Tlahuelpuchi

Durante los tres días que residió encerrado en aquella habitación estéril permaneció sumamente preocupado ante la idea de que aquel ventilador oxidado que oscilaba de forma errática súbitamente colapsase encima de su cabeza con un estruendo horrible. Pensaba que era cuestión de tiempo para que aquellas aspas que calentaban la habitación en vez de enfriarla se percatasen que desde hacía décadas tenían que ser aserrín oxidado y terminasen el trabajo que aquella cosa que le brotó en el cuello fue incapaz de hacer tras dejarlo inconsciente durante las clases de educación física.

Todavía no sucedía, y aunque tanto el monótono sonido metálico como las enervantes oscilaciones de aquel aparato no habían cambiado en absoluto desde el momento en que fue admitido dentro de la hospital, sabía que tarde o temprano ocurriría. El hecho de que aún fuese algo pendiente de ocurrir no lo llenaba de alivio y felicidad, sino todo lo contrario; era razón importante por la que ya quería irse de ese lugar, pero no tanto como el hecho de que no tener nada qué hacer además de estar postrado en una cama con una fiebre altísima demandando a su cuerpo un esfuerzo considerable que ningún niño de su edad debía ser obligado a dar, simplemente para no quedarse dormido en medio de sus divagaciones, no era lo mejor para su salud.

Solamente encontraba un poco de alivio al recordar, entre muchas otras cosas que lentamente se fundían junto con su cuerpo y el resto de sus pensamientos en las blancas sábanas de la cama donde reposaba casi inmóvil, que había intercambiado una cirugía por el tratamiento que ahora le provocaba aquellos escalofríos que le desconectaban un poco de la realidad. La idea de estar dormido mientras un desconocido rebana y husmea en un área tan sensible como el cuello lo llenaba de terror; algo tenía él con el cuello que cualquier violencia en contra de este, por más pequeña que fuese, le causaba un profundo vértigo.

Si los doctores no mentían, cosa que él no podía saber porque ni siquiera comprendía la mitad de las palabras que ellos usaron para explicar a sus padres aquella cosa que había brotado en su cuello y el tratamiento que debía seguir de no optar por la operación, este debía ser su último día en aquel calvario; recordando que pronto volvería a jugar con sus amigos en las calles a la vez que esquiva el hacer las tareas de la primaria, volver a dormir en su cuarto sin que un ventilador le amenazase a cada instante, y en general, regresar a su vida normal, consiguió emocionarse un poco y hallar un poco de felicidad.

Estos pensamientos caían lentamente en su consciencia como si se tratasen de las aguas quedas de una cascada, pero ni siquiera la intensidad de estas les impidió desaparecer de golpe cuando escuchó la puerta de su habitación abrirse, seguido por la incómoda fricción que esta hacía al chocar con el piso, dejando entrar una tenue luz blanca que contrastaba con aquella que venía del sol en la ventana al otro extremo. Se trataba del brillo inquietante de las tres de la tarde que remarcaba a todo mundo en el hospital el inicio del segundo periodo de visitas, eterno compañero del igualmente un extraño olor a esterilidad que parecía más cargado de vida y muerte que cuantos aromas quisiesen disfrazar con productos de limpieza. Pero habiéndose acostumbrado parcialmente a tan extrañas presencias, giró la cabeza hacia la puerta solo al notar que había entrado la enfermera.

— ¿Cómo nos encontramos esta tarde, Javier? — preguntó la enfermera Marisa con una voz que enfrentaba a su honesta preocupación por la salud del niño con una agenda tan atareada que apenas le daba tiempo para no mecanizar por completo la atención de sus pacientes.

— Todavía siento la piel caliente, pero no tanto como ayer. — respondió Javier intentando sin mucho éxito buscar las palabras para describir cómo se sentía, terminando por no añadir nada más a pesar de que ocultarle esa información a la enfermera lo hacía sentirse mal; especialmente porque aquella mujer de cabellos dorados, rasgos faciales que le hacían parecer diez años menor y enorme altura, cuya simple presencia explicaba que ella venía de la ciudad, se había dirigido a él con amabilidad y cuidado desde el primer día en que fue internado, cosa que le despertaba cierto remordimiento al no ser sincero con ella. — Creo que me siento mejor que ayer.

— Me alegra escuchar eso, ¿no has sentido ganas de vomitar, vértigo, cansancio, dolor de cabeza o en las articulaciones? — inquirió mientras abría y cerraba rápidamente las manos para decirle a Javier qué eran las articulaciones.

— Bueno, me siento cansado.

— Es normal después de tener una respuesta alérgica a la medicación para reducir la adenitis en el cuello. — dijo la enfermera Marisa anotando en su cabeza aquel síntoma para futuras referencias, caminando y empujando una carretilla hasta el lado derecho de la cama donde se hallaban los casi vacíos medicamentos y sueros que debían entrar por intravenosa al cuerpo del niño. — Mientras tanto, procura descansar y no moverte lo más que puedas.

— Está bien. — respondió él sin esconder que la idea de permanecer más tiempo en aquella cama no le parecía nada atractiva, instintivamente volteando hacia arriba para corroborar que el ventilador aún siguiese en su lugar.

— ¿Algo más que se te ofrezca, Javier? — preguntó ella agachándose para tomar una de las muchas bolsas multicolores de aspecto enfermizo para asegurarse de que fuesen los químicos correctos, regresando una y tomando otra de aspecto aún más apático porque ese no había sido el caso.

— No, estoy bien así. — respondió él tratando de invocar algo del apetito que llevaba tres días sin experimentar, pero dejó de hacerlo porque la mera idea de comer una sencilla gelatina sin sabor le causaban ganas de vomitar todo el vacío que se le había acumulado en el estómago.

— Claro, entonces nada más voy a reponerte las bolsas de la intravenosa y te deshaces de mí por hoy. — dijo ella sonriendo porque el chiste le hizo bastante gracia. — Por tiempo indefinido, se me olvida que pasado mañana te dan el alta… — añadió concentrada en su labor. — Si no me equivoco, tus padres ya están en la recepción. Solamente estarán esperando a que den las tres para estar contigo.

No respondió al escuchar aquella noticia, pareciendo que su atención volvía a colocarse por completo en el duelo por el destino que sostenía desde hacía algunas horas contra el ventilador, tan solo informándole a la enfermera que no era necesario que se repitiese asintiendo la cabeza y dejando escapar un tenue murmullo resople de aceptación. Aunque no lo hubiese demostrado, sintió emoción ante la idea que sus padres viniesen tan temprano el día de hoy, acortando así bastantes horas de completa apatía en la que su mente no tenía más remedio que contar cada instante para que terminase aquel martirio de aburrimiento; su madre le contaba todo lo que sucedía en su ausencia dentro de la escuela, una de las muchas ventajas de que esta fuese maestra, mientras que su padre lo mantendría distraído con su interminable colección de chistes espantosos y los resúmenes casi historiográficos de todas las novedades en el mundo del boxeo, un intento sutil de este por adoctrinar a su hijo en las vicisitudes del deporte.

Esta anticipación le llenó con esperanzas bastante imaginativas, cosa que también sucedió tanto el día de ayer como el previo a este, pero incluso siendo tan vívidas comenzaron a diluirse en el resto de sus pensamientos lentamente, con la misma velocidad con la que caían lentamente las gotas de la medicina y el suero; colándose con paciencia dentro de sus venas hasta llegar al centro de su cuerpo, expandiéndose de ahí al resto de sus entrañas, sirviendo como base para que la consciencia de Javier se hiciese más y más plástica, idéntica a un engrudo, a tal velocidad que el último pensamiento coherente del niño antes de sumirse en la agonía de un pesado sueño que no podía concretar por causa del terror fue la misma realización de este fenómeno, quizás soñando que la enfermera a su lado revisaba sin mucha preocupación y por última vez las bolsas que colgaban encima de su brazo.

Primero notó que las paredes y el techo de la habitación comenzaron a palpitar como las arterias de un corazón que está a punto de estallar a causa de una arritmia mortal, al principio moviéndose el material con cierta discreción en la que podía caber la duda de si realmente estaba sucediendo aquello, pero rápidamente comenzaron a contorsionarse a tal velocidad que parecía como si el lugar estuviese hirviendo, con cada diástole transformándose el mundo para Javier de modo que todo se llenó de colores ardientes que chocaban entre sí creando intimidantes gradientes, como entre la realidad y sus ojos, batallando incesantes para no cerrarse a pesar de que el deseo de dormir le estuviese aplastando la consciencia, hubiese multitud de vidrios que todo lo deformaban y pintaban incorrectamente; el ventilador fue lo único que no cambio, permaneciendo con su extravagante movimiento a pesar del colapso a su alrededor, y en esto se concentró Javier para no tener que ver el resto del lugar, tratando de ignorar sin éxito las telarañas negras, caras de personas gritando e insectos devorando, que se desprendían de las paredes y las lianas que surgían del techo. Fue el incesante aumento en la temperatura de su cuerpo lo que le aterró suficiente como para mantenerlo despierto durante los breves segundos en los que esta visión se presentó ante él, pudiendo soportar que a su alrededor las cosas se transformasen en una existencia carente de sentido que vibraría hasta destrozarse sola entre ruidos de cemento quebrando, metal torciéndose y colores incendiándose, pero al sentir que se derretía tanto por dentro como por fuera, saliendo tanta agua de sus poros que seguramente se ahogaría en algún momento con el sudor amargo y las lágrimas angustiadas que comenzaban a bailar en sus mejillas, todo su ser terminó convulsionando violentamente a causa del horror que corría en vez de sangre por sus venas; alcanzando la misma aceleración de lo que fuese que estuviese haciendo la habitación rápidamente, tan solo pudiendo razonar con mucha dificultad que debía aferrarse a las sábanas de su cama para no morir en aquel instante quebrado por los movimientos de su cuerpo, emulsionado hasta la disolución por el miedo o rebanado en miles de pedazos por algún color.

— Si la rebanada no pasa, el mazo no pasa por el mazo; estoy luchando incluso cuando está pasando, puedo ver mi corazón en la distancia, pero no estoy seguro. — balbuceó arrastrando las palabras, temiendo por un instante que estas se materializasen para matarle, descartando rápidamente alguien lo estuviese escuchando y fuese a rescatarlo, puesto que al mirar hacia donde creía estaría la enfermera Marisa, tan solo se hallaba un porta sueros que ahora crecía descontroladamente hacia el vacío colorido donde antes estaba el techo, y del cual brotaban como flores una diversa gama de espirales metálicas.

Cuando hasta la misma realidad distorsionada comenzó a perder todavía más sentido del que había abandonado segundos atrás, todo difuminándose hasta perderse en una sola miasma sin forma ni textura en la que solo se podía entender con dificultad que cosas sin bordes continuaban moviéndose a velocidades imposibles mientras que los ecos de la existencia misma deformándose podían sentirse apenas como ruidos sordos, un instinto desconocido hizo que Javier sacrificase las energías que habría usado para gritar por alguien que le ayudase y le hizo girar el cuello hacia su derecha, en dirección a la ventana, cuyo marco ahora goteaba mientras el metal negro del que estaba hecho se fundía en el resto del ambiente difuso.

Incluso con el tamaño pequeño de la ventana se podía ver cómo el ancho cielo mutaba sus colores como las luces estroboscópicas en una fiesta, cambiaba de dimensiones hasta hacerse infinito o claustrofóbico, y las nubes formaban extraños símbolos que no significaban nada; su consciencia por poco muerta solo pudo fijarse en cuatro bolas de fuego, carentes de toda distorsión, que surcaban el horizonte mientras se acercaban amenazantes con sus llamas naranjas y amarillas, despidiendo un humo grisáceo que lentamente envolvía al paisaje, siendo así heraldos de algo horrible que para Javier parecieron objetos de los cuales debía estar aterrado más allá de lo posible para su cuerpo.

La primera descendió con unos movimientos lentos que transmitían una elegante inteligencia, quedando flotando unos cuantos metros por encima de los cables de luz colocados en la calle aledaña al hospital; las otras tres cayeron con menos gracia, una haciéndola con una tremenda fuerza en una fracción de segundo sin perturbar el entorno a su alrededor, mientras que otra solamente cayó encima como si de verdad fuese tan solo una llamarada, y la última se estrelló con tal magnitud que las líneas eléctricas despidieron relámpagos mientras ondeaban sin control, pero de alguna forma no reventaron. Javier solamente pudo mirar con terror, carente de la fuerza para desviar la mirada, que aquellas bolas de fuego empezaron a fracturarse en cientos de pedazos, y a la vez que salían disparados trozos de lumbre, también emergían cosas informes que poco a poco se erguían, adquiriendo una figura definida.

Fue ante la realización inconsciente de que estas tenían una apariencia casi humana que su mente terminó rindiéndose finalmente ante el terrible sueño contra el que se había opuesto con todas sus energías desde hacía unos cuantos segundos que se habían transformado en horas, por un instante salvándose en la fantástica oscuridad de los sueños para eludir aquella realidad tan macabra; soñó algo más lógico que el absurdo en el que se había transformado el mundo a su alrededor, y mucho menos fantasioso que aquellas visiones afuera de su ventana, pero jamás lo recordaría porque aquella memoria apenas duró el más breve de los instantes; ni siquiera tuvo que cerrar los ojos para soñar, porque solamente parpadeó una vez.

Todo había retornado a la realidad cuando volvió a mirar a su alrededor, las cosas en las que el universo se transformó se evaporaron al instante en cuanto abrió los ojos un instante más tarde. No pudo comprenderlo de inmediato, e incluso estando casi muerto del miedo tuvo que tomarse el tiempo para procesar que sin transformación alguna la habitación que poco atrás había sido trastornada en una cabal de sinsentidos volvía a ser la de antes; el tiempo había transcurrido de súbito, no eran las tres de la tarde sino la más oscura de las madrugadas, parecía que todo lo que vivió durante aquellos segundos de agonía no fue real, e intentó convencerse de ello, pero al prestar atención al resto del mundo se dio cuenta que su fiebre había quedado rezagada en el retorno a lo cotidiano. Seguía hirviendo y rápidamente estaba enfriándose, por lo que su mente infantil supo que todo había sido real, en ese instante pegando Javier un grito que liberó, invocando la ayuda que necesitaba, todos aquellos sentimientos negros que anidaban en su corazón.

Nadie se acercó para auxiliarlo en todos los minutos que permaneció gritando para que sus padres escuchasen su voz a punto de romper en llanto, siempre con el cuerpo paralizado y la mirada petrificada en el ventilador por el terror que le causaba saber que en cualquier momento el mundo a su alrededor volvería a perder de nuevo la coherencia que lo mantenía unido. Rápidamente se dio cuenta que se hallaba completamente solo, apenas entonces comenzando a soltar algunas lágrimas que suplirían a los berreos que no podría dar por carecer de la energía para hacerlo, procediendo entonces a reunir otro buen rato el valor para mirar a su alrededor; todo era como había sido antes de la distorsión, hasta la ventana que ignoró un buen rato por miedo a tener que ver aquellas bolas de fuego otra vez, pero cuando tomó la iniciativa para hacerlo se dio cuenta que solo podía verse una niebla espesa, tan líquida que más bien se asemejaba a un fango opaco, el cual apenas era perturbado por la lluvia que golpeaba con fuerza el cristal.

Fue entonces cuando notó que estaba sumido en un ambiente tan indescifrablemente callado que apenas podía escuchar sus propios pensamientos sin que estos se ahogasen en la angustia en la que se consumía al notar cómo en la habitación reinaba un silencio tan absoluto que todo cuanto había era consumido por este, ni siquiera siendo el estruendo de la lluvia en la ventana suficiente para aminorar aquella sordera de ultratumba; Javier supo que sus gritos no hicieron ningún ruido por más sonido que hubiese hecho, razón por la que nadie le escuchó, sus lágrimas mucho menos siendo capaces de mellar aquella censura que vagaba por el aire. Aquella sutileza en la forma en que el mundo había sido degenerado lo incomodó demasiado, sabiendo que seguía dentro de aquella fantasía que le llenaba el alma con pavor, alterándose hasta que no soportó el permanecer más tiempo en aquella habitación donde moría lo racional, entonces decidiendo anteponerse con bastante esfuerzo a la triada de cansancio, fiebre y miedo que lo paralizaban para escapar de ahí.

Se levantó de la cama midiendo cada uno de sus lentos movimientos con muchísimo cuidado, tanto para impedir que su cuerpo todavía golpeado por aquella fiebre no terminase exhausto de súbito como para no llamar la atención de todas las cosas perversas que el niño lograba sentir dentro de la habitación que esperaban pacientes cualquier descuido de su parte para atacar; al llegar a cierto ángulo, casi antes de estar completamente erguido, sintió de golpe el incómodo escozor de su brazo derecho por tener enterrada la intravenosa. Javier supo que lo mejor era arrancársela para no tener que empujar el trasto metálico al cual estaba conectado su extremidad, que además era inútil pues en ese momento también vislumbró las bolsas de medicamentos vacías, como si la enfermera jamás las hubiese cambiado.

Dolió mucho al inicio porque apenas era capaz de retraer la aguja antes de que el horrible ardor le obligase a detenerse y tomar bocanadas de aire, consiguiendo quitarse los primeros diez centímetros tras gritar bastante; los siguientes veinte siendo menos dolorosos pero más horribles porque cada uno de sus intentos por remover la intravenosa causaba espasmos incontrolables en su cuerpo, apenas pudiendo mantener la compostura para no desangrarse en un mal movimiento, mientras que los últimos treinta hubiesen sido indoloros de no ser porque mientras más imposiblemente larga se hacía aquella aguja, más intentas se hacían aquellas contracciones, la asfixia que sentía ante la consternación del hecho haciéndose más intensa a medida que la punta, llena de sangre y emulsiones de metal fundido, abandonaba su cuerpo.

Por unos segundos contempló aquella enredadera metálica que tenía entre manos con muchísimo asco, tratando de imaginar cómo era posible que esta hubiese sido insertada en su brazo sin habérselo lastimado de alguna manera, terminando por lanzarla con todas sus fuerzas hacia la pared que tenía a su derecha. Javier supo que debía abandonar de una vez la cama cuando aquella maraña comenzó a escupir y disolverse en una masa amarillenta todavía más repulsiva, pegando entonces un salto que le hizo volver a la vida tras sentir un suelo tan helado que parecía estar pisando escarcha, una sensación a la cual tenía que acostumbrarse porque jamás pudo hallar sus pantuflas por más que hizo el esfuerzo por buscarlas. No le tomó mucho sentir también las corrientes de aire también congeladas, salidas de ninguna parte y las cuales parecían hechas a la medida para chocar con la piel todavía ardiente por la fiebre del niño. Pero inclusive si aquello parecía una genuina tormenta que le impedía el paso, obligándolo a detenerse muchas veces en el diminuto tramo entre su cama y la puerta para no perder todo su calor corporal, aquello no lo detuvo en su deseo de salir de aquel lugar.

— ¡Mamá! ¡¿Mamá?! ¡Mamá! — intentó gritar sin lograr un volumen demasiado alto, esperando que ella pudiese escuchar su voz desgarrada por el llano y perturbada por todo lo que había tenido que presenciar; teniendo fe en que ahora que se hallaba más cerca de la puerta, tanto su madre como el resto del hospital podrían terminar esa pesadilla.

Lentamente movió aquella puerta tan pesada tras hacer el esfuerzo por girar su perilla atascada por culpa de una escarcha que comenzaba a formarse en sus mecanismos internos, dispuesto a salir corriendo hacia la recepción del piso e informar a la primer persona que estuviese ahí de todo lo que había pasado. Pero cuando miró la oscuridad tan profunda que tenía de frente, supo que aquello jamás sucedería; sintiendo de inmediato la brutal corriente de aire caliente que se coló hacia su habitación, y que al chocar con el clima ártico detrás de él, se condensó rápidamente en un agua que le empapó de pies a cabeza. El niño intentó retroceder por miedo a lo que asechase más adelante, pero el estruendo del ventilador finalmente cayendo sobre la cama con tal violencia que terminó despedazándola le hizo dar varios pasos hacia adelante y cerrar la puerta con un grito de espanto, así sintiendo cómo se sumergía hasta los tobillo de un líquido pantanoso.

Como si se tratase de una bienvenida, empezaron a parpadear intermitentemente las luces que antes iluminaban el pasillo con una luz tan blanca que resultaba increíblemente molesta e invasiva, ahora tan solo siendo capaces de lanzar un tenue brillo al cosmos extraño en el que se hallaba Javier. Así era imposible distinguir cuáles eran las ilusiones y qué era lo real en aquel mundo oscuro, todavía más oculto a causa de la niebla púrpura que no permitía respirar al niño sin quemarle un poco las vías respiratorias; observando a continuación que aquel pantano estaba repleto de extraños hongos, musgos, flores y helechos rosados que proliferaban tanto en los oscuros bordes de las paredes como en pequeñas islas de pasto violeta donde creían plantas turquesa que crecían pulsando a cada instante, las cuales flotaban sin rumbo en las aguas incómodamente calientes donde el niño tenía sumergido los pies.

Durante mucho tiempo permaneció temblando en medio de aquel pantano silencioso y oscuro que alguna vez fue el piso de un hospital, apenas alcanzándose a ver lo que uno tenía de frente a causa de la densa niebla rosada que salía expulsada junto con aguas viscosas de colores similares de las paredes hinchadas, incapaz de moverse por culpa del intenso terror que hacía a sus vísceras repicar tan fuerte como la hacía su estresado corazón. Javier permaneció sin hacer nada más que contemplar con miedo el horizonte violeta que tenía de frente, cada vez más oscuro conforme las patéticas luces se internaban en la niebla hasta llegar al negro final del pasillo, tan solo quedándole el deseo de que al abrir los ojos todo volvería a la realidad; muchas veces lo intento, y en cada ocasión fracasó, siempre regresando a aquel pasillo. Las ásperas enredaderas de afiladas espinas, que emergieron debajo del niño para abrazar sus tobillos en un intento por retenerlo ahí durante toda la eternidad, finalmente lo obligaron a moverse entre gritos y patadas a causa del asco, miedo y dolor que sintió cuando estas comenzaron a hacer presión y liberar de sus interiores renacuajos amarillos en búsqueda de piel qué morder.

— ¡Ayuda! ¡Ayuda, por favor, mamá! — gritó mientras avanzaba rápidamente hacia donde recordaba que se hallaba la recepción, sintiendo que no debía gritar porque algo podía estar escuchándolo, pero siendo incapaz de no hacerlo ante la desesperación. 

Avanzando tan rápido como las aguas empantanadas se lo permitían, teniendo que hacer a un lado una niebla tan espesa que no era posible mirar qué se tenía delante de uno sin estar constantemente moviendo los brazos hasta terminar con las fosas nasales quemadas y empapado con la una mezcla de sudor y líquidos violetas que salpicaban por todas partes al condensarse, comenzó a percatarse que aquel pasillo se hallaba colmado con más de aquella vida fantasmal de la que pensó inicialmente. Todas las plantas soltaban una centella púrpura que bailaba por los aires hasta extinguirse en las cálidas aguas del suelo para después esconderse nerviosamente cuando Javier pasaba junto a estas; mientras que los hongos parpadeaban destellos índigos en sincronía con las lámparas del techo, indiferentes del andar del niño pero a la espera de que un helecho se acercase lo suficiente para adosarlos con esporas cristalina.

Dándose cuenta con asco que los renacuajos continuaban siguiéndole para nadar alrededor de sus piernas, empezó también a notar que se hallaba rodeado con extrañas formas que apenas parecían tener apariencia animal. Mientras se acercaba a la recepción, observó que las apariciones que antes solamente podían distinguirse como sombras en el horizonte empañado por la niebla comenzaban a distinguirse cada vez más, pronto haciéndose presentes de la nada en los alrededores del pasillo transitado por el atemorizado niño. Esferas de gusanos amatista compactados en aquella forma rodaron a gran velocidad a sus lados, algunas cambiando de dirección y estrellándose contra una pared sin romper la estructura en la que estaban unidos, muchas tan pequeñas que estaban sumergidas mientras que otras tan grandes que le llegaban al pecho del niño, quien no tuvo reservas en apartarse cuando las veía cruzar el mismo camino que él.

Grandes lagartos compuestos de flores amarillas que perezosamente descansaban en las paredes o flotando en las aguas sin ninguna otra preocupación que evitar moverse mucho para no deshacerse y alimentarse lo suficiente de todos los mosquitos de madera lavanda que flotaban en pequeñas nubes cerca de las islas de pasto, ignorando al niño tanto como él evitaba acercarse a estos; siendo las criaturas que más asustaban al niño los gigantescos sapos, tan grandes como él y muchas veces más anchos, hechos de millones de convulsivas arañas negras que se mantenían en unidad por medio de lianas con flores rojas.

Todos los seres se hallaban atendiendo sus asuntos sin hacer caso de la presencia del niño, casi como si este fuese apenas un transeúnte extranjero que no volverían a ver jamás y al que apenas le dirigieron una mirada de espectral monotonía, la cual indicaba una inteligencia curiosa pero apática que Javier era incapaz de tolerar por más de unos instantes antes de tener que desviarla hacia otra parte. No deseaba nada que no fuese hallar la ayuda que tanto necesitaba y por la que murmuraba con una voz tartamuda, teniendo como mayor fantasía escapar de aquel lugar en donde la mera presencia de sapos hechos de arañas y flores que danzaban al ritmo de sus pasos le hacían temblar del miedo.

Grande fue la decepción que sintió tras quedarse sin aliento por correr con todas sus fuerzas tras distinguir su figura, incluso sabiendo en el fondo que así sería, cuando llegó a la recepción y no encontró más que un mueble golpeado por la humedad, tapizado con musgo y siendo hogar de ranas hechas con trozos de diversos metales; anteriormente el mueble donde enfermeras se reunían para impedir que la burocracia del hospital colapsase, ahora eran tan solo un escenario más de aquella selva pesadillesca.

Pero las lágrimas que soltó cuando terminó comprendiendo que se hallaba en una situación desoladora, un mundo solitario en el que incluso sus habitantes eran burdas imitaciones sin alma de la realidad que vivían apaciblemente en un universo diseñado para ser incómodo, no fueron suficientes para cegarlo a las luces rosadas que se distinguían muy cerca de la recepción, provenientes de la única puerta en todo el piso, escapándose con gran intensidad a través de las comisuras de esta. Javier contempló durante unos minutos sus alternativas, y a pesar de que sentía nauseas por la incertidumbre de lo que podía esperarlo al abrir la puerta, su mente infantil prefería mantener la esperanza de que quizás se hallase la salvación detrás de esta; lentamente caminando hacia esta, observó con miedo cómo los animales en la periferia se sumergían en las aguas hasta desaparecerse, plantas apagándose y quedando mustias, mientras este giraba la perilla.

Se extinguió aquella luz al momento de abrirse la puerta, como si la oscuridad acentuada por la densa niebla que reinaba en el pasillo hubiese sido suficiente para asesinar aquella visión, ésta desapareciendo tan instantáneamente que el niño habría meditado con nausea durante un momento para saber si aquella señal existió en primer ligar. Pero antes de hacer eso, teniendo frente a sí una habitación idéntica a la suya, miró un cuerpo caer de espaldas sobre sus pies; con un terrible golpe salpicando a los dos, Javier se apartó mientras ahogaba un grito y miraba que aquello frente a él reaccionaba pronto al chapuzón, apoyándose con mucha dificultad en el marco de la puerta con una mano y con la otra sosteniendo su cuello mientras respiraba como si se estuviese ahogando. Pronto usó ambas manos para impedir que escapase el poco aire que le quedaba mientras continuaba inhalando desesperadamente hasta que obtuvo algo de alivio segundos después, tan solo entonces volteando a su alrededor con terror hasta que se topó con la mirada del también asustado niño. Fue así como él confirmó que aquella figura lastimera era la enfermera Marisa.

Sin embargo, a pesar de que su primer impulso fue correr hacia ella para resguardarse bajo sus brazos, no lo hizo porque rápidamente sintió sobre ellos la mirada de aquella presencia que les acechaba desde el fondo de la habitación. Parada sobre la cama, en la que descansaba el cadáver de otro niño, la criatura apenas podía distinguirse por la oscuridad y la niebla que se colaba, pero lo poco que podía verse fue suficiente para paralizar a Javier. En vez de brazos tenía unas largas alas de negras plumas, las cuales terminaban en mortíferas garras; piernas que terminaban en muslos de ave, también con patas hechas para desgarrar carne; y quizás lo peor para el niño, la poca piel que pudo ver parecía enferma, llena de horribles moretones propios de un cáncer y asquerosos granos a punto de reventar.

Javier sintió la carnívora mirada de aquella cosa posarse encima de él, consiguiendo sentirse enervado a pesar de no haber observado ningún par de ojos cuando esta giró la cabeza hacia su dirección como resultado del ruido que había causado tras abrir la puerta. Reaccionó de inmediato terminando apurada lo que estaba haciéndole al niño que tenía debajo de sus patas, siendo imposible ver qué era lo que hizo cuando se abalanzó contra este, pero las convulsiones dolorosas del cuerpo sin vida fueron suficientes para hacer gritar a Javier y hacerlo retroceder.

Independiente de su respiración destrozada por el terror que esa presencia le provocaba y aquello que esta le había hecho antes de que el niño abriese la puerta, su único instinto tras verla retraer algo del cuerpo del niño hacia su inflamado cuello fue el de cerrar la puerta para impedir que saliese a darle caza al otro infante. Tras arrastrarse tan rápido como se permitieron sus piernas y los terrores que le provocaban aquellas aguas moradas, en cuestión de segundos consiguió levantarse dolorosamente con ayuda de una muleta que flotaba solitaria en el interior de la recepción. De inmediato se acercó a Javier, quien buscaba con desesperación una salida de aquel sitio al mismo tiempo que procuraba ver con ansiedad que la enfermera Marisa se encontrase bien.

— Las escaleras tienen que estar allá. — dijo tras tomarle la mano al niño con la intención de protegerlo de aquella presencia, señalando el horizonte opuesto a la puerta que cerró a pesar de que aquello que indicaba estaba escondido por la niebla violeta; apresurando el paso hacia tal dirección en cuanto comenzaron a escucharse iracundos golpes en la puerta. — Todavía están ahí, solo tenemos que bajar los dos pisos para salir del hospital. Pero tenemos que apresurarnos antes de que pase otra cosa. — concluyó ella necesitando de convencerse, junto con él, de que sus palabras eran ciertas.

— Está bien, le acompaño… Quiero irme de aquí — respondió Javier algo reconfortado pero con la sangre helándosele más con cada golpe de la puerta, ya comenzando a escucharse el romper de su estructura cuando empezaron a moverse en búsqueda de una salida. 

Avanzaron tomados de la mano hacia aquella dirección, cada uno tratando de moverse con tanta prontitud como la enfermedad y heridas les permitía, deteniéndose justo cuando entre la niebla empezó a verse una oscurisima sombra que indicaba la presencia de las escaleras porque al otro lado del pasillo escucharon una explosión violenta. Trozos de madera en multitud de tamaños salieron volando con tanta fuerza que muchos los golpearon como si fuesen metralla; el magullado picaporte de la puerta reventada rozó las sienes del niño y terminó por romperse como si fuese porcelana en la pared. Poco más lastimados por los golpes, sobre todo espantados por tan estruendosa explosión, voltearon hacia atrás para confirmar lo que tanto temían.

La niebla comenzó a desaparecer lentamente al emerger aquella presencia de la habitación, pronto condensándose alrededor de esta en un violento rocío que terminó mojándola completamente y haciendo su figura mucho más visible incluso desde la distancia que la separaba de ellos. Todavía era imposible contemplar cada uno de los detalles en su apariencia a causa de la permanente oscuridad que las luces del techo y la vegetación pobremente saneaban, pero vieron cómo sus monstruosas extremidades de ave, junto con los tumores carmesí que nacían de la nariz para terminar colgando del cuello, velozmente desaparecían con asquerosas contracciones y frenéticas absorciones de masas para dar paso a una apariencia humana. Ya no se les acercaba una bestia, sino algo más inquietante: una mujer que apenas superaba los veinticinco años que apenas llevaba encima una vestido negro con descoloridas flores bordadas en el cuello, cuya complexión delgada y pequeña hacía más espeluznante su levitar por encima de las aguas; un rostro serio de facciones indígenas, apenas visible entre multitud de sombras, cuya mirada abandonó tan solo un instante su expresión permanente de trauma y dolor cuando vio al niño que pretendía esconderse detrás de la enfermera. Fue así, cuando esta se abalanzó como un relámpago contra ellos, que Javier supo que encima de sus monumentales ojeras tenía ojos, pero estos eran tan negros y profundos como un abismo.

Sacudió las aguas sobre las que cayó con tanta fuerza que por unos segundos las apartó completamente del piso, dejando ver que este estaba consumido enteramente por fango y musgos acuáticos. Pasaron algunos segundos antes de que la presencia se moviese de nuevo hacia ellos, sin reaccionar incluso cuando la enfermera Marisa intentó intimidarla apuntándola con sus temblorosos brazos con la muleta para separar a tal criatura del Javier, el cual solo pudo aferrarse a la espalda de la mujer con todas sus fuerzas mientras esperaba que el monstruo de apariencia humana se fuese. Sin embargo no lo hizo, y en cambio su presencia se hizo notar cuando sus ojos se posaron en los del niño cuando por un descuido se asomó este para comprobar si su deseo se había cumplido; viendo entonces no solo agujeros de intensa noche carcomiéndole el alma, sino que también una mano que se estiraba para alcanzarle mientras que la otra se dirigía a su cuello, como si la bestia intentase impedir con fuerza las vibraciones que le sacudían.

Pero antes de que lograse acercarse más a este con sus indescifrables motivaciones, la enfermera sintió el corazón sacudido de súbito con un sentimiento primitivo de absoluto rechazo hacia el ser que tenía delante, tan intenso que por un momento la hizo olvidar de sus dolores y le concedió la valentía necesaria para en un solo momento pegar un grito tan tremendo que desconcertó a la presencia e impactarle la cabeza con su muleta de un potente movimiento certero. De las sienes de esta salieron gotas de un oscurísimo aceite que rápidamente comenzaron a incendiarse hasta consumirse en el aire sin tocar el suelo; algunas otras de consistencia más viscosa deslizándose por la cabeza de la mujer, haciéndola tambalear mientras trataba de evitar quemarse, pero rápidamente se recuperó del golpe, y con imposible velocidad se lanzó hacia la enfermera. Esta trató de repetir su hazaña, pero la bestia negó sus intentos al sujetarla del cuello y levantarla sin mayor dificultad, viéndose en su rostro cómo esperaba con gusto los sonidos de asfixia de esta para lanzarla contra la recepción, estrellándose violentamente con grito desgarrador de agonía.

Javier tan solo pudo pensar en que debía escapar hacia la escaleras tras verse indefenso contra aquella mujer de vacíos ojos, los lamentos atroces de la enfermera Marisa después de golpearse en la espalda contra lo que alguna vez fueron muebles donde guardar documentos fueron detonante para obligarle a darle la espalda a su protectora y arrastrar sus adoloridas piernas por las aguas en búsqueda de la salvación que esperaba hallar. Una llamarada emergió del suelo pantanoso cuando la presencia hizo un movimiento con su mano desocupada, lastimando al niño y haciéndolo tropezar mientras gritaba de dolor, empezando así a retroceder arrastrándose sin ver bien hacia dónde iba hasta que chocó con el barandal de las escaleras, haciéndolo gritar por la herida sangrante que se causó, incapaz de hacer otro movimiento además de girarse para ver que había sido acorralado en la esquina por aquella mujer.

Cruzaron miradas en el breve tiempo que le tomó al espectro acercarse lo suficiente para impedirle al niño escabullirse hacia las escaleras, volviendo a elevarse con manera anormal tras haber caído en las aguas por el golpe que recibió. Incluso si los ojos de esta tan solo eran vacíos eternos donde terminaban muertas todas las luces, estos consiguieron enseñar una curiosidad pensativa que se debatía qué hacer a continuación, mientras que los ojos del niño eran faroles enrojecidos que demostraban una gran aversión y terror hacia ella, acentuándose con lágrimas cristalinas con cada paso en el vacío que ella daba. Separados por apenas unos pasos, la mujer descendió al mismo tiempo que llevaba sus manos al cuello para apretar con fuerza, parecido a como la enfermera hizo minutos atrás, intentando contener una criatura que podía notarse incluso en la oscuridad que anidaba en este y deseaba salir, lográndolo subsumir unos momentos tras estrangularse con suficiente fuerza para provocarse una tos, hablándole a Javier con una voz acorde a su edad pero repleta de resignada tristeza y un eco que la hacía sonar distante e inhumana

— Escucha lo que tengo que decirte, es importante que prestes atención porque de lo contrario vas a morirte en este lugar. — dijo tratando de suavizar las intenciones de sus palabras, intentando tocarle el hombro al niño pero llevándolo de nuevo al cuello tras ver que esto solo lo hizo llorar más. — No quiero hacerte daño, ¡No otra vez, no más personas; no quiero, no quiero, ya no quiero hacerlo! — anunció gritando en confusión, estrangulándose otra vez mientras apartaba el rostro con fiereza hacia otro lado con claras señas de lucha interna.

Javier no respondió, sino que continuó sollozando mientras desesperadamente buscaba una oportunidad para escapar a pesar de carecer de las agallas para hacerlo en caso de hallar una. Tratando de no verla, pues aquellos ojos negros en los que él sabía se escondía la criatura abominable que había visto consumir a otro niño le hacían desesperar e hiperventilar; no tenía compostura para entender que quizás debía aliviarse al escuchar las intenciones de este ser, y sus gritos fueron tan aberrantes que no hicieron más que infundirle con más miedo, su corazón latiendo tan deprisa que comenzaba a dolerle el pecho.

— Todavía puedes escapar de ellas, se encuentran muy ocupadas devorando al resto de animales en este edificio… — continuó sin darle mucha importancia a los llantos del niño. — ¡Quiero decir, al resto de personas! Pero van a darse cuenta tarde o temprano de que estás intentando salir, ¡Necesito que vayas conmigo, vamos a fingir que te he capturado para ella! ¡Estoy harta de matar, ya no quiero hacerlo, esta vez voy a salvar una vida; sí, esta vez voy a hacer lo correcto! ¿Te parece? Dame la mano, ella no debe… — dijo de manera errática mientras acercaba de nuevo su mano.

Pero este solo pudo voltear la cabeza hacia el otro lado mientras apretaba los ojos con dureza en un intento cargado con repudio por impedir que la mano tocase su rostro, así enseñando a la criatura la herida pulsante que se había hecho cerca de la sien derecha. Gotas de sangre manaban con lentitud siguiendo una corriente que ya se estaba secando, pero que aún permanecía lo suficientemente fresca como para ser olida por aquel espectro. Ella sintió terror ante los sentimientos que aquella fragancia tan dulce despertó en su interior, comenzando a sentir una comezón imposible de resolver en su cuello mientras el contenido de este se agitaba como un animal imposible de domar, haciéndola gritar un alarido cortado por el apretón de sus manos mientras se apartaba de aquella sangre que la tentaba a entregarse de nuevo a la adicción, cayendo de nuevo a las aguas mientras se golpeaba las sienes de desesperación, así dando al niño unos segundos de espacio que apenas pudo utilizar cuando escuchó otra vez la desesperada voz de la mujer.

— ¡Vete ahora mismo, te imploro que te largues de inmediato; vas a tener que escapar solo, lo siento mucho, cuánto lo siento! — anunció haciéndole señales con las manos indicándole eso mientras tambaleaba apartándose de él tanto como pudiese, deteniéndose súbitamente para recomponerse con una actitud distinta, mirándolo esta vez con hambre mientras soltaba su cuello y se arrastraba hacia Javier con apetito. — No, te imploro que te quedes… ¡Eres mío, quiero más! ¡Dame tu vida, más vida, más vida!

La distancia que ella había creado mientras se apartaba hablando incoherencias le dio una oportunidad breve al niño para lanzarse corriendo hacia las escaleras, una oportunidad que cerraba rápidamente a medida la criatura se acercaba de nuevo, consiguiendo este invocar algo de fuerza para dar un salto que lo sacase de la esquina. Pero en cuestión de instantes, un momento antes de que pudiese girar hacia los escalones, se detuvo de golpe al reaccionar por instinto a la serpiente que se cruzó en su camino a la altura del rostro. Esta se estrelló contra el barandal, y la criatura albina con ojos bermellón procedió a morder con facilidad el metal en búsqueda de algo, sacudiéndose hasta que comenzó a convulsionar de hambre y finalmente cedió. La serpiente abrió sus fauces para despegarse del material y regresó como un látigo a la boca de la mujer, de alguna manera ocultándose en su cuello, un visión que lo hizo gritar a pesar de ya tener la garganta lastimada.

Una vez más intentó embestir al niño para devorarlo, más estando cegada por la sed dentro de un trance animalístico fue incapaz de medir sus movimientos y tan solo pudo empujarlo para hacerlo caer de pecho contra el borde de los escalones, firmemente sujetando su rodilla para impedirle moverse. Javier hizo todo cuanto pudo para liberarse de la mano áspera, cuyas uñas se clavaban cada vez más profundo en su piel abrasada, lanzando patadas con su otra pierna e intentando sacudir la capturada con la esperanza de asestarle un golpe. No tardó mucho en hacerlo, sintiendo sus pies descalzos impactos dos o tres veces en el rostro de la mujer, pero su fuerza era insuficiente para causarle daño; la motivaba más, pronto usando la otra mano para adquirir control de su otra pierna y arrastrarlo, pero solo lo jaló unos centímetros, Javier gritando por ayuda mientras cerraba los ojos para no soltar más lágrimas, cuando esta se detuvo con otro grito inhumano.

Rápidamente se deslizó hacia adelante en cuanto sintió sus extremidades liberadas de aquellas garras, bajando unos cuantos escalones antes de tener el valor de mirar qué había sucedido. Fue enorme su alivio cuando miró que arriba se encontraba la enfermera Marisa, de expresión casi agonizante que se sostenía encorvada con la muleta mientras se sujetaba un costado con la otra mano magullada, la cual volvió a darle un golpe en la espalda a la criatura para después rematarla empujándola con dificultad por las escaleras. El cuerpo de este ser rodó con violencia unos segundos hasta estrellarse al lado de Javier, quien de inmediato se apartó; las aguas del piso, incluyendo el rocío de la niebla que se disipaba, comenzaron a correr libremente por las escaleras y el borde del barandal como cascadas al ya no respetar los límites que se habían impuesto al transformarse el piso en aquel pantano solitario.

Con la fuerza de un pequeño río, todos los líquidos morados hallaron refugio en el piso inferior, terminando por secarse el pantano y dejar sin sustento a sus habitantes en los cortos minutos que empleó la enfermera Marisa en encontrar fuerzas para respirar consolada y descender hasta donde se hallaba el niño. Enseguida comenzó a revisarlo con la mayor de las preocupaciones en búsqueda de cualquier herida que necesitase ser atendida con urgencia, esforzándose en agacharse a la altura del pequeño para así poder observar con mayor atención las piernas y el cuello de este; negándose a ser menos exigente en su indagación a pesar de que sentía un gran dolor al asumir esa posición, finalmente hallando las sangrantes marcas de garras enterradas en sus piernas, la pequeña quemadura en su pierna izquierda y la sangre seca en la cabeza. Sin tener ningún instrumento a la mano o las habilidades necesarias para improvisar un tratamiento, indispuesta a regresar por suministros por el terror que aún vivía en sus entrañas, fue afortunado que en sus bolsillos encontrase una cinta quirúrgica vieja y gastada, que le quedaban solo unos cuantos centímetros. Asegurándose de que no había nada más que atender, pobremente cubrió su piel abrasada e impidió que sangrase más con el poco material que sobraba, sostuvo durante unos minutos al niño en sus brazos mientras este lloraba de miedo en su hombro.

— Vámonos de este hospital. — dijo ella mientras apartaba suavemente el rostro del niño y tomaba su mano con firmeza, levantándose con lentitud para que su espalda no la matase del dolor y enmascarase la agonía que sentía en sus entrañas al moverse. — Pronto vamos con tus padres, ¿sí? Y con la policía, los de la iglesia… Esas cosas son demonios, todo mundo tiene que enterarse de esto. — pensó en voz alta, pero se detuvo para no asustar más al niño. — ¿Siguen doliéndote las piernas y la cabeza? ¿No sientes que te falta el aire o que tu cuello, quizás el pecho también, están apretándote mucho? — preguntó consternada mientras colocaba una mano en su cuello porque a ella sí le faltaba el aire por momentos.

— Solamente me duelen un poco, pero puedo soportarlo. — contestó él secándose las últimas lágrimas, mirando por unos instantes al cuerpo arrumbado que yacía inerte a pocos centímetros de ellos. — ¿Quién es ella, es un monstruo?

— No sé qué sea esa cosa, Javier. — respondió contundentemente pero igual de confundida que el niño. — Tan solo sé que se apareció en la habitación mientras revisaba que un paciente se encontrase bien… Héctor, así se llama el muchacho que atacó ese monstruo, lo internaron el día de ayer porque hoy comienza su radioterapia. — aclaró porque su consciencia se negaba reconocer que aquel muchacho estuviese muerto, haciéndolo también porque no quería que Javier lo supiese a pesar de lo obvio que fuese para ambos. — Todo era normal, estaba a punto de irme cuando anocheció en un instante… Esa cosa, que no parecía humana sino un ave horrible me atacó por detrás, me lanzó una víbora que enterró sus colmillos en mi garganta; me succionó la sangre durante unos segundos, se sintió como si me ahogase… — hizo una pausa para toser, y para pensar en qué detalles tenía que ocultarle al niño para no asustarlo. — Pero al final, creo que se interesó más en Héctor. No pasó mucho tiempo hasta que abriste la puerta, nos salvaste a los dos. Gracias.

— De nada, solamente estaba pasando por ahí y pensé que quizás habría alguien que necesitase ayuda. — respondió él con orgullo a pesar de que estaba mintiendo, sonriendo tímidamente por unos segundos. — Enfermera Marisa, ¿podemos irnos ahora o todavía quiere descansar por los golpes que recibió? Creo que puedo quedarme aquí otro rato, pero me gustaría… Yo quiero ver a mis papás.

— ¡Sí, por supuesto! Nada más necesitaba reposar durante unos minutos. — dijo antes de toser con fuerza unas cuantas veces, para después sujetarse un instante el costado donde se hallaba su hígado. — Vamos a encontrar rápido a tus padres, ¿está bien? Ahora, sin importar lo que suceda, no me sueltes de la mano. — indicó antes de asomarse al piso inferior para saber qué les deparaba, solamente hallando una intimidante y críptica oscuridad.

Pero sus manos se soltaron antes de que pudiesen empezar la travesía porque la enfermera se lanzó hacia la criatura tan rápido como sus músculos adoloridos se lo permitían, ésta habiendo observado de reojo por un solo instante que comenzaba a moverse de nuevo. Frustrada tanto por el suplicio que era moverse tanto como por la rabia que sentía al sentir que sus esfuerzos para matar al monstruo no habían sido suficientes, concentrándose en ese coraje para que el miedo instintivo que corría por sus venas no la hiciesen titubear, empuñó la muleta con ambas manos y le golpeó en la mandíbula con todas las fuerzas que podía invocar.

La criatura había comenzado con movimientos sutiles en las manos, pasando a dolorosas contracciones en el cuello en un intento por calibrar el arma mortal que contenía en su interior, y había comenzado a mover los brazos cuando sintió aquel ataque fracturarle levemente la boca, haciéndola regresar de golpe a tan extraño mundo con un grito sobrenatural de dolor. Aquel aceite incendiario que tenía en vez de sangre de inmediato se apresuró a revivirla por completo, por lo que antes de que recibiese la herida mortal, alzó su temblorosa mano en dirección de la enfermera y detuvo su muleta con enredaderas de concreto que nacieron en un estallido de los escalones.

— ¡Acepto que lo merezco! Este es el castigo que me corresponde por asesina, y apenas es una fracción del suplicio que deseo con todo lo que resta de mi alma caiga encima de mí como consecuencia del dolor que he provocado, todo el sufrimiento que causé en mi vida por esta sed que me consume viva. — habló la bruja cubriéndose la boca con la mano, haciendo que sus palabras sonasen todavía más teatrales e incomprensibles. — Concedo que hagas de mí una víctima de la justicia tanto como desees, pero necesitas escucharme antes de ello para que ambos recuperen la oportunidad para escapar.

— ¡Suéltala monstruo; suéltame, no seas cobarde! — respondió la enfermera interrumpiendo a la criatura sin hacerle caso a sus palabras hasta que llegó a las últimas, concentrándose en sacudir su muleta para deshacerse del control de las cadenas. — ¡Eres muy valiente para matar a todos los niños que te encuentres e intentar hacer lo mismo conmigo, pero tienes que usar tu brujería cuando alguien intenta detenerte! — gritó antes de toser unas cuantas veces, tiempo que usó para comprender lo que la criatura había querido decirle. — ¡¿Qué estás diciendo?! ¡Bestia cobarde, suéltame ya!

— ¡Lamento todo lo que he hecho, y sé que mis palabras significan nada ante la gravedad de todos mis crímenes, pero necesitan escucharlas! — respondió la presencia con una voz aún más distorsionada e intensa, lastimando los oídos de todos alrededor y haciendo que estos prestasen atención de una vez. — Ellas se hallan todavía en los otros pisos, devorando hasta solo dejar tras de sí carroña… — informó demostrando repudio ante ese hecho. — Puede que estén demasiado ocupadas para haber notado su presencia, que ella esté distraída y no se haya enterado de esto, pero incluso si es así deben escapar, correr tan rápido como puedan; sin mirar atrás, tan solo así podrán salvarse.

— ¡Es una trampa! Como si tuviese que creerle a una bruja como tú. — respondió la enfermera mientras trataba de golpearla otra vez, incluso arriesgándose a patearla a pesar de no conectar en ninguno de sus intentos.

— ¡Hagan caso a mis palabras o serán muertos por las otras! — insistió la presencia soltando de su control la muleta, confundiendo unos segundos a la enfermera Marisa. — Si el destino los maldice con ellas encontrándolos y dándoles caza, hagan una equis con los brazos para mantenerles distanciadas de ustedes. — añadió mientras demostraba lo que tenían que hacer, su cuerpo rápidamente comenzando a quemarse con llamas invisibles que la hicieron gritar de agonía mientras un humo blanquecino emergía de todo su ser, un espectáculo de horror para el niño y la enfermera; así permaneciendo unos cuantos segundos, como si ella se estuviese castigando mientras daba el ejemplo. — ¡Esto tienen que hacer… Si deben escapar de ellas!

— ¡No tengo por qué hacerte caso, esta es solo una ilusión más! — dijo la enfermera sorprendida pero preparándose para golpearla otra vez, interrumpiéndola al ver que la criatura volvía a gritar de dolor mientras emitía humos, esta vez considerablemente menos intensos, haciendo que voltease detrás para ver que Javier tenía los brazos tal cual la criatura lo había indicado, acercándose lentamente a esta hasta detenerse detrás de ella.

— ¡Ya cállate, monstruo! — añadió Javier con miedo de acercarse más hacia la criatura delirante que tenía a poco menos de un metro de distancia.

— ¡Eso tienen que hacer, así es! Espero con ansias mi castigo, y este será jamás volver a verla… — comenzó a hablar de nuevo tras sacudirse el dolor de las quemaduras invisibles. — Está más que claro, su madre se ha convertido en una asesina; adicta a la muerte y al dolor, el precio por estos crímenes es no verla jamás, ¿no? — añadió a su monólogo, pero no continuó porque la enfermera Marisa aprovechó la distracción y le asestó un golpe más en el rostro, definitivamente rompiéndolo en muchos pedazos y cubriéndola del líquido inflamable que tenía por sangre; no alcanzando a matarla, siendo eso lo que creyó la enfermera en su atormentada consciencia, pero sí incapacitándola definitivamente.

Hubo una pausa tras caer del rostro magullado de la criaturas las últimas gotas pesadas de aquel aceite en llamas, ninguno de los dos siendo capaces de hacer nada más que contemplar con horror lo que creyeron era un aberrante cadáver. Tan solo pudieron temblar unos segundos, permitir que los dolores que les aquejaban fuesen lo único que sentían además de náuseas y escalofríos; la enfermera Marisa conteniendo de milagro el vómito, respirando hondo para mantenerse de pie, pero no el sabor de este que pronto se expandió por todo su cuerpo mientras trataba de convencerse de que había hecho lo correcto y no era lógico sentirse asqueada, al final eso era lo que ella pretendía, se dijo a sí misma; Javier, tan solo agregando esta visión a la colección que le acosaban desde que el día se había transformado en noche, apenas reaccionando cuando la mujer sujetó su muñeca con fuerza y lo haló hacia el piso inferior.

— Tenemos que irnos. — fue lo único que ella pudo decirle.

Descendieron con mucho cuidado para no resbalar con las últimas corrientes de agua que caían del pantano encima de ambos, preparándose mentalmente sin atreverse a confesarlo al otro para encontrarse con una réplica más del mundo violeta del que habían escapado malheridos y enfermos. Rápidamente supieron que también era posible que se hallasen ante una realidad todavía más incoherente, con toda seguridad más letal si las palabras de aquella bruja eran una profecía y no una simple advertencia como ambos desearon con todo corazón mientras descendían hacia la oscuridad. Apenas pudieron distinguir en dónde se encontraban gracias a las tenues y distantes luces naranjas que emergieron a sus alrededores, como si siempre hubiesen estado ahí para intimidar sus corazones con abominables presagios e informarles qué les deparaba sin usar palabra alguna.

Mientras caminaban sobre las enormes planchas de mármol que nadaban sobre el agua que cayó del piso anterior, esforzándose para mantener el equilibrio y no caer sobre la desconocida profundidad de esta por andar tan rápido como les fuese posible, notaron de inmediato que sus alrededores estaban construidos con una miríada de elementos que disonaban entre sí, pero que estaban unidos como si de los ladrillos se tratasen. Tanto el techo como las paredes eran caleidoscopios de madera, piedra, vidrio, metal, concreto y plástico, cada pedazo tan distinto del otro que nada ahí parecía tener el mismo origen con el resto; apenas iluminado todo con antorchas de llamas naranjas, las lámparas que antes colgaban encima de ellos también siendo recicladas para ser parte de la superficie del lugar. Costaba distinguir otra cosa que no fuese la serie de puertas negras cuya imagen idéntica se repetía impresa sin variar en las paredes, las cuales no eran las del hospital y pertenecían a otra realidad, pero aún apenas viéndose lo que había de frente, hacia el final del pasillo se observaba con una sospechosa claridad las escaleras hacia la planta baja del hospital.

Solo compartieron una mirada en la que se notaba la complicidad en el terror que les corroía las entrañas pero que no se interponía a la decisión de escapar de aquella pesadilla cuanto antes, ambos conscientes que el otro presentía que se avecinaba un nuevo peligro y que esa angustia era lo que hacía más difícil extenuante avanzar a pesar de que sus cuerpos solo deseasen colapsar de escalofríos hasta la inconsciencia. Esquivando pedazos de madera que flotaban perezosamente por los aires, cosa que simplemente aceptaron como algo posible, y cuidándose de que las formas que se escuchaban nadar por debajo de ellos sin verse nunca no intentasen asomarse, se acercaron bastante a las escaleras.

Tan minúscula se había vuelto la distancia que los separaba del objetivo por haber avanzado sin querer prestar atención a nada más a que las limitaciones que necesitaban imponerse para no tropezar por buscar correr hacia la salida, que sus corazones se dilataron por completo en una suerte de lástima más llena con furia antes que miedo al escuchar detrás de ellos golpes violetos en las puertas detrás de ellos y la extinción dolorosa de las llamaradas que con pobreza iluminaban su camino. Se giraron por un instante tan solo para corroborar que no hubiese nada asomándose en la oscuridad, entendiendo que esos golpes eran el preludio de algo que no querían nombrar, y de inmediato prosiguieron con más velocidad hacia tan anheladas escaleras. Poco antes habían pensado qué era lo que se encontraba detrás de aquellas puertas, más al escuchar estos golpes horrendos supieron que nada bueno les deparaba tras estas.

Los estruendos se hicieron todavía más destructivos como respuesta a semejante audacia, oyéndose en el horizonte oscuro detrás de ellos cómo la madera quebraba y las bisagras reventaban en horrendos estallidos que resonaban como mareas a través de las aguas. Incluso si la destrucción se acercaba rápidamente a ellos, poseían la ventaja de encontrarse más cerca de la salida que del origen de aquella fuerza que dejaba escombros flotando suavemente por el aire. Sin embargo, tras cruzar varias planchas notaron que la penúltima que los separaba de las escaleras no era de mármol, sino que se trataba de una puerta como las que reventaban a pocos metros de sus espaldas; aparentemente del mismo material, flotaba con más descuido que el mármol y no parecía ser capaz de soportar el peso de ambos al mismo tiempo, cosa que le indicó a la enfermera de la trampa que tenía enfrente, llenándole las vísceras con un desprecio todavía mayor por aquella bestia que le había arrebatado casi toda su sangre.

La enfermera deseaba poder quedarse durante varios minutos observando aquella puerta tan enigmática como amenazadora en búsqueda de una solución que no les hiciese sumergirse en las aguas o soltarse de la mano por más de un instante. Pero como la situación apremiaba más con cada segundo que permanecían sin moverse, tan solo pudo llegar a una respuesta insatisfactoria en la que era necesario comprometer unos instantes la seguridad que ella proveía al niño con su cercanía, así pidiéndole a Javier con una voz que no disfrazaba su angustia que saltase de la puerta hacia el último trozo de mármol delante de ellos, y que no la esperase si algo salía mal cuando ella fuese a hacer lo mismo.

Obedeciendo porque también sentía la prisa por aquello que se les acercaba por detrás, el niño se lanzó hacia el mármol delante de la puerta en el momento en que pisó esta, sintiendo la adrenalina reanimar su consciencia aniquilada por la fiebre cuando sus pies se hundieron en aguas heladas junto con la puerta; un segundo, parecía que esta se hundiría por el peso del niño, más afortunadamente no ocurrió esto, diciéndole a la enfermera tras cruzar que la puerta seguramente soportaría el peso de ella.

— ¡Tan solo voy a ver si es así, quédate donde estás! — respondió la enfermera colocando una pierna encima de la puerta para corroborar qué tanto se hundía, tosiendo en medio del proceso y temiendo mucho terminar cayendo a las aguas oscuras sobre las que flotaba, pero ante la premura de la situación solo pudo verificar que esta soportaba un poco de presión de una extremidad, teniendo que arriesgarse para salir de ese lugar junto con el niño cuanto antes, habiendo reventado en mil pedazos las puertas apenas unos metros detrás. — ¡Ahora voy, tú espera! — añadió estando ya encima de esta, balanceándose demasiado por tener las piernas muy debilitadas pero sin sumergirse por completo.

La destrucción que estaba a nada de impactarles se detuvo unos segundos tras esto e instauró otra vez el anormal silencio que hasta entonces había reinado en aquel piso, dejándose ver que ahora en un ambiente atiborrado con astillas y piezas metálicas, las únicas puertas que se habían salvado fueron aquellas tanto a los lados de la enfermera Marisa como delante de ella. Pero incluso si la ausencia de tan atroz escándalo resultó un alivio para la enfermera, cuyo acelerado corazón retumbaba como un cañón en sus oídos, ella vio esto como un terrible presagio en vez de algo mínimamente positivo; se acercó al borde de este mientras se concentraba por continuar respirando, estando dispuesta a saltar aunque de tan solo pensarlo le doliesen todos los músculos, pero antes de que siquiera pudiese controlar bien sus movimientos parar estirar la pierna y medir la distancia que la separaba de la libertad, debajo de esta hubo una tremenda explosión que además de rasgarle toda su piel también la elevó por los aires mientras que por el ilógico vacío entre las aguas y los restos de madera ascendía una figura pequeña.

Cayó sobre estas con un impacto estruendoso que por un instante fue capaz de ahogar los gritos de ayuda repletos de agonía que la enfermera empezó a lanzar mientras desesperadamente evitaba hundirse en lo que ahora confirmaba como un profundo cuerpo de agua, sintiendo cómo sus extremidades estaban perforadas por astillas y su rostro golpeado hasta el punto de obligarla a cerrar uno de sus ojos porque mantenerlo abierto resultó un suplicio por toda la violencia con la que este fue golpeado. Mientras ella se esforzaba por mantenerse flotando a pesar de que sus energías se habían terminado, el niño quedándose en su lugar gritándole sin atreverse a hacer algo por ayudarla, este espectro se elevó cerca de ella para observarla con el deleite animal de un cazador observando a su desesperada víctima.

Este instinto siniestro que le suplicaba al monstruo consumir pronto las fuerzas de su presa se acumuló dentro de sus entrañas hasta tornarse insoportable apenas segundos tras haber colocado su mirada sobre la persona herida que luchaba por no ahogarse, consumida por el éxtasis que la sangre que manaba de la herida de la pierna del niño, lanzándose contra esta en ímpetu animal que emanó una velocidad indescriptible y una pose felina que tenían como objetivo aterrizar encima para así endulzar todavía más su sangre con el terror de la asfixia. Pero antes de que pudiese hacerlo fue interceptada a pocos centímetros de su objetivo porque este había recordado las instrucciones de la otra bruja e hizo con los brazos una equis. Apenas consiguió desviarse lo suficiente para retroceder adherida de las largas garras de sus manos a la pared, habiéndose quemado un poco y todavía siendo lastimada por la seña no importando qué tanto se alejase de la enfermera; llegando entre gruñidos hasta la antorcha más cercana, debajo de cuya luz se resguardo mientras sanaban heridas y se rostro dejaba de quemarse.

Se descubrió entonces una adolescente de apariencia contorsionada y delgada, no muy distinta a la de un gato salvaje, sus facciones morenas implicaban que no pasaba de los quince años pero su cuerpo se hallaba tan cubierto con sangre seca que resultaba evidente que no tenía esa edad, siendo todavía más evidente al ver que su camisón lastimero con el que apenas se cubría lucía tan maltratado por la edad como su corto pelo negro, y tan antiguo como las innumerables cicatrices que desolaban su rostro, particularmente su boca y el ojo izquierdo, ambos tan negros como los de aquella que había golpeado con la muleta. Tras recuperarse de sus quemaduras tomó la decisión de apartarse de la enfermera en vez de intentar embestirla de nuevo, haciéndolo sin apartar la mirada de aquella mujer que con movimientos torpes buscaba la seguridad en la superficie más cercana. Rápidamente llegó a una de las puertas intactas y la abrió para escabullirse en esta, viéndose aún en la insondable oscuridad al otro lado a otro espíritu que lucía esperar con mucha paciencia a que la adolescente salvaje abriese la puerta.

Luciendo un porte despreocupado que emanaba una indiferencia cruenta por la vida humana de la que se alimentaba, en su mirada observándose tanto la ausencia de toda luz como de cualquier otra consideración por esta más allá de la que uno sentiría por los objetos que adornan una sala, caminó lentamente hasta permanecer levitando unos cuantos centímetros por encima de la extenuada mujer que parecía estar a punto de rendirse ante el miedo y dolor. Encima de la enfermera se encontraba una anciana cuyos rasgos cadavéricos e inexpresivos la situaban en sus últimos años de vida, por más que pareciese que hacía mucho tiempo que había superado ese límite, la única semblanza de vida siendo el tono moreno de su piel que se escondía debajo de un largo vestido negro de perlas como botones a la altura del cuello; tan solo dejando al descubierto sus manos raquíticas cuyas uñas amarillas se asemejaban a las garras de un águila, y su cabeza de pelo tan blanco como los huesos.

Esta anciana comprendió con rapidez que la enfermera solo seguía viva porque la angustia de haber abandonado al niño le impedía fallecer en aquel instante a causa del extenuante sufrimiento mental que corroía sus entrañas y la agonía física que nublaba su consciencia terriblemente. Varias ocasiones intentó gritarle a Javier para que este huyese sin mirar atrás, sabiendo que en cuanto ella fuese destazada por aquellos monstruos le seguiría él, pero voz estaba rota y de esta tan solo pudieron salir susurros; sosteniéndose de un pedazo de mármol que flotaba indiferente de su martirio, tampoco podía hacer la equis o se arriesgaba a hundirse porque su cuerpo se negaba siquiera a pensar en mantenerse a flote sin ayuda. El monstruo encima de ella volteó un poco la cabeza con apatía caníbal para corroborar que el infante seguía ahí, observándolo mientras entre gritos se debatía hacer un salto de fe hacia las escaleras para escapar y abandonar a su protectora o permanecer en su lugar sin hacer nada para terminar muriendo como demostración de un honor infantil.

— ¡Bestia! — terminó siendo esta la única palabra que salió de la boca deshidratada de aquel espectro, una voz que apenas lograba transmitir una emoción distinta a la molestia por no haberse alimentado de una vez, llevándose entonces los dedos a la boca para hacer un silbido que servía como señal para la otra bruja, cuya intensidad lastimó los oídos de los humanos y los dejó con un zumbido desquiciante.

La puerta en la que se había refugiado hasta entonces la adolescente feral se cerró de un portazo tan violento que esta terminó repleta de fracturas, al mismo tiempo abriéndose otra a pocos metros del niño con tanta fuerza que esta sí quedó reducida a una neblina de aserrín, trozos de metal y los hambrientos rugidos de aquel monstruo. Javier intentó apartarte hacia la primer dirección que se le ocurriese. Pero supo de inmediato que otra vez se hallaba acorralado y a la merced de un monstruo, mirando rápidamente hacia la enfermera Marisa tan solo para devastarse todavía más al saber que esta vez no sería salvado; avanzando pegada a la pared como una leona, rápidamente cayó encima de él un instante antes de que este lograse hacer bien la equis con los brazos, estrellándose contra su pecho y dejándolo casi inconsciente por el dolor, ante el cual no pudo evitar lanzar un alarido de frustración.

— ¡Vete de aquí ahora mismo! ¡Por favor, ya lárgate! — exclamó con desesperación la enfermera con una voz deshilachada en dirección a la nada en ese mismo instante, ya que la anciana que flotaba sobre ella descendió sin aviso cuando el niño gritó, empujándola con sadismo hacia las profundidades oscuras mientras sujetaba sus brazos para terminar con su vida sin que ella pudiese hacer nada.

Estas palabras terminaron escuchándose por todo el piso con un eco sobrenatural de desesperación, oyéndose tan distantes que hicieron cuestionar al niño si estas habían sido reales y no una simple ilusión más del mundo aberrante y sus dos habitantes siniestras para torturar su consciencia, tan solo aceptando como verdadero el golpe en el agua que se escuchó cuando el cuerpo de Marisa fue arrastrado hacia las profundidades inhóspitas de las aguas sin que esta pudiese hacer más que desesperarse. Javier peleaba sin cuartel contra el deseo por yacer inconsciente para escapar del dolor que sentía surcar todo su cuerpo, así observando con atención el techo caleidoscópico mientras se concentraba en cada una de las cosas que lo conformaban, hasta que fue despabilado por la inhumana fuerza de la adolescente alzándolo de su brazo izquierdo con mucha facilidad hasta hacerlo colgar como si de una res de tratase. Intercambiaron miradas cuando la adolescente abrió la boca para que de la caverna sin fondo surgiese una inmensa serpiente negra que se clavó ansiosamente en el brazo del niño para devorar su vida con espectacular violencia, haciendo uso de sus enormes fauces para masticar su carne trozo por trozo y sus colmillos para reventar sus arterias.

A pesar de que jamás había sentido tanto dolor en su vida, el niño paró de gritar tras unos segundos porque la gula de aquella bestia le impidió razonar bien lo que pasaba a su alrededor. Aceptaba que su tiempo en este mundo terminaría pronto sin siquiera comprender qué era la muerte, y en su intento por hacerlo miró en los ojos vacíos de aquella adolescente para descubrir detrás del placer por el sabor de la sangre, un hueco en el que antes hubo una inteligencia y que en algún punto fue arrancada de golpe con un trauma o quizás después de muchos de estos.

— ¡Suéltame! — alcanzó a decir Javier antes de que el miedo terminase por impedirle decir algo más elocuente o sustancia, absolutamente confundido ante lo que estaba viendo y por supuesto temiendo demasiado por su vida como para intentar repetir palabras que sabía caerían en oídos sordos, percibiendo que su piel volvía a encenderse como si su fiebre hubiese también decidido atacarle.

Las razones por las que pudo llegar a esa conclusión permanecieron completamente desconocidas para el niño, quien en ese momento tan solo era capaz de razonar la angustia por la muerte que sentía recorrer cada uno de los rincones vacíos de su ser en sintonía con el absoluto terror de hallarse a merced de aquella persona tan nefasta, nunca sabiendo si esta fue quien le proporcionó aquella información por esconder una consciencia en el aparente vacío donde solo habitaba una mente feroz. Esta pequeña incertidumbre que pasó solo unos instantes por su cabeza fue suficiente para desesperar completamente la mente de Javier, quien comenzó de nuevo a mirar sus alrededores velozmente mutar en dimensiones de asquerosos colores y vibraciones que fracturaban la materia con aún más incongruencias; tantas cosas pasaban por su mente a medida que su piel se hacía más pálida, ninguna de las cuales podía comprender ya, que su única respuesta fue patalear.

Sacudiendo cada extremidad con las últimas fuerzas que le quedaban sin poder soltar lágrimas ante la desesperación que le provocaba saber que sus movimientos eran inútiles ante la inhumana fuerza con la que era sujetado, comenzó a gritar tras convencerse de que esto ayudaría a liberarse del agarre de aquella serpiente y el monstruo del cual provenía. Estos habrían sido sus últimos actos en vida de no ser porque gracias a una coincidencia milagrosa logró alinear el brazo que tenía libre con el otro en la forma de equis por unos instantes; la bestia adolescente distrayéndose una fracción de segundo ante las molestas quemaduras que recibió, impidiendo un momento que la vida de Javier se escapase, permitiéndole que uno de los tantos puñetazos que soltó al aire terminase impactando en la boca al espectro de tal manera que aquel por reflejo enterró sus dientes en la serpientes, quemándole el paladar con algo del aceite ignífugo que cargaba en vez de sangre. La adolescente retrajo su arma y soltó al niño por el dolor ante el dolor, dando algunos pasos atrás completamente anonadada e irritada. 

El mundo regresó pronto a la normalidad tanto como le fue posible dentro de las circunstancias en las que se hallaba el niño, cosa que le ayudó a recuperar parte de la consciencia que estaba perdiendo junto con toda la sangre que le fue robada. Su brazo estaba inflamado, especialmente la sección donde ahora se encontraba un hórrido agujero que sin ningún ritmo soltaba unas cuantas gotas de sangre ya coagulada; un dolor más que se sumaba a la lista de males que le aquejaban, cada pulsación de su corazón sintiéndose como otra mordida de la serpiente. Javier tenía miedo de que eso terminase desangrándolo, incluso negándose a verlo una segunda vez porque la primera revisión le hizo sentir una náuseas que apenas controló. Pero incluso estando tan adolorido que las brisas que podían sentirse en el piso le hacían despertar con pequeños suplicios, tuvo la suficiente resistencia como para forzarse a hacer la seña otra vez cuando la bestia pretendió abalanzarse sobre él otra vez unos segundos después de soltarlo.

Unas llamaradas invisibles que hicieron que la piel de la adolescente se chamuscara hasta despedir columnas de humo grisáceo rápidamente la cubrieron con una fuerza singular, haciendo que esta gritase como una leona moribunda por tan indescriptible sufrimiento. Su primer movimiento fue responder ante la ira animal que sentía por la burla de quien era su presa, acercándose todavía más a él sin entender que esto la haría saltar hacia atrás cuando el fuego no hizo sino arder con mayor fuerza; sumergiéndose dentro de las oscuras aguas entre lamentos incoherentes para de inmediato reaparecer encima una distante plataforma de mármol repleta con quemaduras espantosas y todavía humeando, sus ojos puestos en el niño con una mirada asesina que solo se detenía por frustración de no poder acercarse más. Javier comenzó a retroceder hacia el borde del trozo de mármol sobre el que se hallaba para saltar y retroceder hacia las escaleras, manteniendo en todo momento los brazos cruzados mientras miraba cambiar a la figura como respuesta a sus heridas; su cuello adquiriendo protuberancias carmesí llenas con sangre y sus brazos haciéndose alas de negro plumaje.

Caminando encima del aire sin hacer ruido alguno se apareció el otro espectro en la misma puerta que usó la adolescente para acechar al niño minutos atrás, lentamente avanzando hasta él como si estuviese segura de que este no conseguiría siquiera abandonar el piso antes de que ella lo atrapase con sus garras. Javier tenía la mirada puesta en el otro monstruo que desde la distancia miraba con un insaciable apetito su herida sangrante, tanto pavor le causaba la idea de apartar la vista por un segundo de ella que tuvo que ignorar a la otra bestia que se asomaba arriba de él a pesar de estar consciente de lo que iba a suceder pronto. La anciana comenzó a mover las manos de forma errática hasta el punto en que se doblaron como si cada hueso estuviese roto mientras susurraba algo que incluso sin escucharse podía saberse era profano, al mismo tiempo descendiendo junto a él mientras esquivaba con macabra velocidad cuando Javier le apuntaba con la equis.

Encontrándose separados apenas por unos cuantos metros cuando la anciana finalmente aterrizó en la plataforma blanca, el niño alzó los brazos para cubrirse lo más que pudiese a la vez que daba un grito desesperado, haciendo que aquella engendro se incendiase con una intensidad enorme que se observaba con las columnas de humo que desprendió junto con unos mustios alaridos de dolor, pero aunque no era inmune al dolor sí lo soportó mejor que las otras dos de su clase por medio de algún recurso perverso. Demostrando así una resistencia ante el martirio que en otro contexto habría sido milagrosa e inspiradora, observándose en realidad como siniestra y maligna, la maligna avanzó con determinación y pasos lentos, pareciendo que le costaba acercarse cada vez más, sin importarle que sus vísceras ya estuviesen incendiándose; Javier tan solo pudiendo permanecer aislado en el borde de la plataforma sin poder girarse ni un instante para saltar, temiendo que esta fuese el descuido que esperase la fumarola negra que se acercaba a él con las manos extendidas.

Pero unos segundos antes de que esta le rompiese los brazos con sus amarillentas garras para terminar devorando la poca vida que le quedaba, mismo momento en el que el niño comenzó a llorar de nuevo ante la desesperación, el monstruo retrocedió un poco mientras algo parecía ocupar su mente tan claramente que pareció ignorar un instante que seguía prendida en fuego. Apartándose un poco más, su ceño eternamente mustio se transformó en uno de inconformidad y enfado; cierta cosa que el niño ignoraba había sido ordenada en su mente, tan importante parecía ser que resultó otro milagro que Javier aprovechó para saltar hacia la seguridad de las escaleras y voltear rápidamente para continuar apuntando a la anciana con la señal mientras observaba con terror que la otra presencia ya no se encontraba por ninguna parte.

Sin embargo, el espectro que sí estaba presente terminó aquella conversación secreta y se acercó al niño con un salto espectacular que la dejó a unos centímetros de este, quemándose tanto que el humo cegó rápidamente a Javier y tan solo pudo sentir una mano hirviendo que le sujetaba del cuello con firmeza; distinguiendo entonces por un instante entre los gritos de la anciana, incluso con los ojos llenos de piel quemada, a esta sonriéndole con sus dientes chuecos y afilados que un segundo antepusieron una abominable satisfacción por el secreto que le había sido revelado al inefable dolor que sentía. Tras despedirse de él con esta seña, lo lanzó por las escaleras con cuidado de lastimarlo tanto como le fuese posible sin matarlo.

Se golpeó la espalda repetidas veces antes de que se llevase las manos a la cabeza por instinto, quedándose sin aire para gritar pero soltando muchas lágrimas rápidamente ante los bruces que recibió mientras descendía hasta la planta baja del hospital, terminando con los brazos hechos trizas por las contusiones que recibieron para que no se rompiese la cabeza. Permaneció unos segundos en el suelo mientras intentaba recuperar el aliento y empapaba con lágrimas de amargo dolor el frío piso; temeroso de siquiera moverse, estaba incluso más aterrado ante la idea de levantarse para mirar en qué mundo hostil se encontraba ahora, sabiendo bien incluso mientras bajaba violentamente que las escaleras no eran las del hospital sino unas mucho más largas que descendían sin dar una vuelta como el resto.

Aceptó que su pesadilla no había terminado aun cuando pudo reunir las energías necesarias para tallarse las lágrimas del rostro y observó con suma frustración que el piso sobre el que se hallaba tirado no era el de la planta baja del hospital, sino que era uno reluciente con un patrón damero que brillaba lo suficiente para reflejar una visión distorsionada del golpeado rostro del niño. Javier estaba tan harto de ser maltratado por un mundo que no tenía sentido y sus espantosas habitantes, siempre dejándolo abandonado y luchando por no morirse, que habría gritado de coraje en ese instante si el sentimiento más fuerte en su corazón no fuese el miedo ante lo que le deparaba solo, quería que sus padres acudiesen a él para protegerlo de todos los males que siguiesen acosándolo y le cuidasen mucho tiempo en la comodidad de su casa hasta que sanase todas sus heridas; no pudo hacerlo por las punzadas que sentía desgarrarle el vientre, así que solo pudo continuar llorando unos minutos más mientras imaginaba que un milagro lo reunía de nuevo con su madre para que esta se lo llevase lejos de aquel hospital, hasta que el sonidos de las brasas quemándose con suavidad muy cerca de él se tornaron demasiado evidentes como para ignorarlas más tiempo.

Una enorme chimenea de ladrillos bermellón se hallaba a su izquierda de tal manera que recibía a todos quienes descendían por las escaleras, y como si al enterarse de la existencia de este aparato cuyas rechinantes brasas e incandescentes maderas hubiese cumplido el requisito necesario para que el resto del escenario se le revelase, pronto comenzó a notar todas las cosas que había en tan inmenso lugar sobre el que había aterrizado de súbito. Era claro que no se hallaba en la planta baja del hospital, pero tampoco estaba en una realidad alterada donde todo estuviese del revés y destruido para hacer sentido de una burla al mundo real; más bien se hallaba en una amplia sala cuyo techo se elevaba tan alto como los de una enorme catedral, en cuyas decoraciones barrocas colgaban grandes candelabros cristalinos que iluminaban todo a la perfección con un aura de calidez.

No se quedaban atrás en la magnificencia del lugar las paredes repletas con estanterías atiborradas de libros, pinturas que representaban tanto paisajes como escenas mitológicas, y ventanas de espectacular tamaño a través de las cuales notó Javier que se aparecía triunfante una luna de brillo carmesí que de alguna forma se repetía en todas las docenas de vitrales que había hasta donde el horizonte tanto izquierdo como derecho le permitía ver. Los pisos estaban ornamentados con alfombras doradas que parecían no haber sido movidos en siglos a pesar de que parecían colocados casi al azar por todo el sitio, algunos muebles se naturaleza similar se distinguían a la distancia y otras figuras que no se podían apreciar bien se ocultaban en forma de sombras borrosas en el límite del lugar; una sala perteneciente a una mansión de singular tamaño, aunque todavía preservando la arquitectura cuadrada de una planta baja de hospital. 

Mientras saboreaba con repulsión el aire metálico que vagaba por todas partes hasta pegarse en el paladar unos instantes antes de provocarle incontrolables escalofríos por tener un sabor parecido al de la sangre, notó que en donde tendría que estar la recepción de la planta baja y las puertas de cristal que daban hacia la salida tan solo se encontraba una enorme mesa con sillas imponentes. Sintió un golpe ácido en las entrañas al hacerlo, y no le tomó mucho tiempo percatarse que además había una sombra de perturbadora aura sentada en una de las sillas; estaba siendo observado con mucha atención y en las profundidades todavía más oscuras que la misma negrura de su presencia, unos ojos tan desprovistos de vida que parecían existir solo abastecidas por maldad, podía verse que también era esperado con mucha paciencia por quien fuese aquel ser maligno.

Javier estaba tan cansado de todo lo que había sucedido a su alrededor que lo único que hizo tras ahogar un grito que dio por el susto de ver aparecerse aquella ilusión fue comenzar a retroceder con hartazgo, sin apartar la mirada ni un segundo de la mesa o la comensal que no respondía ante la escapatoria del niño ni con un parpadeo, sujetándose las partes que más de dolían del vientre y el pecho para caminar más rápido sin que las horribles pulsaciones lo retardasen en su objetivo de apartarte de ahí. Rápidamente supo que sus esfuerzos eran en vano porque no se estaba moviendo ni un centímetro de su posición inicial y la mesa junto con su comensal amenazador permanecía igual de cerca de él por más que este se moviese hacia atrás, desesperándose completamente hasta que nuevas lágrimas brotaron por sus ojos llenos de ira contra quienes estaban castigándole de esa manera cuando el mueble comenzó a acercarse a él con cada paso que diese.

Pero no se detuvo para racionalizar la situación en la que se había metido e impedir que aquella cosa sentada en una silla de madera negra tan ornamentada como la mesa misma se le acercase todavía más, sino que el niño permitió que su mente infantil tomase las riendas del asunto y solucionase aquel problema comenzando a correr con las energías que le quedaban aún si así le estallaba un intestino o terminaba rompiéndose un hueso. Se dio la vuelta para correr durante unos segundos tan rápido como pudo en tan corto tiempo, cambiando de dirección sin ver hacia dónde podía esconderse y gritando entre lágrimas para que sus padres o la enfermera Marisa acudiesen para rescatarlo, pero se detuvo de golpe sin haber pensado en su error. No paró a causa de un insoportable dolor o el incapacitante estruendo de un órgano reventado, sino que lo hizo al chocar de espaldas contra el respaldo de la silla, cayendo con un tremendo golpe al mismo tiempo que sollozaba por la confusión.

— Esperaba con mucha emoción que te acercases. — afirmó la elegante y calmada voz de una niña pequeña que no podía tener más de doce años. — Toma asiento por favor, hay muchas cosas de las que quiero hablar contigo. — claramente ordenó a pesar de que el tono de sus palabras se mantuvo constantes.

La sorpresa que impactó duro al niño cuando escuchó tales palabras provenir de una voz tan humana paralizaron todo su cuerpo en un escalofrío de terror por unos momentos, y luego de esto no pudo sino voltearse entre sollozos para saber qué era lo que acababa de hablarle con singular indiferencia ante la pesadilla que tanto le había torturado. Se levantó con mucho cuidado, procurando a cada instante soportar el dolor que sus lentos movimientos le provocaban y mantenerse alerta ante cualquier sombra que se asomase traicionera para atacarle, confirmando al erguirse por completo a pocos centímetros de la mesa que se hallaba frente a una niña más pequeña que él tanto en edad como en estatura. Esta presencia tenía puesto un amplio vestido de baile tan blanco como la nieve, apenas notándose los barrocos encajes color bermellón que lo decoraban junto con un hermoso collar de oro con un enorme zafiro incrustado y una diadema también áurea con pequeños rubíes en su superficie, todo tan pulcro como su pálida piel sin imperfecciones o su cabello sedoso y dorado.

Fueron los rasgos tan aristocráticos en su rostro quienes hicieron saber al niño que no estaba siendo engañado por ninguna ilusión además de aquella en la que ya estaba atrapado, pues al observarlos supo de inmediato que se encontraba frente a una criatura que a pesar de su infantil apariencia ostentaba una presencia centenaria y de suma sofisticación que ninguna brujería era suficiente para emular. Saber que aquella cosa perfectamente se confundiría con el resto de las personas de no ser por sus negros ojos le aterró de sobremanera, de inmediato dando un paso hacia atrás que le hizo acercarse todavía más al borde de la mesa y alzando sus brazos con la intención de hacer la cruz; se detuvieron antes de que esto sucediese porque la niña pequeña, quien no movió más que los dedos en su mano derecha, tomó control de sus extremidades. En contra de su voluntad, pero todavía siendo capaz de gritar mientras lloraba, Javier tomó asiento en la mesa como la aparición se lo había ordenado.

— ¡Jovencita! — anunció con una voz que ordenaba pero que no había perdido su inquietante serenidad después de se sentó con lentitud para acompañar a Javier. — ¡Hágame el favor de traernos dos copas! ¡Nuestro invitado solamente tomará agua, pero usted sírvame lo de siempre! Espero que no te moleste, pero nuestras reservas han escaseado últimamente y solo me puedo permitir una limitada selección de bebidas. — añadió mirando al niño, quien solo pudo especular si había una burla en estas palabras al estar ocupado sollozando y tratando de mover sus brazos sin éxito alguno.

Tan solo unos cuantos metros al costado de ambos comensales emergió sin hacer ningún ruido una aparición sombría que entre manos llevaba una charola de reluciente plata con dos copas, la primera conteniendo una bebida transparente que con toda seguridad se trataba de agua y la otra teniendo un líquido negro que se hacía cada vez más rojo conforme se acercaba a la superficie. Su apariencia translúcida que apenas dejaba escapar algo de color la hacía distinta al resto de espectros con los que el niño se había encontrado hasta entonces, y supo al mirar sus ojos humanos adornando sus facciones asiáticas que no tenía por qué tenerle tanto miedo; por unos segundos, este temor se transformó en un interés en su extraño vestido rojo que dejaba al descubierto solo sus hombros y que parecía combinar con el enorme moño en su cabeza del mismo color, pero esto no impidió que al acercarse más apartase la mirada y no contuviese las lágrimas cuando sintió su helado brazo pasar cerca de su cara para colocar la copa en su lugar de la mesa.

— ¡Te lo agradezco muchísimo! Eso sería todo por el momento. — le indicó la niña pequeña al fantasma después de que este le proporcionó su siniestra bebida negra, el fantasma hundiéndose en el concreto sin hacer ruido tan rápido como apareció y tras hacer una reverencia a su maestra. — Tengo que confesarte una cosa que me llena de vergüenza, así que te suplico que esto permanezca entre nosotros, y eso es que la llamo jovencita porque me he olvidado de su nombre. — comentó a Javier con auténtica vergüenza, como si realmente fuese ignorante de la situación en la que ambos se encontraban. — Pero tengo que decir en mi defensa que recuerdo que su nombre era demasiado particular como para haberlo memorizado incluso habiendo pasado tantos años a mi lado.

— ¿Sí? — respondió Javier con la voz hecha añicos por el terror que la niña le provocaba, habiendo tomado la valentía para hacerlo solo porque habían pasado varios minutos en silencio, ella aparentemente esperaba pacientemente una respuesta a sus palabras y la ansiedad se había hecho insoportable.

— ¡Por supuesto! La conocí muchos años atrás en un viaje que hice a las Indias Orientales porque tenía asuntos que resolver ahí. — continuó ella con la misma calma tétrica a la vez que daba largos sorbos a su copa, que parecía nunca terminarse por más que ella vaciase todos sus contenidos en su garganta con mucho apetito, ignorando que su pulcro vestido se manchaba de carmesí cada vez más. — Su familia contrató mis servicios unas semanas antes de que me regresase a este continente, pero desafortunadamente no pudieron pagare por ellos, así que tuve que llevármela como método de pago… — añadió para después detenerse unos segundos y beber otro largo sorbo, notándose que algo revoloteaba en su garganta con ansias. —Sé que el tiempo no es ninguna excusa, pero también creo que sería de pésimo gusto preguntarle su nombre ahora. Me incomoda la idea porque quizás también termine olvidando cómo se llaman Xóchitl, Yohualli o Aleida, tú las conoces, la idea me perturba mucho… ¿Por qué no has bebido tu agua? Luces muy sediento, ¿acaso algo te molesta? — preguntó con una sonrisa.

Javier se mostró confundido por todo lo que había escuchado, y las últimas palabras de la entidad maligna lo llenaron con más terror del que ya sentía carcomerle el interior de los huesos, por lo que no respondió con palabras. Con mucho esfuerzo cerró los ojos mientras trataba de sacudir la cabeza para hacerle saber a esta que se negaba rotundamente a beber todo lo que ella le ofreciese, tratando de concentrarse hasta desbordar unas amargas lágrimas cuando percibió que sus intentos eran inútiles porque la niña tenía control sobre su cuerpo y no podía moverse sino con su permiso.

Ella comprendió rápido lo que él había querido decir, sintiéndose confundida e incluso mortificada durante algunos segundos antes de razonar una manera de aliviar los problemas de su invitado, así desapareciendo cuando él volvió a abrir los ojos porque ahora se encontraba a su lado olisqueando su mejillas empapadas con deleite. Antes de que este pudiese gritar, terminó incapacitado del miedo cuando la niña recorrió su mejilla izquierda y debajo del ojo con una lengua áspera todavía húmeda de sangre.

— ¿Pero dónde se encuentran mis modales esta noche? ¡Por supuesto que no vas a encontrarte con la mejor disposición si no hay un rostro más familiar que apreciar! — dijo ella para sí misma a la vez que colaba su rostro frente al de Javier para que este viese cómo sus lágrimas permitían que los nocturnos ojos de la niña adquiriesen una apariencia humana en la que el intenso azul más la textura cristalina de estos probasen la existencia de una enorme pero perversa inteligencia que solo podía conseguirme habiendo vivido a través de los siglos. — ¡Ni siquiera te he dicho por qué estás aquí, y tan solo me he dedicado a hablar tonterías, debe ser porque estoy emocionada! Una disculpa. — dijo ella molesta consigo. — Te prometo por mi vida que no hay veneno o maleficio alguno en tu bebida, te pido que confíes en mí y bebas de ella; tu garganta debe estar seca de tanto gritar y llorar. — dijo acercándose un poco más a su rostro y clavando sus ojos en los de él, dándole a entender que era una orden.

Sabiendo que no tenía más opción que obedecer sus órdenes, incluso si con aquellas palabras más un discreto gesto de las manos que hizo mientras regresaba hacia su silla había recuperado control de su cuerpo, agarró con sus temblorosas manos la copa de cristalina agua que tenía frente a sí para beberla poco a poco en sorbos dolorosos, esperando el instante en que se hiciese presente el mal que aquel líquido ocultaba en su inocua apariencia. Pero en vez de sentir cómo su garganta comenzaba a derretirse en coágulos de carne putrefacta o sus vísceras reventar llenas de pústulas amarillas, tan solo sintió las aguas que corrían por su cuello humedecer el áspero desierto en los que se habían transformado su boca; una sensación placentera recorrió su cuerpo por primera vez en muchas horas, y aunque hirió mucho su orgullo tener que sentirse agradecido por aquel regalo, procedió a beber profusamente unos cuantos segundos hasta que la copa se terminó.

— Entiendo perfectamente que te sientas asustado por estar aquí esta noche. — continuó hablando ella tras sentarse para darle otro sorbo largo a su copa de espesa sangre. — Si me encontrase en tu posición también estaría aterrado, y como eres mi invitado debo informarte que tienes razón en sentirte de esa manera, — dijo para luego pausar unos segundos en la que miró con tanta frialdad a Javier que éste sintió que su corazón se petrificaba. — pero como acabas de comprobar no hay razones para temer lo que te pueda suceder ahora; esto, por supuesto, si escuchas con atención mis palabras y sabes tomar la decisión correcta, ¿me doy a entender?

— Sí. — contestó el niño sin poder agregar nada más porque se creía incapaz de hablar sin comenzar a llorar de nuevo.

Entonces, ¿qué te parece si comenzamos esta conversación de nuevo sin que mis espantosos modales arruinen la primera impresión? Mi nombres es Amanda y es un placer conocerte. — se presentó señalándose con la mano izquierda. — Quise que me acompañases esta noche porque llamaste mi atención. Eres un jovencito de complexión escuálida, y si puedo confiar en lo que Aleida sintió, tu sangre indica que no tienes una muy buena salud, pero aun así eres la única persona de este edificio que consiguió evadir tanto a ella como al resto de mis sirvientas; me impresiona mucho, y no exagero al decirlo, que hayas sobrevivido tantos tormentos a los que otros habrían sucumbido fácilmente… — añadió con una expresión pensativa. — Hay algo en ti que te lo permitió, pero no puedo precisar qué es.

Javier apenas pudo contener las ganas de gritar rabioso y desconsolado cuando entendió que esas palabras significaban una sentencia de muerte definitiva para la enfermera Marisa, y tan solo prosiguió sollozando mientras batallaba por no asfixiarse en su ansiedad porque supo que ya no había suficiente agua en su cuerpo para formar más lágrimas. Pasaron unos segundos de silencio insoportable que el niño usó para tratar de recuperar algo de compostura, esforzándose en levantar su mirada enterrada en el mantel blanco de bordes dorados que cubría la mesa porque la niña esperaba una respuesta de su parte.

— ¡Quiero a mis papás! ¡Quiero ver a mi mamá! — gritó con desesperación e incluso coraje en contra de la niña que lo mantenía de rehén y había hecho que sufriese tanto, atreviéndose a mirarla directamente a los ojos helados de esta con una actitud desafiante en el instante que le tomó pronunciar estas palabras.

— También te prometo que lo verás muy pronto. — respondió ella tras reírse en voz alta del miedo del niño durante unos segundos y deteniéndose de nuevo para dar otro sorbo a su copa. — Pero necesito que prestes mucha atención a lo que tengo que decir para que eso suceda, ¿qué te parece?

— Yo solo quiero irme de este lugar, por favor, quiero a mi mamá… — respondió Javier con una voz mustia que apenas se escuchó en los alrededores de la enorme sala en la que se encontraba y que fue ignorada por completo por la niña, la cual siguió hablando después de haberle dado la cortesía a su invitado de responder lo que quisiese.

— Te propongo lo siguiente, y deseo que lo pienses con suficiente detenimiento antes de que me des una respuesta definitiva; como me impresionaste bastante al sobrevivir a muchas cosas que fácilmente acabaron con la vida de otras personas, como mencioné hace unos minutos, no voy a matarte. — pronunció ella tan ligeramente que aquellas palabras parecían carecer de peso alguno. — Admito que me intrigan mucho las coincidencias que te permitieron estar junto a mí. — dijo comenzando a contar con los dedos. — No solo pudiste soltarte de las garras de una bestia tan peligrosa como lo es Aleida cuando tiene hambre, sino que poco tiempo después también conseguiste lastimar bastante a mi sirvienta más poderosa y hacer más lento su avance por unos minutos; tu amiga fue quien dejó inconsciente a Xóchitl, pero sinceramente ella no es la más astuta o habilidosa de todas, — comentó con un desprecio disfrazado en una inocente burla. — así que seguramente te las habrías ingeniado para también huir de ella…

— ¡¿Qué le pasó a la enfermera Marisa?! — interrumpió Javier con un grito de vergonzoso coraje al sentirse ofendido cuando el espectro mencionó a su protectora como si ella no hubiese sido nadie importante, admitiendo claramente al mismo tiempo que ella sabía cuál fue su destino y no le interesaba para nada — ¡¿Dónde está?!

— ¿Estás hablando de tu amiga? — preguntó con mucha curiosidad y una sonrisa intrigante. — También estoy preguntándome qué es lo que debería hacer con ella, pero no te preocupes por ella ahora mismo… Ahora, la única explicación que se me ocurre ahora mismo es que eres una persona naturalmente afortunada; tendría que conocer tus fechas de nacimiento en el calendario civil para contrarrestarla en el sagrado, y por supuesto mirar cómo reacciona tu sangre al colocarla en un espejo de obsidiana para luego leer más en profundidad en el humo que resulte de evaporarla el resto de los secretos que me ocultas. — mencionó con aburrimiento mientras agitaba las manos para deshacerse del sopor que le causaba pensar en tener que hacer esas cosas. — Pero creo que esta vez voy a confiar en mi instinto, yo te considero una persona predispuesta a la buena suerte, ¿tú te consideras una persona afortunada?

— No. — respondió pronto el niño sintiéndose en extremo ofendido por la idea de que todo cuanto le había pasado dentro de aquel hospital fue obra de la buena suerte, temiendo que aquella criatura de apariencia infantil supiese de lo que estaba hablando y que tan solo era una coincidencia la que lo había salvado de un destino todavía más horrible.

— Me temo que estoy en desacuerdo al respecto. — contestó ella aún más rápido. — Pienso que eres una persona bastante afortunada, y si lo eres tanto como yo lo sospecho, quiero que seas mi esclavo. — continuó hablando con una voz emocionada. — Reconozco que no es una palabra que evoque mucha esperanza o alivio, pero te aseguro que no serás como mis sirvientas, al contrario: tendrás libertad de hacer lo que quieras con tu vida, esto quiere decir que no tengo por qué forzarte a pactar con mis señores a cambio de que te vuelvas como nosotras; no es como si tú como hombre pudieses hacerlo en primer lugar. — añadió con una voz sarcástica. — ¿No te parece maravilloso?

— ¡No! — contestó aterrado el niño ante la espantosa propuesta porque sabía que no tendría más alternativa que aceptar los término de la niña, esta negativa siendo el único desafío que le podía demostrar porque tenía miedo de lo que podía pasar si intentaba cruzar sus brazos en forma de equis frente a ella, sintiendo como todo su ser temblaba de miedo ante las posibles represalias.

— Pero te aseguro que es lo mejor que te puede suceder teniendo en cuanta la posición en la que estás ahora mismo. — señaló la niña en un intento honesto por convencerlo. — Tampoco vas a tener que acompañarnos todas las noches de luna llena en búsqueda de alimento, eres completamente libre de las ataduras impuestas tanto a mí como a mis sirvientas; pero cuando yo lo desee vas a obedecer mis órdenes al piel de la letra sin que puedas hacer algo al respecto, te encontrarás completamente baja mi control y muchas veces vas a tener que facilitarme el trabajo cuando necesitemos asegurar una cacería exitosa sin que nada se interponga entre nosotras y nuestro alimento. — indicó cambiando un poco el tono de su voz a uno más serio pero igualmente cortés. — La única desventaja que asumo te incomodará es que no será rara la ocasión en la que tus manos se empapen con sangre, quizás la de otras personas o incluso la tuya, pero realmente espero que seas un muchacho inteligente además de afortunado a la hora de cumplir mis órdenes…

— ¡No quiero! ¡No quiero eso! — contestó el niño con la misma actitud pero con una voz todavía más doblegada por la fatalidad de lo que pensaba era su inevitable destino de ahora en adelante. — ¡Vas a hacer que lastime personas, no quiero hacerlo! ¡No quiero… no quiero hacer esas cosas!

— ¡¿Quieres escuchar lo que tengo que decir antes de solo decirme que no quieres?! — gritó ella perdiendo la compostura por primera ocasión, la voz saliéndole como el eco de un relámpago capaz de provocar terremotos y sus pupilas tornándose cuadradas e inyectadas en sangre por un instante para rápidamente recuperar su decoro y taparse la boca con la mano antes de proseguir. — Lamento mucho eso, voy a tomarme algo de tiempo para explicarme a continuación… Intentaba decirte que mis sirvientas causaron más violencia de la que debieron por causa de la situación que aún nos apremia; no nos queda mucho tiempo antes de que nuestros verdugos nos hallen, por lo que tenemos que irnos pronto. Yo también me excedí en búsqueda de alimento suficiente para nuestro próximo viaje, y aún puedo servirme de una ración más. — dijo mirándolo tan fijo que los ojos de la niña comenzaron a temblar al ritmo de las pulsaciones aceleradas de Javier. — Así que tu destino puede ser el servirme de esta manera ahora mismo, pero también puede ser el de aceptar mi trato; vive normalmente disponiendo de bellísima libertad hasta que nos volvamos a encontrar, y cuando eso pase, solamente por unos cuantos días estarás a la merced de mis instrucciones… — sentenció con gravedad en su voz a la vez que desapareció en un parpadeo para recostarse sobre el hombro del niño y susurrarle al oído, cubriendo sus labios con sus gélidos dedos para evitar que éste gritase por la confusión y sosteniendo sus brazos con la otra mano porque éstos temblaban demasiado, cosa que le pareció tan divertida que no pudo evitar soltar una pequeña risa. — Es un simple pacto, mucho menos complicado que el que tengo con mis sirvientas y definitivamente uno por lo que esas tres se despedazarían por obtener, en especial Xóchitl que desea ver a su hija de nuevo, al que solo tienes que decir que sí, lo único que será diferente es que tendrás una marca en tu cuerpo, pero no tan visible o repulsiva que te cause pudo, te lo aseguro; acepta, dime que sí y volverás a ver a tus padres.

La respiración del niño se aceleró tanto que comenzó a quedarse sin aire en un intento desesperado por mantener la calma ante el acelerado retumbar que sentía golpearle el pecho, la sangre corriendo tan rápido por su cuerpo que podía sentirla perforarlo por dentro como si de un material afilado estuviese compuesta. Sus brazos no respondieron cuando este decidió hacer la equis para escapar de aquel lugar, no porque estuviese de vuelta bajo el control de aquella bruja, sino porque ya había agotado todas sus fuerzas y tan solo podía temblar con espasmos aterrorizados; ahora solo quedaba pensar, y esto era lo que más le costaba cada vez más a medida que su vista se enturbiaba. Incluso siendo un niño era muy consciente de que sus opciones se habían agotado y que al negarse a obedecer las instrucciones de aquella presencia sentenciaría su muerte, pero no quería hacerlo porque le invadía un pánico abominable ante lo que le depararía el futuro en las garras de ésta. No podía imaginar que volvería a una vida normal como ella lo prometía, y asumía que de ahora en adelante estaría por siempre dentro de la misma pesadilla interminable sin que nadie pudiese ayudarlo o siquiera entender la situación en la que estaba.

Pero unos segundo más tarde logró tranquilizar un poco su respiración al desvanecerse el impacto que le había provocado tener a su lado al espectro, y con esto logró razonar un poco más de lo que su instinto gritaba aterrorizado. Así entendió incluso a través de su mente infantil que aunque no podía imaginar que tan horrible sería aquello que le deparaba en el futuro si aceptaba el pacto, representando un peso que obviamente nunca podría quitarse y terminaría aplastandolo tarde o temprano, cierto deseo le oprimía con todavía más dolor el corazón hasta amenazarlo con estallar en miles de trozos si no se cumplía pronto; volviendo a llorar, anheló con toda su alma estar junto con sus padres en aquel instante y de la mano de ellos escapar de esa pesadilla de una vez por todas, y tan intenso fue su deseo que no solo le hizo deshacerse entre lágrimas de amargo dolor e implosiva aprehensión, sino que también le permitió olvidar todo cuanto le pasaría algún día con tal de hacerle más fácil pronunciar unas palabras tartamudas.

— Quiero ver… Sí, lo que quiero decir es que sí. — dijo él admitiendo su derrota mientras luchaba para que sus palabras consiguiesen salir de su boca haciendo algo de sentido ante el miedo que sentía por tener tan cerca al monstruo que pronto sería su dueña, quien se acercó a su rostro otra vez con una expresión de anticipación tan siniestra que apenas podía controlar el vibrar de sus ojos azules.

— ¡Me haces tan feliz! Pero tan solo para asegurarnos de que no exista malentendido alguno entre nosotros, — dijo con una sonrisa en su rostro. — ¿Qué fue a lo que dijiste que sí, que aceptas mi pacto u otra cosa?

— Sí, lo acepto… Acepto eso… — contestó sintiéndose asqueado por su debilidad.

— ¿Qué es lo que aceptas? — volvió a preguntar con todavía más emoción, acercándose tanto al niño que prácticamente había pegado su nariz algo rosada contra la suya.

— ¡Eso! Acepto eso… — respondió sin muchas ganas de continuar.

— ¿Te molestaría ser un poco más específico? Sé que es una decisión importantes, pero…

— ¡El pacto, acepto tu pacto! ¡Ya déjame en paz bruja! — gritó con una ira nacida de esa misma rabia, que se alimentaba de su desesperación por permanecer en aquel lugar maldito y tener que continuar escuchando la extraña condescendencia de aquella niña.

— ¡Sabía que tomaría la decisión correcta! No sabes lo alegre que me hace escuchar tus palabras, habría lamentado por siempre tener que disponer de ti como si de un ordinario costal con alimento se tratase. — dijo aplaudiendo con educación pero sin esconder su todavía más amplia sonrisa de dientes algo afilados pero tan blancos como la espuma del océano. — Entonces considero sellado el pacto y ahora te encuentras bajo mis ordenanzas hasta que la muerte te separe de mi posesión.

Amanda se lanzó con tanto entusiasmo hacia el cuello del niño en cuanto pronunció estas palabras de manera que tuvo que hacer un singular esfuerzo por ahogar su deseo de sujetarlo entre sus manos para disfrutar el tambaleo espantado de sus arterias a través de su piel. En cambio se decidió por controlar de nuevo el cuerpo del niño para evitar que este intentase librarse con un movimiento brusco, tal como parecía indicar su negativa a mirarle y su respiración una vez más entrecortada, y al tenerlo bajo su dominio pudo regodearse de su victoria unos segundos de contemplación.

Mientras que el niño intentó deshacerse del peso invisible que le impedía mover casi todos su ser, ella solo pudo imaginar con deleite el paradisiaco sabor de su sangre tan endulzada con terror y acidificada por el deseo de vivir hasta que vergonzosamente comenzó a salivar un poco a la vez que notaba palpitar las arterias de Javier a través de su tensa piel al mismo ritmo que su estómago desesperadamente buscaba vomitar todo el vértigo que él experimentaba en ese instante.

Haciendo crecer de su meñique izquierdo una garra de apariencia tan negra como la noche en la que se encontraban, le rebanó la garganta con un movimiento contundente repleto con una elegancia practicada incontables veces de manera que tan solo creó una pequeña apertura de la cual comenzó a purgarse de inmediato toda la vida que le quedaba al niño. Pero ninguna gota terminó regada por el suelo porque la niña rápidamente se abalanzó hacia esta cicatriz para cubrirla con sus labios en un beso macabro y así succionar la última voluntad de su invitado. No le tomó mucho tiempo para que la serpiente blanca que hacía su hogar en el cuello de la bruja saliese descontrolada para terminar de aniquilar el cuello del niño en una vorágine que casi le cercena la cabeza, mordiendo en alegría mientras que Amanda no podía evitar temblar por tan inmenso gusto que le provocaba la muerte que precedía la resurrección de un nuevo esclavo, cerrando sus ojos e imaginándose en deleite como una emperatriz de antaño dominando con sombras perpetuas de muerte todo cuanto alcanzase a ver en el horizonte.

Javier apenas tuvo suficiente tiempo para elevar sus húmedos ojos hasta el límite que permitían los nervios de estos para hacer el intento de soportar aunque fuese un poco el suplicio tan indescriptible del que fue víctima sin que pudiese hacer nada más que prepararse para comprender con todos sus sentidos que estaba muriendo y su cuerpo tan solo convulsionaba sin su permiso en una intermitente emisión de instintos. Le tomó una eternidad todavía más inefable abandonarse al vacío que le llamaba con cierta amabilidad, pero cuando lo hizo encontró consuelo en que hacia el final de su vida pudo ignorar finalmente aquel monstruo encima de él que le destazaba por dentro y cuya tortura era imposible de sentir por la falta de aire en su consciencia y de esta en su corazón, las cuales escapaban con prontitud de su cuello machacado; la vista transformándose hasta ser un desastre sin colores que dieron paso a la ceguera. Poco antes de que finalmente escapase por un instante de aquel monstruo, una última llama en su mente se iluminó con la timidez característica de su edad y personalidad con el objetivo de hacerle recordar el reconfortante pasado al lado de sus padres, incluso si el niño apenas pudo entender que esto debía hacerlo feliz sin que ya fuese capaz de saber qué era la felicidad.

Pero aquella oscuridad en la que consciencia terminó para morir lentamente por toda la eternidad terminó conectándose de alguna manera incomprensible con aquella menos espantosa que se puede observar unos segundos antes de despertar. La extraña transición entre aquellos dos vacíos solo los notó el niño cuando recuperó sus pensamientos, un instante antes de que fuese inevitable que abriese sus ojos y despertase en la habitación del hospital. Completamente incapaz de razonar qué estaba pasando al observar que en su bienvenida de regreso a la vida tan solo le acompañaba aquel ventilador que tiempo atrás le parecía un monstruo del que tenía que resguardarse, pero que ahora tan solo era un aparato que oscilaba demasiado rápido.

Mientras su respiración se hiperventilaba a causa de la confusión tan severa que sentía ante el recuerdo de lo que su mente desesperadamente pretendía convencerle de que tan solo había sido una fantasía, también comenzó a percibir el tacto suevo y algo frío de las sábanas de su cama; el calor del atardecer colándose por su ventana como un último regalo del sol antes de ceder su posición a la luna llena de aquella noche; y quizás lo más inquietante para él, los ruidos de la calle que daban vida a esta con su singular tonada de automóviles anticipándose a toda velocidad rumbo a sus destinos para no quedar atrapados en los congestionamientos nocturnos del viernes. Por mucho tiempo se quedó tan quieto que le ponía nervioso el ruido de su respiración lastimada, atreviéndose a palparse la zona del cuello que aquella bruja le había cortado tan solo porque la curiosidad sobrepasó rápido a su instinto; levantándose de un brinco al mismo momento con un grito ahogado cuando escuchó la puerta de su habitación abrirse, percibiendo una cicatriz parchada con puntos en el mismo punto victimado de su garganta a la vez que miró a la enfermera Marisa en perfecta salud entrar al cuarto.

— ¡Ah! Hola, Javier… ¿Cómo te sientes? — saludó ella mostrándose sorprendida de encontrar al niño despierto, mostrando con su pregunta una preocupación que buscaba ocultar detrás de la seriedad de su profesión. — ¿Alguna dificultad para respirar o pasar saliva, algún mareo o entumecimiento, dolor en las articulaciones?

—¡¿Qué pasó?! ¿Se encuentra bien? — respondió el alterado con estas preguntas tras algunos intentos fallidos por hablar y casi asfixiarse una vez con su saliva endurecida por una amarga bilis, intentando calmar un poco la voz porque asumió de inmediato que la enfermera no sabría a qué se estaba refiriendo.

— ¿Yo? No me pasa nada — respondió con la misma voz. — Te pregunto que si no te duele el cuello al intentar estirarlo un poco o cuando tragas saliva, especialmente en la parte en la que te pusieron los puntos. — indicó ella tocándose la misma parte del cuello que él no había soltado. — Tuviste una reacción alérgica al antihistamínico hace unas horas y tuvimos que trasladarte al quirófano en cuanto perdiste el conocimiento… Pero no te preocupes, solamente sacaron el ganglio que se te había inflamado para ya no esperar a que se terminase de desinflamar con otro medicamento. — añadió rápidamente para tranquilizarlo. — Les informamos a tus padres y estuvieron aquí el resto del día, por suerte habían llegado en cuanto te trasladamos.

— ¿Mis papás? ¿Dónde están? — preguntó al instante de escuchar a la enfermera mencionarlos, procurando que la opresión en el pecho que comenzaba a sentir no le forzase a llorar en ese momento por no entender bien qué estaba sucediendo. — ¿Dónde está mi mamá? Quiero verla.

— Se fueron hace poco de hecho, pero te aseguro que estuvieron aquí toda la tarde en cuanto saliste del quirófano. — contestó la enfermera mientras se acercaba con lentitud hacia el niño porque ella sentía que Javier estaba demasiado alterado. — No te preocupes, si no mal recuerdo, me comentaron que mañana a eso de las ocho van a verte y se van a quedar hasta que te den el alta en la tarde… Les dio mucha angustia, pero por suerte todo salió bien, Javier. — mencionó en un intento por tranquilizarlo.

— ¡No! Enfermera, ¿está segura de que se encuentra bien, dónde están…? — tan solo pudo repetir la misma pregunta con todavía más ansiedad, deteniéndose porque tenía miedo de tan siquiera mencionar aquellos espectros, pero comenzando a inspeccionar sus alrededores en búsqueda de alguna señal que le dijese que la tortura no había terminado siendo un sueño.

— ¿Quiénes? — preguntó la enfermera Marisa delatando sus nervios, pero rectificando su actitud tan pronto como pudo al mismo tiempo que se proponía calmar al niño por su cuenta. — Ahora mismo necesitas descansar bastante, será mejor que intentes dormirte un rato más.

— No quiero dormirme, tengo… No quiero dormirme aquí otra vez. — contestó él anonadado mientras continuaba preguntándose si aquella realidad en la que había sido devuelto a la vida tan solo era una ilusión más.

— Me encantaría quedarme contigo unos minutos más si te da miedo… Si te da miedo la oscuridad, pero todavía tengo que atender otros pacientes. — dijo colocando su mano en el hombro del niño con algo de tristeza que pretendió hacer pasar por un reconfortante toque casi materno, su voz comenzando a quebrarse. — Intenta descansar, ¿está bien? Ya sabes que cualquier cosa puedes avisarme a mí o al resto del personal, si tuviste una pesadilla… Tan solo fue eso, no te preocupes.

— ¿Una pesadilla? ¿Solo una pesadilla?

— Despertaste de una cuando entré, ¿no es así? Por ahora… Solamente fue una pesadilla, ya estás a salvo. — repitió la enfermera asqueada de las palabras que salían de su boca, siendo incapaz de confesarle la realidad porque en ese momento su cuerpo ya no le pertenecía y comprendiendo que el niño jamás creería estas palabras, pero al menos halló consuelo en saber que sus intentos por consolarlo con mentiras no eran absolutamente malintencionadas.

Tras haber dicho esto se quedó unos segundos más mirándolo con una tristeza llena de culpa, expresión que el niño ignoró porque estaba muy ocupado buscando fantasmas en las esquinas sombrías de su habitación y preguntándose por qué la enfermera había dicho “por ahora”. Intentó además sonreírle de la manera más genuina posible unos instantes   antes de darse la media vuelta para caminar con pesadumbre hacia la salida, deteniéndose en el marco de la puerta tan solo para mirar al niño por última vez mientras caían traicioneras lágrimas por su rostro descompuesto en tragedia; limpiándoselas de golpe con la tela de su uniforme, señaló en su cuello otra vez aquella parte en la que Javier ahora tenía las cicatrices de su operación y una extraña mancha oscura incrustada en su piel con la forma de un ave de alas extendidas.

— Tu marca se parece mucho a la mía… — comentó mientras estiraba al cuello para enseñarle al sorprendido niño una mancha idéntica a la suya, apenas soportando tener que decirle eso por ser incapaz de mencionar lo que realmente quería comunicarle y tener que recurrir a claves. — Espero que no te moleste mucho después… Ya sabes que cualquier cosa, puedes avisarme a mí o al resto del personal. 

La enfermera cerró la puerta con suavidad al mismo tiempo que se giró rápidamente para que el niño no mirase cómo su rostro se arruinaba completamente con tantas lágrimas de oscura desolación que emergieron de sus tristes ojos, así abandonándolo en su habitación para que contemplase sin que pudiese hacer nada al respecto cómo la tarde naranja se convertía pronto en una noche sin estrellas en las que tan solo una luna llena se asomaba en el firmamento sin estrellas. Javier comprendió unos segundos después lo que había pasado, y quedó tan marcado por el terror que se mantuvo callado e inmóvil durante el resto de la noche sin mover ni un solo dedo, ni siquiera cuando empezó a escuchar los gritos afuera de su habitación.  

No le tomó mucho tiempo para que la serpiente blanca que hacía su hogar en el cuello de la bruja saliese descontrolada para terminar de aniquilar el cuello del niño en una vorágine que casi le cercena la cabeza, mordiendo en alegría mientras que Amanda no podía evitar temblar por tan inmenso gusto que le provocaba la muerte que precedía la resurrección de un nuevo esclavo

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