Rebelde de Marte

Tengo hambre, y toda mi vida he tenido hambre, pero solo lo menciono porque hoy no es la única cosa que me punza las entrañas. Los nervios me hacen casi imposible estar de pie; las piernas me tiemblan, y cada que me asomo a la calle desde el callejón donde me cobijo de la noche desde que tengo memoria, siento que en cualquier momento voy a colapsar de inanición. Pero a la vez que me hace tambalear, saber que ha llegado el día también me da la fuerza necesaria para mantenerme firme.

Puede verse que será un día hermoso, como muy pocos los ha habido en tiempos tan convulsos, especialmente para una ciudad arruinada por la metralla y el fuego de una guerra que terminó hace una semana, una verdadera lástima tratándose de una ciudad tan preciosa como lo fue Demain-Lourai. En los bordes del domo que sella el hábitat de la ciudad, las luces que simulan la luz del sol acarician con timidez una mañana dorada, y las corrientes de aire que circulan por todas partes son frías y refrescantes; casi tanto como el intento de imitar el cielo azul de la Tierra, por el cual se cuelan luces pálidas de estrellas lejanas como diamantes hermosos que anuncian la caída de la república.

Muy temprano se escuchan los primeros pasos por la calle Rouyamme, como un tambor distante que se hace más y más grandes conforme avanzan los libertadores. De las casas se escuchan gritos e instrucciones, y los pocos dueños que aún quedan en sus casas comienzan a cerrar ventanas y puertas con seguros electrificados. Pero de algunos otros edificios salen personas buscando unirse a sus camaradas, unos portando rifles y pistolas mientras que otras simplemente llevan macanas o bates en las manos; todos, sin embargo, llevan en alto la bandera rojanegra.

Sonrío a pesar de que estoy a punto de desvanecerme por los nervios, porque al finalmente verlos avanzar tras meses de haber perdido contacto con mis camaradas, una vez más estoy más que segura de nuestro triunfo. Cada segundo que pasa, las pisadas se hacen más intensas, rivalizando incluso los cañones de la defensa orbital que bombardearon el planeta años atrás. Al frente está Victeur, el hombre más hermoso y a quién más amo en todo el mundo, y detrás de él le siguen todos sus hombres, muchos más de los que alguna vez pensé habría en todo Marte, siguiéndolo en ruta al palacio capitalino para apoderarse de este de manera oficial y rendir el último bastión republicano de Ancien.

Antes de correr para unirmeles, tomo del refugio de lámina y plástico donde he vivido casi toda mi vida la más preciada de mis posesiones: mi bandera rojanegra. La hice en el transcurso de todos los meses sin verlos, intercambiando las raciones del servicio de caridad por tela y cosiéndola con agujas hechas de las puas sueltas por las vallas de seguridad en casas aledañas. No puedo mentirme y decir que es una buena bandera, porque es asimétrica y hay distintos tonos de rojo y negro salpicados por doquier, más cada que la veo siento un calor en el pecho que a instantes me hace invencible.

Victeur me sonríe cuando me ve cruzar la calle, y le sonrío de vuelta para pronto saltar a sus brazos y apretarle con fuerza como recompensa por todas sus proezas, apenas alcanzado a rodearle el pecho debido a su estatura. Su presencia es la de un héroe, y para mí es una leyenda que mi corazón atesora en gran estima; uno de muchos libertadores del planeta, el más grande para mí, y veterano de tantas batallas que muchos dudaban que aún no cumpliese los treinta años.

— Es preciosa Pauvrete, tu bandera ondeará muy bien junto con el resto. — me dice mientras camina a su lado, la primera de la procesión además de él, teniendo el pecho en alto y lleno de orgullo. — Espero que puedas perdonarme por haber demorado tanto para rendir la ciudad, pero necesitábamos asegurar al consejo de que una simple movilización civil sería más que suficiente.

— La caída de la tiranía republicana necesita de todas las preparaciones necesarias. Solo estoy feliz de que finalmente haya llegado el días. — contesto sonriendo mientras Victeur continúa hablando con ánimos propios de su idealismo.

Son demasiadas personas las que marchan detrás de nosotros, tantas que no puedo ver dónde terminan; el horizonte nos pertenece tanto como las calles repletas ahora son nuestras, y puedo percibir en todos un aura de confianza y fortaleza. Nuestras banderas ondean en lo alto con gestos de victoria, las consignas traen ecos capaces de derribar cualquier muralla, y esto me inflama tanto de patriotismo que me obligan a ondear mi bandera con todas mis fuerzas y gritar las bellísimas consignas:

— ¡Autoridad para el pueblo y por el pueblo! ¡Libertad y grandeza para el pueblo de Marte! ¡Abajo la república y viva eterna la Nación de Marte! ¡Ya hemos ganado! — grito con fuerza sin poder evitar sonreír y lagrimear, tratando de expulsar el hambre con cada palabra que digo.

Mientras nos acercamos al palacio capitalino, a nuestros costados hay más y más soldados de la república. Nos hacemos más desafiantes ante tal burla; los insultamos, mientras les invitamos a unirse a nuestras filas y les enseñamos el signo de la insurgencia: el pulgar horizontal desafiando al resto del puño. Las consignas se hacen cada vez más bravas, y poco a poco nuestras voces se hacen tan ruidosas que es imposible distinguir cualquier otro sonido.

— ¡Nuestra luz que apague la negrura de la república! ¡Por el bien de Marte y por la luz de futuro: únete y no seas cómplice, amigo mío! — grito junto con Victeur a todos los soldados que solamente nos observan inmóviles y desarmados.

— ¡Autoridad para el pueblo y por el pueblo! ¡Libertad y grandeza para el pueblo de Marte! ¡Abajo la república y viva eterna la Nación de Marte! ¡Ya hemos ganado! — grito con fuerza sin poder evitar sonreír y lagrimear, tratando de expulsar el hambre con cada palabra que digo. — ¡Ya ganamos! ¡Ya ganamos!

Cuando llegamos al palacio capitalino, frente a las doradas puertas del lugar nos espera un escuadrón de soldados con sus rifles apuntándonos, todos con visores que les hace anónimos y más autómatas que la propia república ante nuestro sufrimiento y razones. Su líder da un paso hacia delante, y su voz amplificado por una diadema corta el silencio con su arrogancia incoherente, la estupidez propia de un gobernador que obedece órdenes de un gobierno inexistente.

— Disponen de quince minutos para disolver esta manifestación ilegal. Si intentan proceder y acceder al Palacio de las Épetés, se nos a autorizado a persuadirlos con el uso de la fuerza.

— ¡¿Autorizados por quién?! ¡ Ya no hay república alguna, ustedes solo son ridículos con todo el pueblo de Marte en contra! ¡¿Qué pretende hacer con tan pocos hombres, les hemos visto, ya no tienen celdas de energía ni siquiera para dispararse en la cabeza, teniendo millones en contra! — responde Victeur intentando mantener su compostura y la de todo mundo ante semejante estupidez.

— Lo que sea necesario hacer, será hecho. — responde el hombre mientras me mira con lástima y desprecio, hirviendo mi sangre en el proceso. — Espero que sea racional y no me obligue a llegar a ese punto. Catorce minutos.

Victeur duda por unos instantes a pesar de tener la razón, siendo los soldados insuficientes para contener ni a una minúscula parte de todos nosotros, y ellos eran lo único que quedaba de la república. Puedo ver la duda en sus ojos, y después del miedo de estar frente a los rifles. Él los había visto, Victeur era mi héroe por haberlos visto y jamás haber retrocedido, y ahora volvía a tenerlos tan cerca por ninguna razón válida, siendo tan solo un insulto calculado y sin gracia alguna hacia su orgullo por parte de un escuadrón de ridículos.

No puedo permitir que él sea lastimado de esa manera, y mucho menos que se insulte a la voluntad popular con semejante absurdo. Jamás puedo volver a permitir que me vean como aquel hombre me miró, nunca más volverán a mirarme con desprecio y asco, como si fuese menos que una persona y apenas más inteligente que un animal. El miedo es tan inadmisible ahora que me molestaba que se colase entre nosotros, y por primera vez en mucho tiempo dejo de sentir hambre para tener las venas invadidas de rabia por el hecho de haber pasado tantos años hambrienta de justicia y alimento, suficiente tiempo para hacerme entender que no podíamos retroceder ahora y que nadie volvería a hacerme pasar hambre.

El orgullo magullado me implora hacer algo, e incluso Victeur se desvanece para dejarme en un mundo donde nada volverá a reaparecer en tanto la república permanezca de pie. Tomo una última decisión, y miro a los ojos a un capitán que no está ahí, quien adivina sin estar ahí qué es lo haré y lo obligo a pensar qué hacer; no le doy tiempo para pensar qué hacer, de la misma manera que nadie ofreció su tiempo para compadecerse de mí.

Respiro profundamente y aprieto el mástil de mi bandera con fuerza, sintiendo mi corazón latir a través de mis muñecas. Volteo a ver por última vez a Victeur, quien me devuelve una mirada extrañada de mis movimientos, transmitiéndome aún más valentía a mi enamorado corazón. Corro hacia los soldados, y con cada paso que doy me siento más libre, liviana, decidida e inmortal; exhalo un último grito que desgarra mis pulmones:

— ¡Queremos hacer la luz en la oscuridad de la república; hoy Marte cantará, es la canción del mañana que dice: arriba el pueblo de Marte!

Los soldados me apuntan y su capitán da rápidamente la señal con una voz que prueba su desconfianza y pánico. El primer disparo me atraviesa el estómago y hace que me tiemble el cuerpo, más no caigo rendido. Grito, pero me ahogo en bilis rápidamente, así que me convenzo pronto de seguir corriendo mientras hiervo en fiebre y coraje con la bandera en alto. El láser arde con el fuego de las estrellas, pero el vacío que dejan es tan frío como todas las noches de invierno que pasé abandonada en incontables callejones.

El segundo tiro me perfora el pulmón, haciéndome expulsar toda mi ira en sollozos de sangre acumulados durante toda mi vida, nublándome la visión y trasladándome de nuevo a ese mundo donde solo existo yo y mi bandera. Sabiendo dónde había sido golpeada, en un único desafío al destino, intento gritar de nuevo, más solo expulso vitalidad roja de la nariz y boca. Un último eco se escucha, pero se desvanece rápido: Victeur gritando mi nombre con horror.

Recupero algo de aliento e intento correr de nuevo a la vez que obligaba a mis brazos no rendirse y seguir sosteniendo mi bandera, pero el tercer tiro me revienta el corazón, matándome en el acto. Quizás, incluso en mi ilusión, aluciné un poco más: pero antes de caer inerte sobre el pavimento de este planeta ingrato, se apareció Victeur en mi pequeño mundo para mirarme con tristeza y desolación. Todo se ha callado.

Quedando paralizada, mi cabeza permanece mirando hacia un costado mientras mi cuerpo permanece muerto en medio de los libertadores y los soldados. Victeur es el primero en avanzar sin miedo a sufrir el mismo destino de la mujer que le amó en secreto, y comienza a gritar de rabia. Todos le siguen con decisión y el mismo sentimiento que perfora su corazón, escuchándose pasos tan intensos como relámpagos, y aunque se escuchan algunos disparos más, puedo escuchar cómo los soldados son masacrados al tratar de defenderse tras una última broma republicana.

Mi vista está abrumada por botas y piernas que se mueven de forma caótica, unas deteniéndose por un momento para observarme, solo para seguir su camino con todavía más energía. Es una batalla que no observo bien, pero cuyo resultado ya conozco. Incluso si algunos se apostan junto a mí para proteger mi cadáver, abren paso a Victeur para que este me recoja.

El hombre que me mató, líder del escuadrón, cae de espaldas junto a mí al ser embestido y arrastrado por Victeur. Comienza a golpearlo con desesperación, como si eso fuese a devolverme la vida, siendo tan contundentes que el soldado no pudo hacer nada más que intentar defenderse. Tan intenso fueron los golpes que recibió, que terminó muriendo sin poder hacer más que escuchar a Victeur gritarle.

— ¡Era solo una niña, tenía doce años! — le dice Victeur aterrado antes de darle el golpe final y correr hacia mí. — Era solo una niña… — se repitió mientras abrazaba mi cuerpo con fuerza. — Pauvrete, era solo una niña.

Me levanta y carga con delicadeza sin poder poder contener las lágrimas y acercar mi cabeza hacia su pecho, de forma que puedo escuchar su acelerado corazón al mismo tiempo que su llanto cae sobre mis mejillas y recorren mi ensangrentada cara hasta depositarse en mi pecho mutilado. Todos le rodean mientras avanzan hacia el palacio, siguiéndole como siempre lo hicieron, en lo que ahora era una procesión funeraria.

Me llevó con delicadeza y amor, desgraciadamente uno distinto al que yo sentía por él, por todas las habitaciones del palacio hasta dar con el resto de republicanos y ejecutarlos en el acto sin derecho alguno de patéticas súplicas. Horas después, mientras mi alma comenzaba a desprenderse de mi cuerpo, miré cómo el resto de la ciudad y las fuerzas del Estado Nacional de Marte arribaban al edificio mientras Victeur y todos cuantos cabían en los tejados y balcones ondeaban sus banderas en alto mientras cantaban por la libertad del planeta, Victeur estando junto a mí en el punto más alto del palacio mientras este ondeaba mi bandera. Jamás he sido más feliz, porque no solo hemos ganado, sino que ahora nunca más volveré a pasar hambre.

Quizás, incluso en mi ilusión, aluciné un poco más, pero antes de caer inerte sobre el pavimento de este planeta ingrato, se apareció Victeur en mi pequeño mundo para mirarme con tristeza y desolación. Todo se ha callado.

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