. — Miguel, necesito que regreses a tu hogar y enmiendes tus errores tan pronto como te sea posible; quizás puedas emprender el camino de vuelta al amanecer, más independientemente de cuándo lo hagas, es de suprema importancia que no lo postergues más tiempo… Comprendo tu dolor, y así mismo entiendo también la tristeza que inunda el corazón de tu madre ante la falta de lealtad y desobediencia que demostraste, pero todavía no es tarde para deshacerte de esa carga que tanto apena a tu corazón.

— Supongo que en algún momento regresaré a casa para hablar con ella en persona, probablemente para navidad o un poco antes si es posible. — respondió Miguel confundido por lo que Sara quería decirle. — Aunque en realidad, solamente quiero pedirle una disculpa por haberle avisado que me había emancipado de ella sin ningún aviso previo, en realidad fui bastante grosero con ella y eso es de lo que más me arrepiento. Pero tampoco es que vaya a cambiar de opinión porque ella cree que sabe lo que me conviene, mi mamá sabe que tomé una decisión y lo respeta aunque no esté de acuerdo conmigo. No puedo solamente obedecerla porque sí, por más que sea mi madre; no todo es lealtad y respeto. — dijo haciendo énfasis en esas palabras. — Además, ¿qué va a pasar contigo? Tampoco puedo abandonarte ahora y esperar que hagas tu misión o lo que sea por tu cuenta. — añadió todavía más confundido y sintiéndose algo avergonzado de decir esto. — Prometí que estaría a tu lado para ayudarte, ¿no es así?

— Ciertamente estaré agradecida eternamente por toda la ayuda que me has brindado desde el momento en que nos conocimos, y aunque reconozco que será complicado emprender la búsqueda de aquello que nuestro padre me ha encomendado como misión sin tu presencia, soy capaz de hacerlo en solitaria independencia; es mi responsabilidad como custodia de los caídos y senescal de nuestro padre obedecer sus instrucciones sin que obstáculo alguno pueda interponerse en mi deber, — dijo Sara también con algo de vergüenza pero con mucho entusiasmo reconciliatorio. — tú debes regresar al lugar donde perteneces para hacer lo mismo. Es menester que te sometas a las instrucciones de tu madre para salvaguardar la unión de tu familia, pues incluso siendo creados, jamás deben ser menospreciados y rebajados los valores de la lealtad y el respeto; sé que no puedo pretender conocer a tu madre en persona, y reconozco ambiciones carentes de maldad en tus intenciones, pero comprendo que ella está en desacuerdo con tus decisiones porque sabe lo que es mejor para ti.

— ¿Porque sabe lo que es mejor para mí? — respondió él intentando todavía ser lo más comprensible posible, a pesar de que comenzaba a sentirse confundido e irritado por lo que escuchaba. — Escucha, quizás tanto tú como mi madre tengan razón y realmente lo que me conviene es terminar trabajando en un despacho de abogados o algo así, pero creo que eso no es lo importante. Lo que importa es que yo no quiero hacer eso, y sé que podrá sonar infantil diciéndolo así, — añadió rápidamente. — pero es la verdad; mi vocación no es esa, y esto va más allá de dónde quiero trabajar, se trata acerca de lo que quiero hacer con mi vida; eso es lo que mi mamá no llegó a entender, ahora lo hace, pero supongo que tú tampoco. Yo entiendo que solamente  soy un hombre y tú eres algo completamente distinto a mí, así que supongo que tengo un compás moral distinto al tuyo y probablemente inferior o algo así, y seguramente no puedas entenderlo porque estás muy por encima de todos, — añadió mientras separaba sus mano de las de ella para hacer ademanes que ella no podía ver, pero que reforzaban lo que estaba diciendo. — pero debes entenderme cuando te digo que sí hay situaciones donde importan otras cosas aparte de respetar y obedecer a la autoridad porque sí, y mi caso es un ejemplo de ello, a veces hay sentimientos que importan más.

— ¡Por supuesto que es imposible para mí entender como superiores otras virtudes que no sean las de la obediencia y el acato a los órdenes, incluso dudo mucho que aquellas a las que te estás refiriendo siquiera sean virtudes! Seguramente son únicamente emociones y sentimientos naturales a los creados a los que confieren valor sin saber que carecen de toda importancia ante las normas de nuestro padre. — aseguró Sara en una voz tan confundida y molesta como la del creado. — Miguel, ¿qué es aquello a lo que tanto confieres amparo? ¿Qué emoción puede ser más importante que los que marcan la diferencia entre los aliados y enemigos de nuestro padre?

— ¡Bueno, hay muchos ejemplos! — respondió él sin saber qué decir y haciendo un esfuerzo por improvisar tan rápido como pudiese. — ¡Pero se me ocurren cosas como la libertad, independencia, paciencia, honestidad, agradecimiento, bondad o el amor! — se detuvo tras mencionar aquel ejemplo. — ¡Sí, el amor, puede ser el valor más importante del mundo en algunos casos! Pero supongo que tú ya habías dicho lo que piensas sobre ese sentimiento.

— ¡¿El más importante?! — Sara contestó con bastante desconcierto al mismo tiempo que rápidamente se ponía de pie y llevaba sus manos al pecho, como si tuviese una herida ahí que desease esconder, sintiendo que ya había dicho algo parecido tiempo atrás. —  ¡Acaso será un valor importante para los creados porque es idéntica a su sencilla naturaleza! No te equivocas al decir que es indigno y básico para mi condición como senescal del creador, y entiendo que sea más preciado que otros valores idénticos en su posición en algunas instancias, más eso no le hacer ser superior en condición a virtudes muy por encima de lo que es el amor.

— ¡Claro que es algo demasiado sencillo para alguien tan superior como tú! — respondió él con una voz que sonaba sarcástica pero realmente le estaba concediendo la razón. — ¡Eso no quiere decir que no sea real e importante para muchas personas, por lo menos es importante para mí! — dijo señalándose con las manos, comenzando a sentirse mal por hablarle así a Sara. — Supongo que lo que estoy tratando de decir es que tal vez tengas razón y esto no es algo que pueda entender, y quizás es un sentimiento tan humano, como dices, que sencillamente eres incapaz de amar como nosotros. — concluyó sintiéndose bastante avergonzado de haber dicho eso, pero sin intención alguna de retractarse.

— ¡Por supuesto que soy capaz de amar, no pretendas burlarte de mi ser con tu condescendencia! — respondió Sara más confundida que molesta en una voz que empezaba a sonar como el distante replique de una campana. — ¡Tanto mi alma como la tuya es inmortal porque son el resultado último del más puro e infinito de los  amores, pero eso no lo hace el más importante de todas las virtudes que guían a mi  ser! — declaró también sintiéndose incómoda ante la situación en la que estaba. — Justamente por ser el fundamento de mi existencia, es menester que pretenda guiarme por algo más que el amor. Ya te lo había dicho antes, nuestro padre no me confirió la responsabilidad de ser custodia de los vencidos y senescal de su trono por demostrarle mi amor hacia él, sino por mi desempeño en la batalla y mi respeto incondicional a su autoridad y las órdenes que de ella provienen… ¿Por qué deseas hablar acerca de esto, si tus palabras deberían ser acerca de tu responsabilidad y el debes que debes cumplir al regresar a tu hogar?

— Porque me niego a creer que tienes ese puesto solamente por ser obediente y absolutamente nada más. — respondió él demostrando que carecía del talento para improvisar al mismo tiempo que se levantaba para no mirar por debajo a Sara. — Tal vez tienes razón y no es necesario que sientas amor a pesar de que eres perfectamente capaz de hacerlo, pero ese es tu caso, yo me niego a creer que te ascendieron sin que hubiese algo de amor de por medio. — dijo tratando de hallar la manera de continuar su argumento. — ¿Vas a negar que Dios te ama y que tal vez, solo tal vez, en parte eres custodia de los vencidos por el amor que siente él por ti? Porque no puede ser que ese amor que afirmas tú y yo estamos hechos, no esté también en él y en las decisiones que toma… ¡¿Te acuerdas cuando te dije que el amor debe ser la fuerza más importante en el universo?! Pues si ambos fuimos creados por amor y de esto estamos hechos, o lo que sea, él también debe amarnos; por amor te ascendieron, no solo porque nunca has causado problemas.

— Una vez más empleas las palabras de mis hermanos para intentar convencerme de la misma lógica. — respondió ella con cierta desesperación ante la situación en la que se encontraba, así mismo soltando de golpe sus manos para llevar una a la cadera y emplear la otra en ademanes para recalcar su punto. — Nuestro padre ciertamente nos ama de una manera tan amplia que ninguna lengua es capaz de describir tal magnitud; nuestro padre te ama más a ti que a mí, pues tú eres su creación más hermosa y yo simplemente soy una servidora de sus instrucciones. Miguel, acertaste al decir que no es necesario que sienta amor porque no soy como tú. — dijo señalando a un árbol en vez de a él. — Atesoro en mi alma inmortal todas las cosas que nuestro padre ha creado, y mi amor por ellas es incondicional, pero no puede rebajarme a guiarme solo por ello, ¡necesitas comprender eso! — declaró puntualmente, pues ella sentía que daban vueltas sobre el mismo tema. —, y tú tampoco deberías permitir que te controle algo tan burdo… Especialmente sabiendo lo peligro que puede ser para tu alma inmortal, y lo amenazante que es la sombra de la tentación que el amor sin restricciones supone para mí.

— ¡Pero no vas a caer en la tentación! — contestó Miguel con enojo ante la idea de que Sara se percibiese de esa manera. — Sé que el amor puede ser algo malo en exceso, literalmente todo en exceso es malo, pero también sé que eres demasiado fuerte como para que algo, que tú llamas burdo por cierto, te lleve a la perdición o algo así; tú no eres así, lo sé incluso si solo he estado contigo unos cuantos días, solo lo sé. 

— Te equivocas al asumir que conoces cuáles son mis limitaciones sin tener ninguna razón además de una corazonada errada y una minúscula experiencia estando presente a mi lado. — respondió ella sin poder agregar nada más, hallándose perturbada y reticente a meditar todo lo que había escuchado por miedo a tener que aceptar que el creado podía tener razón en algunos puntos y confirmaba lo que ella misma ya había pensado durante noches enteras.

— Tal vez, pero tú también te equivocas; no es solo una corazonada, yo estoy seguro de que no solo eres capaz de resistir una tentación así, como sea que lo llames, sino que en ti existe un amor, o como quiera llamarlo, más grande del que te das cuenta. — respondió él también quedándose sin muchas palabras qué decir. — La luz que salía de tu frente cuando te arrancaron las alas, quizás sea la luz de Dios como tú dijiste, pero yo sé — dijo haciendo mucho énfasis en esa palabra. — que también es tu luz; y cuando la vi, al menos al principio, tan solo sentí felicidad y amor, especialmente eso último. Yo sé que no eres tan débil como para que te lastime algo tan burdo. — también dijo enfatizando esa palabra. — Supongo que si tanto amor hay en esa luz, entonces ya tienes en ti suficiente amor, más del que seguramente crees que puedes soportar antes de ser tentada… Quiero decir, a mí no me ha hecho hacer nada malo. — concluyó diciendo esta última frase con una voz más tímida.

— Mi contestación son las mismas palabras que ya he pronunciado, tan solo te guías por tus sentimientos para afirmar todo cuanto has dicho hasta ahora. — respondió ella notando este cambio en la voz de Miguel y con tanta inquietud, que de haber podio, habría comenzado a llorar ante el caos de sentimientos en su interior y el hecho de que la discusión carecía completamente de sentido. — Además, es menester que reconozcas que el punto de esta conversación no era la naturaleza del amor, sino de lo que debes hacer por tu bien… Solicito que te enfoques en ello, y no pretendas desviar aquello que no deseas escuchar.

— ¡No voy a enfocarme en algo que ya dejó de importar! ¡Está claro que me guío por mis sentimientos, especialmente ahora mismo, y obviamente tú también aunque quieras negarlo! — dijo respirando hondo como si estuviese en una situación peligrosa. — ¿Quieres que te demuestre por qué tengo razón? Dame la mano. — ordenó él con tanta firmeza que no se distinguía cómo estaba improvisando cada uno de sus movimientos y guiándose tan solo por una idea completamente disparatada, en parte porque sabía que nunca ganaría la discusión con palabras, y nacida del más enorme de los nerviosismos.

Esas palabras impresionaron al serafín al punto de dejarla callada y paralizada durante unos cuantos segundos, los cuales utilizó para intentar discernir si realmente había escuchado que Miguel le había dado una orden. Sara estaba tan asombrada y estupefacta que rápidamente comenzó a repasar palabra por palabra el desastre lleno de redundancias y carente de sentido que había sido la conversación; cada una de las cosas que había escuchado resonaron en su corazón y le molestaban para que ella finalmente se dignase a aceptarlas como verdaderas. Haciendo el esfuerzo de negarse a aceptar la propuesta, trató de ofenderse ante la idea de que un creado le ordenase qué hacer, pero simplemente fue incapaz de hacerlo porque sabía que no había malicia o arrogancia detrás de estas palabras, sino más bien un nerviosismo mezclado con aquella palabra que ya no se atrevía a pronunciar siquiera en su consciencia. Este temor que le nublaba los pensamientos también le decía a su corazón, junto con una visión que en ese instante llegó para hacerle saber dónde se encontraba la mano que debía sostener, que sería imposible de ahora en adelante encerrar sus sentimientos e intentar asfixiarlos con argumentos repetidos durante una eternidad. Por lo tanto, en ese momento decidió ignorar una última vez lo que sentía y se convenció de que aceptaba la orden del creado meramente por la confianza que tenía en él.

Miguel tomó con mucha delicadeza la mano que llena de vergüenza le ofreció Sara, pudiendo sentir que el tacto de su piel era más suave y cálido de lo que jamás había sido, y en el movimiento más audaz de su vida entrelazó otra vez los dedos de su mano con los de ella para después acercarla a él con un movimiento firme pero amable, y posteriormente le colocó un audífono en el oído después de que él se colocó el otro y guardó la bocina en uno de los bolsillos del pantalón con la otra mano; aquellas cosas provocándole a Sara un escalofrío y la necesidad de arrancarse con violencia el cable para salir volando y nunca más regresar, sintiéndose absolutamente desesperada por no tener alas en ese instante, pero esta vez no fue el consuelo de la bellísima música que comenzó a sonar en su cabeza a los pocos segundos de sentir el audífono entrar en ella lo que se lo impidió, sino la taciturna pero emocionada curiosidad que invadía todo su ser y contra la que batallaba para no comenzar a temblar que invadía todo su ser y que alcanzó su clímax al sentir cómo Miguel colocó su otra mano en su hombro.

— ¿Quieres saber por qué tengo razón? — Miguel repitió la pregunta con una voz temblorosa mientras comenzaba a moverse junto con Sara al ritmo de la canción, intentando recordar las clases de baile a las que obligaron a ir cuando era un niño. — Sé que esto es muy ridículo, realmente es lo único que se me ocurrió,  pero yo sé que no vas a caer en ninguna tentación. — afirmó con nervios tratando de no pisar a Sara. — Eres mucho más fuerte de lo que crees, por supuesto que nunca va a pasarte nada malo por amar; sé que nunca estaremos de acuerdo con lo importante que es o qué puede hacerte en tu caso, pero eso no importa, te pido que nunca permitas que el miedo a lo que te puede pasar, supongo que es eso, te haga menospreciarlo y ocultarlo. — dijo al mismo tiempo que las notas alcanzaban el primer clímax. — Sara, te amo… Entiendo que nunca podrás sentir exactamente lo mismo que yo siento por ti, mucho menos corresponderlo, pero sé que dentro de ti existe ese poder, supongo que es la misma luz que me hizo enamorarme de ti y me hizo pensar que era una buena idea bailar contigo en la madrugada, y quiero que seas capaz de amar, a tu manera, sin temor a que te pase nada.

Sara permaneció callada durante el discurso de Miguel, escuchando con mucha atención cada una de sus palabras y al mismo tiempo intentando averiguar qué era lo que pretendía al moverse junto con ella de forma tan extraña y rítmica; al mismo tiempo concentrándose en la melodía para tratar de calmar su acelerado corazón y permitirle descansar un poco de los nervios con la singular alegría que las notas le provocaban, siendo tan eficiente que incluso llegó a mezclar la voz del creado con los arreglos de esta. Pero antes de que pudiese meditar qué tan cierto era lo que decía Miguel, su confesión le heló el alma y le hizo detenerse en su lugar con tanta fuerza que intentar mover una montaña habría sido más sencillo que hacerla reaccionar, y durante aquellos segundos en los que la creación dejó de existir para ella, comenzó a temblar como si su corazón hubiese sido sumergido en las profundidades del vacío, cosa que le provocó tanta vergüenza que de inmediato su rostro se sonrojó con la misma intensidad que las llamas que consumían sus entrañas y provocó a su vez que desviase el rostro hacia otro lado para que Miguel no la viese; más después de pasado el impacto, su cuerpo comenzó a relajarse y dar paso a una calma que solamente había sentido en presencia del creador, su respiración agitada le sirvió como faro para regresar a la realidad poco a poco, y al hacerlo, al mismo tiempo que la música llegaba al segundo clímax, volteó de nuevo la cabeza hacia donde suponía que estaba Miguel y comenzó a moverse, esta vez siendo ella quien por un conocimiento desconocido sabía qué pasos dar a continuación.

— Eres un ser muy malvado y en tu corazón solo hay cabida para la corrupción. — dijo Sara burlándose del creado a su manera para después sonreír y soltar una carcajada que sonó como una trompeta al encontrar gracioso su chiste. — ¿Acaso no estaba en lo correcto cuando dije que el amor terminaría por hacerme caer en la tentación? He caído en ella por tu culpa Miguel. — afirmó mientras la canción comenzaba a concluir y ambos daban pasos de vals en el pasto húmedo por el rocío nocturno. — Es menester recordarte que te debo honestidad por toda la ayuda que me has proporcionado desde el momento en que me enfrenté al insurgente. Todo aquello que nuestro padre ha creado tienen parte de su esencia divina en ellas, y esa es un amor tan puro e inexorable que me imposible no amar todo cuanto posee aquella chispa; amo a la lluvia y su helado refrescar, amo a los árboles que se mecen imbatibles ante los vientos conquistadores, amo a las aves y su cantar tan parecido al de mis hermanos, amo a los conejos que danzan como nosotros al escapar de tus trampas, amo a las llamaradas esperanzadoras de tu hoguera… Sin embargo, entre todas esas cosas, te amo a ti más que a nada, también te amo Miguel. — dijo ella con una voz firme que escondía el hecho de que estaba a punto de desmayarse, procediendo a recargar su cabeza contra el pecho de Miguel al escuchar el final de la canción. — Es tu culpa que haya caído ante tal provocación, pero no me siento mal al respecto; eso me aterra. Me  aterra saber que tenías razón al afirmar que no es necesario que contenga lo que siento, que sea capaz de amar en libertad sin que mi alma inmortal sea fulminada en ese instante, pero no quiero dejar de sentir esto, no quiero dejar de amarte, — dijo acelerando el ritmo de sus palabras para ocultar pobremente que comenzaba a sollozar. — pero tampoco deseo ser castigada o relegado por anteponer esto que siento a las virtudes más importantes de nuestro padre.

— No te va a castigar por eso. — contestó él sin poder resistir el deseo de acariciar y juguetear un poco con el cabello rojizo del serafín para aliviar su inquietud, procediendo casi de inmediato a rodearla con los brazos de tal forma que ambos sostuviesen su cabeza en el hombro del otro.

— ¿Cómo puedes saberlo? — preguntó ella repitiéndose mientras hacía su mejor esfuerzo por no seguir sollozando y abandonarse por completo a la calma que sentía al estar sumergida en los brazos de Miguel.

— Supongo que es una corazonada. — respondió él riendo y sin querer añadir nada más, y todavía avergonzado de lo que hacía, levantó el rostro de Sara con ternura hasta tenerlo de frente a pocos centímetros; notando su respiración agitada y el calor hirviente de sus mejillas, que contrastaba con su helada nariz, la besó.

La sensación era bastante parecida a tocar con mucho amor los sedosos pétalos de una rosa que hasta entonces había permanecido congelada en medio de la oscuridad perpetua donde los rayos del sol jamás la habían acariciado. Pero al sentir por primera vez en toda su existencia aquel cálido despertar, cuya textura era un poco áspera pero más electrizante y dulce que cualquier cosa que hubiese en el universo, empezaron a florecer con lentitud; las palabras eran insuficientes para describir qué tan esplendoroso y magnífico fue esa sensación, nunca estando Sara más consciente de su existencia y del hecho glorioso de que estaba viva que en aquel breve instante en que sus labios se fusionaron con los de Miguel, el amor que amenazaba con reventarle el pecho y matarla de inmediato en aquel instante caía como una cascada por todo su ser, tan solo rivalizando con la felicidad que irradiaba su alma y lentamente se transformaba en una algarabía que deshacía todo su raciocinio hasta que tan solo quedase un sincero agradecimiento a su creador por haberle dado la vida. Ambos sintieron el candor de un amor puro, quizás tan divino que ninguno de los dos entendió bien y sencillamente se contentaron con percibirlo correr por sus seres, tanto que acordaron repetir la sensación una y otra vez tras el primer encuentro, hasta que con el quinto roce de sus seres, decidieron separarse porque sentían inminente la aniquilación.

— Deseo con todo mi corazón que mi atrevimiento al decir esto sea perdonado, — dijo Sara al aire mientras se alejaba un poco del rostro de Miguel sin soltarle y dejar de acariciarle las mejillas. — pero espero que mi alma inmortal nunca olvide lo que significa amar de esta manera, apreciar sin restricción alguna toda la belleza que existe en la creación; nunca más quiero ignorar todo lo que siento por la creación de nuestro padre, esta fuerza, me hace querer protegerla de cualquier cosa que se atreva a lastimarla y despojarla del amor con la que está hecha… Gracias Miguel, tampoco quiero olvidar cuánto te amo. — afirmó volviendo a sonreír sin poder dejar de respirar velozmente. — ¿Esto es lo que buscabas demostrar? Tu destino es el de un santo si así lo dispuso nuestro padre, ahora entiendo… Nuestro padre predispuso que te encontrase para aprender a amar, ¿no es así? — preguntó retóricamente sin contener las ganas de besar varias veces besar la frente de un apantallado Miguel. — Nuestro padre quería enseñarme esto porque mi propósito no es luchar y proteger este mundo solamente por obediencia sino también por amor… — apuntó la emocionada Sara, quien no pudo terminar de hablar porque al mismo tiempo que en los cielos apareció una luz tan brillante que parecía una estrella reventando, una voz le habló con una voz secreta al oído. — Afti agápi pou nióto eínai imicaní tis télisís mou, caiétsi ta eínai mia aspída cai dóri pou ascó giana protéso ton cósmo apó, titélei na catastrései ti lamprí omorfiá Opáteras… ¡Bendito seas, Miguel! Cuánto me lastima no poder verte — dijo sonriendo y volviendo a cubrir de besos y sonrisas las mejillas del creado.

— Sinceramente, no entendí eso último. — respondió Miguel, quien a pesar de sentirse tan enamorado que sentía cómo flotaba en el viento nocturno, había desviado su atención a la luz en el cielo que parecía reemplazar lentamente la oscuridad encima de los dos con un mediodía soleado y completamente blanco. — Pero supongo que tiene ver con eso en el cielo. 

— Nuestro padre acaba de hablarme para confirmarme que mis palabras son verdaderas, su voz es tan hermosa… — Sara contestó repleta de felicidad. — ¡Mi encomienda no  era expedición alguna para librar batallas contra adversarios e insurgentes y con ello demostrar que era digna de cargo alguno en su reino; deseaba que aprendiese lo que tú me enseñaste, esperaba que entendiese que el amor es aquel motor que guía mi escudo y lanza para proteger a la creación! No puede entenderse esa responsabilidad solamente con la obediencia de sus órdenes, pues es imposible proteger aquello que no se ama, que no se reconoce que se ama, — aclaró ella emocionada. — ¡Ahora lo entiendo, tenías razón! ¡Bendito seas, Miguel! – repitió a un Miguel que tan solo asintió, pues estaba maravillado ante lo que se hallaba por encima de él.

Sara estaba a punto de abalanzarse contra él para besarle de nuevo en los labios, pues aquella noticia le había insuflado el alma con tanto entusiasmo que deseaba hacerlo salir antes de que estallase de felicidad, pero antes de que pudiese hacerlo, sintió cómo sus pies se elevaban de la tierra húmeda y su cuerpo entero se dirigía hacia aquella luz en el firmamento. Fue en ese momento que tanto Sara como Miguel supieron que se acercaba una despedida; el creado asustándose y tomando con ambas manos el brazo derecho de su compañera para evitar que esta se alejase de él, mientras que ella simplemente sonreía y soltaba pequeñas risas de amor que no hacían sino desesperar a Miguel, y que lo hicieron pensar cómo detener la inevitable ascensión del serafín hacia su hogar.

Afortunadamente para él, Sara decidió detenerse para permanecer un último minuto al lado del hombre que amaba, y en ese instante fue que de sus heridas brotaron como zarcillos plateados y enredaderas blancas tres pares de alas en el rostro, espalda y rodillas del serafín; absolutamente despedazando la chaqueta que llevaba puesta y rompiendo su antifaz en miles de trozos, dando lugar así a un nuevo par de impresionantes y largas alas en el rostro que a su voz portaban con una nueva serie de ojos cristalinos que poco a poco se abrieron como si de un coro se tratase, algunos tan azules como los zafiros y otros tan verdes como las esmeraldas, los cuales de inmediato se posaron sobre el creado y le miraron con una enamorada nobleza que provocaron una amplia sonrisa de algarabía en Sara, pues después de tanto tiempo sumida en las blancas tinieblas podía ver a Miguel con sus propios ojos: aquel hombre de cabello corto y alborotado, cuyas facciones firmes apenas lograban ocultar la  desgraciada barba incipiente que había terminado por rasurarse irregularmente y que a su vez tenía unos ojos marrones como las almendras que la veía, sin poder decidirse realmente qué parte de todo el montón de ojos mirar, con un terrible miedo a perderla y un amor idéntico al que ella sentía por él, tan humano que reflejaba el amor supremo de su creador.

— ¡Sara, espera! ¡¿Qué va a pasar contigo?! — preguntó Miguel sin poder despegar la vista de ella y habiendo aceptado que no podía hacer nada para evitar que ella desapareciese, muy a pesar de que todavía apretaba con firmeza su brazo para impedirlo. — ¡Sé que tienes que irte, pero no te vayas!

— Es necesario que me vaya de la creación, puesto que habiendo cumplido mi misión ha llegado el tiempo de regresar al reino de nuestro padre y ser encomendada con el cargo de custodia de la creación. — anunció Sara llena de orgullo. — No temas, pues te aseguro que ahora que es mi responsabilidad la salvaguarda de este mundo tan hermoso, jamás estarás demasiado lejos de mi ser y ninguno de los dos podrá ser sordo ante los ecos de nuestras voces.

— ¡¿Es una promesa?! — preguntó él sintiéndose aliviado ante la idea y alegrado por saber del nuevo encargo de Sara, más todavía incapaz de soltarla y dejarla ir.

— Es una promesa que mantendré hasta el último minuto de mi existencia. — respondió ella firmemente con una sonrisa. — Jamás podré agradecer lo suficiente a nuestro padre por entrelazar nuestros destinos y hacerme conocer tan preciosas verdades, y así mismo, tampoco podré terminar de agradecerte por haberme dado socorro cuando me perseguía un destino funesto y enseñarme todo lo que ahora atesoro para servir como protectora de este mundo tan hermoso.

— ¡Bueno, créeme que tampoco voy a olvidarte! No podría aunque lo intentase… ¡También te prometo algo, voy a reconsiderar lo que dijiste sobre mi madre, quizás al final sí podamos llegar a un acuerdo! — contestó él mientras lentamente soltaba sus dedos del brazo del Sara a pesar de que eso le doliese de una manera indescriptible. — ¡Ismasamasasa…! Olvida eso, ¡Te amo Sara!

— También te amo, Miguel. — respondió tras plantarle un último beso cálido en la mejilla y asir las manos del creado para que este la soltase, cosa que este se rehusaba a hacer comenzando a soltar algunas lágrimas de las que se sintió muy avergonzado. — No es correcto suponer los detalles íntimos de un plan que solo nuestro padre conoce, pero tengo fe en que algún día nos volveremos a encontrar para nunca más distanciarnos otra vez. — dijo Sara con una sonrisa para después ascender a los cielos mientras batía sus alas de cisne y romper los vientos con su prontitud de relámpago.

Sara desapareció con un resplandor que por un instante transformó el cielo de la noche en un arcoíris, y tras unos segundos de estupor en el mundo volvieron a escucharse los sonidos del bosque anonadado. Miguel permaneció viendo el cielo nocturno durante todas las horas que no durmió, temeroso por alguna razón de escuchar la música que disfrutó junto con el serafín y sufriendo de escalofríos que no se fueron sino hasta que cerca del amanecer finalmente pudo caer dormido para tener sueños agridulces.

Semanas más tarde se hallaría este hombre lleno de ojeras en los ojos frente a la puerta de su casa, cargando a sus espaldas una mochila tan vieja que habría reventado en una violenta explosión de no ser por alguna suerte de milagro. Aguardaba con muchos nervios a que su madre le abriese la puerta, tratando de recordar cuándo habría sido la última vez que tuvo entre sus manos las llaves que abrían dicha entrada. Durante una espera que pareció durar una eternidad, pero que se justificaba por suceder cerca de las once de la mañana, pensó en la belleza de Sara de manera algo distraída y no se dio cuenta sino hasta que fue muy tarde que atrás ya habían hecho fila dos personas, momento en que cayó en cuenta de tan extraña coincidencia detrás suyo.

La madre de Miguel olvidó completamente que su hijo regresó a casa más pronto de lo que había prometido e inmediatamente se preparó para regañarlo como jamás lo había hecho por asumir que estaba intoxicado tras una noche pecaminosa en algún rincón abandonado del bosque, esto debido a que se lo encontró riéndose sin razón alguna frente a las vecinas. Estas chicas había venido a su puerta para discutir con ella cómo organizar un baile que la señora había propuesto organizar con la bendición de la iglesia local a sus afueras, pero ahora lucían confundidas por la risa contagiosa del vecino a quien siempre habían considerado algo extraño.

—¡Ya sé que no me peiné antes de salir de casa! —dijo Karen, la hermana menor con una sonrisa que traicionaba el acto donde pretendía estar ofendida. — Pero en mi defensa, hoy es sábado y solo vine a hablar con tu mamá. Tampoco me eches a perder mis esfuerzos para que esta niña finalmente te invite a salir.

—¡¿Qué estás diciendo?! — intervino Isma de golpe mientras sacudía a su hermana de los hombros. — ¡No te atrevas a decir mentiras, detente en este instante, Karen!

( … )

Epílogo: ¿Los ángeles sueñan?

Todos los ángeles se preguntan su destino.
En sueños falsos imaginan cómo es vivir,
pero todos temen vivir ese vil cuento;
ignoran que al morir reciben bello sentir.

Con su último aliento renacen como un creado.
Regalo del creador: de servidor a hijo ser;
soltar las armas por un destino tan beato,
finalmente en bella comunión perecer.

Un joven que a un serafín nervioso conoció,
después de pelirroja mujer se enamoró;
una serafín que a un joven terco conoció,
tras reencarnar, del mismo hombre se enamoró.

( … )

Agradecimiento

Sinceramente deseo que todas las personas que se tomaron la molestia de esperar durante meses la conclusión de esta historia no se hayan decepcionado ante lo que seguramente es una historia más del montón, pero que tiene puesta un montón de amor colocado; especialmente, para quienes realmente leyeron de principio a fin esto que yo sigo insistiendo en llamar cuento, mis esperanzas están en que tanto tiempo valiese la pena. Puede que esté hablando como si yo fuese un autor reconocido, pero hago énfasis en mi deseo de que los lectores estén contentos porque sé que no son muchos y tal vez podría contarlos con los dedos de la manos, verdaderamente aprecio a todas esas personas que dedicaron un pedazo de sus vidas para leer los delirios de un obsesionado con la fantasía idealista y la virtud humana, quien además no es muy humilde.

Esta historia no fue sencilla de hacer e incluso ahora reconozco que no soy muy bueno con las palabras, al menos en el sentido de que muchas veces las vastas horas que pasé escribiendo se fueron en reescribir una y otra vez un párrafo, un diálogo o una descripción; improvisé en el camino y a mitad de este me quedé sin guía y tan solo pude continuar con una idea borrosa de la historia, pero asumo que el resultado pudo haber sido mucho peor. Pero a pesar de todo, incluso sintiendo miedo e inseguridad ante la idea de tener que terminar esta historia, amé cada momento y atesoro incluso aquellos minutos en los que pensé renunciar. Si me permiten dar una lección, es esta: la perseverancia es una fuerza poderosa, y su motor es el amor; si tienen que cargar con el cadáver de su atemorizada consciencia, entonces tengan siempre la vista en la meta, porque otra cosa no hace más que distraerlos de sus objetivos.

Además de mi amigo Dalinar, quien su persistencia en escribir y crear un mundo tan rico en detalles que es aterrador pensar en la carga de trabajo cuando sea momento de redactar sus historias, cosa en la que le deseo la mejor de las suertes, me ha inspirado no solo a plasmar mis ideas en letras sino también a perseverar a pesar de la adversidad que plantea terminar una historia, particularmente quiero agradecerle a dos personas: la primera se llama Onward, quien siendo un excelente artista (incluso para mis estándares sencillos, dentro de los cuales considero que cualquiera capaz de dibujar un cuerpo humano que no sea deforme ya es merecedor de la gloria académica) inspiró la creación de esta historia con un primer dibujo de Sara y motivó de sobremanera la terminación de la historia con un segundo dibujo, además siendo la primera persona en leer el texto completo y llenándome de alegría al saber que las personas podían disfrutar y conectar con lo que pensaba como una historia demasiado extraña; y la segunda se llama Crow, probablemente la persona más importante que he conocido en mucho tiempo, y el cual se encargó de revisar y corregir cuantas cosas le parecieron en los borradores del cuento, y más importante aún, se aseguró de que en esta se hallase presente un alma e inspiración sobre la cual esta historia y sus personajes orbitasen. Se que leer este cuento lo rompió como persona, a mí también en el mejor sentido posible, y muchas veces (aunque seguramente nunca lo dirá) sacrificó tiempo de su ocupada vida para leer y comentarme, y por ello tiene mi más profundo agradecimiento.

Finalmente, una miríada de artistas dedicaron su talento para hacer ilustraciones de este cuento, particularmente de Sara y Keshandra, y esto me parece un milagro tan grande que me da algo de frustración saber que lo hicieron gratuitamente. Espero que esta historia sea paga suficiente y mi regalo para ellos corresponda al regalo que ellos me hicieron. Sin nada más que añadir, espero iniciar un nuevo proyecto (mucho más pequeño) próximamente, y desearía que estuviesen a mi lado también en esa ocasión.

— Kind of Magic (08/03/2021)

( … )

@Onward_Draws300
@Ocram2300
@ProtomikeReborn
@ReindeershkaFM
@El_bizarre
@RenP
@Hoffe2
@Sas_reload

2 comentarios sobre “Ismasarazarael (Sara) – Parte II

  1. Me gusto bastante chilango, ahora mismo estoy practicando el modelaje 3d y para el momento en que mis habilidades sean lo suficientemente buenas trataré de hacer una adaptación si me lo permites.

    Pd: me encantó genuinamente c’:

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