El Exorcismo de Hilda

Todas las mañanas se hacía cada vez más imposible respirar los venenosos aires que sin mucho entusiasmo circulaban en remolinos negros del tamaño de continentes a través de la pequeña atmósfera del planeta sin que esta ofreciese resistencia alguna. Las máscaras que uno había de portar todo el tiempo en las afueras para no ahogarse de ceniza radiactiva y aquellos trajes que impedían a la piel deshacerse por la humedad ácida tan solo retrasaban unos años el cáncer que devoraría todos los órganos de aquellos que vivían en los núcleos urbanos, aquellos que no fueron reducidos a un deshuesadero repleto con carroña tecnológica e inclementes recordatorios de la pequeñez del hombre en la forma de colinas hechas de esqueletos calcinados.

Donde una vez se encontraron palacios dedicados a la vanidad de gobernadores convertidos en señores feudales posicionados por la Federación Solar tan solo por cumplir una responsabilidad burocrática, ahora se encontraban ruinosos castillos donde cada noche emergía el supuesto nuevo emperador del crimen organizado para ocupar su trono por algunas horas antes de morir acribillado junto a la población que tuvo la mala suerte de esta junto a él en el momento equivocado, y en donde se construyeron ostentosos centros de comercio e industria, ahora solo había destrozados monumentos donde gremios industriales luchaban sanguinarias guerras civiles por patéticos contratos con el impotente gobierno planetario.

Pese a toda la tempestad que imperaba sobre todos los supervivientes de este mundo condenado, Asmotheios poseía todavía parches de cielo muy sencillos de localizar en los que uno posicionaba su meditación unos segundos con la utilitaria intención de no ser aplastado todavía por esta tormenta de soledad que tanto caracterizaba a los planetas del borde galáctico, y el padre Hasteon era una de las muchas almas que realizaban este pequeño gesto durante los albores de uno de los últimos días en una civilización arrestada para morir sumidos en tecnología cruel, prestando mucha atención al patrón geométrico casi invisible del escudo que encerraba a Asmotheios en contra de su voluntad y ante el cual todos desviaban la mirada por el horror que inspiraba. Tomó esta visión horrenda como un recordatorio de que una de sus tantas obligaciones clericales era la de impedir que la desesperanza atea hiciese nido en los corazones de los pocos feligreses que aún asistían a sus misas, observando el horizonte desde su balcón en uno de interminables rascacielos hacinados de calores pero envueltos en fría soledad antes de comenzar su trabajo.

Se encontraba meditabundo en aquel pequeño descanso tras haber pasado las primeras horas del día administrando la extremaunción a toda una familia de humildes carroñeros de chatarra industrial, esto tras confirmar que una especie de infección priónica contagiada a ellos en una de sus jornadas laborales iba pronto a reducirlos a masas cartilaginosas sin más propósito que expulsar pus negro, y acabó por marcharse unos minutos después tras informarle a un muchacho pordiosero cuál era el departamento hacinado que debía incinerar al caer la noche. Mientras caminaba hacia su siguiente destino, observar en el horizonte encima suyo a un alma desesperada intentar escapar del planeta en una nave construida con piezas sueltas para luego detonar en la atmósfera sin hacerle un solo rasguño al escudo, le hizo pensar con preocupación que el muchachos quizás usaría su paga para comprar drogas sintetizadas con microprocesadores.

— ¿Se encuentra ocupado ahora mismo, padre Hasteon? Necesito hablarle sobre un asunto. — la hermana Euphorbia se dirigió al hombre en su pequeño estudio detrás de la capilla donde acababa de terminar el servicio de la mañana.

— Nunca estoy demasiado ocupado como para negarle unas palabras, hermana Euphorbia, — el sacerdote contestó atentamente mientras notaba que la religiosa recién salida del novicio portaba todavía la ennegrecida vestimenta de su trabajo paralelo como ingeniera supervisora de los láseres que ahora se usaban desesperadamente para romper el escudo planetario, como si aquella masa de telas plásticas pudiesen simular ser el tradicional atuendo de una monja, mismo que ni siquiera los abuelos del hombre habían visto fuera de imágenes digitales provistas de algún planeta en más próximo a la capital de la Federación Solar.

— Maravilloso. — comentó Euphorbia antes de quitarse unos minutos la máscara más externa de su rostro para respirar un aire menos espeso. — Siendo así, me gustaría comentarle que una conversación en el sitio de los láseres me ha dejado pensativa; entiendo que no le son llamativos los rumores de mis compañeros de trabajo, pero creo que estos en particular son de su interés: una fuente anónima ha dicho que en el sector departamental donde vive hay rumores de un “hombre constantemente atormentado por visiones y pesadillas”. — indicó la monja haciendo unas comillas en el aire al mencionar esta última frase debido a su peculiaridad.

— ¿Visiones de qué tipo? ¿Nosotros conocemos al susodicho en cuestión, hermana Euphorbia? — preguntó interesado el padre Hasteon tras detener sus movimientos y luego voltearse con ímpetu hacia la monja.

— Dudo mucho que sea el caso, pero incluso si es uno de nuestros feligreses, ya habrá pasado mucho tiempo desde la última vez que nos ha acompañado a misa. — respondió Euphorbia cruzando los brazos para intentar recordar todos los detalles de su conversación al ver el interés de su superior resplandecer en sus ojos aparentemente verdes por el visor que traía encima. — Quien me habló de esto menciona que sus vecinos dentro del sector departamental tienen meses tan solo escuchándolo tener ataques de pánico con gritos que duran horas, hacer que sus paredes retumben en lo que parecen ser grandes peleas y una atmósfera terrible alrededor de espacio donde se ha encerrado.

— ¡Qué terrible suena eso! Si aquella no es solo una leyenda urbana, entonces hay una pobre alma que con desesperación necesita consuelo de un mal invisible que le sigue. — indicó el sacerdote adolorido por aquella imagen tan cercana de uno de tantos mil millones de personas sufriendo en el planeta sin que él pudiese hacer algo al respecto. — Tengo interés… Yo no tengo más deberes con esta iglesia por los siguientes dos días a causa de la inspección de sanidad que se hará pasado mañana, así que tengo tiempo para hacerle una visita a este hombre si eso es lo que deseabas sugerirme, hermana Euphorbia, ¿tienes la dirección de aquel sitio? — Hasteon preguntó mientras arreglaba su horario en la cabeza alrededor de la inspección que poco tiempo atrás consideraba como una molestia atroz.

— Por supuesto, le puedo acompañar hasta el sitio donde se supone habita esta persona y cuestionar a los vecinos al respecto si resulta necesario. — respondió Euphorbia con un poco de entusiasmo. — Mi siguiente turno en las instalaciones de los láseres todavía no ha sido reprogramada, y seguramente no me asignen nada sino hasta el próximo miércoles, así que también puedo asistirlo si desea darle seguimiento a esta situación… Quisiera también preguntarle si está seguro de que mi segundo empleo no ha interferido demasiado con sus servicios en la iglesia, padre Hasteon. — añadió luego de que un ruido industrial de enorme magnitud pero localización indescifrable enmudeció a la región durante unos segundos.

— Debes recordar que tu servicio a la Iglesia de Dios es la misión más importante que puedes realizar en esta vida, pero tampoco deseo que termines perdiendo tu otro trabajo por no lograr balancear adecuadamente tus horarios. Toma esto en consideración, hermana Euphorbia — comentó el padre Hasteon a la monja con un tono de seriedad pero mostrando con las manos una actitud positiva, tomando el resto del equipo de protección que necesitaba para salir a la calle y observando que la mujer asentía aquellas palabras. — Agradecería que me acompañes hasta el lugar.

Tocaron a la puerta indicada en la información confidencial que recibió la religiosa en su dispositivo de comunicaciones, haciéndolo intensamente para que este sonido no se confundiese con los habituales retumbes de aquella arquitectura civil a punto de colapsar bajo su propia antigüedad, el sacerdote notando que los miles de amuletos supersticiosos que colgaban de los barandales parecían armonizarse con el rechinar de las reparaciones improvisadas que mantenían a las paredes conectadas con el suelo metálico. Habían montado quince ascensores distintos, perdiéndose cuatro veces en el camino, tan solo para llegar a aquellos departamentos construidos a partir de un rascacielos para asemejarse más a una ratonera; sus piernas estaban más entumecidas de lo que sus alveolos inflamados con hollín radiactivo, por lo que ninguno de los religiosos estaba dispuesto a irse del sitio sino hasta conseguir al menos una negativa. Sus deseos se cumplieron cuando aquella puerta metálica, una de tantas en aquellas altitudes laberínticas, acabó por abrirse con la violencia de mecanismos oxidados e incapaces de seguir trabajando tras un siglo funcionando.

Frente al sacerdote apareció un hombre pequeño en sus treintas con una apariencia tan descuidada que parecía como si un internado de las clínicas hospitalarias en los rincones más nauseabundos de aquella ciudad se hubiese levantado aun estando moribundo para atender a la puerta, siendo que en realidad era una persona que se había colocado las ropas sucias a su alcance luego de espantarse por los ruidos afuera de su hogar. Sus facciones tan demacradas parecían las de un espectro que llevaba en la cabeza placas de metal con sus respectivos códigos industriales asociados a implantes cibernéticos. Lo poco que se observaba en la negrura detrás suya complementaba su horrenda existencia: montones de basura plástica apilada en pirámides junto a torres de unidades de almacenamiento que seguramente estaban atiborradas de información, así como también, el brillo rojo de varias pantallas conectadas a un mismo ordenador; casi todas apagadas pero otras encontrándose cubiertas tan solo por lo que parecía ser una toalla mohosa para no revelar sus contenidos. La atmósfera emitía un vaho de decadencia fúngica que ni siquiera la máscaras diseñadas para contrarrestar los efectos de una guerra nuclear pudieron salvar a los religiosos de su aroma.

— ¿Quiénes son ustedes? ¡Ya pagué la renta este mes! — sentenció con una voz que pretendía ser agresiva pero que fácilmente revelaba a un animal con miedo ante los extraños cuyos rostros no podía discernir que se habían presentado sin aviso en su miserable hogar. Las ojeras de sus ojos complementaban el cable de alimentación amarillento que se internaba de su espalda al vientre.

— Lamento haberle interrumpido con tanta rudeza, señor. — contestó el sacerdote sin darle oportunidad al hombre para responder atemorizado que no estaba haciendo nada en particular. — Soy el padre Hasteon de la Iglesia de San Benito Nursia, se encuentra a unos dos kilómetros de aquí, y esta es la hermana Euphorbia. Es todo un placer conocerlo. En verdad sentimos tener que abordarlo con tanto cinismo en su propio hogar, señor, pero venimos de buena fe para hacerle una o dos preguntas.

— No me interesa unirme… — respondió el hombre dispuesto a azotarles la puerta. Se detuvo en el acto cuando la presencia cubierta con prendas que parecían varias sotanas contra la radiación no paró su conversación.

— ¿Ha escuchado los rumores que circulan respecto a su persona? Comprendo si este es un tema delicado para usted, señor, pero nosotros… — habló el padre Hasteon tratando de gesticular con las manos y cabeza para que se entendiese a través de las ropas protectoras que este era el meollo del asunto. Luego de ver los alrededores en aquel departamento tan oscurecido tanto por la ausencia de luz como una influencia extraña que nacía del hacinamiento ocioso, supo mejor qué clase de situación era la que tenía de frente.

— Los rumores seguramente son ciertos. — contestó el hombre retirándose un poco al interior de su hogar. Por alguna razón, uno de sus monitores se apagó en ese momento y otra pareció encenderse para permanecer en un salvapantallas erótico — No los he escuchado porque no he salido de mi casa en mucho tiempo, pero… Seguramente son ciertos si tratan de lo que creo que son.

— ¿Le gustaría elaborar? — preguntó Hasteon con una mueca de satisfacción oculta para todos.

— ¿Viene a decirme que puede ayudarme mi problema? — el hombre devolvió la interrogante mientras temblaba su voz al hacer referencia a su situación tan claramente.

— Es probable que le conteste eso, ¿necesita ayuda, señor?

— ¡Claro que la necesito! — el hombre gritó con ansiedad para luego calmarse tanto como pudo  antes de proseguir, encontrándose bastante nervioso luego de notar que una pequeña tableta que se encontraba en el suelo por habérsele acabado la batería emitió un timbre luego de recibir una notificación — ¿Qué dicen esos rumores? ¿Acaso mencionan que cierta cosa… Alguien me acosa sin importar cuánto me recluya en este departamento; más bien, que un demonio está devorando mi vida poco a poco?… Si es así, los rumores son ciertos y necesito que alguien me salve.— confesó con tanta vergüenza en las palabras que sintió algo de vértigo mientras todo su rostro se tornaba carmesí. Este hombre no lo expresó, pero era evidente que durante tanto tiempo había suplicado a una fuerza superior que fuese rescatado de su tormento.   

Las palabras se perdieron rápidamente entre el ruido industrial que penetraba incluso en el rincón siniestro donde estaban estas tres personas, como si incluso una confesión tan fantástica tuviese nulo poder frente al siempre presente caos que sumía al planeta entero, más fueron suficientes en intensidad para que la hermana Euphorbia apretase su rosario con mucha fuerza, una medida para cuidarse del espanto que existía en escuchar de un demonio, lastimándose los dedos y optando por solo persignarse unas tres veces; el padre Hasteon también teniéndose que retirar a la fortaleza que era su experiencia a través de los años para no mostrar preocupación con su postura, más la confirmación de lo que temía hizo renovar su voluntad por sacar de aquel lugar al miserable que apenas podía hablar por el miedo que corría en su corazón. Tomó la iniciativa de sujetar del hombro a esta persona para contestarle luego de quitarse la máscara y hablarle como con un tono paternal en vez de cordial luego de toser varias veces.

— Haré lo que esté a mi alcance para ayudarte a escapar de tu pesadilla, hijo mío…

— Me llamo Anoneto.

— Anoneto, te pido que confíes en mí cuando afirmo que incluso tras haber servido en la guerra, no hay sufrimiento alguno que me lastime tanto como el que tú experimentas ahora mismo. Tengo experiencia en estos casos y deseo prestarte mi ayuda para que ceses de marchitarte en vida. — indicó el sacerdote con mucha seriedad. — No puedo prometer que solucionaré tu problema en definitiva o que será absolutamente indoloro o veloz, pero si dispones tu fe en nuestro Señor, tengo la seguridad de que podré ayudarte.

— Pero dudo tener aquella fe de la que habla porque no soy creyente. — Anoneto confesó sin saber por qué esa frase ahora mismo le causaba tanta desolación en sus entrañas. — Recuerdo haber ido a misa con mis padres a la catedral, antes de que la destruyeran, pero creo que he perdido la capacidad de esperar que algo pueda resolverse tan fácilmente solamente esperándolo. — mintió por orgullo. — Espero no haberle ofendido.

— Ahora mismo no tienes por qué preocuparte por ello, Anoneto. — respondió Hasteon conmovido por las palabras de aquella entidad tan triste y simplificando las suyas para no entrar en detalles teológicos. — Siendo ese tu caso, no me queda sino ofrecerte toda la que tengo puesta en que derrotarás a la influencia maligna que intenta comandarte y regresarás al camino de la fe… ¡Claro que la hermana Euphorbia también dispondrá su fe en este propósito! — añadió mirando a la monja mientras le indicaba que haría lo correspondiente para ayudar al miserable, asintiéndole a su superior y después levantando el pulgar al hombre en señal de apoyo sincero.

La personalidad de aquel hombre era tan convincente que incluso notándose la asertividad intencionada en cada oración que salía de su boca, no podía sino continuar avanzando hacia aquello que claramente imaginaba como una oportunidad de conseguir su libertad debido a que carecía de la voluntad para resistirse. Nervioso pero también emocionado dentro de los recovecos más oscuros de su corazón ante la posibilidad de nunca más volverse a sentir completamente vacío y luego repleto únicamente con nauseas, arrepentimiento, culpa y asco como ahora se sentía; no pudo sino inclinarse a hacer caso a esas personas que de súbito habían tocado a su puerta. La empatía manando del sacerdote y la actitud de aquella monja bajaron todas sus defensas para que en sus procesadores neuronales echasen raíces un deseo intento por cooperar.

— Quizás pueda servirme de algo intentarlo… Decido acompañarlos con la esperanza de que estas visiones que están atormentándome paren de una vez por todas, así que de verdad deseo que todo cuanto usted me dice no termine siendo puras ilusiones y placebos, padre Hasteon. — indicó Anoneto pensando en todas esas veces en que se prometió no volver a caer en los maleficios de sus atormentadores solo para continuar haciéndolo por ser tan débil como para no detenerse aun sabiendo que incurría en una maldad.

— Excelente. Me alegra escuchar eso, Anoneto. — respondió el padre Hasteon antes de colocarse de nuevo el equipo protector. — Te esperaremos hasta que estés listo para ir con nosotros a San Benito Nursia. Viste algo que te proteja afuera, aunque supongo que el que no estés usando máscara ahora quiere decir que no tienes pulmones de los que debas preocuparte. — instruyó para luego acercarse a su oído mecánico susurrándole palabras duras pero bien intencionadas. — También deseo que te limpies donde consideres adecuado e intentes despejar tu mente de aquellas visiones. Mencioné que he trabajado en casos como el tuyo, así que entiendo lo que atraviesas, pero espero comprendas que requiero discreción tuya cuando entres a mi iglesia.

Caminaron de regreso a la iglesia por los enormes mercados nómadas que acababan de instalarse durante aquellos meses cerca del sector departamental como parte de la eterna migración planetaria que algunos comerciantes realizaban desde la guerra en para instalarse en urbes donde la civilización aún recordase lo que era la economía. Los tres estaban rodeados por el bullicio de las ofertas y el hedor de productos recubiertos en montañas de sal o embalsamados en aceites, pero ni siquiera esta atmósfera logró ensombrecer la presencia del padre Hasteon: respetado por quienes le conocían al ser un hombre de fe con una actitud imponente y por quienes no lo ubicaban por tener la apariencia de aquellos maleantes veteranos con miradas asesinas, su andar desvió la atención de algunos durante muchos tramos del camino, inclusive las de aquellos hombres reducidos a autómatas sin porciones de cerebro que servían como esclavos a algunos criminales que intimidaban a los comerciantes novatos. Este sacerdote les ignoró completamente al estar hablando delicadamente con Anoneto mientras que por decoro e instrucción de su superior les seguía unos metros atrás una silenciosa monja.

Observaron durante el largo trayecto a muchas personas semejantes en apariencia al miserable treintañero, especialmente debido a que ninguno de ellos necesitaba de mucha protección ambiental porque casi todo su cuerpo había sido reemplazado con plástico y sus expresiones tan solo parecían ser de aburrimiento melancólico. Anoneto notó cómo aquellos congéneres parecían reflejar sus propios sentimientos pese a que cada uno hacía algo enteramente distinto, y por alguna razón, este reconocimiento de su sufrimiento era más claro al mirarse por un instante en los ojos artificiales de algunos. Este hombre no había salido de casa en mucho tiempo, así que incluso este simple truco jugado contra él por su misma psicología fue demasiado efectivo en su necesidad de dejar salir finalmente todo cuanto le avergonzaba. Quizás el avance del culto apocalíptico que desfilaba el cadáver en descomposición de uno de los suyos, un esqueleto repleto con implantes metálicos que técnicamente seguía muriendo frente a todos en el mercado, le hizo comprender la inminencia de su condena si no hablaba pronto.

— Siento que una bestia toma posesión de mi cuerpo para saciar sus deseos cada vez que lo hago, tan solo siendo yo un espectador porque no tengo la fuerza necesaria para impedir que este monstruo continúe atormentándome. — Anoneto continuó explicando al sacerdote su problema con tantos detalles como la vergüenza se lo permitía. — Pero comienzo a creer que esa es solo una excusa y realmente solo he perdido la voluntad contra mis propios instintos, ¿será que realmente solo estoy adicto…? ¡Por supuesto que no! Hablar de ello me llena de culpa, impotencia y dolor que jamás había sentido tan intensamente; no puede ser solo un problema de autocontrol, ¿verdad?

Puede que te sorprendas al saber que también fui un hombre joven como tú. — respondió el sacerdote intentando reconfortar a Anoneto con aquel sarcasmo. — También cometí muchos errores antes y continuaré equivocándome hasta el día que muera, ninguno está libre de pecado o ser estúpido… — indicó mientras recordaba algunos fragmentos de su vida. — ¿Alguien me ayudará o moriré siendo un simple pasajero en mi propia vida? Seguro te preguntas eso ahora; yo lo hice, pero hace tiempo entendí que ante fuerzas tan oscuras como las que te agobian solo necesitas buscar la salvación en la fe… También recomendaría en tu caso una desintoxicación agresiva.

Fue la debilidad que había convencido al pobre hombre de su supuesta perdición inexorable lo que permitió a este conmoverse profundamente de los argumentos del religioso, muy a pesar de que carecía todavía del entendimiento religioso que su acompañante refería con las palabras, y luego de mucho tiempo sintió una desconocida pero abrumadora confianza en su pecho que le hizo relajar un poco su actitud de constante paranoia. Consideró hablar más detalladamente de aquellas cosas que sentía durante aquellas noches donde se lastimaba al no dormir luego de aterrizar en las telarañas de un perverso deseo, cosa que ayudó mucho al interrogatorio del padre Hasteon cuando este continuó su conversación con otra pregunta estratégica en su plan de reconocimiento, y también le hizo querer morir mientras percibía a otros transeúntes apartarse de él como si fuese una infección de tétanos andante.

— Mencionaste que sabes quién está detrás de tus recurrentes pesadillas y alucinaciones, incluso recuerdo cuando afirmaste que es un demonio con un nombre. Cuéntame un poco más sobre eso, porque creo haber escuchado también que conociste a ese espectro a través de la red, ¿no es cierto? — preguntó sin prestar atención a la manera en que las piernas de Anoneto se detuvieron un instante pata luego comenzar a temblar durante el resto de aquella caminata.

— No mencioné su nombre, pero efectivamente, la conocí en un sitio de la red hace mucho tiempo. — Anoneto precisó mientras batallaba contra el nudo en su garganta. — Pienso que ella es la encarnación de la adicción que me está devorando; al inicio pensé que era un ser perfecto, hermoso, confiado y seductor aun siendo inalcanzable… ¡Es como un horripilante veneno del que quieres seguir bebiendo hasta ahogarte porque nunca es suficiente para uno! ¡Hasta que te entierras en la perdición sin libertad, dignidad o humanidad! — confesó mirándose las manos con náuseas. — En nombre del cielo, soy todo un degenerado. — susurró finalmente.

— Pero nunca es tarde para recuperar esas cosas de las garras del enemigo, Anoneto. — contestó Hasteon un poco sorprendido por aquellas palabras y el escándalo que había conseguido hacer el hombre incluso en las horas más ocupadas del mercado, teniendo que indicar a Euphorbia que todo estaba bien. — Tus aumentaciones esclarecen un poco más el peligro que se cierne sobre ti, así que tengo voy a recurrir a un método particular que espero sea suficiente para deshacernos de una vez por todas de la oscuridad de ella… Iniciaremos el rito de exorcismo tan pronto como lleguemos a mi iglesia.

Quedaban pocos sitios en las destruidas ciudades de Asmotheios donde fuese posible ofrecer un servicio religioso en la manera que los acuerdos eclesiásticos emitidos siglos atrás en un planeta distante indicaban como apropiada para venerar los misterios de la fe. Una enorme cantidad de estos lugares terminaron degenerando en miasmas de departamentos hacinados por polígamos líderes de cultos apocalípticos o esquinas peligrosas donde uno escapaba con el uso de drogas del poderoso nihilismo que azotaba la superficie del mundo encerrado. Todo mundo en el planeta había hallado refugio en alguna suerte de misticismo, e incluso el más educado de los trabajadores gubernamentales, miraban respetuosamente al cielo negro cuando inexplicablemente llovía aceite y en las nubes se escuchaban miles de almas llorar.

Sin embargo, San Benito Nursia era una excepción que se distanciaba bastante todavía de las vicisitudes de una población que cada semana retornaba más al barbarismo tecnológica que apuntaba hacia una Edad Media que acabaría con la extinción, siendo apenas una estructura antiquísima de plasticoncreto donde el padre Hasteon predicaba con firmeza incluso si los únicos presentes fuesen la hermana Euphorbia y las ancestrales estatuas de santos a punto de reducirse a polvo cristalino por la corrosión del medio ambiente. Ocasionalmente, en aquellos días donde la feligresía era bastante más numerosa, el ruido mecánico de incontables máquinas necesitadas para sobrevivir en el planeta se asemejaba mucho a un enorme órgano dotando a los presentes de una reconfortante melodía, llenando a todos con esperanza incluso si afuera si hubiese desatado otro enfrentamiento callejero donde mutantes diseñados en un tubo de ensayo por algún narcotraficante despedazaban a su competencia en medio de la avenida.

Los hologramas que ilustraban escenas de ambos testamentos y unos hermosos vitrales que servían también para que el eco de las prédicas retumbase tanto como lo hacía en aquella catedral derribada bastante tiempo atrás, impresionaban hasta el más cínico ateo cuando la arquitectura pequeña no cumplía esta misión. Pese a los ruidos industriales que no se habían detenido un solo segundo durante décadas, sonando bastante similares a un coro alabando un motor colosal a punto de encenderse para destruir al mundo, así como también, los cargamentos de materiales robados que el crimen organizado usaba para el mantenimiento de sus armadas de soldados encerrados en acero ardiente; en aquella iglesia siempre reinaba una extraña paz que muchas veces bloqueaba tanto el sonido como los temblores del exterior, notándose que por alguna razón, aquel edificio parecía haberse detenido en el tiempo al momento preciso en que la declaración de guerra marchitó al mundo.

Anoneto, sin embargo, quedó más sorprendido por el sótano que se ocultaba bajo una trampilla escondida por la cama donde solía descansar el padre Hasteon tras dar la misa. Este parecía un antiquísimo refugio contra alguna persecución iconoclasta, encontrándose uno con papeles amarillentos con rezos escritos a mano unidos a las paredes y techo con cera endurecida; estatuillas pequeñas que servían también como los pisapapeles de aún más santorales e imágenes venerables, ni siquiera siendo una excepción a esta decoración el servidor monumental con motivos de la Virgen María pintada en sus superficies y sobre la que se posaba una computadora holográfica poco menos impresionante. Cómo un aparato de ese calibre tecnológico y en tan buenas condiciones había terminado en las manos de un sacerdote que vivía apenas gracias al diezmo, era un misterio que él se llevaría a la tumba, notándose que el pequeño cubo que emitía tanto una pantalla como un teclado y ratón apenas había sido expuesto a la intemperie oxidante antes de acabar en aquella caldera reconvertida en monasterio.

Hasteon recibió con sobriedad al miserable en lo que nombró su estudio personal, usando un encendedor de plasma para iluminar el sótano con docenas de veladoras bermellón que descansaban sobre platos hondos con agua bendita tan rápido como los otros presentes entraron al sitio, acercándose también al computador holográfico para reiniciarlo de su suspensión. Calmó un poco los nervios de Anoneto tras pedirle que descansara unos minutos en la banca de madera al fondo del sótano mientras preparaba los programas en la máquina e instruyó a la hermana Euphorbia que comenzara a hacer lo que correspondía a ella dentro del rito, sin mucho decoro confesando a la mujer de sus pecados para después iniciar un rezo pidiendo la absolución de los suyos mientras se colocaba ropas moradas sobre las que tenía puestas, esencialmente transformándose en un gigante. Después tomó una telaraña de cables auxiliares y conexiones que solamente hacían sentido geométrico para él para inmediatamente solicitar al hombre que retirase las cubiertas metálicas en su cabeza para conectarle directamente a la interfaz de su computadora.

Anoneto obedeció sin poder oponerse, y unos minutos más tarde sintió el palpitar extrañado de su cerebro mientras se veía sumergido en la red compartida entre los ordenadores instalados en el cráneo y la máquina del sacerdote. Una especie de cordón umbilical atravesó el sótano de un extremo a otro mientras la computadora holográfica, ahora también unida al servidor, rugía para seguirle el ritmo a los procesos neuronales del hombre. Escalofríos recorrieron el cuerpo de este mientras intentaba sobreponerse a lo expuesto que se sentía mientras veía una abstracción de sus pensamientos en la pantalla a metros de él, limitándose a controlarse para no acceder de inmediato a las carpetas curadas académicamente que guardaba en la página de inicio donde se encontraba todavía y no sufrir una embolia del impacto que causaba tener la consciencia separada entre su cerebro y la otra máquina. Intentó imaginar que pasaría a continuación, notándose eso en la pantalla holográfica con un cambio en los colores del sistema operativo, pero fue interrumpido cuando el sacerdote le pidió sin titubear que ingresara al sitio donde habitaba aquel demonio. Hasteon entonces comenzó a recitar la letanía de los santos con tanta excelencia que el servidor pareció callarse un poco en señal de respeto, así iniciando el exorcismo.

— El Señor esté contigo, Anoneto. — la hermana Euphorbia comentó en un susurro al hombre instantes previos a colocarse de rodillas frente a la cruz de mármol colgando encima de la computadora para iniciar a responder adecuadamente los salmos del padre Hasteon.

Las almas que todavía se aventuraban a recorrer las oscurantistas e inhóspitas regiones hadales, donde restaban bastiones de la red que durante siglos existió ininterrumpida como un laberinto de información interminable, podían contarse en una sola tarde sin problema alguno. En la misma forma que los voraces incendios de la guerra consumieron la mayoría de cimientos sobre los que reposaba la sociedad de Asmotheios, también una tempestad corrosiva aniquiló pronto todo volumen en esta biblioteca milenaria para dejar como restos una parodia no muy disimilar al mundo en ruinas que había en la realidad, únicamente habiendo en sus entrañas escapismos de farándula prehistóricos y una rama adicional del crimen organizado sin que hubiese una verdadera frontera entre los dos servicios. Anoneto habiendo conocido al demonio que había arruinado su vida en el primer tipo de abismo durante una trágica noche de invierno atómico muchos meses atrás, cuando su curiosidad pudo más que el instinto que replegaba con dolor los pocos centímetros de víscera orgánica y consciencia que todavía había insertada en sus entrañas para que este se alejase de la pantalla una vez entró a un mundo hasta entonces desconocido.

Estas apariencias indicaron rápidamente que este sitio carecía de una arquitectura que impresionara la mirada de todo explorador de los abismos digitales, siendo bastante aburrida a primera instancia inclusive para los estándares apocalípticos que se tenían en tiempos contemporáneos y teniendo como verdadero atractivo la envidiable vastedad de foros públicos que a diario se elevaban por encima de agusanadas catacumbas de pasadas discusiones para que los exploradores pudiesen hablar sobre todo cuanto ocupase sus mentes. Buscar entre las mareas de palabras e imágenes inducía una claustrofobia atroz que podía acabar por ahogar a quienes se atreviesen a entrar a los catálogos que ofrecía el sitio como único consuelo hacia los perdidos, más afortunadamente para el exorcista y su limitado tiempo en aquella vida, la consciencia de Anoneto inmediato se dirigió con un pensamiento al rincón apartado en donde había nacido su desgracia. El mero impulso de sus lamentables anhelos fuese un oráculo negro en aquella oscuridad todavía peor.

Tampoco resaltaba nada en aquel espacio más que la abundancia de palabras lascivas desbordando cualquier pretensión de lenguaje en las miles de publicaciones ya creadas dentro  del pequeño nido de enfermedad. Incluso los rótulos que anunciaban el propósito de este lugar no se salvaban de la compulsión por tentar a cualquier lector con los placeres carnales: unos cuantos siendo engañados por las supuestas intenciones románticas de melosas escenas que hacían a sus desecados corazones simular en rencorosas imaginaciones que aquellos instantes de pasión eran aquel verdadero amor que toda sus vidas habían anhelado, mientras que otros sencillamente se deleitaban hasta mutilar sus regiones inferiores con deseos aberrantes que se hundían en una miseria donde no existía condición humana alguna.

Participaban incontables almas como amantes cariñosos para todos los séquitos que orbitaban alrededor suyo en la desesperada búsqueda de una muestra falsa de amor para olvidar la amargura del planeta desolador que habitaban, mientras que otros simplemente desperdiciaban horas platicando casualmente con sus allegados sobre los contenidos que amaban poseer como un dragón atesora las riquezas que inevitablemente terminarán punzando sus intestinos, todos los ecos siendo tan abrumadores hasta para el sacerdote veterano. Hasteon no tuvo más remedio que redoblar el poder de sus cantos mientras el afectado ocultaba su rostro de la insana vergüenza. No obstante, todas las criaturas encarnadas con textos e imágenes obscenas apenas llegaban a destacar ante la presencia de una que se alzaba como un emperador infernal respecto a un séquito de aduladores desesperados siempre por llamar su atención o imitar siquiera una fracción de su éxito en la vorágine de eterna condena.

¿Cómo están mis niños hermosos? Estoy ansiosa por servirles una vez más, así que no desesperen, tengan un atisbo de paciencia hasta que les llegue su turno. Sobre todo a ustedes diez, porque tenemos muchas cosas pendientes desde la última vez que nos encontramos, ¿verdad?” acabó siendo la publicación más reciente una vez se actualizó el sitio, habiendo junto con sus palabras un archivo que contenía un dibujo electrónico en donde una hermosa mujer enseñaba los atributos mientras le rodeaban hermosos paisajes siempre cambiantes que recordaban cómo era Asmotheios décadas antes, igualmente etiquetando con mensajes personalizados que incitaban a los instintos primitivos a los diez condenados que aquel demonio sabía que estaban conectados por una desconocida artimaña tecnológica.

Anoneto era una de estas personas y se sorprendió en una vergüenza rabiosa cuando se detuvo al instante siguiente de intentar responderle desde su cabeza, como era su instinto, al demonio que tanto tormento le causaba; no tardando los otros condenados en hacerlo con una variada gama de pretenciosas e insufribles respuestas de desesperación carnal que todos los presentes miraron con asco absoluto. Por fortuna, al mismo tiempo que proseguían los cantos de los religiosos, el padre Hasteon presionó una serie de teclas en su computadora que hicieron a la máquina responder doce veces a esta invitación con “Le comando a este espíritu maculado, sin importar por qué nombre responda tanto él como todos los esbirros que le sirven en su atentado contra este siervo de Dios, que se marche arrodillado de estos dominios en nombre de los misterios de la encarnación, pasión y resurrección de nuestro Señor Jesucristo, descendiente del Espíritu Santo y portador de la espada que ha de arrancar tu malicia en un feroz aseste. Ordeno a este espíritu que sirve al mal que me obedezca a mí por ser ministro de Dios, incluso a pesar de mi indignidad, para que jamás tenga el atrevimiento de lastimar a esta criatura del Señor o los que participan en este servicio” mientras pronunciaba las mismas palabras en voz alta.

Hasteon persignó tanto el pecho como la cabeza del hombre atormentado tras hacer lo mismo con la religiosa que no paraba de rezar en nombre de su salvación, preocupándose luego de notar cómo este tenía una mirada vacía que complementaba los temblores que su cuerpo experimentaba por presenciar todo cuanto ocurría en los dos mundos que su mente habitaba, más no permitiendo que una sola mota de su resolución insondable fuese erosionada por los eventos que concurrían. Contestó a los comentarios de los usuarios que insultaban o burlaban de aquellos mensajes usando toda la iconografía sagrada que disponía, así inundando un poco el foro a pesar de los esfuerzos que hacía la moderación automática, y volviendo a usar su máquina ingeniosa cuando este demonio publicó en respuesta a lo quien pensaba que era Anoneto: “¡Sabía que eras tú, mi precioso juguete! No sabes cuánto extrañe hacerte mío estos últimos días, ¿en dónde estabas? ¿Ahora quieres que sea una monja que debe castigar a su monaguillo por portarse mal o a qué viene repetir tanto lo mismo? Tú sabes que estoy aquí para hacer realidad todos tus sueños, escuchar todas tus confesiones y hacerte sentir la gloria del cielo aquí mismo, precioso”.

Condeno a este espíritu maculado, todo su poder que obtenga del maligno y el séquito de esbirros aborrecibles que le siguen detrás, para que sea expulsado de este mundo en nombre de nuestro Señor Jesucristo. Le ordeno que se marche para que nunca más regrese a atormentar a esta criatura de Dios, quien manda tu destino desde tu creación y por los siglos de los siglos; tiembla enemigo de la fe, seductor de la humanidad y ladrón de vida, pues ninguna de tus intenciones sumará a nada cuando se enfrenten impotentes a la voluntad del Padre, del Hijo y del Espíritu”. Le siguieron estas palabras incontables veces a las tentaciones del demonio, y no pudieron ser detenidas por las burlas que intentaban pudrir todas las copias de este mensaje como si de parásitos se tratasen, siendo tantas veces repetidas que amenazaron rápido con derribar el servidor del sitio.

Fue entonces imposible para un: “Querido, yo sé que estás tan desesperado por mis caricias que quieres llamar mi atención por todos los medios posibles, incluso si eso significa tirar el sitio entero. ¡Qué tierno eres! Pero tienes que detenerte ahora para que otros tengan su turno. Te prometo que te recompensaré, ahora tú serás el monaguillo que necesita confesarse en privado mientras que yo seré el sacerdote curioso que…” realizar una sola herida en la resolución inquebrantable que había escrito el exorcista mientras sus palabras benditas se repetían constantemente tanto en la pantalla como en la consciencia de Anoneto.

La determinación que cuidaba al corazón del sacerdote era tan poderosa que esta le impidió detenerse siquiera un instante mientras pronunciaba aquellas oraciones santas y pintaba con agua bendita montones de cruces en todas las partes expuestas del agonizante e incluso catatónico hombre sentado en su sótano. Aquella potencia del alma también estaba protegida por la valentía de la religiosa, quien respondía las plegarias de su superior con la intensidad de un coro ensamblado por un millón de hombres sirviendo a la fe sin ceder un paso en su misión a pesar de todo el nerviosismo que consumía sus intestinos, ambos teniendo los suficientes años de experiencia para saber que esas dudas que se aparecían en sus fueros no eran más que los intentos aterrados de un enemigo para impedir terminar lentamente destazado por cada palabra del exorcismo pronunciada. Escudaron cualquiera de sus miedos ante un temperamento potente que la fe otorgaba a ellos aun viviendo por décadas en un mundo donde cualquier día sería aquel en que la esperanza finalmente desaparecería por completo junto con los recursos naturales.

Se negaron a cesar las oraciones incluso cuando la computadora sobrecalentada comenzó a rugir como una bestia plagada de larvas carnívoras mientras trataba de publicar en aquel foro la doctrina que tanto detestaba el demonio, notando que sus alrededores estaban inundándose por un viento perfumado que al inicio sentíase como azucarado pero rápido se percibía tan amargo como líquidos vitales innombrables, y presenciando las marcas negras del óxido corromper las paredes junto con las estatuillas a un ritmo alarmante. Incluso cuando una sombra de incontables formas se apareció por encima del hombre para intentar reclamar su autoridad sobre él, el sacerdote tan solo lanzó agua bendita sobre la pared hasta deshacerse de la figura animalesca, nunca deteniendo sus palabras sincronizadas con el ruido incesante de su computadora.

Anoneto se sentía completamente devastado por la vergüenza que ahorcaba todas las entrañas de su pobre cuerpo con una intensidad capaz de extinguir su patética vida en un momento si este perdía el ímpetu para luchar, similar a cómo todas las noches durante tanto tiempo peleó durante horas contra una necesidad de matarse con el vicio que solamente le hacía sentir más vacío que el universo mismo; perdiéndose a través del caleidoscopio fracturado en su cabeza que contenía partes del cruel ardor de la realidad, el cálido abrazo de la red y una mezcla quimérica de ambas donde las palabras del sacerdote se convertían en las suyas a medida que tener que exponer sus depravaciones le instaba con el asco a actuar, denunciando en lo que restaba de su pensamiento al súcubo que atormentaba su vida.

Las idiosincrasias religiosas no hicieron que su abusado espíritu reconociese la realidad horrenda de estar poseído por un demonio que comanda sobre la lujuria, sino que provocaron a este para finalmente buscar socorro mediante métodos un tanto desconocidos e imposibles de describir con racionalidad, un alarido que el pecador supo pronto que tan solo él mismo podía responder aún si la ayuda de los religiosos fuese necesaria para negar a aquel demonio. Sabiendo que caía en él la responsabilidad final, quizás un tanto envalentonado por la fantasía o tal vez realmente bendito por un poder superior, estuvo dispuesto a enfrentarse a la criatura que llamaba con placer y miedo como Hilda para que esta no siguiese tapándole la boca con sueños plácidos.

Siguieron cinco voluminosas e imposiblemente asquerosas respuestas que Hilda intento usar como arma entre tantas publicaciones denunciándola como un espectro impuro que debía regresar a los pozos condenados de los que había ascendido para intentar tentar al hombre en un rincón de la red, más todas estas cayeron evaporadas cuando el apanicado foro recibió un paquete con más de doscientas cincuenta y dos mil nuevas respuestas que a pesar de su simpleza acabaron por cortar como un sablazo la seguridad de este ente malévolo por leerse en ellas aquello que el sacerdote ya había comenzado a pronunciar con más fuerza incluso ante lo sobrenatural pasando a su alrededor: “¡Márchate entonces, invasor siniestro! ¡Márchate entonces, seductor enemigo de la virtud y persecutor del inocente! Haz lugar para Cristo, en quien ninguno de tus trabajos rendirá sus frutos ponzoñosos, ya que él te arrebata aquí mismo todo tu poder mientras te condena volver a tu reino como prisionero; ¿Por qué rehusarte a su mandato, pues ya eres culpable ante el Padre, el Hijo y el Espíritu Santo? Adjuro tu poder en nombre de la humanidad redimida por el sacrificio de nuestro Señor Jesucristo; ¡Dragón! Ya no tienes poder alguno sobre este hombre!”.

Terminaron enteramente las actividades en el sitio tras impedir a cualquier visitante hacer publicaciones luego de que los moderadores programados como guardianes del decadente lugar determinaran como insostenible el ataque cibernético que el servidor arcano del padre Hasteon realizaba incluso tras haber alcanzado sus procesadores la temperatura de un láser minero, siendo esta una treta de Hilda para impedirle a los religiosos proseguir en el exorcismo que letra por letra quemaba su agarre sobre aquel dominio digital, iniciando un contrataque publicando con sus privilegios de administrador cantidades monstruosas de imágenes lascivas, violentas, aterradoras e intimidantes cuyo origen seguramente era el propio Infierno.

Hasteon cubrió la pantalla con una manta pequeña adornada de cruces doradas tan pronto como inició los sistemas necesarios para anular el bloqueo impuestos por el sitio y así continuar acosando al ser del abismo con todos los versículos restantes del exorcismo, tampoco nunca sabiéndose como este hombre pudo aprender aquella técnica informática, haciendo de manera casi intencional que Anoneto fuese el único expuesto a la miríada grotesca de contenido que incluía desde sencillas imágenes de desnudos que más bien pertenecían a un libro de anatomía hasta simulaciones holográficas representando hasta cien pecados mortales al mismo tiempo. Paralizado en su asco, no pudo evitar ser lastimado por las garras animalescas que rasgaron su espalda a la vez que acariciaban su entrepierna procazmente, así terminando por salir volando hacia la pared hasta estrellarse con violencia y lograr escuchar una voz adultera susurrándole lo mismo que leía en su todavía partida mente luego de caer al suelo:

Anoneto, ¿realmente deseas que me largue de tu vida sin tener la decencia pasar una última tarde juntos? Luego de todas esas noches sin dormir por hablar durante horas sobre nuestros sentimientos, cada ocasión en que hicimos realidad esas fantasías ocultas en los confines de tu corazón y todos los secretos vergonzosos que sabemos uno del otro; ¿permitirás que estos charlatanes nos separen sin tan siquiera pasar una última velada entre mis abrazos, besos y caricias? Mi querido juguete, ¿no te vas a sentir muy solo? Conozco la respuesta: por supuesto que te sentirás más solo que nunca sin mi presencia, puesto que incluso haciéndote contemplar pesadillas horrendas cuando estás despierto, regresas arrastrándote ante mí porque no tienes más razones para existir además de ser mi preciosa posesión y eternamente caer siempre más bajo por el precipicio de mis encantos. Reconoces que soy un veneno que te va a matar algún día, y aún si me destierras, lo mejor sería que te mates después siguiente porque sin mí no eres nadie. Haz que esos imbéciles detengan esta charada ahora mismo”.

Las ácidas palabras resonaron hasta el más escondido recoveco en el alma que todavía conservaba este hombre, mortalmente atosigado por un ataque contra el que no tenía más defensa que aplacar sus movimientos y cerrar los ojos con la esperanza de no provocar a la presencia que comenzaba a hacerlo sentir horrible más allá de toda descripción humana, reconociendo en su tono el miedo que ingeniosamente disfrazó con una condescendencia diplomática que no hizo sino provocar todavía más su rabia contra Hilda. Apareció súbitamente en su fragmentada mente aún más confianza revanchista y pronto sintió cómo todos los remanentes de su voluntad se acumularon para esputar harto de tanto abuso una sola palabra ante los avances del demonio:

— Desaparece. — exclamó para la sorpresa de los religiosos mientras estos le ayudaban a levantarse, comprendiendo rápidamente que este no se refería a ellos, sino más bien a la criatura que en ese momento aún estaban expulsando del sótano con el resto del exorcismo.

Toda sensación horrenda que le acosaban desapareció un solo instante de calma para de inmediato retornar intensamente en compañía de un furioso alarido que inundó el lugar por unos segundos. Una centena de espadas oxidadas en los abismos del pecado atravesaron desde todo ángulo al hombre mientras unas manos de piel tersa intentaban internarse en sus regiones íntimas con rudeza ciega a toda intención de causar placer por actuar más bien con rabia, siendo este acoso infantil la prueba de que aquella fachada de demonio con elegancia inalcanzable era tan quebradiza como la pantalla de un ordenador, haciendo que un desesperado Anoneto comenzara a golpear al aire para acabar con Hilda. Acertó entonces un puñetazo contra un invisible aire, que causó otro alarido demoníaco ante las miradas impresionadas de Hasteon y Euphorbia, quienes impidieron que este ser degollara a su víctima en un último acto cobarde con la continuación de sus rezos.

— ¡Sabes que nada me hará desaparecer jamás de tus sueños! ¡Me perteneces como el resto de la humanidad a través de tantas estrellas heladas! — esputó la criatura rabiosa tanto en la habitación, sonando su voz lasciva pero irritada como un viento invisible, y en un mensaje privado que ni siquiera debería existir debido a la naturaleza del foro en donde habitaba. — ¡Adelante, hazme saber que en verdad crees que esto es el término de nuestra relación, y que nunca más volverás a pensar sobre lo que yo te ofrezco! ¡Te veré pronto, porque pese a todo, sé que entre toda esa maquinaria solamente hay el alma de un cerdo! — mencionó riéndose como un chacal a pesar de que su tono implicaba que sufría a causa de estar quemándose por toda la iconografía religiosa a su alrededor. — Ego te provoco, Anoneto. No puedo esperar a rebanarle el cuello al cerdo que tanto amo para saciarme con su sangre.

Hilda terminó azotada contra el suelo sin que pudiese moverse debido al peso que las oraciones imponían sobre su espectral presencia, mostrándose finalmente por unos instantes como la criatura de horror que verdaderamente era: una espantosa quimera compuesta de los distintos tejidos genitales de todas sus víctimas, poseyendo en su apariencia hermafrodita tantas protuberancias que era imposible indicar exactamente cualquier orientación geométrica, manteniendo pese a todo un rostro hecho exclusivamente de otras caras chamuscadas y unidas con arterias secas a la usanza de una prenda tejida con hilos; en sus sucios ojos, que apenas pudieron ver con espanto tanto el hombre como los religiosos por un segundo, había el reflejo de un torbellino que castigaba a las almas condenadas por su lujuria desmedida. Justo cuando aquel demonio intentó transformarse desesperadamente para escapar de alguna manera, primero en una cabra con atributos desnudos de una mujer y después en una niña cuya desnudez hizo a todo mundo rabiar de sobremanera, un milagro determinó que en ese instante también reiniciase operaciones el servidor para sobrecargar con las doce millones de copias idénticas del rezo hablado en aquel momento por el sacerdote:

Comando a toda serpiente mansa que se hace pasar por un dragón con señorío que abandone para siempre el corazón de este humilde cordero de Nuestro Señor Jesucristo, acabe destruido bajo las llamaradas de sus pecados si se niega a repeler su presencia ante la palabra inmortal que la Trinidad emplea ahora y por los siglos de los siglos para hacer de este un testamento de la salud, castidad, humildad, bondad, obediencia y victoria sobre cualquier espectro que atente inútilmente su fe; por la misericordia del caudillo de Israel declaro victorioso sobre todo demonio al hombre llamado Anoneto, y que así sea por Jesucristo Nuestro Señor…

— Amén. — Euphorbia respondió usando esa palabra como la espada que daría muerte al moribundo adversario que tenía a unos pasos de ella, su presencia comenzado a desvanecerse por lo que parecía ser un fuego invisible que la destrozaba sin que esta pudiese siquiera hacer sonar sus últimos gritos al estar amordazada por el poder que comandaba aquel sacerdote y la monja que la destrozaría con el poder de legiones enteras al terminar el procedimiento con las primeras palabras que había aprendido en el catecismo. — Gloria in Excelsis Deo.

La sombra maliciosa que se intentó proclamar en la red como una emperatriz seductora con intenciones de consumir las almas miserables que terminaran perdidas en su siempre creciente reino de adicción terminó desapareciendo rápidamente como un suspiro de agonía entre los ecos de la benevolencia, una calidez en nada parecida al industrial ardor que colmaba siempre la atmósfera del planeta inundó el sótano junto con una refrescante ventisca directamente interpretada por todos como una dádiva milagrosa en aquel mundo sin atmósfera, siendo que un peso imposible que atosigaba los corazones presentes también acabó por levantarse para nunca más volver en cuanto el padre Hasteon afirmó sin esconder su felicidad que había terminado su exorcismo.

Mientras que la computadora mostraba una pantalla de reinicio azul por estar intentando reparar sus entrañas metálicas luego de que uno de sus componentes terminase fusionándose con otro como si de grasa animal se tratase, y el servidor se hubiese ido a un modo de suspensión forzado ante las alertas de seguridad mecánicas puestas ahí para que no causara una minúscula explosión nuclear tras alcanzar temperaturas que desafiaban axiomas de la ingeniería computacional, Anoneto tomó los cables que lo conectaban a estos dispositivos para arrancarlos de súbito. Durante aquel corte eléctrico instantáneo, apareció en su mente bifurcada un rostro femenino cuya hermosura era indescriptible y que no tardó en identificar como Hilda, mirándole con una sonrisa que ansiaba venganza mientras se retiraba hacia la oscuridad del foro que había quedado inaccesible para él tras la desconexión.

Terminó temblando a ras de suelo sin poder encubrir con los calambres que pulsaron a través de su cuerpo plástico que deseaba vomitar todo cuanto hubiese en su estómago artificial, pronto comenzando a llorar tanto por alegría tras saberse liberado de la pesadilla como rabia hacia sí mismo luego de haber permitido que estas le atormentaran, los religiosos limitándose a calmarlo y sanar las heridas sangrantes en su espalda para después calmarlo con un íntimo abrazo bastante ajeno a la etiqueta religiosa que normalmente indicaba cada instante de sus respectivos comportamientos. Quizás aquella experiencia hizo que aunque el hombre no comiese casi nunca, el suero alimenticio espeso con sabor artificial a zanahoria que le sirvieron algunas horas más tarde fuese lo mejor que hubiese probado en toda su vida, muy a pesar de que aquel supuesto saborizante hubiese sido ya diluido unas doscientas veces en agua hasta ser inexistente.

Todas esas emociones intervinieron las hebras secas del corazón orgánico que todavía bombeaba vida en los interiores sanitizados del hombre. Estas le hicieron percibirse renovado con un romanticismo casi nunca visto en aquel planeta, y luego de secarse las lágrimas, pudo ver claramente en sus salvadores la sabiduría benevolente del padre Hasteon junto con la belleza vitalista de la hermana Euphorbia incluso estando sus rostros cubiertos por una máscara industrial. Quizás nunca terminaría la lucha en su fuero contra el deseo que tanto le consumía incluso luego de enfrentarse a su manifestación, pero incluso si ese era el caso, pensaba honrar aquellas dos visiones con su esfuerzo más sincero. Era inocente pensar que terminaría ahí mismo cada sufrimiento, pero ahora quería mantener vivía la llamarada de valor que le instaba a luchar contra los impulsos tan bajos de su consciencia. Deseó hacer cuanto pudiese para que estas inspiraciones no se extinguiesen desperdigadas en la soledad de la galaxia o consumidas por una fuerza malévola que acechaba desde hacía tiempo en las estrellas más distantes, y tan pronto como recuperó el habla mientras limpiaba su asqueroso departamento días más tarde, se ofreció a servir bajo el mandato del religioso de acuerdo con lo que este considerase más apropiado para alguien como él.

— Pensaré en tu solicitud durante unos días, hijo mío. — Hasteon respondió meditabundo sin querer darle falsas esperanzas a quien ni siquiera había realizado la comunión pero tampoco buscando lastimar sus anhelos, considerando tenerlo cerca como parroquiano para que no recayese en sus vicios, y tan solo deteniéndose cuando a los dos les distrajo que en la distancia un láser minero había creado una grieta en el escudo planetario.

Anoneto se sentía completamente devastado por la vergüenza que ahorcaba todas las entrañas de su pobre cuerpo con una intensidad capaz de extinguir su patética vida en un momento si este perdía el ímpetu para luchar, similar a cómo todas las noches durante tanto tiempo peleó durante horas contra una necesidad de matarse con el vicio que solamente le hacía sentir más vacío que el universo mismo.
AGRADECIMIENTOS

Espero que se comprenda el simbolismo que quise desarrollar en esta historia, aunque creo que denominarlo simplemente como una metáfora para un problema que tanto en un futuro oscuro como en nuestros tiempos aqueja a tantas personas, sería invalidar bastante mis intenciones a la hora de escribir estos párrafos. Toda imaginación mía para crear un planeta condenado y la supervivencia del dogma católico en lo que puede asumirse es el distante futuro, son tan solo una excusa, simplemente mera decoración a un mensaje que espero de corazón que resuene en aquellos que deseen o necesiten escucharlo.

Quisiera mantenerme sin decir mucho, especialmente porque no se me debería permitir explicar todo aquello que mis palabras anteriores no fueron capaces de comunicar, así que me resumo a dedicar esta historia a todas las personas que en este momento se encuentran sufriendo de cualquier malestar o adicción. Deseo que recuerden únicamente que en los momentos más oscuros, resulta importante encontrar esa fuerza conferida a nosotros desde el nacimiento para salir de la oscuridad donde hemos terminado, por más que sea casi imposible hacerlo cuando en nuestros corazones anida la pesadumbre siniestra.

Hace unos meses escuché que una idea que se deriva bastante del estudio serio de la doctrina cristiana es que pese a la necesidad de los hombres de creer que estamos por completo sujetos a los designios del destino o la naturaleza, que todo cuanto nos ha sucedido y continuará ocurriendo en nuestras vidas está escrito en piedra desde el inicio, así que no hay más que aceptar el curso del tiempo sobre nosotros; es la resurrección de Jesucristo, esencialmente derrotando a la misma muerte, una indicación más que clara de que en este milagro hay una indicación de que el hombre desde hace mucho tiempo no debería rendirse con tanta facilidad a lo que considera como la manera en que las cosas son y siempre serán para sí. Me parece una idea bastante interesante e incluso poéticamente hermosa, así que creo importante incluirla también aquí, puesto que parcialmente también inspiró esta historia. Quizás también le sirva a alguien escuchar este argumento.

Muchas gracias por leer.


Deja un comentario

Diseña un sitio como este con WordPress.com
Comenzar